A estas alturas, hablar del Tomavistas como un festival más sería quedarse cortísimo. Año tras año, consigue escapar de esa rutina festivalera que convierte los carteles en una sucesión de nombres intercambiables y ofrece, en su lugar, un espacio donde la música se experimenta con los cinco sentidos, sin prisas y sin postureo. No es un festival que se viva con ansiedad por llegar a todos lados, sino uno donde se agradece quedarse quieto en el mismo escenario durante horas. La edición de 2025 no parece dispuesta a romper esa magia, y por eso hemos seleccionado los diez conciertos que, para nosotros, mejor encarnan ese espíritu: propuestas que emocionan desde la sutileza o golpean desde la urgencia, artistas que saben convertir sus canciones en experiencias físicas o espirituales, y directos que prometen dejar huella más allá del aplauso final. No hablamos solo de nombres grandes ni de descubrimientos prometedores: hablamos de esa mezcla perfecta entre expectativa e intuición que convierte un concierto en algo que vas a recordar dentro de cinco, diez, veinte años. Esa sensación de “no me lo quiero perder por nada del mundo”. De eso va esta lista: de anticipar momentos que, con suerte, nos sacudan, nos abracen o nos dejen completamente en silencio.
Amaia
Amaia regresa con un disco que no necesita grandes proclamas para dejar huella. ‘Si abro los ojos no es real’ marca una nueva etapa en su evolución artística, un recorrido sonoro y emocional que se construye a partir del recuerdo, la pérdida y la aceptación. Aquí, la artista navarra compone un universo íntimo, delicado, que se despliega con la naturalidad de quien ha aprendido a hablar con su voz más sincera. Desde el primer instante, con ‘Visión’, se nos invita a cruzar un umbral, a adentrarnos en un espacio donde lo real y lo imaginado se confunden. Cada tema parece una estación de paso entre la infancia y la vida adulta, con una producción que se apoya en detalles mínimos pero profundamente expresivos: un arpa, un susurro, una percusión evocadora. El disco no se limita a narrar emociones; las encarna. Canciones como ‘Tocotó’ y ‘Nanai’ remiten a un pasado que no se resigna a desaparecer, mientras que ‘M.A.P.S.’ y ‘Auxiliar’ plantean una conversación generacional honesta y conmovedora. La nostalgia no actúa aquí como lastre, sino como motor de reflexión. Amaia se revela más autora que nunca, capaz de moldear su mundo interior sin artificios. Ya sea evocando a Marisol o imaginándose reencarnada en ‘Ya está’, su manera de mirar lo cotidiano logra transformar lo personal en universal. Con este trabajo, no solo confirma su madurez creativa, sino que también consigue algo mucho más valioso: hacernos sentir que la vida, en su aparente fragilidad, es un lugar donde todavía es posible soñar.
Biznaga
Siempre hay canciones que no se limitan solo a sonar de fondo: interpelan, empujan, sacuden. Así funciona ‘¡Ahora!’, el último trabajo de Biznaga, una banda que ha decidido no esperar más para señalar lo que otros prefieren silenciar. Desde su refugio en Carabanchel, este cuarteto malagueño-madrileño ha firmado un álbum que retrata, con precisión de bisturí y fuerza de estribillo, un presente plagado de urgencias. A través de once canciones que funcionan como cápsulas de resistencia, Biznaga se enfrenta al sistema con una mezcla afilada de rabia punk y sensibilidad melódica. Las guitarras no solo rugen: narran. Y las letras, tan crudas como certeras, hablan de alquileres inasumibles, trabajos precarios y ansiolíticos que no curan, solo adormecen. En temas como ‘Espejos de caos’, ‘Benzodiacepinas’ o ‘Réquiem por un rider’, la banda traza un mapa emocional y político que conecta lo íntimo con lo colectivo. Pero si algo distingue a este disco es su fe en la acción. No hay lugar para el cinismo ni la resignación: ‘El entusiasmo’ se convierte en bandera, y la amistad, en trinchera. Biznaga no se escuda en la nostalgia ni promete futuros edulcorados. Prefiere habitar el presente y disputar cada palmo de realidad, desde lo cotidiano hasta lo estructural. Con ‘¡Ahora!’, Biznaga no busca solo un espacio en el panorama musical, sino en la conciencia de quienes aún se atreven a sentir que algo puede cambiar. Porque si el mundo se cae a pedazos, al menos que lo haga al ritmo de una buena canción.
Caribou
Dan Snaith, bajo su alias más luminoso, Caribou, regresa con ‘Honey’, un álbum que transforma el club en un espacio de conexión emocional, sin necesidad de alzar la voz. Con una propuesta que combina precisión electrónica y calidez humana, el productor canadiense plantea un viaje sonoro que, aunque orientado al baile, no deja de lado el asombro ni la intimidad. ‘Honey’ arranca con la energía desbordante de ‘Broke My Heart’ y no tarda en demostrar su versatilidad. El álbum despliega una serie de texturas cuidadosamente diseñadas, desde las pulsaciones optimistas de ‘Only You’ hasta la melancolía vibrante de ‘Come Find Me’. La voz, modulada a veces mediante inteligencia artificial, se convierte en un instrumento más: no busca imponerse, sino colarse por los huecos del ritmo y la armonía, generando paisajes casi táctiles. Caribou se atreve aquí con una electrónica más directa y festiva, sin renunciar a su esencia. Las capas melódicas se entrelazan con percusiones sencillas pero efectivas, y los arreglos logran que cada tema respire por sí mismo. ‘Climbing’, con su aura disco brillante, y ‘Dear Life’, con sus bucles rítmicos casi hipnóticos, resumen bien esa búsqueda entre el cuerpo y la mente, entre la pista y el recuerdo. ‘Honey’ es un disco que no necesita disfrazarse de vanguardia para ser relevante. Invita al movimiento, sí, pero también a quedarse quieto y escuchar. Con este trabajo, Caribou demuestra que bailar también puede ser una forma de estar presente. Y eso, hoy, ya es bastante.
Doves
Cuando una banda consigue capturar el desconcierto y la belleza de lo cotidiano sin recurrir al exceso, es que ha alcanzado una madurez rara vez vista; eso es precisamente lo que ocurre con Doves, que en ‘The Universal Want’ firman un regreso marcado por la serenidad y la hondura emocional, sin necesidad de fórmulas grandilocuentes ni fuegos artificiales. Lejos de acomodarse en su legado, el trío construye un nuevo relato donde el pasado no es una carga, sino un punto de partida para una exploración sonora más libre, menos urgente y más evocadora. Las canciones se despliegan con naturalidad, entre paisajes melódicos que invitan al recogimiento y estallidos rítmicos que, sin renunciar a la contención, elevan el pulso. Temas como ‘Prisoners’ o ‘Carousels’ dialogan con la memoria desde un presente que no tiene miedo a mostrarse vulnerable, mientras que piezas como ‘Cycle of Hurt’ o ‘Cathedrals of the Mind’ dibujan un mundo en penumbra donde también hay lugar para la esperanza. Las voces, siempre contenidas, actúan como guías en un recorrido emocional que se mueve entre la pérdida, el deseo y la reconciliación con uno mismo. El grupo, lejos de replicar viejas fórmulas, abraza el paso del tiempo como una herramienta creativa, y convierte la pausa en virtud. En un momento en el que todo parece gritar para ser escuchado, Doves apuestan por el murmullo que resuena más allá del primer impacto, un retorno que no pide permiso, pero tampoco perdón, y que llega justo cuando más falta hacía.
Kiasmos
A veces, lo que más conmueve no es lo que grita, sino lo que susurra con precisión y belleza, y eso es exactamente lo que hace Kiasmos en ‘II’, un trabajo que no busca impresionar a golpe de artificio sino conquistar a través de la emoción, el detalle y la atmósfera. Diez años después de su debut, Ólafur Arnalds y Janus Rasmussen regresan sin haber perdido un ápice de su esencia, pero desplegando una paleta sonora más rica, más pulida, más aventurada. Su propuesta, tejida entre pulsaciones electrónicas, texturas ambientales y cuerdas envolventes, desafía las etiquetas: esto no es techno al uso, ni ambient al pie de la letra, ni siquiera una simple fusión, sino un idioma propio, donde cada beat está al servicio del viaje emocional. Desde la luminosa serenidad de ‘Grown’ hasta la melancolía líquida de ‘Dazed’, pasando por el pulso urgente de ‘Bound’ o la fantasía orgánica de ‘Flown’, el dúo convierte cada canción en un paisaje, en una sensación física y emocional. No hay brusquedad ni estridencia, pero sí una tensión interna que mantiene todo en vilo, como si el álbum respirara, se expandiera y contrajera en un ciclo natural. Los silencios pesan tanto como los sonidos, y el uso de grabaciones de campo y percusiones tradicionales aporta una dimensión sensorial que trasciende lo meramente musical. ‘II’ no es solo un disco para escuchar: es un lugar al que volver cuando se necesita calma, belleza o simplemente, perderse un rato sin perder el rumbo.
Kelly Lee Owens
En su cuarto álbum, ‘Dreamstate’, Kelly Lee Owens construye un espacio donde la electrónica se convierte en vehículo de conexión emocional, más allá del ritmo y la pista de baile. Lo que aquí propone no es solo un recorrido por texturas sonoras envolventes o crescendos hipnóticos, sino una experiencia colectiva de trascendencia compartida. Cada tema se despliega con la precisión de quien ha refinado su lenguaje musical hasta lo esencial, sin perder la capacidad de sorprender. Desde la apertura etérea de ‘Dark Angel’ hasta el desarme emocional de ‘Trust and Desire’, la artista galesa mezcla capas de sintetizadores, estructuras de trance melódico y letras mantricas que, más que relatar, convocan sensaciones. En cortes como ‘Love You Got’ o ‘Higher’, las líneas vocales se elevan como declaraciones de deseo puro, mientras que piezas como ‘Sunshine’ o ‘Rise’ emanan una calidez que contrasta con la contundencia de sus bases rítmicas. Hay una búsqueda constante de euforia, pero también de recogimiento, como si cada sonido invitara a mirar hacia dentro sin dejar de moverse hacia fuera. Owens dirige esta travesía sonora con mano firme, combinando sensibilidad pop y visión experimental, sin necesidad de concesiones. Su voz, a veces apenas un susurro, otras un clamor cristalino, atraviesa los paisajes que ella misma crea, haciendo de ‘Dreamstate’ un lugar donde lo onírico y lo físico se encuentran. En tiempos donde soñar parece un lujo, ella convierte ese anhelo en una propuesta sonora tangible, en un refugio compartido al que volver una y otra vez.
Mogwai
Treinta años después de su formación, Mogwai siguen alimentando ese fuego que, lejos de apagarse, arde con una intensidad distinta pero igual de necesaria. ‘The Bad Fire’ es un disco que no se contenta con sobrevivir al paso del tiempo: lo transforma en material creativo, en una forma de seguir explorando paisajes emocionales sin renunciar a su lenguaje instrumental. La banda escocesa, fiel a su método de construir canciones que crecen desde la calma hasta el estruendo, vuelve con una obra que oscila entre lo sombrío y lo esperanzador. Desde el inicio con ‘God Gets You Back’, un corte que se arrastra con una delicadeza inquietante antes de abrirse como un huracán contenido, hasta la despedida etérea de ‘Fact Boy’, Mogwai entrelazan capas de guitarras, sintetizadores y percusión con una precisión casi quirúrgica. Temas como ‘Hi Chaos’ o ‘What Kind of Mix is This?’ muestran su maestría para hacer del ruido un elemento expresivo, mientras que piezas como ‘Pale Vegan Hip Pain’ o ‘18 Volcanoes’ exploran una vulnerabilidad que rara vez se hace tan palpable en su discografía. Sin necesidad de letras explícitas, logran narrar un duelo, una inquietud o una pequeña epifanía con tan solo una progresión armónica. Y aunque la electricidad sigue presente en estallidos como ‘Lion Rumpus’, es esa tensión contenida, esa emoción cuidadosamente dosificada, lo que hace de este disco algo más que una continuación: es una declaración de que seguir adelante, incluso desde el dolor, también puede ser una forma de belleza.
Pablopablo
Pablopablo está a punto de presentar ‘Canciones en Mi’, un debut que se intuye como una declaración de intenciones serena, precisa y profundamente personal. Concebido a partir del piano y la guitarra, el álbum se articula íntegramente en mi mayor, como si el músico madrileño buscara explorar todas las variaciones posibles de un mismo estado emocional. Los adelantos conocidos hasta ahora, como ‘Mi Culpa’ o ‘Vida Nueva’, dejan entrever una sensibilidad que no necesita artificios: canciones construidas desde la contención, donde cada palabra cuenta y cada silencio pesa. La apuesta es clara por un cancionero que respira con la cadencia de lo cotidiano, donde la emoción no se fuerza, simplemente ocurre. Temas como ‘Eso que tú llamas amor’ o ‘Lejos de más’ trazan una geografía íntima, guiada por una producción sobria pero envolvente, donde cada arreglo parece medido con la delicadeza de quien no tiene prisa por impresionar. Heredero de una tradición musical exigente, pablopablo no rehúye su contexto, pero lo transforma en aprendizaje, en rigor y en deseo de encontrar su propia voz. ‘Canciones en Mi’ se perfila así como un álbum pensado para acompañar, para ser cantado y reinterpretado, para habitar tanto un escenario como una habitación tranquila. Una invitación a detenerse y escuchar desde un lugar distinto, donde la sencillez no es un punto de partida, sino un horizonte al que llegar.
Romy
Bailar también puede ser una forma de contar quién eres, y eso es lo que Romy logra con ‘Mid Air’, un debut en solitario que convierte la pista de baile en un espacio de expresión íntima, emocional y política. En este álbum, la artista británica canaliza sus vivencias en clubes queer y su historia personal para dar forma a un repertorio que no se limita a evocar el trance y el house de los 2000, sino que los transforma en himnos de vulnerabilidad y orgullo. Temas como ‘Loveher’ o ‘Strong’ combinan pulsos electrónicos con letras que abrazan lo sentimental sin caer en la nostalgia fácil; hay una pulsión por ser honesta, por decir “ella” y “nosotras” sin eufemismos, por construir canciones desde la verdad. El disco no teme detenerse en los detalles, una mano bajo la mesa, una mirada esquiva, el peso de una ausencia, ni elevarlos hasta el clímax de una noche cualquiera, cuando todo parece posible. Romy convierte la ansiedad en beat, el deseo en luz, el duelo en coreografía. ‘Enjoy Your Life’, que rescata las palabras de su madre como mantra vital, resume con claridad la filosofía del álbum: encontrar la alegría no como consigna fácil, sino como un gesto de resistencia. ‘Mid Air’ no busca escapar del mundo, sino reinterpretarlo desde una emoción que late al ritmo del bombo. Es un disco que te abraza mientras bailas, que te reconoce en tus miedos y tus ganas, y que demuestra que la música puede ser también una forma de volver a casa.
Xenia
Xenia no busca respuestas, las sugiere; y en ‘Cuando las sombras se alargan’, su segundo trabajo, lo hace desde un lugar donde la música y el subconsciente se entrelazan sin previo aviso. El álbum se presenta como un viaje onírico que cruza géneros sin temor y en el que la valenciana afina su voz como narradora de emociones que no siempre se pueden explicar con palabras. Desde la introspección melancólica de ‘Quién me lo perdonará’ hasta la energía casi física de ‘Apnea’, cada canción parece nacer de un sueño distinto, de ese territorio incierto donde los recuerdos se mezclan con las fantasías. La producción, cuidada hasta el más mínimo detalle y firmada por ella misma junto a Nacho López, da forma a una propuesta tan coherente como imprevisible, en la que conviven sintetizadores inquietantes, cuerdas dramáticas y bases que podrían reventar una pista de baile o hacerla desaparecer. Temas como ‘Dónde va el amor’ o ‘Si cierro los ojos’ revelan la capacidad de Xenia para traducir una vivencia personal, o incluso ajena, en un universo narrativo donde lo emocional se viste de símbolo. Pero lo que de verdad late en el centro del disco es la sensación de búsqueda: de identidad, de consuelo, de sentido. El concepto visual acompaña esa misma pulsión, desde el artwork hasta la puesta en escena, y convierte a Xenia en una artista total que no delega ni una brizna de su imaginario. ‘Cuando las sombras se alargan’ no solo suena como un sueño: te hace dudar de si alguna vez llegaste a despertar.