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Los 10 conciertos de Sound Isidro 2025 que no puedes perderte



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Durante tres intensos meses, el ciclo Sound Isidro transforma Madrid en un mapa sonoro en ebullición, desplegando propuestas musicales por cada rincón de la ciudad. Desde las salas más míticas hasta los espacios más inesperados, el festival convierte cada noche en una invitación a descubrir, redescubrir o dejarse sorprender. La edición de 2025 vuelve a demostrar por qué se ha consolidado como uno de los eventos imprescindibles del calendario cultural: por su amplitud de miras, su eclecticismo militante y su capacidad para cruzar generaciones, estilos y formatos sin prejuicios. Aquí conviven artistas consagrados con nuevas voces a punto de estallar, explosiones punk con paisajes electrónicos, introspección folk con experimentación ruidista. Es un escaparate sin jerarquías, donde lo emergente y lo legendario dialogan en igualdad de condiciones.

Entre la extensa programación, hemos querido destacar a diez artistas que, por trayectoria, presente o promesa, creemos que representan lo mejor de este espíritu. Desde el renacer solitario y electrónico de Alan Sparhawk hasta el folk depurado y valiente de Villagers; pasando por los paisajes quebrados de Wild Honey, la electricidad catártica de PUP o el universo alterado de Dummy. También están el clasicismo pop de Bart Davenport, la épica emocional de The Murder Capital, la fiesta desfigurada de Mariagrep, el desconcierto poético de Nap Eyes y el desparpajo punk soleado de Skegss. Diez propuestas que no se pisan entre sí, pero que comparten una misma cualidad: todas tienen algo que decir y saben cómo hacerlo con una voz propia.


Alan Sparhawk

Cuando parecía que el silencio sería el siguiente capítulo tras la pérdida de Mimi Parker, Alan Sparhawk regresó con un disco que no solo desafía su legado, sino que reescribe sus reglas: ‘White Roses, My God’. Conocido por su trayectoria en Low, grupo clave del slowcore durante tres décadas, Sparhawk emprende en solitario una ruta tan inesperada como valiente. Este álbum no es una continuación natural de su carrera, sino un renacer desde las cenizas. Alejado del minimalismo guitarrero y las armonías etéreas que definieron su trabajo anterior, Sparhawk se zambulle en un universo de beats sintéticos, voces distorsionadas y estructuras que rozan el trance emocional. Canciones como ‘Can U Hear’ o ‘I Made This Beat’ evidencian su intención de experimentar sin red, apoyándose en una estética cercana al trap y al hyperpop, pero siempre filtrada por su personalísimo sentido del drama. La pérdida de Parker sobrevuela el disco, a veces de forma críptica, otras con una claridad sobrecogedora, como en ‘Heaven’ o ‘Feel Something’. No se trata de un homenaje explícito, sino de una lucha interna por transformar el dolor en sonido, por encontrar sentido dentro del caos. En este proceso íntimo han participado sus hijos, lo que otorga al proyecto un cariz casi ritual. ‘White Roses, My God’ es, al fin y al cabo, una respuesta a una pregunta sin palabras: ¿cómo seguir adelante cuando el mundo que conocías desaparece? La respuesta de Sparhawk es ferozmente honesta, tan compleja como el duelo, y profundamente humana.


Bart Davenport

Bart Davenport es uno de esos artistas que parecen moverse en paralelo a las modas, con una carrera tejida a base de elegancia, devoción por el sonido analógico y un oído fino para la melodía atemporal. Aunque nombres más recientes como Drugdealer o Sylvie acaparan titulares por su revival de los sonidos del sur de California de los años 70, Davenport ya navegaba esas aguas hace más de dos décadas. Su disco ‘Game Preserve’, grabado en Oakland en 2002, es una carta de amor al soft-rock y al folk-pop de aquella época, donde las armonías vocales, los instrumentos acústicos y una producción meticulosa construyen un universo propio. Para conseguirlo, se rodeó de un equipo de músicos que mezclaba viejos compañeros con nuevos aliados, todo bajo una serie de normas que limitaban el uso de guitarras eléctricas y sintetizadores, en favor de una estética cálida y coherente. Canciones como ‘Sweetest Game’, ‘Intertwine’ o ‘Nowhere Left To Go’ trazan una narrativa de juventud, amor y pérdida con una sensibilidad que sigue emocionando. Si bien el álbum pasó algo desapercibido en su país natal, encontró eco en Europa, especialmente en España, donde sigue contando con una base fiel de seguidores. Dos décadas después, la reedición en vinilo de ‘Game Preserve’ no solo hace justicia a su sonido, sino que confirma que Bart Davenport siempre supo mirar hacia atrás sin dejar de sonar auténtico. Un clásico oculto que, por fin, empieza a ocupar el lugar que merece.


Dummy

Desde Los Ángeles, Dummy han logrado redefinir las coordenadas del pop psicodélico contemporáneo con una propuesta que se desliza entre lo etéreo y lo ruidoso, entre lo cerebral y lo juguetón. Tras sorprender con su debut ‘Mandatory Enjoyment’, el cuarteto ha ido afianzando una personalidad sonora propia, que se intensifica con su segundo trabajo, ‘Free Energy’. Bajo esa apariencia de caos controlado, se esconde una minuciosa arquitectura sonora donde el shoegaze, el ambient-pop y las referencias electrónicas más abstractas se entrelazan con naturalidad. La banda, formada por Emma Maatman, Nathan O’Dell, Joe Trainor y Alex Ewell, demuestra en cada tema una habilidad innata para moldear texturas y dar forma a canciones que parecen vibrar en una frecuencia alternativa. En ‘Free Energy’, el grupo juega con la disonancia, la repetición y la sorpresa como motores creativos. Canciones como ‘Blue Dada’ o ‘Nullspace’ mutan constantemente, deslizándose entre ritmos que evocan a Stereolab y distorsiones que podrían firmar My Bloody Valentine. Otras como ‘Sudden Flutes’ o ‘Godspin’ muestran su gusto por los detalles inesperados, con flautas que emergen de la niebla o grabaciones de campo que parecen convocar atmósferas oníricas. Incluso en los momentos más enigmáticos, como ‘Minus World’ o ‘Opaline Bubbletear’, el grupo mantiene el pulso melódico y una identidad reconocible. Dummy no pretenden ser fácil ni cómodo, pero su universo sonoro atrapa, desconcierta y seduce a partes iguales. Lo suyo no es una colección de canciones, sino un mapa cambiante de energía sonora libre.


Mariagrep

Mariagrep se mueve en los márgenes de la fiesta como quien documenta un paisaje que se descompone a cada paso. En su disco ‘MARIAGREP IS NOT A CRIME’, no busca ofrecer himnos para la pista, sino encapsular la tensión que se esconde en los rincones menos iluminados de la noche. A través de una electrónica que oscila entre el pulso rave y el pop sintético más afilado, mariagrep traza un relato fragmentado en el que el deseo, el cansancio y la alienación se entrelazan sin promesas de consuelo. Desde el arranque implacable de ‘123 YA!’ hasta la deriva casi existencial de ‘Basura’, cada tema funciona como una escena aislada de una película que no tiene principio ni fin claros. La repetición se convierte en mantra, como en ‘Otra Noche’ o ‘Mi Atención’, donde el lenguaje se pliega al ritmo hasta diluirse en loops emocionales. En canciones como ‘Tempo II’ o ‘Te Gríté’, el discurso se torna más directo, confrontando la autopercepción con una crudeza inusitada. La producción, respaldada por nombres como Mundo Prestigio o Galician Army, aporta capas de densidad que refuerzan esa sensación de vértigo constante, de estar atrapado en un bucle de luces y confusión. ‘Cogollito’ actúa como breve pausa en ese viaje por el exceso, mientras que ‘Gafas de Ferrari’ suena a identidad evaporada entre distorsiones y cuerpos en movimiento. Mariagrep construye así un espacio sonoro en el que la fiesta no es solo un lugar de evasión, sino también un espejo roto donde mirarse sin filtros.


Nap Eyes

Nap Eyes han hecho del desconcierto existencial su materia prima. En su quinto disco, ‘The Neon Gate’, el grupo canadiense se adentra en un universo más libre, expansivo y enrevesado que nunca, guiado por la voz serena y las divagaciones filosóficas de Nigel Chapman. Aquí no hay respuestas claras, sino preguntas que se repiten como mantras, envueltas en guitarras suaves, teclados luminosos y estructuras que se estiran como si quisieran perderse en sí mismas. Canciones como ‘Demons’ o ‘I See Phantoms of Hatred and of the Heart’s Fullness and of the Coming Emptiness’ adaptan textos de Pushkin y Yeats para dar forma a un folk psicodélico que navega entre lo místico y lo cotidiano. En ‘Passageway’, un espejo se convierte en portal hacia un mundo fantástico, y en ‘Eight Tired Starlings’, el vuelo de unos pájaros sirve para hablar del asombro ante lo desconocido. Aunque la banda se aleja de la inmediatez de trabajos anteriores como ‘Snapshot of a Beginner’, aquí encuentran una nueva forma de intensidad, más abstracta, menos tangible, pero igual de envolvente. ‘Feline Wave Race’ o ‘Tangent Dissolve’ aportan momentos de ligereza o juego dentro de una obra que, en su conjunto, se siente como un mapa de pensamientos inacabados. A medio camino entre el pop de dormitorio y el rock literario, Nap Eyes consiguen que cada canción sea una puerta abierta hacia otra realidad, una en la que lo fantástico y lo banal conviven sin conflicto. Un viaje raro, sí, pero profundamente honesto.


PUP

En plena cuenta atrás para el lanzamiento de ‘Who Will Look After The Dogs?’, PUP vuelven con la intensidad emocional y la furia guitarrera que les caracteriza, pero con una nueva perspectiva más cruda, directa y sorprendentemente luminosa. Tras el caos existencial de ‘The Unraveling of PUPTheBand’, el cuarteto de Toronto ha decidido despojarse de adornos y grabar su disco más inmediato y visceral. Las canciones, compuestas en un momento de aislamiento personal para Stefan Babcock, destilan una mezcla de honestidad brutal, cinismo autoparódico y una inesperada madurez. Temas como ‘Hallways’, ‘Paranoid’ o el corrosivo ‘Get Dumber’ (con la colaboración de Jeff Rosenstock) dejan claro que el grupo no ha perdido su vena autodestructiva, pero ahora hay un intento claro de mirar atrás y entender el daño, no solo reírse de él. En este nuevo trabajo, grabado en solo tres semanas con John Congleton, PUP abrazan el espíritu de sus primeros días, aquella energía de banda que aún se está descubriendo, pero lo hace con la solidez de quien ha tocado mil veces y sobrevivido a giras que casi los rompen. El resultado es un álbum que rebosa vida, sarcasmo y verdad, con títulos como ‘No Hope’, ‘Falling Outta Love’ o ‘Shut Up’ que resumen su mezcla explosiva de desesperación y humor negro. ‘Who Will Look After The Dogs?’ no es solo una colección de himnos punk para gritar con los puños en alto, sino también un autorretrato emocional de alguien que por fin empieza a reconciliarse consigo mismo.


Skegss

Skegss han conseguido lo que pocos grupos logran: capturar el espíritu despreocupado del surf-punk sin que parezca una pose. Desde sus inicios en Byron Bay, el trío australiano ha pulido una fórmula basada en la espontaneidad, los estribillos contagiosos y un entusiasmo casi juvenil que nunca parece forzado. Con cada disco han reafirmado su estilo, pero también han sabido crecer, como demuestran en ‘Rehearsal’ y los adelantos que apuntan a una nueva etapa aún más sólida y melódica. Skegss no buscan reinventar la rueda, pero sí hacer que ruede con más alegría que nunca. Su sonido bebe de influencias clásicas como The Stooges o los primeros The Hives, pero siempre con ese punto soleado que los emparenta con el garage californiano de los 2000. Temas como ‘Under the Thunder’ o ‘Fantasising’ demuestran que su aparente sencillez esconde una habilidad real para condensar emociones cotidianas en píldoras de dos minutos y medio. En directo, el grupo despliega una energía que contagia, convirtiendo cada concierto en una celebración compartida, sin artificios ni poses. El secreto de Skegss quizá esté ahí: en su capacidad para mantener intacta la chispa que encendió su proyecto, sin dejar de avanzar. Con el horizonte de un nuevo disco en camino, todo indica que están en su mejor momento. Y lo mejor es que siguen sonando como si acabaran de montar la banda ayer, con la ilusión intacta y las guitarras dispuestas a convertir cualquier sala en una fiesta.


The Murder Capital

Con ‘Blindness’, The Murder Capital se sacuden definitivamente las etiquetas de la nueva ola post-punk irlandesa y firman su obra más libre, visceral y expansiva hasta la fecha. Atrás quedan los tiempos de contención y tormento melódico de ‘When I Have Fears’ o la introspección meticulosa de ‘Gigi’s Recovery’. Aquí todo es más inmediato, más físico, más urgente. Desde el arranque explosivo de ‘Moonshot’, queda claro que el grupo ha recuperado esa energía fundacional que les hizo únicos, pero ahora canalizada con mayor convicción y una libertad creativa apabullante. James McGovern canta como si el mundo se deshiciera bajo sus pies, ya sea desatando furia en ‘The Fall’ o susurrando angustias en ‘Swallow’. Cada canción es un vaivén entre el caos y la calma, entre el arrebato y la reflexión. ‘Can’t Pretend To Know’ y ‘Death of a Giant’ rugen con guitarras filosas y percusión salvaje, mientras que ‘Love of Country’ o ‘A Distant Life’ revelan una sensibilidad más desnuda, capaz de abordar lo íntimo y lo político sin perder belleza ni potencia. Grabado en Los Ángeles con John Congleton, el disco suena crudo, directo, como si se hubiera capturado en el preciso instante en que todo arde. Y, sin embargo, nada suena improvisado: cada giro, cada silencio, cada estruendo tiene su razón de ser. Con ‘Blindness’, The Murder Capital no solo consolidan su madurez artística, sino que demuestran que crecer no implica perder filo, sino encontrar nuevas formas de cortar más hondo.


Villagers

Con ‘That Golden Time’, Villagers no solo entrega su disco más íntimo, sino también el más depurado en cuanto a forma y fondo. Conor O’Brien, alma y cuerpo del proyecto, apuesta por una colección de canciones que rebajan el voltaje sonoro de trabajos anteriores como ‘Fever Dreams’ para abrazar una expresividad más desnuda, melancólica y directa. Aquí, los arreglos se construyen desde la contención: pianos delicados, cuerdas suaves y guitarras acústicas se alían para dar protagonismo a unas letras que, como de costumbre, navegan entre la poesía confesional y la crítica sutil. Temas como ‘Truly Alone’ o ‘I Want What I Don’t Need’ revelan un enfoque minimalista, pero también una precisión quirúrgica en lo emocional, como si O’Brien escribiese desde un lugar donde cada palabra ha sido cuidadosamente medida. ‘First Responder’ y ‘No Drama’ demuestran que su mirada irónica sigue intacta, mientras que ‘Behind That Curtain’ sorprende por su progresión, que va de la balada introspectiva al estallido casi jazzístico. La producción, a cargo del propio O’Brien, envuelve el álbum en una atmósfera cálida, atemporal y sutilmente psicodélica. Con referencias veladas a Dylan, a la escuela folk británica o incluso a la melancolía de Radiohead, Villagers logra mantener su identidad propia mientras amplía su espectro sonoro. ‘That Golden Time’ no busca epatar ni llenar estadios, sino colarse en los recovecos más silenciosos del oyente. Y ahí, en esa escucha pausada y atenta, es donde el disco revela su verdadera grandeza. Una obra serena y valiente, tejida con hilos de vulnerabilidad y lucidez.


Wild Honey

Wild Honey siempre ha sabido capturar lo íntimo desde una perspectiva casi cinematográfica, pero en su más reciente EP, ‘Morir en otra habitación’, Guillermo Farré alcanza un nuevo nivel de sensibilidad y precisión emocional. Si en ‘Ruinas futuras’ la paternidad y la pandemia marcaban el tono, con canciones que nacían entre balbuceos infantiles y loops enviados por internet en plena cuarentena, ahora es la pérdida personal la que estructura un relato más recogido, pero igual de impactante. En estas nuevas cinco canciones, co-producidas con Remate, lo cotidiano se convierte en poesía sonora: desayunos infantiles, cenizas, estrellas fugaces… todo tratado con una delicadeza que conmueve sin necesidad de subrayar. Las cuerdas, los silencios y una producción que suena a madera vieja pero cálida, logran algo raro: convertir el duelo en una forma de belleza serena. Lejos de ser un giro aislado, este trabajo dialoga de forma natural con ‘Ruinas futuras’, un disco que ya jugaba con la idea del colapso como punto de partida para nuevas estructuras emocionales. Allí, Wild Honey construía entre sintetizadores reverberantes y arreglos cinematográficos un álbum de ciencia ficción emocional, nacido del caos y la incertidumbre. Aquí, en cambio, todo es más directo, más esencial, como si se hubieran depurado los recursos hasta quedarse con lo imprescindible. Con ‘Morir en otra habitación’, Wild Honey no solo vuelve, sino que consolida una voz propia y reconocible: la de quien sabe que, a veces, lo más trascendente cabe en un susurro.


Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.