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Susurros orquestales y utopías pop: el legado de The High Llamas



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En tiempos donde los artistas que copan las listas de éxitos desaparecen de la noche a la mañana, The High Llamas emergen como artesanos de paisajes sonoros que trascienden el tiempo. Sus composiciones, tejidas con hilos de bossa nova, electrónica y arreglos orquestales, desafían las convenciones del pop para crear universos donde cada nota es un suspiro y cada acorde, un laberinto de emociones. ¿Cómo una banda que ha navegado entre la experimentación y la tradición ha logrado mantener su relevancia durante más de tres décadas? La respuesta yace en su incansable búsqueda de belleza en lo inesperado, una travesía que los trae de vuelta a España con una gira que promete ser un viaje íntimo a través de su extenso catálogo.

Desde sus inicios en el Londres de los noventa, The High Llamas han sido alquimistas de lo sublime. Sean O’Hagan, cerebro y corazón del proyecto, transformó la disolución de Microdisney —su anterior banda con Cathal Coughlan— en una oportunidad para explorar territorios inexplorados. Si en aquellos años el grunge y el britpop marcaban la pauta, ellos optaron por un camino más silencioso, pero igualmente revolucionario: fusionar la elegancia de los arreglos de Van Dyke Parks con la sofisticación armónica de Brian Wilson, todo sazonado con una fascinación por los soundtracks europeos de los sesenta. ¿Qué otra formación podría convertir una vibrafonista, un cellista y un banjo en los pilares de una sinfonía pop?

La génesis de un sonido imposible

Tras el EP ‘Apricots’ (1992), relanzado como ‘Santa Barbara’, The High Llamas encontraron su voz definitiva con ‘Gideon Gaye’ (1994), un disco que anticipó el revival del easy listening y deslumbró por su audacia. Aquí, O’Hagan desplegó un mosaico de cuerdas, vientos y coros etéreos, creando un diálogo entre la nostalgia y la vanguardia. Canciones como ‘Checking In, Checking Out’ no solo rendían homenaje a ‘Pet Sounds’, sino que lo reinventaban con un lirismo introspectivo. La crítica los tachó de «imitadores de Wilson», pero ignoraron el trasfondo: bossa nova, minimalismo clásico y hasta el krautrock de Neu! latían en su ADN.

Con ‘Hawaii’ (1996), la banda alcanzó su cénit creativo. Un álbum conceptual que, entre sintetizadores analógicos y guitarras de doce cuerdas, narraba historias de nomadismo y colonialismo con una ironía sutil. Títulos como ‘Nomads’ o ‘The Sun Beats Down’ son joyas de orquestación, donde los silencios hablan tanto como las notas. Fue en esta época que estuvieron cerca de colaborar con The Beach Boys, un proyecto truncado por las tensiones internas de la leyenda californiana. Aun así, su influencia quedó grabada: sin ‘Hawaii’, artistas como Sufjan Stevens o Fleet Foxes quizá no habrían encontrado su rumbo.

Electrónica, teatro y reinvención

Los años siguientes los vieron sumergirse en la experimentación electrónica. ‘Cold and Bouncy’ (1998) y ‘Snowbug’ (1999) incorporaron ritmos glitch y texturas ambient, mientras mantenían su esencia melódica. La colaboración con Stereolab —banda de la que O’Hagan fue miembro temporal— enriqueció su paleta, añadiendo un toque de motorik beat y distorsiones cálidas. Pero fue ‘Beet, Maize & Corn’ (2003) el disco que redefinió su ambición: inspirado en compositores como Benjamin Britten, abandonaron las guitarras eléctricas para abrazar arreglos de cámara, creando un artefacto sonoro tan frágil como hipnótico.

La década de 2010 trajo consigo un giro hacia lo narrativo. ‘Here Come the Rattling Trees’ (2016), originalmente una obra teatral, reflejó su interés por contar historias urbanas a través de melodías que fluyen como conversaciones entre vecinos. Sin embargo, su obra más audaz llegó en 2024 con ‘Hey Panda’, donde integraron R&B, hip-hop y Auto-Tune sin perder su identidad. Canciones como ‘How the Best Was Won’ —con Bonnie ‘Prince’ Billy— o ‘Sisters Friends’ —con Rae Morris— demuestran que, incluso a los 64 años, O’Hagan sigue desafiándose. ¿Acaso no es esto la esencia del arte?

‘Hey Panda’: un manifiesto del presente

Con ‘Hey Panda’, The High Llamas no solo regresan; se reinventan. Este disco, gestado en plena pandemia, es un diálogo entre la vulnerabilidad y la innovación. O’Hagan, tras superar un cáncer, canalizó su recuperación en canciones que exploran la dislexia (‘Toriafan’), el paso del tiempo (‘The Water Moves’) y hasta la fascinación por un oso panda de TikTok que lo acompañó durante el confinamiento. La producción, en colaboración con Ben Garrett (Fryars), introduce beats sincopados y bajos synth que reverberan como latidos digitales, mientras las voces de su hija Livvy O’Hagan aportan una frescura generacional.

El uso de Auto-Tune en temas como ‘Bade Amey’ no es una concesión a la moda, sino un gesto subversivo: distorsiona la voz hasta convertirla en otro instrumento, creando capas de ambigüedad emocional. Incluso en ‘La Masse’, el tema de cierre, la repetición obsesiva de “Could there be a better name than End Street?” se transforma en un mantra sobre la aceptación del fin. Es pop, sí, pero pop que cuestiona sus propias reglas.

El ahora: entre estudios y giras

Hoy, The High Llamas son un organismo en constante movimiento. Mientras preparan su gira española, O’Hagan divide su tiempo entre arreglos para artistas como King Krule y proyectos cinematográficos. Su colaboración reciente en la banda sonora de ‘Funny Pages’ (2022) —dirigida por Owen Kline— revela su talento para musicalizar la incomodidad cotidiana. En el escenario, la banda sigue siendo un experimento vivo: improvisan con samples de sus discos antiguos, interpolan melodías de ‘Hawaii’ con ritmos de ‘Hey Panda’, y convierten cada concierto en un collage en tiempo real.

Rob Allum y Jon Fell, pilares rítmicos desde los noventa, han incorporado técnicas de drum & bass a su repertorio, mientras Dominic Murcott explora el marimba eléctrico como puente entre lo acústico y lo digital. Hasta las cuerdas de Marcus Holdaway se mezclan con loops grabados en iPhone, un guiño a la era del DIY. ¿Es esto nostalgia? No: es la prueba de que, incluso después de 16 discos, The High Llamas siguen creyendo en el riesgo. Su próxima parada en España no es un adiós, sino un recordatorio: la música verdadera no envejece, se transforma.

Su próxima gira por España no es solo un concierto, sino una celebración de tres décadas de riesgo y coherencia. En un escenario, sus temas resuenan como collages en movimiento: el banjo dialoga con secuencias MIDI, el vibráfono se funde con samples de TikTok, y las armonías de antaño adquieren nuevos matices. The High Llamas siguen siendo, en esencia, esos alquimistas que convirtieron lo marginal en universal. Y mientras suben el volumen a sus sintetizadores, nos recuerdan que la verdadera innovación no es romper con el pasado, sino reinventarlo una y otra vez.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.