Crónica

Vodafone Paredes de Coura 2025

Viernes

15/08/2025



Por -

La jornada del viernes arrancó de la forma más sosegada posible gracias a la propuesta de Memória de Peixe, quienes supieron trasladar con precisión todas las virtudes de ese jazz con elementos de dream pop que queda encapsulado en su más reciente trabajo ‘III’, confirmando así que son una de esas formaciones que han hallado una fórmula única para desplegar canciones que avanzan con sutileza y que se van construyendo sobre atmósferas meticulosamente diseñadas, abriendo un espacio donde el oyente puede dejar volar su imaginación en libertad al tratarse de una propuesta instrumental que evita la literalidad y busca siempre sugerir antes que explicar. A lo largo del breve tiempo que tuvieron fueron alternando pasajes marcados por la improvisación, en los que cada miembro de la banda encontraba su hueco para brillar, con otros momentos en los que se imponían punteos de guitarra delicados capaces de fijar estructuras que dotaban de profundidad y de consistencia a lo que sucedía sobre el escenario. Se trató de una actuación distinta a lo que habitualmente se espera en un contexto festivalero, quizá menos orientada a la inmediatez del impacto, pero que precisamente por ello resultó necesaria y valiosa, otorgando al festival esa personalidad diferenciada que se construye apostando por propuestas que se atreven a romper la norma y que aportan un respiro cargado de matices en medio de tanta intensidad sonora.

También siguiendo una senda marcada por la calma apareció Cassandra Jenkins, quien debutaba en Portugal con un concierto que bien podría definirse como impecable. La norteamericana, acompañada por una banda en perfecto estado de forma, supo dejar grabada la huella de un pop sofisticado y rebosante de sensibilidad, encontrando en todo momento a un público absolutamente entregado, silencioso y atento, dispuesto a no perder ni un matiz de lo que acontecía sobre las tablas. Desde los primeros compases con ‘Devotion’ quedó patente esa manera tan inimitable de cantar que posee la artista, instalada en un susurro grave que parece rozar lo recitado y que logra atrapar de inmediato por su honestidad desarmante. Mientras tanto, sus músicos arropaban cada pasaje con un sonido de una belleza cristalina, alejado de lo ornamental, siempre medido para que la intensidad emocional de piezas como ‘Aurora, IL’ pudiera desplegarse sin obstáculos y generar esa conexión casi espiritual que caracteriza su obra. Hubo igualmente espacio para un momento de denuncia en ‘Hard Drive’, modificada para la ocasión con unas palabras que ponían el foco sobre la situación del pueblo palestino, gesto que sumó un matiz reivindicativo a un directo que ya de por sí resultaba inolvidable. El final llegó casi sin darnos cuenta, con la sorpresa de que la esperada ‘Clams Casino’ no llegase a sonar, aunque ello no impidió que la sensación general fuese la de haber asistido a algo verdaderamente excepcional, con el deseo compartido de que no tarde en repetirse una experiencia tan especial como la vivida aquella tarde.

Tras la magia que había dejado la actuación de Cassandra Jenkins, lo de Geordie Greep supuso un contraste abrupto, casi un mazazo, en la medida en que su propuesta se presentó como un ejercicio de extravagancia llevada al extremo y de retorcimiento sin motivo aparente, más allá de la necesidad de forzar los límites de una experimentación que terminó revelándose frágil y sin sustento. Desvinculado ya de su etapa en black midi, el músico ha decidido construir un nuevo proyecto en el que confluyen fragmentos dispersos de crooner desencajado, free jazz chirriante y hasta ráfagas de heavy metal; ingredientes que, lejos de amalgamarse en una propuesta sólida, dieron lugar a una coctelera de sonidos inconexos y, por momentos, desquiciantes. Su paso por el festival, más que deslumbrar, se convirtió en la prueba palpable de cómo lo que algunos tienden a ensalzar como genialidad puede, en realidad, derivar en una sucesión de voces abruptas, pasajes instrumentales conducidos hasta la extenuación por caminos tortuosos y un desconcierto constante que transmitía la sensación de que nadie guiaba la nave. El resultado fue un concierto que se hizo interminable, acentuado por una jam final que parecía prolongarse sin final conocido, y que dejó claro que, en ocasiones, la indisciplina musical puede confundirse con una pedantería tediosa capaz de agotar incluso al oyente más paciente.

Mejorando ligeramente lo dejado por Georgie Greep, bar italia llegaban por fin al festival tras haberse visto obligados el año anterior a cancelar su actuación por motivos que nunca llegaron a desvelarse y que todavía hoy permanecen en el terreno del enigma. En esta ocasión, el grupo se presentaba inmerso en una nueva etapa que parece querer desprenderse de la opacidad que durante años rodeó al proyecto, pues ya existen fotografías promocionales en las que se distinguen con claridad sus rostros, sus composiciones han abandonado en gran parte esa penumbra enigmática que las caracterizaba y las letras, menos crípticas, parecen concebidas para ser recordadas y coreadas. Quedaba por comprobar de qué manera se entrelazaban todas estas transformaciones sobre el escenario y lo cierto es que lo que se vio fue un conjunto más desinhibido, con voces que alcanzaban mayor potencia y un desempeño que, sin embargo, resultó algo irregular, sobre todo cuando recurrieron a un repertorio antiguo que acusaba un exceso de revoluciones y cierta falta de sutileza. El estreno de su reciente single ‘Cowbella’ ejemplificó con claridad ese viraje hacia una expresividad sin filtros, lanzada a mostrar lo que guardan en su interior sin necesidad de adoptar actitudes huidizas ni de fingir distancias impostadas, aunque esa apuesta por territorios cercanos al estrellato del rock no siempre les favorezca y, en ocasiones, parezca desajustada con la esencia de su propuesta.

Pasando de la calma nocturna a la energía más luminosa del día, Black Country, New Road se presentaron sobre el escenario con la determinación de conquistar a través de la perfección melódica y un virtuosismo instrumental que, a esas alturas de la tarde, resultaba especialmente reconfortante, ofreciendo un respiro frente a la intensidad de jornadas previas y mostrando una maestría que solo grupos con años de estudio y dedicación pueden desplegar con tanta naturalidad. Conscientes del respeto y la atención que el público portugués siempre otorga, lograron que cada instante del concierto se percibiera como un viaje casi suspendido en el tiempo, donde la melancolía adquiere un matiz luminoso y esperanzador y donde canciones como ‘Two Horses’ funcionaron como la apertura ideal para comprobar cómo, en su tercer disco, la sencillez compositiva, llevada con precisión y sensibilidad, alcanza una dimensión de enorme valor, permitiendo que el directo transcurra por una senda que combina asombro y placer estético de manera impecable. Cada primer plano del escenario, cada gesto de los músicos, dejaba entrever años de formación en conservatorio; sin necesidad de artificios, supieron imprimir un ritmo constante que alcanzaba momentos de auténtica épica en piezas como ‘The Big Spin’, mientras que el barroquismo contenido en ‘Forever Howlong’ se transformaba, en directo, en una experiencia más risueña y accesible, demostrando que la complejidad no está reñida con la emoción y que la banda, a base de talento y disciplina, podía llenar cada rincón del festival con una sensación de triunfo absoluto, dejando claro por qué merecen todos los elogios y la admiración que despiertan cada vez que suben a un escenario.

Cómo el Paredes de Coura siempre ha demostrado ser un festival de contrastes, nuestra siguiente parada nos llevó hasta King Krule, quien ofreció un concierto de lo más destacado y sorprendente, mostrando una energía y un nivel de entrega que pocos podían esperar, quizás empujado por un público que le recibió con devoción y que incluso provocó que su saxofonista se adentrase varias veces entre los asistentes, mezclándose con ellos y dejando que los brazos del público lo transportasen por encima de sus cabezas como si formara parte de una coreografía improvisada; con el estatus absoluto de cabeza de cartel de la jornada, incluso canciones que podrían parecer más contenidas como ‘Space Heavy’ se convirtieron en auténticos torbellinos de voces rasgadas, graves retumbantes y esa sensación de urgencia, como si cada tema fuese interpretado con la intensidad de un último concierto, demostrando que la madurez ganada a lo largo de los años y sus coqueteos con el jazz más disruptivo le permiten adaptarse a cualquier momento y contexto del festival para dejar una huella imborrable; además, la dedicatoria de ‘Tortoise of Independency’ a Diego Jota añadió un gesto cercano que lo acercó todavía más al público, generando un vínculo palpable que culminó en un final apoteósico con ‘Out Getting Ribs’, una pieza intrincada que conserva esa dosis de misterio existencial que caracteriza su música pero que al mismo tiempo desata una euforia contenida y profunda, dejando claro que King Krule posee la capacidad de transformar cualquier escenario en un lugar donde la intensidad emocional y la maestría instrumental se encuentran en perfecta armonía.

El segundo cabeza de cartel de la noche resultó ser Mk.gee, en una de esas apuestas programáticas que, a buen seguro, debieron resultar complicadas de coordinar y de cerrar con éxito, generando una enorme expectativa entre quienes nos acercábamos al escenario con la curiosidad de descubrir qué novedades traería consigo el artista de Linwood en su versión en directo; lo cierto es que desde los primeros compases se percibió una notable soltura interpretativa, transformada en una libertad vocal inesperada que permitió que la sobriedad y la contención se mantuvieran como bandera durante todo el espectáculo, otorgando al concierto un aire distinto y más íntimo, casi como si cada tema hubiese sido cuidadosamente calibrado para no eclipsar la esencia de su propuesta; a diferencia de otros músicos que se dejan impresionar por la majestuosidad del lugar, Mk.gee mantuvo la compostura, ofreciendo un directo que quizá no buscaba dejar una huella imborrable, pero que, aun así, logró mantener el interés y la atención del público, sobre todo gracias a piezas tan destacadas como ‘Dream Police’, que desde sus primeros acordes establece el tono de la actuación, y ‘Rylee & I’, cuya calidad compositiva impide que la concentración se disperse; además, la forma en que supo dosificar y saturar el sonido de manera elegante, especialmente en momentos como los de ‘Are You Looking Up’, que sonó totalmente arrebatadora y con un punto emotivo que rara vez se percibe en su directo, permitió que la sensación final fuese plenamente satisfactoria y que la experiencia resultase coherente, atractiva y suficientemente redonda para quedarse en la memoria de quienes presenciamos su actuación.

La noche del viernes la cerramos con Ela Minus, que llegaba por primera vez a Portugal con un tan solo su aparataje sintético y una cámara que permitía observar de cerca cada detalle de lo que sucedía sobre el escenario y entre el público, demostrando desde el primer instante cómo es posible que la electrónica más elegante y refinada pueda resultar al mismo tiempo tremendamente bailable y generar esa dosis de energía necesaria para cerrar una jornada intensa; la artista colombiana manejó a la perfección los tiempos, alternando con precisión entre los pasajes más introspectivos y cerebrales de su música y los momentos de éxtasis colectivo en los estribillos desinhibidos, ofreciendo un directo en el que conviven sus letras combativas, como las de la intensa ‘COMBAT’, con instantes de profunda reverberación y belleza sonora, como los que se desprenden de ‘ONWARDS’, todo ello impulsado por la hiperactividad y la pasión que caracterizan cada gesto y cada decisión sobre las tablas, generando una experiencia que atrapó desde el primer segundo y que, sin lugar a dudas, se convirtió en el mejor directo electrónico de todo el festival, dejando claro que su formato minimalista y cuidadosamente trabajado es perfectamente idóneo para cualquier escenario y ocasión, capaz de conquistar tanto a quienes buscan intensidad rítmica como a quienes disfrutan de la complejidad sonora más sofisticada.

Crónica a cargo de Jorge Rodríguez Pascual y Noé R. Rivas

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.