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Los 10 conciertos del Mucho Flow 2025 que no deberías perderte



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Guimarães se prepara de nuevo para acoger una de sus citas más singulares: el Mucho Flow, ese festival que desde hace más de una década convierte la ciudad en un laboratorio sonoro en constante mutación. Concebido por la plataforma Revolve, el evento ha ido construyendo su reputación sin necesidad de grandes fuegos artificiales, apoyándose en una programación arriesgada y en un público que confía plenamente en su criterio. Cada otoño, el festival despliega un recorrido por lo inesperado, presentando nombres que rara vez se han escuchado en Portugal y combinando distintas generaciones, lenguajes y procedencias con una coherencia sorprendente. Lo que distingue al Mucho Flow no es el tamaño ni la fama de sus carteles, sino su manera de habitar la ciudad. Los conciertos se reparten entre el Centro Cultural Vila Flor, el Teatro Jordão y el São Mamede, espacios a los que se llega a pie, respirando entre actuaciones, cruzando a los mismos músicos por las calles o en los bares cercanos. Esa escala íntima, unida a la precisión técnica de su producción, crea una sensación de cercanía poco común en festivales contemporáneos. Aquí no se viene solo a bailar ni a posturear: se viene a descubrir. La edición de 2024 confirmó esa idea con momentos difíciles de olvidar: la atmósfera suspendida de Rita Silva, el torbellino físico de Hypnosis Therapy o la densidad eléctrica de Still House Plants. Cada año, el Mucho Flow parece reinventarse sin perder su identidad. Ahora, con la edición de 2025 en el horizonte, la curiosidad vuelve a encenderse. Por eso reunimos aquí diez nombres que encarnan ese espíritu de riesgo y novedad, proyectos que podrían brillar en la próxima cita vimaranense y continuar ese legado de exploración sonora que ha hecho del festival algo más que una fecha en el calendario: una forma de escuchar el presente.

bbb hairdryer

A veces la furia encuentra un cauce inesperado y se convierte en motor creativo. Eso es lo que ocurre con bbb hairdryer, el proyecto que lidera Elisabete Guerra y que en los últimos años se ha transformado en una máquina de ruido, ternura y crudeza a partes iguales. Con Francisco Couto al bajo, chica a la guitarra y Miguel Gomes en la batería, la formación alcanzó una nueva etapa con la publicación de ‘A Single Mother / A Single Woman / An Only Child’ a finales de 2024. Este segundo trabajo, editado por Revolve, es un torbellino de guitarras cortantes, bajos densos y percusión que avanza sin freno. Canciones como ‘Wrong Bones / Knife’, ‘Pulsing Meat’ o ‘Head on Concrete’ condensan un imaginario que oscila entre la rabia, la ironía y el desgarro. Incluso los títulos, como ‘For Them to Want to Fuck Me’ o ‘P.O.V. I’m Lying To You - "I Don’t Wanna Be Phoebe Bridgers Anymore"’, revelan una escritura afilada que se mueve entre lo confesional y lo provocador, sin miedo a incomodar. Aunque el germen de bbb hairdryer comenzó como aventura en solitario, el tiempo y las idas y venidas de colaboradores acabaron por dar con un núcleo sólido que potencia cada composición. La mezcla final, a cargo de Filipe Sambado, y la masterización de Chinaskee, acaban de reforzar esa sensación de choque frontal: cada pista es una descarga directa, sin adornos innecesarios.

feeo

Con ‘Goodness’, feeo, nombre tras el que se encuentra Theodora Laird, presenta una obra que se mueve entre el murmullo y el estallido, entre la calma y la tensión que nunca termina de resolverse. Su voz, clara pero contenida, se desliza entre capas de electrónica tenue, destellos de metal y silencios que parecen respirar por sí solos. Desde el arranque con ‘Days pt. 1’, el disco abre una puerta a un territorio donde lo íntimo y lo urbano se confunden; hay algo de niebla londinense en cada tema, un pulso que late bajo la superficie. Piezas como ‘The Mountain’, ‘Requiem’ o ‘Win!’ muestran a una creadora que avanza sin prisas, moldeando sonidos que se expanden y repliegan con naturalidad, como si todo sucediera en tiempo real. En este primer largo, feeo se aleja de cualquier etiqueta para construir un lenguaje propio, hecho de susurros, de texturas que se rozan y de una sensibilidad que transforma lo mínimo en algo intenso. Colaboraciones con Loraine James o Caius Williams aportan matices que amplían el horizonte del disco sin romper su delicado equilibrio. Escuchar ‘Goodness’ es dejarse arrastrar por una corriente lenta y luminosa, una sucesión de paisajes sonoros que no buscan deslumbrar, sino permanecer. Laird confirma aquí un talento que no necesita artificios para imponerse; lo suyo es una forma de crear que apuesta por la sutileza y por ese tipo de belleza que se descubre mejor cuando uno se detiene a escuchar despacio.

Hannah Frances

Desde hace unos años, Hannah Frances ha ido levantando un mundo propio, uno donde las canciones se mueven como corrientes subterráneas que arrastran memoria, duelo y deseo de recomenzar. En ‘Nested in Tangles’, su disco más reciente, da un paso más hacia esa manera de crear que parece respirar con la tierra misma. Grabado en Vermont junto a Kevin Copeland y con la participación de Daniel Rossen, el álbum mantiene una tensión constante entre calma y desgarro. Temas como ‘Life’s Work’ o ‘Surviving You’ muestran a Frances en plena combustión: su voz atraviesa capas de viento, metales y percusión quebrada, avanzando entre ternura y rabia sin buscar consuelo. Todo suena orgánico, como si cada nota creciera al ritmo de una planta que ha aprendido a florecer en terrenos difíciles. En ‘Falling From and Further’ y ‘Steady in the Hand’ se asoma una delicadeza que no renuncia al temblor, mientras que en ‘The Space Between’ la voz se abre paso entre silencios cargados, respirando en su propio tiempo. Frances compone desde un lugar donde la herida convive con la claridad, donde la belleza no es refugio sino impulso. En su anterior trabajo, ‘Keeper of the Shepherd’, ya exploraba esa frontera entre pérdida y transformación; ahora, con ‘Nested in Tangles’, suena más firme, más terrenal, como si hubiese aceptado que algunas raíces no se sueltan, solo aprenden a moverse. Escucharla es entrar en una conversación con lo que permanece, incluso cuando todo cambia.

Lauren Duffus

Lauren Duffus se mueve como si flotara entre frecuencias. Desde el sur de Londres, la productora y vocalista ha construido un sonido que parece surgir de la niebla: ritmos suspendidos, voces que se deshacen y una sensación de tiempo líquido que atraviesa cada pista. Su nuevo EP, ‘Can’s Gone Warm’, editado por Select Few, es el ejemplo más claro de ese universo en expansión, una colección de seis temas que alternan densidad y vacío con una precisión casi intuitiva. El arranque con ‘N.U.M.T.E.’ introduce un paisaje de sintetizadores turbios y respiraciones que se confunden con el ritmo, como si el aire mismo marcara el compás. En ‘Super’, la tensión se amplifica con percusiones irregulares y una voz que se multiplica hasta perder su forma. ‘Lewisham’ desciende hacia un terreno más íntimo, reducido a piano, subgraves y un eco que evoca la quietud de las calles que inspiraron la canción. Y luego está ‘Liar’, donde Duffus abandona lo electrónico por completo para abrazar una construcción acústica que crece lentamente entre capas de voz. Desde sus primeros temas en SoundCloud hasta sus apariciones en festivales como MUTEK o salas como Fabric, Duffus ha ido desarrollando una manera de crear que no busca clasificaciones. Su música suena a desvelo, a ciudad a punto de dormirse, a frecuencia captada por accidente en una radio lejana. En ‘Can’s Gone Warm’ consigue convertir lo efímero en algo tangible, un espacio donde cada sonido parece moverse con su propia gravedad.

Los Thuthanaka

Los Thuthanaka irrumpen como una fuerza difícil de ubicar. El proyecto de los hermanos Chuquimamani-Condori y Joshua Chuquimia Crampton, asentado entre California y los Andes, parte del folklore aymara para desmontarlo desde dentro y hacerlo vibrar de nuevo. Su disco homónimo, publicado en 2025, suena como un ritual intervenido por máquinas, un territorio donde las percusiones tradicionales se mezclan con guitarras eléctricas, sintetizadores y DJ tags que estallan entre ruidos y rezos. Lo ancestral se funde con lo digital sin jerarquías, y de esa fricción nace una nueva forma de pertenencia. Cada pieza parece construida a partir de una rotación, no de una línea. ‘Ipi Saxra’ crece y se repliega sobre sí misma entre riffs de guitarra y un keytar que parece respirar; en ‘Phuju’, el ritmo del huayño se disuelve en capas de distorsión; ‘Awila’ avanza como una danza interminable que se transforma sin moverse del sitio. No hay clímax ni desenlace, solo una sensación de movimiento circular que reescribe el tiempo a su manera. Los Thuthanaka trabajan con el concepto de “folklore aumentado”: una práctica que no busca conservar, sino expandir. Las raíces no se preservan, se estiran hasta romper su forma y generar otra. Su sonido es físico, denso, a ratos casi abrumador, pero detrás del ruido se intuye algo luminoso: una fe en la posibilidad de que lo antiguo siga hablando, aunque cambie de idioma. Escucharles es entrar en un espacio donde la historia y el presente laten al mismo ritmo.

Maria Somerville

En ‘Luster’, Maria Somerville consigue que el sonido se convierta en paisaje. Desde la costa de Connemara, donde el viento parece tener memoria, la compositora irlandesa construye un universo de atmósferas suspendidas, de luces que se deshacen entre la bruma. Su voz aparece y desaparece, como si flotara sobre un mar de sintetizadores, guitarras difusas y ecos que se mezclan con el aire. En ‘Réalt’, la apertura del disco, la delicadeza de las arpas se cruza con texturas electrónicas que invitan al desvelo; en ‘Projections’, el ritmo late despacio, casi al compás del recuerdo; y en ‘Spring’ todo se mueve con la naturalidad de un amanecer, entre percusiones suaves y una cadencia que parece respirar. Somerville convierte lo etéreo en algo tangible. Su música, tejida entre lo rural y lo contemporáneo, encuentra un punto de equilibrio entre la introspección tranquila y la expansión del sonido. En ‘Garden’ y ‘Violet’, la melancolía se insinúa sin dominar, dejando paso a una serenidad que se percibe más en la piel que en las palabras. ‘Luster’, su primera publicación con 4AD, funciona como un regreso a casa y una exploración al mismo tiempo: un disco que suena a tierra mojada, a noches en calma y a electricidad contenida. Con una mezcla de folk espectral y electrónica minimalista, Somerville reafirma una voz que no necesita imponerse, solo dejarse oír como un eco que persiste mucho después del silencio.

Sassy 009

Sassy 009 se prepara para dar un salto que lleva tiempo gestando. Detrás del nombre está Sunniva Lindgård, nacida en Estocolmo y afincada en Oslo, una creadora que ha ido moldeando su propio territorio entre sintetizadores, guitarras distorsionadas y una voz que parece surgir de un sueño medio roto. Después de varios lanzamientos que dejaron huella en la escena electrónica del norte, 2026 marcará la llegada de su LP debut, ‘Dreamer+’, un trabajo que promete condensar cuatro años de experimentación, búsqueda y obsesión por el detalle. En este álbum, Lindgård convierte la electrónica en un terreno imprevisible donde el grunge y el shoegaze se cruzan con pulsos de beat noventero y destellos de pop deformado. ‘Tell Me’, su colaboración con Blood Orange, avanza ese tono entre lo hipnótico y lo abrasivo que atraviesa todo el disco: guitarras que arden despacio, sintetizadores que respiran y una producción que juega con la tensión sin perder el pulso melódico. Las canciones parecen moverse en un mismo universo, entre sueños torcidos y realidades que se diluyen. Más allá del sonido, Sassy 009 sigue extendiendo su lenguaje hacia lo visual y performativo. En vídeos como ‘Thrasher’ o ‘Maybe in the Summer’ transforma cada pieza en un espacio donde la identidad cambia de forma, desafiando cualquier etiqueta. ‘Dreamer+’ llega como una obra que condensa todo su recorrido anterior, una especie de renacimiento bajo luces bajas, donde la madrugada se confunde con la fantasía y el ruido se convierte en algo casi físico.

Tracey

Tracey irrumpen desde Londres con una mezcla tan magnética como desconcertante. Su primer EP homónimo, editado por AD 93, condensa en apenas cuatro temas una energía que se mueve entre el R&B distorsionado, la electrónica sinuosa y una actitud que oscila entre la pista de baile y el club de madrugada. Poco se sabe sobre quiénes están detrás del proyecto, y quizá ahí reside parte de su encanto: todo parece diseñado para que el sonido hable por sí mismo, sin distracciones ni artificios. ‘Sex Life’, su carta de presentación, combina voces recortadas, bajos densos y un ritmo que se balancea entre el placer y la amenaza. ‘Sweet’ da un giro inesperado, casi cinematográfico, con una voz que pasa del susurro a la exhalación mientras surgen metales y percusión que estallan como destellos. Después, ‘When I Choose To Be Here With You’ flota en una especie de limbo, sin batería, donde las voces se entrelazan sobre sintetizadores que palpitan como organismos eléctricos. El cierre, ‘Take Care’, sorprende con guitarras que evocan el grunge noventero, pero filtradas por una sensibilidad digital que las hace nuevas. El conjunto suena como si Charli XCX, Mica Levi y Tirzah se hubiesen cruzado en una habitación llena de cables, humo y luces de neón. Tracey no buscan complacer ni reformular estilos: prefieren torcerlos hasta que se transforman. Con este debut, el colectivo londinense abre una grieta brillante en el pop contemporáneo, una invitación a perderse entre ritmo, niebla y electricidad.

These New Puritans

En ‘Crooked Wing’, These New Puritans regresan tras seis años de silencio con un trabajo que suena a catedral sumergida entre cables, ecos y campanas. Los hermanos Jack y George Barnett, originarios de Southend, han pasado buena parte de su trayectoria cruzando los límites del pop experimental y la música de cámara, y aquí llevan esa búsqueda a un nuevo extremo. El disco, grabado entre un vertedero industrial y varias iglesias ortodoxas, parece mezclar los dos mundos: lo sagrado y lo corroído, lo celestial y lo mecánico. La apertura con ‘Waiting’, interpretada por un niño soprano, coloca al oyente en un espacio donde el órgano y la reverberación mandan. ‘Bells’ continúa con un ritmo ondulante que se descompone y rearma, mientras que ‘A Season in Hell’ irrumpe con percusiones violentas y una energía casi ritual. Luego, el encuentro con Caroline Polachek en ‘Industrial Love Song’ aporta una extraña ternura: una balada sobre dos grúas que se aman desde la distancia, tan absurda como conmovedora. En ‘I’m Already Here’ y ‘Wild Fields’, los Barnett se detienen en una calma engañosa, donde las voces flotan sobre capas de viento, metales y ruido suspendido. El tema final, ‘Return’, cierra el círculo con un aire de plegaria. ‘Crooked Wing’ es un álbum que suena a ruina y resurrección, a maquinaria que respira y a fe descompuesta. No busca complacer, pero sí dejar marca: una obra que convierte la desolación en algo casi luminoso.

YHWH Nailgun

YHWH Nailgun suena como si Nueva York hubiese vuelto a explotar desde sus túneles. Su debut, ‘45 Pounds’, publicado por AD 93, es un fogonazo de 21 minutos que pulveriza cualquier idea de lo que el rock puede ser en 2025. Formado por Zack Borzone, Sam Pickard, Jack Tobias y Saguiv Rosenstock, el cuarteto combina percusión frenética, guitarras convertidas en metales derretidos y sintetizadores que rugen como maquinaria viva. No hay estructuras previsibles ni respiro: cada tema parece construirse y desmoronarse al mismo tiempo, con una energía que roza lo físico. La apertura con ‘Penetrator’ ya deja claro el terreno: Borzone gruñe y declama sobre un suelo de rototoms, mientras Pickard convierte la batería en una especie de motor humano. En ‘Castrato Raw (Fullback)’ y ‘Iron Feet’, el ritmo se tuerce entre el punk-funk y el ruido industrial, y en ‘Tear Pusher’ el caos se transforma en una especie de trance metálico. Todo el álbum avanza con la urgencia de algo que podría estallar en cualquier momento. Borzone no canta, se lanza; su voz es otro instrumento, hecha de jadeos, rugidos y frases que parecen arrancadas de un sueño febril. El resultado es un sonido que recuerda a los callejones más ruidosos de la ciudad: sucio, vibrante, impredecible. YHWH Nailgun no busca resucitar nada; prefiere incendiar lo que queda en pie. ‘45 Pounds’ no se escucha, se sobrevive. Una sacudida breve, feroz y brillantemente fuera de control.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.