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julie saben como romper el algoritmo desde dentro



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2024 sin lugar a dudas fue el año definitivo de julie. Con el lanzamiento de su primer LP, que presentarán en breves en nuestro país con todas las entradas agotadas (aunque habrá una segunda oportunidad de no perdérselos en su actuación en el Primavera Sound Barcelona), el trío de Los Ángeles convirtió el caos en belleza y la imperfección en un manifiesto. Su música, bien asociada a una tormenta de emociones envuelta en capas de distorsión, no solo desafía las convenciones del revival noise, sino que redefine lo que significa ser una banda en la era digital. Con su álbum debut, 'my anti-aircraft friend', julie no buscan complacer; buscan conmover.

De las aulas de arquitectura a escenarios de medio mundo

La historia de julie comienza en las aulas del instituto El Toro, en Orange County, donde Keyan Pourzand y Dillon Lee, dos adolescentes unidos por su amor a Sonic Youth y The Breeders, soñaban con crear algo propio. La pieza faltante llegó con Alexandria Elizabeth, una bajista y vocalista cuya conexión con la música venía de cuna: sus padres se conocieron en el mítico club The Roxy de Sunset Strip.

Lo que empezó como jam sessions en la cocina de Lee se transformó, en mayo de 2019, en un proyecto serio. Tres meses después, actuaban en el patio trasero de un amigo, improvisando ante una audiencia que no imaginaba que aquel ruido ensordecedor marcaría el inicio de una revolución.

La pandemia les llegó como un giro inesperado. En abril de 2020, lanzaron 'flutter', un tema que mezclaba angustia adolescente con riffs de guitarra helicoidales. Lo subieron a Spotify sin mayores expectativas, pero la canción explotó: 36 millones de reproducciones y un contrato con Atlantic Records después, el trío abandonó sus estudios de arquitectura en Los Ángeles.

En aquel momento, sintieron que podían compaginar la música con sus estudios, pero terminaron aceptando que ni el café ni las bebidas energéticas eran suficientes para sostener ambas cosas.

Sonido y visión: un lenguaje cohesionado

Para julie, la música y el arte visual son dos caras de la misma moneda. Cada portada, cada diseño de merch, cada video es una extensión orgánica de su sonido. Dillon, Keyan y Alex no subcontratan creatividad: collages hechos con notas antiguas, ilustraciones que evocan diarios íntimos y una estética que oscila entre lo onírico y lo siniestro. Su arte no es un añadido; es el alma del proyecto.

En 'my anti-aircraft friend', la cubierta muestra a una mujer de espaldas, tocando una guitarra frente a un amplificador que estalla en colores. El mensaje es claro: el foco está en el ruido, no en la figura que lo genera.

Este enfoque multidisciplinario se refleja incluso en su proceso de escritura. Las canciones no nacen en estudios de grabación, sino en escenarios. Sin laptops ni overdubs, confían en la energía cruda de sus actuaciones.

Recuerdan cómo enviaban demos grabados en el iPhone a su productor, quien a menudo no sabía cómo traducirlas al formato final. Sin embargo, para ellos, esa crudeza era completamente intencional, ya que representaba la esencia de su identidad.

Entre la nostalgia y el desasosiego: un equilibrio frágil

Etiquetar a julie como “shoegaze” resulta insuficiente. Sí, hay guiños a My Bloody Valentine y Swervedriver, pero su sonido es una criatura híbrida. En 'clairbourne practice', Alexandria canta con dulzura sobre relaciones tóxicas mientras los amplificadores rugen como bestias heridas. En 'feminine adornments', exploran la autoafirmación mediante letras que chocan con distorsiones grunge. Y en 'knob', rescatan una canción de 2019, reinventándola sin perder su raíz caótica.

El trío rechaza la nostalgia fácil y admite que esa palabra les aburre. En su lugar, prefieren hablar de “melancolía destructiva” o “belleza confrontacional”. Para ellos, su música no es un homenaje a los 90, sino un diálogo con el presente, en el que abordan temas como la salud mental, las relaciones fallidas y la lucha por definirse en un mundo que exige etiquetas.

El arte de existir fuera del algoritmo

En una industria obsesionada con TikTok y los vídeos virales, julie son una anomalía. No tienen cuenta en la plataforma, evitan las tendencias y su feed de Instagram parece más una galería de arte que un perfil de banda.

Defienden la idea de que si más artistas se centraran en la música y no en las redes, la industria iría mejor.

Han logrado un purismo nada impostado que se extiende a su contrato discográfico: cláusulas les garantizan libertad creativa total. No hay presiones para sonar comercial o producir contenido vacío.

Su éxito, irónicamente, llega en medio de esta resistencia. Giras con Foo Fighters y Faye Webster, entradas agotadas en EE.UU. y Reino Unido, y una base de fans que valora la autenticidad sobre el brillo. En Portland, durante su primer concierto fuera de California, descubrieron el poder de su conexión en vivo.

Aquel día, el público enloqueció desde el primer acorde, y en ese momento supieron que lo que estaban haciendo era real.

'my anti-aircraft friend': un debut sin concesiones

El álbum debut de julie es un viaje a través de emociones en bruto. Grabado entre giras, en estudios repartidos por California, conserva la espontaneidad de sus inicios. Canciones como 'stuck in a car with angels' surgieron de improvisaciones que nadie esperaba, pero que fluyeron libremente, mientras que 'tenebrist' homenajea a la banda experimental Unwound con ritmos asfixiantes y letras que exploran la claustrofobia emocional.

Para Alexandria, temas como 'i’ll cook my own meals' son gritos de autonomía. Para Keyan, 'knob' representa una reconciliación con su yo más joven. Dillon, por su parte, ve el álbum como un ejercicio de crecimiento y considera que no se trataba de reinventarse, sino simplemente de elevar lo que ya eran.

El futuro: sin miedo al ruido

A sus 22 y 23 años, julie enfrentan el desafío de madurar sin perder su esencia. La presión existe, pero no es la de cumplir expectativas ajenas, sino la de honrar a una comunidad que los sigue por ser genuinos.

En un mundo donde el arte suele sacrificarse en el altar del algoritmo, julie son un recordatorio de que simplemente coger las guitarras y ver qué pasa emulando a sus ídolos puede ser la mejor opción de todas. No construyen torres de cristal; prefieren amplificadores que estallan en color, canciones que desgarran y sanan, y un legado que, como su música, es imposible de ignorar.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.