Al Primavera Sound uno no va solo a ver a sus artistas favoritos: va también a descubrir qué nuevos nombres se van a convertir, sin previo aviso, en recuerdos imborrables. Entre los grandes escenarios y las multitudes entregadas, siempre hay hueco para el asombro más íntimo, ese que no se programa con antelación pero que marca la diferencia. En esta selección no buscamos los conciertos más mediáticos ni los más comentados, sino aquellos que, por su singularidad, frescura o potencia emocional, tienen todas las papeletas para ser revelaciones inesperadas. Artistas que no necesitan un gran despliegue para conectar, que vienen con propuestas personales, a veces frágiles, otras desafiantes, pero siempre con algo propio que decir. Porque en un festival como este, la sorpresa es una parte esencial de la experiencia, y pocas cosas igualan la emoción de ver a alguien en plena transformación, justo antes de que empiecen a sonar en todas partes. Estos diez conciertos no son apuestas seguras, son intuiciones fuertes: presentimientos de que algo especial está a punto de pasar. Puede que no tengan aún grandes cifras, pero tienen lo más importante en un directo: la capacidad de tocar algo en quien escucha. Y eso, cuando ocurre, ya no se olvida.
Been Stellar
En un momento en el que todo parece estar dicho sobre Nueva York, Been Stellar lanzan su primer largo, ‘Scream From New York, NY’, como si aún quedara mucho por gritar. Lejos de refugiarse en el mito, el grupo se asoma a la crudeza de la ciudad con un sonido que abraza el caos y lo convierte en lenguaje. Desde el arranque abrasivo de ‘Start Again’, donde se palpa la ansiedad de quien observa cómo todo se desmorona mientras intenta mantener el rumbo, hasta el cierre introspectivo de ‘I Have the Answer’, la banda traza una ruta que serpentea entre el ruido, la ternura y la desesperación. La voz de Sam Slocum no se impone, pero duele; sus letras, cargadas de imágenes urbanas, encuentran su eco en guitarras afiladas y bajos que parecen brotar del subsuelo. En ‘Passing Judgment’ la tensión se acumula hasta romperse, mientras que temas como ‘Sweet’ o ‘Pumpkin’ introducen una delicadeza inesperada, como un refugio en medio del estruendo. La contradicción es constante: el desarraigo frente a la pertenencia, la furia contra el deseo de conexión, lo cotidiano como trinchera emocional. Been Stellar no pretenden ofrecer respuestas, pero sí canaliza preguntas urgentes en forma de distorsión, ritmo y vértigo. ‘Scream From New York, NY’ no es un álbum sobre la ciudad, es un intento por habitarla sin rendirse a ella. Un debut que, lejos de idealizar el ruido, lo transforma en una forma de estar vivo.
Francis of Delirium
A veces la urgencia de crecer se entrelaza con la necesidad de detenerse a sentir, y en ese delicado equilibrio se mueve Francis of Delirium en ‘Lighthouse’, un debut que no solo define una voz propia, sino que también captura la intensidad emocional de quienes aún están encontrando su lugar en el mundo. Jana Bahrich, desde Luxemburgo y con un imaginario que trasciende fronteras, construye un álbum donde cada canción parece una escena íntima, un instante congelado antes de desvanecerse. Temas como ‘Ballet Dancers (Never Love Again)’ o ‘Alone Tonight’ navegan entre el amor, el duelo y la nostalgia por algo que apenas acaba de pasar, con letras que se acercan al diario personal y una producción que alterna la vulnerabilidad acústica con estallidos eléctricos. El disco respira con la sinceridad de quien no teme mostrarse en carne viva, pero sin caer en el dramatismo impostado; es en su honestidad donde reside su fuerza. ‘Lighthouse’ se siente como el último día de verano: un cierre inevitable que se vive con intensidad porque ya se intuye lo que viene después. En cortes como ‘Real Love’ o ‘Want You’, la confesión se convierte en alivio, y hasta en los momentos más frágiles, la música sostiene. Las melodías, aunque a menudo suaves, están cargadas de intención, como si cada acorde tratara de preservar un recuerdo antes de que se borre. Francis of Delirium no lanza un álbum más: ofrece una brújula emocional para quien alguna vez se haya sentido fuera de lugar mientras todo lo demás parecía moverse demasiado rápido.
Good Looks
En ocasiones hace falta mirar atrás para poder avanzar, y en ‘Lived Here For a While’ Good Looks se entregan por completo a ese ejercicio de memoria emocional con una mezcla de vulnerabilidad, rabia contenida y una honestidad que no pide permiso. El segundo disco de la banda texana condensa una etapa de transformación, tanto personal como colectiva, donde el motor no es el desencanto, sino la voluntad de no renunciar a la esperanza. Tyler Jordan escribe como quien ya no tiene nada que demostrar, relatando con crudeza y ternura la complejidad de los vínculos familiares, los restos de una fe abandonada y la fragilidad de las relaciones que definen a una generación que creció entre promesas rotas y barrios arrasados por la gentrificación. En canciones como ‘Day of Judgment’ o ‘Why Don’t You Believe Me?’ la herida se expone sin dramatismos, mientras que en ‘Vaughn’ o ‘Desert’ el amor, aunque tambaleante, se defiende con uñas y melodía. Las guitarras de Jake Ames, entre el susurro y la embestida, actúan como contrapunto emocional de unas letras que no eluden el conflicto, pero tampoco el afecto. El resultado es un álbum que no busca complacer ni epatar, sino hablar con claridad desde la experiencia. Como si cada canción fuera una conversación pendiente, una confesión escrita en la libreta de alguien que ha vivido lo suficiente como para entender que las certezas son escasas, pero el compromiso con lo propio, con el lugar, con la gente, con uno mismo, sigue siendo una forma de resistencia.
Jane Remover
Jane Remover no busca encajar, y en ‘Revengeseekerz’ demuestra que lo suyo no es adaptarse, sino inventar nuevos lenguajes a partir del exceso, el ruido y la emoción llevada al límite. Su tercer álbum es un territorio donde todo convive: techno abrasivo, pop hiperdistorsionado, emo desfigurado, rap alienígena, autotune desquiciado y confesiones que sangran entre ritmos imposibles. Cada canción es un salto al vacío sin red, un estallido de identidad que se despliega con rabia, ironía y deseo. Desde el arranque con ‘TWICE REMOVED’ hasta el clímax digital de ‘JRJRJR’, Jane no se permite un respiro ni concede espacios a la neutralidad: se expone, se disfraza, se multiplica, y en esa inestabilidad encuentra su fuerza. Letras como “a thousand people scream my fucking name, it don’t mean shit if I don’t hear you say it” condensan esa mezcla de hiperexposición y soledad, éxito y vacío, que recorre un disco lleno de contradicciones y belleza desordenada. En temas como ‘Dreamflasher’ o ‘Psychoboost’, donde se entrecruzan amor, disforia y fantasmas digitales, la intensidad es tan física como emocional. ‘Star people’ y ‘Dark night castle’ bajan el pulso solo para hacer aún más punzante el golpe siguiente, y ‘Professional Vengeance’ funciona como una autoelegía disfrazada de hit. Jane Remover firma aquí su obra más directa y compleja, un disco que no se deja atrapar ni por el algoritmo ni por la etiqueta, y que convierte cada fragmento de caos en un gesto de supervivencia. No hay mapa posible para ‘Revengeseekerz’, pero sí una certeza: todo lo que quema, vive.
Maria Somerville
El tiempo, cuando se estira entre la memoria y el deseo, puede dar forma a paisajes sonoros como los de ‘Luster’, el próximo álbum de Maria Somerville, que se presenta como una extensión natural de su entorno y de su historia. Criada entre la bruma costera de Connemara y afincada durante años en Dublín, la artista irlandesa ha sabido convertir ese vaivén entre el origen y el tránsito en un lenguaje musical profundamente suyo. En ‘Luster’, cada canción parece tejida con la delicadeza de quien ha aprendido a nombrar el silencio: desde la calidez espectral de ‘Stonefly’ hasta la niebla melancólica de ‘Garden’, pasando por la contemplación nostálgica de ‘Trip’, Somerville entrelaza electrónica ambiental, guitarras que se disuelven en el aire, instrumentos tradicionales y una voz que no busca imponerse, sino acompañar. Lejos de repetir la fórmula de su debut ‘All My People’, este nuevo trabajo ilumina una versión más segura y expansiva de sí misma, una artista que ha encontrado en su regreso al paisaje natal no solo inspiración, sino comunidad. Las colaboraciones con músicos como Ian Lynch o Suzanne Kraft no diluyen su visión, sino que la amplifican, dotando a las piezas de texturas que parecen respirarse. ‘Luster’ no irrumpe, se despliega; no necesita gritar para conmover, y en su sutileza reside su fuerza. Es un disco que suena como una casa abierta frente al lago Corrib: acogedora, misteriosa, eterna. Una invitación a detenerse, escuchar y, tal vez, recordar de dónde venimos.
Milledenials
Lo más potente casi siempre surge de la confusión, y Milledenials han sabido hacer de esa sensación una estética y una forma de estar en el mundo. Desde Bali, esta banda que mezcla shoegaze, emo y pop con un descaro profundamente generacional, lleva desde 2020 transformando el desconcierto emocional en canciones que suenan a diario íntimo distorsionado, a habitaciones oscuras llenas de luces parpadeantes. En su nuevo EP ‘It’s Terrifrying and It’s a Shame’, abordan el desencanto desde dentro, sin moralinas ni dramatismos, con letras que retratan el cansancio de sentirse atrapado, la búsqueda de una salida, o la necesidad de un refugio que a veces no llega. Piezas como ‘Daisies’ o ‘Dumb Ass Pop Song’ encapsulan esa tensión entre lo que se quiere y lo que se tiene, entre la esperanza de un cambio y la certeza de que todo sigue igual. Su nombre, que nace del cruce entre millennial y denial, ya es en sí mismo una declaración: no como renuncia, sino como una forma de enfrentarse al mundo desde el ruido y la fragilidad. En directo, lo suyo no es posar, sino compartir; y en estudio, no buscan la perfección, sino el impacto. Cada nueva canción de Milledenials es una forma de ordenar el caos, propio y colectivo, con capas de distorsión, melodías heridas y una honestidad que nunca se disfraza. No vienen a prometer respuestas, pero sí a recordarte que lo que sientes, por muy confuso que sea, tiene un eco. Y a veces, eso basta.
Sailor Honeymoon
Formado en Seúl en 2022, este trío de punk visceral y juguetón canaliza una energía cruda que no busca la perfección, sino la catarsis compartida. Su EP homónimo es un torbellino de guitarras distorsionadas, bajos infecciosos y estribillos que gritan más de lo que cantan, donde canciones como ‘Bad Apple’, ‘Cockroach’ o ‘PMS Police’ convierten la rabia cotidiana en himnos de resistencia espontánea. El grupo, liderado por Abi Raymaker a la batería y la voz, con Zaeeun Shin a la guitarra y TOMYO al bajo, se gestó entre jam sessions caóticas y sesiones de gritos, risas y cambios de instrumentos sin orden ni expectativa. Esa falta de pretensión inicial no solo se ha conservado, sino que se ha convertido en su mayor virtud. Letras que alternan inglés y coreano, humor y denuncia, acompañan una puesta en escena donde el público, especialmente las mujeres, son invitados habituales al escenario, porque Sailor Honeymoon no quieren admiradores: quiere cómplices. En temas como ‘Fxxk Urself’ o ‘Tired Angels’, se percibe una mezcla de desahogo personal y declaración colectiva, una especie de espacio seguro hecho de ruido y complicidad. Sin pulir, sin pedir permiso y sin miedo a parecer demasiado. Su propuesta no es una fórmula, es una reacción: a la industria, a los roles impuestos, a la presión de ser perfecta. Y funciona precisamente porque no lo intenta.
The Dare
Con una sonrisa ladeada y un cigarro a medio apagar, The Dare aparece como el personaje que no sabías que necesitaba el pop masculino para recuperar el descaro perdido. Su debut ‘What’s Wrong With New York?’ no es un simple ejercicio de estilo: es una patada a la apatía con forma de rave post-2000, una celebración ruidosa del exceso como forma de expresión. Harrison Patrick Smith, cerebro tras el proyecto, mezcla electroclash, dance-punk y provocación lírica con un pulso tan afilado como festivo, convirtiendo cada canción en una invitación a sudar, gritar y olvidar el mañana. Temas como ‘Girls’, ‘Good Time’ o ‘I Destroyed Disco’ no camuflan sus intenciones: son proclamas hedonistas sin filtros, diseñadas para sonar a todo volumen en un sótano mal ventilado mientras la madrugada se desmorona a tu alrededor. Pero entre el grito y el sudor, también hay espacio para la duda: cortes como ‘Elevation’ o ‘You Can Never Go Home’ abren una grieta en ese personaje autosuficiente, dejando entrever una nostalgia que se disfraza de ironía y una vulnerabilidad que se filtra entre sintetizadores oscuros y estribillos que parecen susurrar desde el fondo de la pista. Lejos de construir un álbum perfecto o pulido, The Dare abraza lo urgente, lo imperfecto, lo inmediato, con el descaro de quien sabe que ser serio hoy es un gesto más absurdo que ponerse unas gafas de sol en un club sin luz. Y en ese gesto, quizás, está su mayor verdad: bailar como si todo importara, precisamente porque ya nada lo hace.
Tristwch Y Fenywod
El debut homónimo de Tristwch Y Fenywod no se explica, se invoca. Este trío asentado en Leeds, formado por integrantes de Guttersnipe, Hawthonn y Slaylor Moon, convierte el galés en un vehículo sonoro de rara intensidad, alejándose por completo del costumbrismo folk para adentrarse en un terreno donde la repetición se convierte en trance y lo minimalista en amenaza. La instrumentación, compuesta por bajos cortantes, tambores secos y una zíngara configuración de dos cítaras enfrentadas, suena más a ritual que a concierto. Piezas como ‘Blodyn Gwyrd’, ‘Gelian Gors’ o ‘Y Trawsnewidiad’ no buscan agradar ni provocar, sino abrir una grieta en el tiempo por la que se cuelan imágenes de cuentos oscuros, heridas abiertas y magia doméstica. Hay algo deliberadamente primitivo en su propuesta: estructuras cíclicas, uso austero del reverb, una tensión que no se resuelve, solo se sostiene hasta que desaparece. El idioma, lejos de ser una barrera, se convierte en textura emocional, en una capa más del hechizo que propone el grupo. El nombre de la banda, ‘la tristeza de las mujeres’, funciona como pista de lectura, pero también como una declaración de tono: lo que aquí suena no es nostalgia, es duelo; no es recreación, es encantamiento. En un panorama musical saturado de referencias explícitas y pulidos sin alma, Tristwch Y Fenywod llegan como un susurro antiguo, susurrado desde un lugar donde la pena se canta, el dolor se repite y lo esotérico encuentra su forma en lo cotidiano.
untitled (halo)
No todo grupo nace con vocación de eternidad, pero untitled (halo) parecen haber entendido que lo efímero también puede ser trascendente. Este trío de Los Ángeles, formado por Ariana Mamnoon, Jack Dione y Jay Are, compone canciones que funcionan como diarios emocionales de un presente que se deshace entre los dedos. En su primer EP, ‘towncryer’, y en singles posteriores como ‘that’s honey’ o ‘sKill isSue’, han construido un universo donde el slowcore, el trip hop y el indie pop se entrelazan sin aspavientos, generando atmósferas que flotan entre la bruma emocional y la ternura resignada. Las guitarras suenan como suspiros eléctricos, los ritmos se arrastran sin prisa, y la voz de Mamnoon se desliza como un pensamiento fugaz que no termina de decir todo lo que siente. No hay grandes estribillos ni fuegos artificiales, pero sí un magnetismo sutil que atrapa sin buscarlo. Cada canción parece escrita desde un lugar que mezcla la paranoia íntima con la contemplación melancólica, como si grabar fuese la única forma de no olvidar cómo era el cielo en ese momento exacto. En cortes como ‘spiral’ o ‘oblique butterfly’, laten las ganas de capturar algo antes de que desaparezca, ya sea un amor tambaleante, una conversación a medias o la sensación de estar viviendo justo en el borde. untitled (halo) no ofrecen certezas, ni himnos, ni respuestas, pero sí un refugio para quienes se sienten fuera de lugar mientras todo avanza demasiado deprisa. Y a veces, eso basta para quedarse.