La última jornada del festival arrancó con un aire de ligera fatiga entre el público, dado que pocas ediciones recordamos tan calurosas y exigentes, pero la agenda seguía ofreciendo propuestas sumamente atractivas dentro de una programación que volvía a demostrar, una vez más, su capacidad para mezclar estilos y sorpresas de manera absolutamente equilibrada; nuestra tarde comenzó con Ana Frango Elétrico, quien regresaba a Portugal tras el éxito incontestable de su actuación en la pasada edición del Primavera Sound Porto, y lo hacía acompañada de su banda al completo para reafirmar su estatus como una de las artistas más carismáticas en ese cruce brillante entre la tropicalia y el pop brasileño; desde los primeros compases del concierto, convertido ya en el más concurrido de la jornada para los horarios equivalentes de otros días, se percibió cómo la banda, repleta de percusiones, vientos y matices rítmicos, creaba un entramado sonoro orgánico y envolvente que realzaba la serenidad y la calidez de la cantante, llevándonos a recorrer prácticamente todos los trabajos de su repertorio con una energía jovial y contagiosa, demostrando que en su música pueden convivir de manera natural los pasajes más sintéticos y apacibles con la vitalidad efusiva de la bossa nova; el resultado fue una sensación de estar transportados al otro lado del Atlántico, disfrutando de un espectáculo que, pese a desarrollarse a horas tempranas de la tarde, se convirtió en un momento absolutamente inolvidable que reforzó la versatilidad y el magnetismo de Ana Frango Elétrico como intérprete y compositora de primer nivel.
La segunda parada de la tarde resultaba especialmente significativa, encontrándonos con Chastity Belt llegadas directamente desde Seattle para presentar lo que sin duda puede considerarse el punto álgido de su trayectoria hasta la fecha, su disco ‘Live Laugh Love’, un trabajo que condensa con brillantez toda la sensibilidad y el carácter melancólico que caracteriza a la banda. Su actuación se centró casi exclusivamente en estas composiciones, dejando una huella indeleble de esa melancolía contenida que, pese a su apariencia algo triste, siempre logra inclinar la balanza hacia un terreno dulce y lleno de calidez, un efecto que se refuerza con la precisión de un sonido nítido y claro, salpicado de momentos puntuales donde las guitarras se crispaban y Julia Shapiro se permitía rasgueos más enérgicos que otorgaban un punto de tensión que contrastaba con la serenidad general del concierto, convirtiendo la experiencia en una auténtica delicadeza de dream pop austero y emocionalmente honesto. La apertura con ‘Hollow’ marcó el tono de la tarde, seguida con rapidez por ‘Fear’, un tema que desató una intensidad contenida y nos recordó que, por encima de todo, estamos ante un grupo capaz de transmitir emociones arrebatadoras con gran naturalidad y fuerza interpretativa. La evolución del concierto mantuvo un equilibrio impecable entre momentos apacibles y estribillos cuidados hasta el último detalle, combinando con acierto instantes de amenaza contenida como los que emergen en ‘Chemtrails’, y al aproximarnos al final nos percatamos de estar ante una formación capaz de capturar y representar con total claridad sentimientos complejos y difusos, ofreciendo una conexión auténtica con el público y dejando la sensación de haber sido testigos de un directo que, más allá de la música, narraba con precisión emocional la esencia misma de la banda.
Inmediatamente tras el concierto de Chastity Belt nos dirigimos a buscar un lugar privilegiado para asistir a la actuación de DIIV, que acabaría convirtiéndose en uno de los momentos más memorables del festival y, sin duda, en el gran concierto del día, desplegando una intensidad y coherencia pocas veces vistas en directo. Programados a plena luz del día, supieron dominar el escenario con una solvencia impresionante, recurriendo en esta ocasión a las tonalidades más apagadas, introspectivas y reposadas de su último trabajo ‘Frog In Boiling Water’, un disco que refleja con claridad la madurez y el compromiso artístico del grupo, y cuya interpretación en vivo resultó más cercana y emocionante que nunca. Lejos de limitarse a ofrecer un repaso superficial de sus mayores éxitos, apostaron por un repertorio en perfecta sintonía con los tiempos que vivimos, incorporando referencias políticas y sociales que van desde críticas a webs conspiranoicas hasta comentarios sobre América como el mayor Satán posible, pasando por mensajes de liberación para Palestina, todo ello integrado con naturalidad tanto en sus letras como en su discurso entre canción y canción, dejando patente que la banda mantiene intacta su personalidad y coherencia frente a la adversidad. Con un sonido impecable, en el que la línea de bajo se convirtió en protagonista y en el que se percibía constantemente la tensión de un mundo que parece abrumar con su ritmo y sus injusticias, DIIV ofreció un concierto realista y sincero, cargado de emoción contenida y con una dosis de oscuridad más apegada a nuestra piel y retinas que nunca bajo plena luz del día, capaz de envolver a los espectadores y dejar la sensación de haber presenciado una actuación que combina sensibilidad, compromiso y un magnetismo capaz de permanecer grabado en la memoria mucho después de que se apagaran las luces del escenario.
De carácter completamente distinto resultó la actuación de unas Hinds que, desde el primer instante, se mostraron comunicativas, intentando conectar con el público en un portugués torpemente cariñoso que, lejos de restar, añadía un punto cercano y desenfadado a todo el directo; su objetivo parecía ser, por encima de cualquier otra cosa, contagiar efervescencia y buen ánimo, y lo consiguieron de manera casi absoluta, logrando que prácticamente todos los madrileños y seguidores presentes en el recinto se entregaran a la diversión de principio a fin, algo que pudimos constatar paseándonos por distintos puntos del espacio mientras la banda desplegaba su energía. Entre bromas, explicaciones y pequeños guiños hacia el público, incluyeron una versión sorprendentemente divertida y muy personal de ‘Girl, so confusing’ de Charli XCX, alternando con un sólido repaso a su último disco, donde interpretaciones intensas como la de ‘Stranger’ añadieron un punto de emotividad y cercanía, demostrando que su directo es capaz de conjugar espontaneidad, potencia y sensibilidad con naturalidad; de esta manera, durante los aproximadamente cuarenta y cinco minutos de su actuación, construyeron un setlist variado, representativo de su trayectoria y capaz de mantener la atención de los presentes en todo momento, celebrando por todo lo alto, diez años después de su primera visita al festival en la que incluso durmieron en el camping.
Con un semblante serio y concentrado, Sharon Van Etten subió al escenario para desplegar los temas de un último trabajo que, a pesar de contar con momentos interesantes, resultó un tanto irregular y pasó relativamente desapercibido en su publicación a principios de año; no obstante, la veterana artista fue poco a poco tirando de experiencia y oficio para que su directo no se desvaneciera entre los difusos derroteros de estas nuevas composiciones, logrando mantener el interés del público a lo largo de la actuación, aunque sin duda fueron sus temas más celebrados los que marcaron los momentos más memorables, con clásicos como ‘Comeback Kid’ que mantuvieron la fuerza y el pulso del concierto, o una intensa ‘Every Time the Sun Comes Up’ que imprimió carácter y profundidad a la velada, demostrando que incluso los altibajos del repertorio más reciente podían salvarse gracias a su capacidad para transmitir emociones con claridad y seguridad; tirando de potencia y presencia para contrarrestar cualquier fragilidad o posible decaimiento, Sharon consiguió que sus seguidores disfrutaran de un espectáculo firme y convincente, donde optó por dejar a un lado la versión más desnuda y melancólica de su música, culminando la noche con un cierre absolutamente energizado y arrebatador con ‘Seventeen’, que puso de manifiesto cuáles habían sido sus intenciones desde el primer acorde.
Entrando en el tramo casi final del festival, Air ofrecieron un concierto de elegancia impecable, demostrando una vez más cómo ‘Moon Safari’ sigue vigente y relevante, tanto para quienes la vivieron en su lanzamiento como para nuevas generaciones que descubren su atmósfera etérea y envolvente; esta gira conmemorativa no solo sirve para reivindicar aquel aclamado trabajo, sino también para celebrar la trayectoria de un grupo capaz de acercar la pista de baile a través de tempos lentos y pausados, construyendo un clima hipnótico en cada compás; con una puesta en escena minuciosamente cuidada, luces de neón que se desplazaban al ritmo de la música y figuras geométricas que se adaptaban a cada acorde, acompañadas de un sonido absolutamente impecable, Air lograron enmudecer al público y despertar en él movimientos comedidos pero cargados de emoción, casi reverenciales, ante la belleza de cada tema; desde los primeros acordes de ‘La Femme d'argent’ consiguieron establecer un ambiente perfecto, capturando con precisión los matices espectrales de sus composiciones y transformándolos en un disfrute pleno para todos los sentidos, coronando la actuación con un repertorio selecto que incluía piezas tan envolventes como ‘Run’ o el melancólico ‘Dirty Trip’, que en el contexto del festival se sentía especialmente cercano y tangible, consolidando a la banda como los auténticos cabezas de cartel de la noche.
Franz Ferdinand irrumpieron en el festival con aires claramente revivalistas, apostando por un repertorio que recuperaba sus grandes éxitos mientras que las canciones de su último trabajo, diseñado en ocasiones con la fórmula previsible de los festivales más comerciales que recorren buena parte de la península ibérica, flaqueaban ligeramente, aunque la banda parecía plenamente consciente de esta limitación y compensó con un setlist equilibrado que combinaba momentos de euforia con pausas más mesuradas, logrando así su objetivo de unir a varias generaciones que han crecido escuchando su música y que celebran cada aparición con entusiasmo contagioso; la emoción se palpó desde los primeros acordes de ‘Walk Away’, que eriza la piel por su intensidad, hasta el instante culminante en el que ‘Take Me Out’ se pone en marcha y convierte a todo el público en un coro vibrante, demostrando que programarlos casi al cierre del festival fue un acierto para prolongar la fiesta hasta el último instante; cerrando la actuación, la banda conectó a la perfección con las últimas ediciones del after movie del festival, coronando la velada con ese ya mítico ‘All My Friends’ de LCD Soundsystem, que sonó pletórico pero también con un cierto punto de tristeza porque recordaba que era el momento del año en el que quedaban más días para volver al Couraíso.