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Maria Somerville: descifrando a que suenan los paisajes en quietud



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Las canciones de Maria Somerville surgen de un proceso de observación que combina el detalle cotidiano con la influencia de los espacios que la rodean. Desde el inicio de su carrera, su modo de crear ha estado marcado por la relación directa entre la percepción y el lugar donde habita. Su música no pretende describir paisajes ni emociones concretas, sino reflejar el modo en que ambos se entrelazan cuando la mirada se detiene. En cada etapa de su recorrido se percibe una tensión entre el deseo de permanencia y la necesidad de movimiento, como si cada composición fuera una forma de medir la distancia entre el presente y la memoria familiar. Esa mirada atenta, nacida entre el viento y la costa, ha acompañado todas sus obras, que avanzan con la lentitud de quien conoce el ritmo natural del entorno.

‘All My People’, publicado en 2019, condensó ese impulso de mirar atrás sin caer en el recuerdo complaciente. Somerville ideó un conjunto de piezas que flotan entre la electricidad contenida y el eco de la voz que parece querer salir de una habitación estrecha para expandirse. En aquel momento, aún trabajaba en aislamiento, ayudada por un solo colaborador técnico, y esa limitación favoreció un sonido íntimo que atrapa la sensación de encierro emocional y físico. Las letras, envueltas en reverberación, se refieren con naturalidad a la idea de unión y pérdida, al tránsito del cuerpo por lugares donde la lluvia y el viento modifican el pensamiento. Las melodías se arrastran con lentitud, casi rozando la superficie del sueño. La composición ‘All My People’ funciona como punto de partida de una escritura que busca el equilibrio entre el canto tradicional irlandés aprendido de su familia y la textura etérea de una guitarra que nunca se impone. La autora proyecta en esas canciones la sensación de estar lejos del sitio al que pertenece, y esa distancia se convierte en una herramienta expresiva.

Durante los años siguientes, Somerville encontró en la radio una extensión natural de su curiosidad. Desde sus emisiones matutinas, compartía grabaciones ajenas y propias, creando un espacio donde la escucha sin distracción se transformaba en una forma de compañía. Esa experiencia no sólo influyó en su sensibilidad, también definió la manera en que ordena los sonidos en sus nuevas composiciones, como si cada fragmento estuviese destinado a acompañar una jornada lenta, casi ritual. Mientras tanto, su regreso a Connemara, motivado por la necesidad de volver a una vida menos acelerada, abrió una nueva etapa que cristalizaría en ‘Luster’. El retorno coincidió con un cambio en su manera de trabajar: ya no bastaba con la soledad del estudio doméstico; necesitaba una comunidad que aportara matices distintos y nuevas formas de colaboración.

‘Luster’, publicado por el sello 4AD en 2025, se concibió desde la convivencia con otros músicos y el contacto con la naturaleza circundante. Cada canción responde a un gesto colectivo que mantiene la identidad de su autora sin diluirla. La grabación se distribuyó entre distintas casas y refugios, con sesiones al aire libre y momentos de improvisación que fueron moldeando la estructura final. La luz cambiante del Atlántico se convierte en metáfora del título, que alude a los reflejos del agua y a la variación constante del clima. En este conjunto se percibe un paso adelante en su escritura, menos hermética y más abierta al intercambio. Somerville incorpora nuevas texturas que proceden del diálogo con instrumentistas de cuerda, intérpretes de viento y productores que la acompañan en la búsqueda de un tono expansivo.

La canción ‘Projections’ ejemplifica esa apertura. Nació de un registro improvisado en un teléfono y se transformó, gracias al trabajo con Henry Earnest y Finn Carraher McDonald, en un tema que avanza entre capas de guitarra y pulsos hipnóticos. La autora se permite liberar la voz del eco constante y acercarla al oyente. El resultado no es una exhibición, sino un intento de hacer visible la relación entre la interpretación y el entorno. En ‘Garden’, compuesta junto a Diego Herrera, la percusión marca un pulso continuo que remite a la caminata solitaria por la costa, mientras la melodía se expande hacia un horizonte de bruma. ‘Corrib’, dedicada al lago próximo a su casa, condensa el vínculo entre paisaje y emoción; no se limita a evocar un lugar, sino que establece un diálogo entre la memoria familiar y la permanencia del agua.

A medida que avanza el álbum, la autora introduce referencias culturales y mitológicas sin recurrir a la literalidad. En ‘Halo’, por ejemplo, las imágenes de criaturas antiguas y héroes del territorio se entrelazan con versos que apenas se distinguen, lo que intensifica la sensación de misterio. La voz se sitúa como un instrumento más, suspendida en una atmósfera que parece respirar al ritmo de la costa. Las colaboraciones con figuras del circuito irlandés, como Olan Monk o Ian Lynch, refuerzan la conexión con una generación que experimenta con las tradiciones locales desde la vanguardia. El empleo del arpa, el violín y las gaitas uilleann no busca recrear una identidad folclórica, sino prolongar una herencia sonora en clave contemporánea.

El regreso a su comunidad también significó un reencuentro con la oralidad. Somerville reconoce en los relatos transmitidos por su padre y sus tíos una influencia decisiva. Aquellas historias sobre la pesca, el viento o el cambio de luz se transformaron en un método de observación que impregna sus letras. Su canto procede de esa práctica familiar de reunir voces en los bares, donde las canciones se compartían como si fueran conversaciones. De esa tradición hereda la idea de que la voz sirve tanto para celebrar como para resistir. Cuando afirma que cantar fue siempre su modo de atravesar los días difíciles, se entiende que cada grabación constituye un acto de permanencia.

El proceso de grabación de ‘Luster’ se desarrolló sin plazos rígidos, lo que permitió una relación más orgánica entre composición y entorno. Los colaboradores entraban y salían de las sesiones según las estaciones. Algunas pistas nacieron durante caminatas por los caminos rurales, otras en residencias en islas cercanas donde la artista encontraba el silencio necesario para grabar. Su formación en ingeniería de sonido facilitó la organización técnica, aunque delegó parte de esa tarea para centrarse en la interpretación. El resultado conserva el carácter artesanal de sus primeras maquetas, pero con una amplitud que amplía los límites de su estilo.

En comparación con su debut, la nueva etapa introduce una conciencia más clara del presente. Si en ‘All My People’ predominaba la sensación de ausencia, en ‘Luster’ se impone la idea de permanencia. El paso del tiempo se percibe no como pérdida, sino como transformación constante. Las letras aluden a la luna, las mareas y las variaciones de estación, símbolos que remiten a la renovación cíclica. Cada tema parece registrar un instante atmosférico distinto: ‘Violet’ recoge el rumor de la tormenta; ‘Stonefly’ describe un movimiento entre la tierra y el aire; ‘Up’ sugiere la posibilidad de curar heridas enterrándolas bajo la turba. En conjunto, el álbum proyecta una continuidad entre el cuerpo y el entorno natural, sin dramatismo, como si ambas realidades fueran inseparables.

El impacto del entorno se extiende al modo en que Somerville concibe la interpretación en directo. Sus conciertos mantienen la calma de las grabaciones, pero introducen variaciones que convierten cada actuación en una reconstrucción. Ella misma explica que disfruta modificando la estructura de las canciones para descubrir otros significados. Esa flexibilidad resume su pensamiento: las obras no son monumentos cerrados, sino organismos que respiran con el público. La incorporación de nuevos músicos en la gira reciente confirma su voluntad de compartir la autoría, de entender la creación como un proceso abierto.

La artista se mueve entre la observación interior y la exterior sin establecer fronteras. Sus referencias van desde la tradición oral irlandesa hasta la experimentación electrónica de figuras como Grouper o Katie Kim, pero siempre desde la distancia suficiente para absorber influencias sin imitarlas. En su voz se aprecia un temblor que no pretende conmover, sino expresar una forma de equilibrio. Las imágenes naturales, los silencios y las capas de sonido que la rodean construyen un lenguaje que evita el artificio. En lugar de buscar grandeza, Somerville se centra en la minuciosidad del detalle y en el valor de lo cotidiano.

‘Luster’ consolida una manera de entender la creación como extensión del entorno. Las canciones actúan como fragmentos de un diario sin fechas, donde las experiencias personales se confunden con el paisaje. La autora no utiliza la naturaleza como metáfora, sino como materia viva que dialoga con la voz y con los recuerdos familiares. Su capacidad para transformar lo local en algo universal demuestra una comprensión profunda de su contexto. La obra de Maria Somerville se inscribe en una corriente que explora la identidad a través del sonido, sin convertirla en un emblema, sino en una presencia discreta que acompaña cada gesto. Su evolución, desde la intimidad del primer trabajo hasta la amplitud de ‘Luster’, muestra el recorrido de una creadora que entiende el arte como un modo de escuchar el mundo.

Maria Somerville estará actuando la próxima semana en Madrid y Barcelona.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.