Especial

Destroyer: canciones para el final de la noche y el comienzo de un nuevo día



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No hay voz que se parezca a la de Dan Bejar. No porque desafine ni porque busque un estilo forzado, sino porque parece hablar desde un lugar donde las canciones no se interpretan: se recuerdan. En cada frase suya hay un temblor, una duda que se convierte en forma. Nadie sabe del todo de dónde viene ese tono, a veces solemne, a veces burlón, pero siempre ajeno al tiempo que lo rodea. Y cuando se escucha, el mundo parece detenerse un instante, como si algo en su manera de cantar revelara que la belleza no se conquista, se pierde. Destroyer regresa ahora con ‘Dan’s Boogie’, y la gira española que lo acompaña promete no tanto una celebración como una despedida elegante. ¿Cómo se llega hasta aquí, después de tantos años cantando al borde del precipicio?

La historia de Destroyer es, desde su origen en Vancouver a mediados de los noventa, la crónica de una huida constante. Bejar empezó grabando solo, rodeado de interferencias y guitarras desafinadas, en el debut ‘We’ll Build Them a Golden Bridge’. Aquellas canciones parecían escritas en una habitación sin ventanas, con el micrófono a punto de romperse y una convicción desarmante: cantar incluso cuando la melodía amenaza con derrumbarse. Había humor y rabia, ironía y ternura, todo en un mismo trazo. En esos años ya se intuía la voluntad que definiría su carrera: no repetir nunca un sonido, no confiar en la comodidad. Con ‘City of Daughters’ comenzó a vislumbrarse un nuevo orden. La producción seguía siendo modesta, pero el lenguaje se abría paso entre los ecos caseros.

Las letras, que más tarde se convertirían en su seña, desbordaban los límites de la canción convencional. Bejar no escribía estribillos, sino fragmentos de un diario imaginario donde la música se entrelazaba con la literatura, el cine y la conversación. En ‘Thief’, grabado poco después, apareció por primera vez la ambición de unir ese verbo incesante con una forma más abierta. Piano, guitarras y melodías de una elegancia torpe daban cuerpo a un álbum que respiraba el aire de la contradicción: luminoso y agrio, sofisticado y descompuesto.

‘Streethawk: A Seduction’ fue la culminación de esa primera etapa, un disco que consolidó su nombre entre los que percibían en él algo más que un compositor singular. En sus canciones convivían la herencia de Bowie y la mordacidad de los escritores beat, la tradición del rock de los setenta y una sensibilidad urbana, moderna, casi literaria. Bejar construyó una ciudad sonora donde la seducción y el desencanto se abrazaban sin disimulo. Fue su primera gran obra maestra: un álbum que parecía mirar al pasado con nostalgia y al futuro con ironía. Entonces, cuando parecía haber encontrado un equilibrio, lo hizo pedazos. ‘This Night’, publicado en 2002, fue un salto al vacío.

La siguiente vuelta de tuerca fue ‘Your Blues’. En lugar de una banda, Bejar eligió acompañarse de sonidos sintéticos, teclados y arreglos digitales que evocaban una orquesta irreal. Aquello que pudo parecer una broma se transformó en un retrato fiel de su universo: teatral, ambiguo, capaz de hacer convivir la solemnidad con la risa. El término que él mismo usó para definirlo, “European blues”, no era una etiqueta sino una declaración de intenciones. Aquel disco anticipaba algo que se confirmaría con el tiempo: Bejar no buscaba autenticidad, sino artificio; no buscaba la pureza, sino la representación. Su música no pretende acercarse a la verdad, sino envolverla. ‘Destroyer’s Rubies’ supuso un retorno a la carne y al escenario.

Pero el verdadero punto de inflexión llegó con ‘Kaputt’. Bejar dejó entrar el aire de los ochenta, los brillos del pop elegante, los saxos, los bajos de seda y los sintetizadores que parecían flotar en un bar vacío al amanecer. Aquel disco fue recibido con sorpresa y devoción. Era un homenaje y una sátira al mismo tiempo, una reconstrucción de un pasado que nunca existió del todo. Las canciones fluían como si no tuvieran peso, envueltas en un tono de ironía melancólica. En ‘Blue Eyes’ o ‘Downtown’ se mezclaban la dulzura y el cansancio, el deseo de bailar y la certeza de que el baile ya ha terminado. ‘Poison Season’ amplió aquel universo con un aliento cinematográfico.

‘Ken’ llegó dos años después para reducir el tamaño del escenario y volver a la penumbra. Canciones más breves, ritmos más secos, un sonido que recordaba a las bandas británicas de los ochenta, pero con la ironía canadiense que siempre lo acompaña. En ambos discos se percibe el mismo impulso: avanzar sin saber hacia dónde, pero sabiendo que quedarse quieto sería peor.

Cuando el mundo se detuvo en 2020, Bejar entregó ‘Have We Met’, un disco que parecía grabado desde una habitación sin relojes. Los sintetizadores se expandían con lentitud, la voz sonaba distante, y las canciones, envueltas en una calma eléctrica, transmitían la sensación de estar observando la vida a través de un cristal. Dos años más tarde, ‘Labyrinthitis’ llevó esa exploración al extremo. Con ritmos hipnóticos y estructuras circulares, las canciones se entrelazaban como si formaran parte de una misma espiral.

Destroyer ha cambiado tantas veces de piel que intentar definirlo sería inútil. Lo que permanece no es un estilo, sino una mirada. En cada disco, Bejar se enfrenta a la música canadiense como si fuera una ciudad desconocida: entra sin mapa, observa las luces, se pierde a propósito. De ahí su rareza, su magnetismo. Sus canciones no buscan complacer ni provocar; simplemente existen, llenas de imágenes que se deshacen como el humo. En sus letras hay referencias a poetas, a calles, a conversaciones truncas. Hay humor y solemnidad, deseo y cansancio, ironía y ternura.

Lo fascinante de Bejar es que, a pesar de la aparente dispersión de su obra, todo parece formar parte de una misma búsqueda. Desde el lo-fi de los noventa hasta la exuberancia digital de hoy, hay un hilo invisible que une sus pasos: la insistencia en que el pop experimental, incluso en su versión más decorativa, puede contener verdad. No una verdad cerrada, sino esa chispa efímera que ocurre cuando una melodía coincide con una emoción.

Hoy, casi treinta años después de aquel primer puente dorado, Dan Bejar sigue cruzándolo. No hay destino, solo el gesto de avanzar. En cada disco destruye lo anterior para encontrar un nuevo modo de seguir cantando. En cada concierto, su voz vuelve a recordar que la música indie no salva, pero acompaña. Y en cada nota de ‘Dan’s Boogie’ late esa certeza crepuscular: la de que todo puede arder una vez más, aunque sepamos que al final solo quedará el humo.

Destroyer estará presentando próximamente su nuevo disco en nuestro país.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.