Especial

Territorios imaginarios: las huellas de Bianca Scout



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Al sumergirse en sus grabaciones, uno advierte un matiz emocionante y, sobre todo, muy humano. Aunque sus atmósferas puedan rozar lo onírico, siempre conservan un latido cotidiano: un resplandor que remite a conversaciones, vivencias y lugares reales. Es como si, a través de la producción musical, ella tejiera hilos invisibles entre la magia de lo imaginario y las experiencias del día a día. Precisamente eso es lo que despierta tanta curiosidad: la forma en la que Bianca Scout conecta la vida común con sus composiciones, traduciendo entornos físicos, historias y vivencias en sonidos que parecen formar un mosaico infinito.

Detrás de este universo tan personal de la artista que próximamente actuará en Condeduque, se encuentra, en primer lugar, su formación como bailarina. Desde muy temprana edad, Bianca vivió rodeada de clases de danza en su Newcastle natal, un contexto que le ayudó a desarrollar una sensibilidad singular hacia el cuerpo y el movimiento. El hecho de encontrarse cerca de zonas boscosas y montañosas la empujó a concebir la naturaleza como un lugar con su propio ritmo. Esa influencia se advierte en la manera en que construye sus temas: cada uno crece y se transforma gradualmente, casi como si el sonido brotara del suelo y se extendiera por el aire, semejante a la forma en que un bailarín explora el escenario o un caminante se asoma a un valle desconocido.

Durante sus primeros pasos artísticos, la idea de unir música y danza no era un simple recurso estético, sino una necesidad. Cuando se trasladó a Londres para especializarse en baile, sintió que había algo que faltaba en su proceso de creación. Ahí descubrió que su cuerpo también podía manifestarse a través de la voz, los pedales de loops y la manipulación sonora. Según se cuenta, fue a raíz de un improvisado taller que comprendió cómo esos dos lenguajes —el corporal y el musical— podían fundirse en uno solo. Y así nació su impulso por grabar y superponer sus propios cantos, a veces transformados mediante el uso de efectos que terminan por convertir sus composiciones en un collage lleno de matices.

Su discografía puede organizarse como la crónica de una evolución continua: la artista se aventura a romper moldes sin dejar de mantener un sello personal. La primera referencia es ‘Voyager’ (2016), donde ya se perciben los esbozos de su atmósfera emocional y ese interés por mezclar melodías suaves con ruidos domésticos, grabaciones ambientales y efectos vocales. Según ella misma ha comentado en alguna entrevista, en ese momento se encontraba experimentando con la idea de convertir lo cotidiano en fuente de inspiración: podía ser el chirrido de una puerta, un susurro captado en una calle o un simple latido repetitivo. El resultado fue un primer álbum impregnado de evocaciones, como una libreta de apuntes convertida en paisajes sonoros.

Tres años después publicó ‘Above Words’ (2019), donde llevó un paso más allá la técnica de superposición de voces e instrumentos. Curiosamente, algunos fragmentos de este disco se fraguaron cuando pasaba temporadas con familiares fuera de la ciudad, aprovechando el silencio de un entorno rural para grabar pequeñas muestras de viento o de pasos entre la hierba, que luego transformaría en texturas electrónicas. El título del álbum, según cuentan, hace referencia a ese espacio donde las palabras no alcanzan y la música se convierte en la forma más honesta de expresión. Lo más atractivo es que, pese a la experimentación, el disco nunca se aleja de una suerte de calidez pop muy sutil.

El proyecto que vería la luz en 2021, ‘Karaoke At The Slagheap’, supuso un giro más arriesgado: incluyó numerosas grabaciones de voz tratadas con pitch, efectos de saturación y una estrategia de corte y reestructuración de loops. Resulta fascinante cómo combina retazos de melodías casi infantiles con pulsaciones que rozan el hip hop o la electrónica más abstracta. Al parecer, parte de la inspiración surgió de su día a día en Londres, observando los sonidos y el ajetreo urbano, y dándoles una vuelta mediante un filtro onírico. Si uno atiende con cuidado, puede detectar ecos de conversaciones al azar o fragmentos de percusión que recuerdan al golpeteo del metro. Es como si su oído fuera un imán para los sonidos que otros dejarían pasar, transformándolos en algo completamente nuevo.

El año 2022 trajo dos lanzamientos decisivos. El primero, ‘Our Hearts’, grabado junto a Elena Isolini, se percibe como un diálogo a corazón abierto entre dos sensibilidades. A menudo, en esas colaboraciones, Bianca se encarga de la parte vocal o de la manipulación de texturas, mientras que su compañera aporta un contrapunto instrumental. Esa dinámica cooperativa añade una dimensión más orgánica al resultado final. Además, la conexión con Isolini vino reforzada por el interés común en hacer del disco una especie de “ecosistema emocional”, donde cada sonido tiene la función de evocar recuerdos o reflexiones muy íntimas.

Por su parte, ‘The Heart Of The Anchoress’, también de 2022, se caracteriza por la presencia del órgano de una iglesia londinense, que sirvió como base para construir atmósferas envolventes. Sin embargo, en lugar de limitarse a un entorno sacro, Bianca grabó cada crujido, cada golpe de pedal, y luego los procesó digitalmente, mezclándolos con su voz y con arreglos que, por momentos, recuerdan a la música medieval. El contraste resulta poderoso porque parece que el pasado y el presente se fundieran: la solemnidad del órgano choca con beats programados y efectos reminiscentes de bandas sonoras de videojuegos, abriendo un abanico de texturas inusuales. De esta forma, la compositora se apropia de la herencia cultural de forma personalísima, a medio camino entre un rito ancestral y un experimento futurista.

Finalmente, ‘Pattern Damage’ (2024) culmina su evolución hasta la fecha. Editado por un sello conocido por su apuesta por la música ambient y experimental, este álbum concentra la esencia de su estilo: un collage hipnótico que parte de cuerdas, voces superpuestas y ritmos que se disuelven o emergen según la necesidad de la pieza. Más allá de la variedad estilística, lo que destaca es la sensación de estar ante un diario de vida transformado en forma sonora. El título hace referencia a la idea de romper patrones, algo que la propia Bianca asocia con experiencias personales relacionadas con la repetición de ciclos emocionales o familiares. Así, cada track podría interpretarse como un paso para salir de esas rutinas y abrazar un territorio incierto, donde la experimentación es la única regla.

Este afán de romper ciclos también se ha visto reflejado en sus colaboraciones con otros creadores. En distintos trabajos y presentaciones, ha contado con artistas tan heterogéneos como Mica Levi, Coby Sey o Klein, nombres que se mueven en la intersección entre la música y otras disciplinas artísticas. Colaborar, para Bianca Scout, no implica solo sumar nombres en los créditos, sino que se convierte en una parte esencial de su propia búsqueda. Al trabajar codo a codo con quienes compartan su sed de exploración, su sonido se nutre de corrientes inusuales. Por eso, no es extraño encontrar en sus temas influencias del rap vanguardista, ecos de música sacra o quiebros que remiten a la música ambient británica.

Otro aspecto curioso de su personalidad creativa es su habilidad para narrar pequeños episodios de la vida cotidiana a través de metáforas o imágenes sonoras. Ha contado en alguna ocasión cómo sueña con paisajes y luego los intenta reproducir manipulando grabaciones de campo, ya sea de la lluvia que cae en una ventana o del murmullo de personas en un mercado urbano. Una de sus técnicas predilectas es poner la grabadora de su móvil en marcha mientras camina, capturando las texturas espontáneas del entorno. Más adelante, en su estudio —que a menudo es simplemente un rincón de su hogar con pedales de efectos y un ordenador—, superpone esas pistas con líneas de sintetizador o con su voz, desfigurada hasta convertirse en un instrumento más.

En sus días libres, Bianca disfruta de la comedia clásica y el humor absurdo, como Monty Python o viejas series británicas, y a veces esas referencias lúdicas asoman en la forma de samples extravagantes o giros narrativos en sus temas. También se sabe que siente fascinación por los videojuegos retro y que intenta trasladar parte de esa atmósfera pixelada a sus composiciones. De hecho, en muchas pistas se puede percibir algo casi cinematográfico, como si el oyente se adentrase en un escenario digital plagado de personajes y eventos que, de pronto, se desvanecen.

La danza, sin embargo, sigue presente en su proceso compositivo. Aunque parezca pura abstracción, se cuenta que Bianca a menudo ensaya secuencias de movimientos mientras decide la estructura rítmica de un tema. Esa conexión entre cuerpo y sonido la lleva, por ejemplo, a variar la métrica a mitad de una canción, simular disonancias que evocan desequilibrios físicos o buscar crescendos que se correspondan con el ascenso de un salto. Su interés en la improvisación fluye de manera muy natural, fruto de todo el bagaje que acumuló como bailarina. En lugar de escribir primero la teoría musical en un papel, empieza grabando sin filtros, dejándose llevar, y solo después analiza el material para refinarlo.

Su relación con la tecnología es, por otro lado, muy flexible. Aunque utiliza software para la mayor parte de las mezclas, también recurre a instrumentos analógicos como la guitarra, el bajo, diversos teclados o, de forma muy característica, a órganos de iglesias. Esta hibridación le permite generar un toque orgánico: las cuerdas y los vientos pueden chirriar, los pedales pueden crear reverberaciones saturadas y esa supuesta imperfección se convierte en parte esencial de la experiencia. Asimismo, le gusta incorporar el azar, ya sea probando efectos aleatorios o permitiendo que ciertas pistas “choquen” entre sí, generando caos y sorpresa que más tarde decide mantener si considera que suman algo genuino.

Por todo ello, hablar de la música de Bianca Scout es hablar de un discurso íntimo que, sin embargo, se basa en eventos y estímulos muy reales: encuentros amistosos, días grises, risas repentinas o silencios que invitan a la reflexión. Sus composiciones se nutren de lo que ocurre en torno a ella, ya sea un cuadro en una galería o la conversación de un desconocido. A la hora de escuchar sus álbumes en orden cronológico, se percibe cómo cada uno añade un matiz nuevo a esa identidad sonora, pasando de los experimentos iniciales y los collages más directos hasta la meticulosa producción de ‘Pattern Damage’.

Además de su labor en solitario, a Bianca le fascina trabajar en proyectos como Marina Zispin, creado junto a Martyn Reid. Este dúo se adentra en vertientes más oscuras y electrónicas, brindando la posibilidad de explorar texturas diferentes. Ambas facetas —la obra personal y la compartida— se retroalimentan, ya que su creatividad parece imposible de encorsetar en un solo formato.

En ese sentido, sus seguidores describen su música como un viaje por laberintos de voces, cuerdas y beats discontinuos, pero con un profundo arraigo en la realidad que la rodea. Es común descubrir en su discografía referencias a su tierra natal, a esas caminatas por el monte o a los paseos junto a ríos. Igualmente, sus piezas aluden a la cotidianidad londinense con un leve toque surrealista, algo así como si tomara un espejo roto y lo recompusiera para crear nuevos reflejos.

Como artista, Bianca Scout ha elegido un camino en el que la experimentación no contradice la ternura ni la inmediatez. Lejos de encerrarse en un academicismo musical, prefiere que los sonidos surjan de la vida real y las emociones concretas, para luego transformarlos en algo que apele a la imaginación. De ahí que su música, aunque a veces resulte enigmática, posea un magnetismo tan inmediato. Por un lado, nos sorprende con timbres desconocidos o estructuras imprevisibles; por el otro, se siente próxima, reconocible, bañada de la calidez de quien compone pensando en la persona que escucha.

Así, Bianca Scout se ha convertido en una figura ineludible dentro de las escenas más vanguardistas, combinando un arraigo profundo en las vivencias cotidianas y un afán por romper patrones culturales, sonoros y emocionales. Desde su primer registro, ‘Voyager’, hasta su más reciente aventura, ‘Pattern Damage’, se va hilando un relato artístico único que refleja la persistencia de una creadora comprometida con la exploración. El fruto de esa trayectoria es un mosaico que, en cada sonido, hace eco de su historia personal y de la belleza que puede brotar de lo aparentemente insignificante.

Bianca Scout estará actuando en Condeduque el próximo viernes 7 de febrero

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.