The Beths son un grupo que aprendió a sonar urgente sin perder el control. Desde su aparición en 2018 con ‘Future Me Hates Me’, el cuarteto de Auckland ha demostrado que la velocidad y la precisión pueden convivir en la misma canción. Su música no se apoya en el exceso ni en la pose, sino en la capacidad de transformar la ansiedad cotidiana en ritmo, melodía y estructura. En un panorama saturado de guitarras genéricas, ellos eligieron la disciplina. Y esa elección los ha llevado, disco a disco, a convertirse en una de las bandas más consistentes y queridas de su generación.
El origen del grupo está en la formación musical de sus integrantes. Liz Stokes y Jonathan Pearce estudiaron jazz en la Universidad de Auckland junto a Benjamin Sinclair y el baterista original, Ivan Luketina-Johnston. Ese trasfondo técnico definió desde el inicio la manera de trabajar: cada canción debía tener el equilibrio exacto entre espontaneidad y rigor. Lo curioso es que de esa base académica no surgió una banda cerebral, sino un proyecto donde la emoción se transmite con una claridad quirúrgica.
En ‘Future Me Hates Me’, su primer álbum, ya estaban todos los elementos que más tarde se volverían distintivos. Guitarras luminosas con distorsión controlada, armonías vocales masculinas que refuerzan la voz principal y letras que mezclan ironía con vulnerabilidad. Canciones como ‘You Wouldn’t Like Me’ o ‘Happy Unhappy’ son ejemplos de su fórmula más efectiva: estructuras simples, coros precisos y una energía contenida que se libera solo en los momentos exactos. El resultado era una música de apariencia ligera pero con un nivel de detalle poco común. Aquella primera colección fue escrita casi sin descanso, entre trabajos y ensayos nocturnos, y su éxito internacional confirmó que la honestidad meticulosa también puede ser contagiosa.
Después de ese debut explosivo llegó ‘Jump Rope Gazers’ en 2020, un disco que amplió su sonido y su mirada. Tras dos años de giras constantes, el grupo necesitaba bajar el ritmo. La pausa permitió que las canciones respiraran y que la voz de Stokes adquiriera una nueva dimensión. La producción, más abierta y menos comprimida, les dio espacio para experimentar con tempos medios y arreglos más melódicos. El álbum arranca con ‘I’m Not Getting Excited’, donde la banda conserva la velocidad del debut, pero introduce matices rítmicos que anuncian una etapa distinta. En ‘Dying to Believe’, un breve registro de un tren de Auckland aparece como símbolo del hogar que siempre queda atrás. Todo el disco está atravesado por esa sensación: el intento de seguir conectados a lo cotidiano mientras la vida gira demasiado deprisa.
‘Jump Rope Gazers’ mostró un grupo capaz de mirar hacia adentro sin perder su carácter directo. Las canciones ya no eran únicamente relatos de relaciones personales, sino observaciones sobre la distancia, la rutina y la necesidad de permanecer juntos cuando todo se mueve alrededor. Aunque el sonido era más reposado, el control seguía siendo absoluto. Las voces secundarias se entrelazan como instrumentos de precisión, y las guitarras, en lugar de competir, se complementan con la batería de un modo casi coreográfico.
La llegada de la pandemia interrumpió su ascenso, pero The Beths reaccionaron con la calma de quienes entienden que un proyecto sólido no depende de la velocidad. Sin posibilidad de girar, se concentraron en escribir y grabar. De ese periodo nació ‘Expert in a Dying Field’ (2022), un álbum que resume todo lo aprendido hasta entonces. Desde su título plantea una idea sugerente: dominar un arte que parece en vías de extinción. El grupo convierte esa idea en una metáfora de su propio trabajo. Mientras muchos abandonaban el formato clásico del pop de guitarras, ellos lo perfeccionaban.
La canción inicial, que da nombre al disco, establece el tono: un riff de guitarra preciso, una melodía inmediata y una letra que mira hacia el pasado sin quedarse en la nostalgia. ‘Expert in a Dying Field’ combina energía y claridad con una producción más cuidada que nunca. A lo largo de las doce canciones, el grupo alterna momentos de fuerza controlada con pasajes más abiertos y melancólicos. ‘Knees Deep’ destaca por su ritmo firme y su estribillo de múltiples capas vocales, mientras ‘Your Side’ ofrece un sonido más cálido, con guitarras que parecen flotar sobre la batería. Cada tema muestra una banda que conoce su identidad pero que no teme ajustar los límites de su propio estilo.
Ese disco también reflejó la madurez emocional del grupo. Las letras abordan la pérdida, el cambio y la distancia, pero sin dramatismo. En lugar de recurrir al sentimentalismo, Stokes escribe desde la observación precisa: las relaciones como habitaciones que permanecen, incluso cuando se cierran las puertas. La producción de Pearce refuerza esa claridad con arreglos donde cada instrumento ocupa su lugar exacto. Nada sobra y nada falta. El resultado es un álbum que confirma a The Beths como una banda de composición sólida y de sonido inconfundible.
Tres años después, ‘Straight Line Was a Lie’ (2025) representa una nueva etapa. Es un trabajo nacido del esfuerzo por seguir adelante en circunstancias difíciles. Durante su preparación, Stokes enfrentó problemas de salud que afectaron su manera de escribir. Para superarlo, adoptó un método de escritura constante, produciendo páginas de texto diario hasta que de esa masa de palabras surgieron nuevas ideas. Esa disciplina cambió la forma en que el grupo construye sus canciones: ya no desde la urgencia, sino desde la revisión paciente.
El disco mantiene la esencia que siempre los ha definido, pero amplía su paleta sonora. Siguen fieles a sus reglas, sin sintetizadores, con protagonismo de guitarras y voces, aunque esta vez las texturas son más variadas. El sonido es más orgánico, menos centrado en la potencia y más en la atmósfera. La canción inicial, ‘Straight Line Was a Lie’, abre con un arranque imperfecto que quedó en la grabación final, un pequeño error que encaja perfectamente con el mensaje del tema: no todo avanza de forma lineal. La composición gira en torno a la idea de aceptar el desvío, de reconocer que el progreso no siempre es ascendente. Su estructura repetitiva refuerza esa sensación de ciclo y aprendizaje continuo.
En ‘Mosquitoes’, las guitarras limpias y los pianos discretos acompañan una historia inspirada en una inundación en Auckland. La canción habla de cómo los lugares y las personas cambian después de una catástrofe, de cómo algo que parecía permanente puede transformarse de un día para otro. El grupo convierte esa idea en una pieza de tono sereno pero con un fondo inquietante. A continuación, ‘No Joy’ ofrece el contraste más radical del disco: un riff denso y repetitivo que transmite sensación de encierro. De pronto, la estructura se abre en un puente inesperado con flautas y percusión mínima, una pausa que parece suspender el tiempo y demuestra la libertad creativa que la banda ha alcanzado.
En ‘Metal’, la letra reflexiona sobre el cuerpo y la materia, mientras las guitarras adoptan un tono cálido y preciso, casi como si cada nota estuviera respirando. La canción combina curiosidad científica y emoción contenida, un equilibrio que define el carácter de Stokes como compositora. Por último, ‘Mother, Pray for Me’ cierra el disco con un registro íntimo. Es una balada sencilla, sin artificios, que revela un tipo de vulnerabilidad que antes solo se insinuaba. La voz principal se sostiene con un acompañamiento mínimo, y esa austeridad le da una fuerza particular.
Todo el álbum funciona como un estudio sobre la relación entre control y libertad. The Beths siguen trabajando dentro de los límites que ellos mismos se imponen, pero ahora los utilizan como impulso creativo. Las voces funcionan como capas que sustituyen a los teclados, las guitarras exploran matices tonales mediante pedales y la batería introduce silencios estratégicos que amplían el espacio sonoro. No hay ornamentos innecesarios, pero sí una atención extrema al detalle.
La trayectoria completa del grupo muestra una evolución coherente. En el primer disco, la prioridad era capturar la energía del directo; en el segundo, aprender a contenerla; en el tercero, equilibrar ambas cosas; y en el cuarto, convertir la madurez en estilo. Cada álbum conserva el espíritu del anterior, pero añade una perspectiva nueva. The Beths no se han limitado a repetir su fórmula: la han refinado hasta alcanzar una identidad sólida y reconocible.
En directo, ese perfeccionismo se traduce en una ejecución impecable. Las voces suenan exactas, los arreglos mantienen su fuerza y el público percibe que nada está dejado al azar. Sin embargo, la sensación no es de frialdad, sino de entusiasmo bien dirigido. Cada concierto demuestra que la precisión también puede ser apasionada.
Ahora, en su próxima gira por España, llegarán como una banda plenamente consciente de su lugar. No persiguen la novedad por la novedad ni buscan distanciarse de su pasado. Lo que han conseguido es un lenguaje propio que combina melodías directas con una escritura afinada y minuciosa. Su música funciona porque sabe dosificar la emoción y porque cada canción parece construida con la misma atención que un ingeniero aplicaría a una estructura que debe resistir el tiempo.
The Beths son el ejemplo de cómo la constancia y el trabajo metódico pueden convivir con la inspiración. Su carrera no ha dependido de grandes gestos ni de reinvenciones espectaculares. Ha sido un proceso continuo de ajuste, de comprensión de su propio sonido y de respeto por la canción como forma. Con ‘Straight Line Was a Lie’ cierran un ciclo y abren otro. Han demostrado que la evolución no necesita rupturas para ser significativa. A veces basta con afinar el oído, escuchar el ruido de fondo y convertirlo en melodía.