A veces, cuando una banda desaparece del radar durante un tiempo, no es porque haya perdido el rumbo, sino porque está reconfigurando su brújula. Eso es exactamente lo que ocurrió con The Horrors. Han transcurrido dos décadas desde que un grupo de jóvenes de Southend-on-Sea irrumpiera con ‘Strange House’ (2007), una especie de exorcismo sónico que agitó la escena con su mezcla de garage, teatralidad gótica y actitud abrasiva. Pero ese primer estallido fue solo el inicio de un camino insólito, en el que han mutado con cada paso sin perder el aliento, avanzando como un organismo que aprende a vivir de nuevo en cada entorno.
Su sexto álbum, ‘Night Life’, llega tras siete años de aparente silencio, aunque no de inactividad. Durante ese intervalo, publicaron los EPs ‘Lout’ y ‘Against the Blade’ en 2021, una especie de descarga eléctrica que anticipaba una posible dirección más cruda y abrasiva. Pero el verdadero núcleo de ‘Night Life’ empezó a forjarse lejos de los focos, en un sótano del norte de Londres donde Faris Badwan y Rhys Webb, ahora columna vertebral del grupo, compartían sesiones nocturnas cargadas de intensidad. El tiempo transcurrido no fue una espera pasiva: fue una incubación.
La salida de dos miembros clave, el teclista Tom Furse y el batería Joe Spurgeon, llevó al grupo a reformularse desde dentro. No hubo rupturas dramáticas ni tensiones acumuladas; simplemente, la vida tiró de ellos en otras direcciones. En su lugar, entraron dos figuras que no tardaron en hacerse indispensables: Amelia Kidd, procedente de The Ninth Wave, y Jordan Cook, batería de Telegram. Lejos de ser sustituciones funcionales, su entrada redefinió la paleta sonora de la banda, abriendo nuevas texturas, sobre todo en lo electrónico.
Y ahí es donde ‘Night Life’ encuentra su equilibrio más sorprendente. A medio camino entre la densidad industrial y un lirismo inesperado, el disco es la culminación de años de cambios, derivas y redescubrimientos. Concebido en parte en Londres, pero ensamblado con precisión en Los Ángeles junto al productor Yves Rothman, el álbum transpira esa dualidad que define a la ciudad: su deslumbrante fachada y su descomposición latente. La banda caminaba cada día hacia el estudio, observando cómo la decadencia se entremezclaba con el brillo de Hollywood. Ese contraste está en el ADN de temas como ‘LA Runaway’, que cierra el disco con una euforia melancólica, como si uno escapara mientras encuentra un motivo para quedarse.
La colaboración con Rothman fue mucho más que una cuestión de sonido. Fue una convergencia de formas de entender la música como algo fluido, mutante. Su enfoque, heredado de su trabajo con Yves Tumor, permitía trabajar con fragmentos, recombinarlos, romper la idea de una estructura fija. Esto resultó especialmente relevante en un momento en el que The Horrors se encontraban escribiendo casi en formato dúo, rodeados de amigos que aportaban ideas, más que de una banda cerrada en torno a un núcleo. Así nació un álbum que no pretende sonar a algo nuevo o viejo, sino a algo inevitable.
Los temas que componen ‘Night Life’ tienen una cualidad volátil. En ‘Ariel’, el arranque es una atmósfera que se eleva desde el suelo como un vaho inquietante, hasta que se desata en una tormenta electrónica que no pierde el control. ‘The Silence That Remains’ es, como su nombre sugiere, un pulso constante de tensión que libera su energía de forma contenida. ‘Lotus Eater’, con más de siete minutos de duración, se despliega como una alucinación persistente, una corriente envolvente de emociones ambiguas. Incluso ‘The Feeling Is Gone’, rescatada de una maqueta acústica de hace casi una década, reaparece convertida en una letanía sintética de resonancias espectrales. Cada canción es una pieza que forma parte de una narrativa sonora donde nada parece estar colocado por azar.
Pero más allá del sonido, lo que destaca en este regreso es una firmeza casi visceral en su propósito. Durante el proceso de creación, Badwan pasó un año pintando, alejándose de todo lo que implicara inmediatez. Webb y él dedicaron años a estas canciones, convencidos de que cualquier nueva entrega tenía que justificar su existencia no por el calendario, sino por una necesidad interna. No se trataba de hacer un disco correcto: debía ser el disco que querían hacer.
El título del álbum, ‘Night Life’, no es un guiño superficial. No remite a la fiesta ni al artificio. Para Badwan, tiene que ver con el insomnio, con esas caminatas en soledad por Londres cuando todos duermen y la ciudad se transforma. Es una manera de habitar el tiempo de otro modo, cuando las calles parecen ecos de algo más antiguo, más íntimo. En ese terreno emocional es donde florece este trabajo: en lo que se mueve en la penumbra.
A pesar de todo el trayecto recorrido, hay algo en ‘Night Life’ que recuerda a los primeros días. No en su sonido, que ha viajado kilómetros desde ‘Strange House’, sino en su actitud. Como si el tiempo no hubiera despojado al grupo de su necesidad de avanzar, aunque ahora lo hagan con otra intensidad. No pensaron en singles ni en fórmulas; solo en la música que realmente querían sacar a la luz. Y eso encapsula la razón por la que este disco no es un regreso: es una continuación necesaria.
Veinte años después de su primera aparición, The Horrors no son los mismos, pero tampoco son una banda distinta. Son lo que han sido siempre: una fuerza que no se acomoda, que nunca se entrega a la comodidad del estilo, que sabe que moverse es la única forma de permanecer. Y si ‘Night Life’ es la noche más oscura, también es la más viva.
The Horrors estarán actuando en Madrid el próximo 6 de abril de la mano de Primavera Tours.
