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Smerz y el arte de retorcer el pop íntimo



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Desde su origen, el proyecto de Catharina Stoltenberg y Henriette Motzfeldt se ha movido entre la curiosidad y el método, sin urgencia aparente y con una precisión que revela una manera de entender la creación como una conversación continua entre pasado y presente. La historia de Smerz parte de un impulso compartido en una etapa en la que ambas descubrían la posibilidad de hacer música desde un ordenador, sin reglas impuestas ni formación tradicional que las guiara en el terreno de la electrónica. En los primeros años, sus influencias se entrelazaban con lo que habían aprendido en la infancia, cuando los coros, el teatro o la danza clásica formaban parte de su entorno doméstico. Aquella mezcla de educación formal y deseo de experimentar configuró un lenguaje que, con el tiempo, se fue definiendo por su claridad rítmica y una manera de cantar que parecía más una observación que una confesión.

El primer punto de inflexión llegó con el lanzamiento de ‘Okey’ en 2016 y, más tarde, con ‘Have fun’ en 2018, donde el dúo encontró un espacio propio entre el ruido analógico y la bruma que le sigue. En ‘Have fun’ las composiciones sonaban como pequeñas piezas mecánicas cubiertas de vapor, construidas sobre ritmos distorsionados que convivían con melodías suaves, casi temblorosas. Las voces mantenían una distancia que generaba una sensación ambigua, como si las letras estuviesen escritas desde una habitación cerrada observando un mundo que se derrumba lentamente. En canciones como ‘Oh my my’ o ‘Worth it’ se percibía la tensión entre lo cotidiano y lo irreal, entre la ironía y la ansiedad. Cada elemento parecía diseñado para mostrar esa incomodidad que surge cuando algo familiar se transforma en algo ajeno.

El proceso que condujo a ese resultado estuvo marcado por el azar y por una relación con la tecnología que se fue solidificando desde la improvisación. Sus primeros pasos surgieron en Copenhague, donde compartían piso de estudiantes y un ordenador con un programa de edición pirata que un amigo les había pasado. Apenas sabían usarlo, pero esa precariedad les dio libertad. La sensación de estar creando sin reglas, sin supervisión y sin expectativas, terminó por definir su identidad. De hecho, Stoltenberg estudió matemáticas y estadística, mientras Motzfeldt se formó en composición musical en el conservatorio rítmico de la misma ciudad. Esa diferencia de formación les permitió combinar intuición y estructura. Las piezas de ‘Have fun’ revelan esa mezcla: rigor casi científico en el control del ritmo y espontaneidad en la voz, que parece surgir de la duda más que de la afirmación.

Durante aquellos años, su entorno fue decisivo. En los locales del barrio de Nørrebro coincidían con otros artistas jóvenes que se movían en un terreno similar entre la electrónica experimental y el pop más abstracto. Esa comunidad funcionaba como una escuela informal, donde los intercambios eran constantes. La idea de éxito no se medía en números sino en la capacidad de producir algo diferente. En ese contexto, Smerz comenzaron a tocar en clubes y galerías, donde su propuesta generaba desconcierto por su economía de medios: dos voces, un ordenador y un par de sintetizadores bastaban para construir atmósferas que alternaban euforia y extrañeza.

Con el paso del tiempo, aquella energía cambió de dirección. ‘Believer’, su primer álbum publicado en 2021, amplió el horizonte y llevó su sonido a territorios menos cerrados. Las composiciones se abrían a una escala mayor, integrando instrumentos acústicos con tratamientos digitales que se entrelazaban como si fueran parte de un mismo organismo. Las cuerdas, los coros y las percusiones construían una estructura que evocaba tanto la música de cámara como los impulsos de la pista de baile. En temas como ‘Gitarriff’ o ‘Rain’, las texturas se desplazaban de la calma a la amenaza, generando una tensión que parecía reproducir el movimiento de la respiración. El disco no ofrecía un hilo narrativo evidente, pero sí una lógica interna que giraba alrededor del deseo, la pérdida y la necesidad de comprender el propio cuerpo en relación con el entorno. ‘I don’t talk about that much’ o ‘Sonette’ utilizaban frases casi murmuradas, tan breves que parecían fragmentos de conversaciones interrumpidas. En esa economía de palabras residía su fuerza: un modo de contar algo sin decirlo directamente, donde lo esencial quedaba suspendido entre los acordes.

Durante la grabación de ‘Believer’, el dúo pasaba largas jornadas en un pequeño estudio de Copenhague. En una entrevista, Stoltenberg contó que a veces se quedaban horas escuchando los mismos compases en bucle hasta que una de las dos encontraba un pequeño error o un detalle que podía transformarlo todo. No perseguían la perfección técnica sino el punto exacto donde el sonido parecía respirar. Esa forma de trabajo se convirtió en una rutina casi ritual: grabar, borrar, volver a grabar, dejar reposar las ideas y regresar días después con otra percepción. También influía su experiencia coral infantil, donde habían aprendido a escuchar la respiración del grupo antes de cantar. Esa escucha mutua atraviesa todo el álbum.

Esa manera de equilibrar la frialdad con la cercanía, la distancia con la confesión, situó a Smerz en una posición singular dentro del pop escandinavo cuando casi no se conocía el sello Escho a nivel internacional. Mientras otros proyectos de su generación se entregaban a la búsqueda de un sonido fácilmente reconocible, ellas exploraban el margen de lo indefinido. ‘Believer’ funcionó como una especie de mapa emocional, pero también como un ensayo sobre la convivencia entre la tradición y la tecnología. La presencia del violín, el arpa o el piano no buscaba nostalgia, sino confrontar la herencia clásica con la lógica del software. De ese encuentro surgía un tipo de belleza que se mantenía en equilibrio entre lo calculado y lo accidental.

Tras esa etapa, ‘Allina’, publicada en 2024, representó una desviación intencionada. El proyecto nació de una colaboración con la firma de moda francesa All-in Studio, que propuso inventar una cantante ficticia, un personaje que condensara los estereotipos del pop de los años dos mil. Bajo ese disfraz, Smerz encontraron un nuevo modo de expresarse. Las canciones, breves y afiladas, formaban un retrato paródico de la fama, del deseo de destacar en un entorno saturado de imágenes. En piezas como ‘The Stylist’ o ‘New Shoes’, la ironía era el centro del relato: frases como “A lot of boobs but I still look thin” mostraban cómo el artificio podía ser una forma de verdad.

Una curiosidad que se conoció después fue que la idea de Allina nació en un desfile en París, cuando las diseñadoras Benjamin Barron y Bror August Vestbø pidieron al dúo que compusiera una banda sonora ficticia para una cantante inexistente. La propuesta creció hasta transformarse en un EP completo, estrenado durante la presentación de la colección. Todo el proyecto se concibió como si la modelo principal fuese una estrella pop inventada, con biografía, gestos y canciones. En los ensayos, Stoltenberg y Motzfeldt interpretaban la voz de ese personaje mientras las luces se ajustaban al ritmo de cada pista. El resultado fue tan convincente que parte del público pensó que Allina era real.

A diferencia de ‘Believer’, donde la atención se dirigía hacia lo íntimo y lo abstracto, ‘Allina’ adoptaba un tono más teatral, aunque mantenía el minimalismo como principio. Las bases electrónicas seguían siendo sobrias, construidas sobre pulsos secos y sintetizadores que parecían iluminar fugazmente cada escena. El personaje principal funcionaba como un espejo distorsionado de sus autoras, un reflejo del modo en que la cultura popular absorbe cualquier gesto y lo devuelve multiplicado. En su aparente ligereza se escondía una observación precisa sobre cómo las mujeres que habitan el espacio público son moldeadas y observadas, convertidas en proyecciones ajenas a su propia voz.

Con ‘Big city life’, publicado en 2025, Smerz completaron el recorrido que habían iniciado casi una década antes. El disco se concibió desde una mirada más serena, sin renunciar a la ironía, pero con una claridad emocional inédita en su trayectoria. Las canciones retrataban el paso del tiempo como una secuencia de escenas: noches en la ciudad, amores fugaces, caminatas bajo la lluvia, habitaciones vacías. En ‘Roll the dice’, una voz invita a perder el miedo mientras un ritmo ladeado mantiene la tensión. En ‘A thousand lies’, la fragilidad se transforma en deseo de permanencia, un intento de aferrarse a lo que se escapa. La frase “I like your shoes; I like those clean t-shirts on you” resume la capacidad del dúo para convertir lo cotidiano en algo trascendente.

La composición de ‘Big city life’ coincidió con una etapa de cambios personales. Ambas habían vuelto a Oslo después de varios años en Copenhague y atravesaban transiciones vitales, mudanzas y rupturas que marcaron el tono del álbum. En una conversación con Vogue, Motzfeldt recordó que muchas letras surgieron en noches de insomnio, cuando escribía frases sueltas en el móvil mientras escuchaba el ruido de la ciudad desde su ventana. Stoltenberg, por su parte, contó que la canción ‘Big city life’ nació una mañana, al quedarse sola en el apartamento vacío después de que sus compañeras se mudaran. Aquella sensación de estar rodeada de gente y al mismo tiempo sentirse aislada se convirtió en el punto de partida del disco.

El universo de ‘Big city life’ se desarrolla entre luces artificiales y silencios prolongados, como si cada canción fuera el recuerdo de una salida nocturna que se disuelve al amanecer. A través de la voz de Motzfeldt y Stoltenberg, el relato avanza sin dramatismo, mostrando que el aprendizaje surge con la simple constatación del paso de las horas. Los sonidos evocan la arquitectura del espacio urbano: capas superpuestas, reflejos, ecos. En esa densidad se percibe la madurez de un grupo que ha aprendido a confiar en los vacíos tanto como en las melodías.

El recorrido de Smerz no puede entenderse sin la relación entre ambas. Su manera de crear parte del diálogo constante y de una confianza que les permite modificar sus ideas sin perder la identidad. En sus obras no se percibe una jerarquía de funciones, sino una simetría donde cada decisión es compartida. Esa dinámica, que podría parecer meticulosa, se apoya en la intuición: los errores se convierten en materia prima, los accidentes en estructura. Lo que al principio podía sonar improvisado ha evolucionado hacia una forma de composición metódica, pero sin rigidez.

En el proceso de grabación de ‘Big city life’, una de sus costumbres era proyectar en silencio películas antiguas mientras componían. No lo hacían para buscar inspiración directa, sino para mantener una sensación de movimiento en la habitación. Decían que mirar imágenes en paralelo les ayudaba a mantener el pulso emocional de la canción. Esos gestos mínimos son parte de su método: convertir lo accidental en algo deliberado.

A lo largo de los años, el dúo ha trabajado con diseñadores, coreógrafos y artistas visuales, generando un ecosistema estético donde lo sonoro y lo visual se complementan. Desde sus colaboraciones con All-in Studio hasta los videoclips rodados con amigos, todo responde a una misma lógica: la de transformar la música en un espacio de convivencia, más que en un producto cerrado. En su última etapa, esa apertura se ha traducido en un tono más luminoso, sin abandonar la sutileza que las caracteriza.

La discografía de Smerz muestra un itinerario que va del desconcierto a la contemplación. ‘Have fun’ simboliza el descubrimiento, ‘Believer’ la expansión, ‘Allina’ la representación y ‘Big city life’ la síntesis. En conjunto, su obra describe la evolución de una generación que ha aprendido a crear sin fronteras entre géneros, consciente de que el futuro de la música se construye en los márgenes, donde las etiquetas dejan de tener sentido. En cada etapa, el dúo ha sabido traducir sus inquietudes personales en un lenguaje compartido, capaz de mantener la distancia justa entre el artificio y la emoción.

Smerz estarán actuando a principios de noviembre en Madrid y Barcelona en una gira organizada por Oval.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.