Crónica

Vodafone Paredes de Coura 2025

Miércoles

13/08/2025



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Un año más caímos rendidos a las bondades del Vodafone Paredes de Coura, un festival que parece diseñado para convertirse en cita ineludible de cada verano y que, por mucho que intente describirse, solo se entiende plenamente al vivirlo en primera persona, cuando el río, las colinas y la música confluyen en una experiencia que trasciende lo puramente sonoro para convertirse en un ritual compartido. Poco importa, al llegar al final de la última jornada, el cansancio acumulado de días enteros subiendo y bajando cuestas, lidiando con los caprichosos contrastes entre el calor sofocante de las tardes y el frío que cala en la madrugada; sabemos de antemano que volveremos siempre porque ese agotamiento físico, que se acentúa cuando uno ya ha dejado algo atrás la adolescencia y aun así sigue durmiendo en el camping como si no pasara el tiempo, queda inevitablemente eclipsado por la excelsa programación musical. Si cada edición nos depara hallazgos que parecen joyas escondidas en todas sus líneas, este año podemos afirmar sin titubeos que hemos asistido a una de las programaciones más impresionantes de la historia del festival, un cartel tan sólido y variado que resulta difícil imaginar cómo podrá superarse en el futuro inmediato. A ello se suma un sonido impecable en absolutamente todas las actuaciones, un nivel técnico que marca la diferencia respecto a otros eventos similares, y una organización que se muestra igualmente afinada en aspectos tan básicos como esenciales, desde el servicio de barras hasta la limpieza y disponibilidad de los aseos. Con estas virtudes reunidas, nos encontramos escribiendo, una vez más, nuestra carta de amor a Paredes de Coura, actualizada con cada edición y cargada de la certeza de que no necesitamos aferrarnos a la nostalgia de pasadas glorias porque sabemos que el presente y el futuro seguirán brindando momentos igual de intensos y memorables, evitando así cualquier tentación de mirar atrás con añoranza. Dicho esto, comenzamos a relatar todo lo que ocurrió sobre los escenarios y los motivos que consolidan a este festival como nuestro favorito año tras año.

La jornada del miércoles se presentaba como una de esas ocasiones que prometen permanecer grabadas en la memoria de quienes aman la música en directo, protagonizada por algunos de los artistas que habían firmado sin lugar a dudas buena parte de los discos más celebrados del último año, entre los que sobresalían Being Dead, MJ Lenderman y Vampire Weekend, creando un arranque del festival que ya sobre el papel se intuía imbatible en cuanto a actualidad e interés artístico. Con esta premisa bajo el brazo, la primera jornada del evento se llevaba la palma de antemano, y el inicio no podía ser más potente gracias a la presencia de Being Dead, que debutaban en la península ibérica abriendo el festival y derrochando esos juegos vocales perfectos, ese inconfundible aire de pop western que han consolidado con el tiempo y ese sentido del divertimento que atraviesa cada una de sus letras y las hace irresistibles. Los tres miembros de la banda compartían sonrisas cómplices y anécdotas en voz baja entre canción y canción, alternando momentos de reprise efusiva como en 'Love Machine' con su faceta más oscura y profunda en temas como 'Problems', guiando todo el concierto bajo ese espíritu de pop garagero que recuerda con nostalgia que en la época de los dos mil había una abundancia de bandas que conseguían transmitirlo con tanta autenticidad, algo que en los últimos años se ha vuelto más escaso. Gracias a la ligereza y jovialidad propias de quienes poseen un innato don melódico, lograron ofrecer uno de los conciertos más memorables del festival sin depender de un horario privilegiado ni de un público entregado desde el primer instante, aunque no faltaron fans entusiastas que incluso se atrevieron a lanzarles un vinilo como muestra de admiración y conexión con la banda. La conclusión con un 'Treeland' plagado de gritos de emoción y una batería llevada al límite puso de manifiesto cómo todos sus recursos están cuidadosamente orientados a alcanzar ese estado de euforia colectiva capaz de sobreponerse a cualquier altibajo vital, dejando claro que su propuesta escénica no se limita a la música sino que busca crear un vínculo intenso y duradero con quienes tienen la suerte de presenciarlo.

Nuestra segunda parada del festival estuvo a cargo de Unsafe Space Garden, quienes al día siguiente protagonizarían las Vodafone Music Sessions en la Capilla de San Francisco y Señora de Pena en Castanheira, y cuya actuación principal en el escenario grande dejó claro por qué su propuesta despierta tanto interés entre quienes buscan descubrir nuevas bandas con identidad propia; mientras que en el formato reducido del día siguiente exploraron con más delicadeza los rincones de su repertorio, en esta primera cita desplegaron con fuerza su último disco 'WHERE’S THE GROUND?', ofreciendo un directo que navegó con entusiasmo por la energía hippie de los ochenta, aquella que resonaba con las protestas ecologistas y con un espíritu comprometido y a la vez divertido, impregnando la actuación de un aura que iba más allá de la música y se extendía a la estética visual de la banda, con referencias a pinturas coloridas, pancartas donde lo absurdo, lo contradictorio y lo reivindicativo se entrelazaban y un estilo propio que se mostraba siempre reconocible; su concierto fue una demostración de cómo practicar un art pop en el que no todos los elementos tienen que encajar a la perfección, con voces que transitaban un amplio margen de agudos, melodías ligeras que convivían con momentos de caos absoluto y esa sensación constante de transitar por el lado más amable de la vida, creando una experiencia ideal para las horas de la tarde en un festival, donde la combinación de frescura, riesgo y diversión generó un ambiente único que permitió a los asistentes conectarse con la música de una forma orgánica y estimulante, descubriendo cada matiz y cada gesto que hace que Unsafe Space Garden sea una banda capaz de fascinar tanto por sus composiciones como por su puesta en escena.

Trasladándonos por primera vez al escenario principal, nos encontramos con una Nilüfer Yanya que ya ofrecía un espectáculo incluso antes de empezar su concierto, encargándose personalmente de montar su pedalera, afinar la guitarra, retocarse con delicadeza el maquillaje y regalar unos cuantos selfies que dejaban constancia de que su aspecto y presencia estaban cuidadosamente calibrados para transmitir la mejor versión de sí misma; tras la ovación que recibió antes de dar los primeros acordes, su aparición sobre el escenario se convirtió en una auténtica celebración, y al finalizar el show la despedida fue igualmente efusiva, reflejo de un directo en el que se centró en la vertiente más cruda y directa de su repertorio, demostrando que no necesita grandes alardes escénicos para imponer carácter y personalidad interpretativa, y que la fuerza de su propuesta reside en la intensidad con la que aborda cada canción; elevando el sonido de su guitarra varios puntos por encima de lo que se escucha en sus versiones de estudio, su “method actor” funcionó a la perfección, entregándose por completo en momentos como ‘Stabilise’ y mostrando cómo sus composiciones nunca siguen un camino amable ni previsible; con una energía constante y una gestión impecable de su tiempo sobre el escenario, logró transmitir sentimientos densos y complejos, mezclando un ritmo cercano al pop de altos vuelos con la crudeza y el espíritu del rock más introspectivo, recorriendo con cada gesto y cada nota un camino lleno de matices que convierte sus canciones en experiencias esquivas, desafiantes y absolutamente memorables, capaces de atrapar al público sin necesidad de artificios, únicamente mediante su talento, su intensidad emocional y esa personalidad arrolladora que define a una artista de singularidad inconfundible.

La tarde del festival continuaba con la presencia de artistas de enorme actualidad y talento, y entre ellos, Cass McCombs se erigía como uno de los nombres más destacados, especialmente tras haber publicado tan solo dos días antes su nuevo disco ‘Interior Live Oak’, una obra que se presenta como una pequeña joya donde el californiano confirma su acercamiento a tesituras más lejanas de la canción de americana profunda mientras abraza un espíritu pop tratado con guitarras cálidas y envolventes; desde los primeros compases de su actuación se percibió cómo atraviesa un momento creativo y personal excepcional, mostrando una faceta más habladora y cercana que en otras ocasiones, compartiendo anécdotas con el público y transmitiendo un entusiasmo contagioso mientras recorría su repertorio con una naturalidad arrolladora; no dudó en presentar algunos de sus temas más recientes como ‘Peace’ o la introspectiva ‘Van Wyck Expressway’, piezas que ilustran a la perfección cómo a lo largo de su trayectoria siempre ha sabido construir canciones capaces de envolver al oyente en un abrazo profundo y emotivo; dejándose llevar por sonoridades que rozan el dream pop, McCombs encontró tiempo también para regalarnos la dulzura de ‘Belong To Heaven’, en la que cada nota transmitía un estado de felicidad que, en otros momentos de su carrera, parecía intentar esquivar, ofreciendo así una representación de su nueva etapa igualmente interesante y un ejemplo de cómo es posible reinventarse dentro de una carrera tan dilatada sin perder jamás la esencia que define su música; como complemento a su actuación principal, también dejó huella en la Vodafone Music Session celebrada ese mismo día en el centro de la villa, donde ofreció un concierto tranquilo y sosegado que permitió que la hermosa ‘County Line’ hiciera acto de presencia, demostrando una vez más que Cass McCombs no solo posee un talento innegable para la composición, sino también para transformar cada interpretación en una experiencia íntima y memorable para quienes tienen la fortuna de escucharlo en directo.

Con la noche ya desplegada sobre nuestras cabezas, llegaba sin duda uno de los momentos más esperados del festival para quien aquí escribe, y es que la llegada de MJ Lenderman y su banda a Portugal por primera vez, tras la actuación que el propio artista ofreció en la edición pasada del festival con Wednesday, generaba una expectación difícil de igualar; durante su hora de actuación, Lenderman dejó claras las razones por las que es uno de los músicos actuales que mejor sabe exprimir la vertiente más narrativa de la canción americana, construyendo un directo firme y emocionantemente preciso donde la timidez se mezclaba con un agradecimiento constante y sincero, y donde la complicidad con su banda The Wind, sin presencia de ningún miembro de Wednesday, permitía que cada interpretación alcanzara una brillantez interpretativa y un aura de autenticidad difícil de encontrar en otros escenarios; arrancando con la versión de ‘Dancing In The Club’ de This Is Lorelei, sentó las bases de un sonido sobrio, pausado y cocido a fuego lento, en el que los estribillos de canciones como ‘On My Knees’ estallaban con toda su intensidad mientras se entrelazaban momentos que, aunque críticos dentro de la vida de cualquier persona, se transformaban con la distancia y la perspectiva en recuerdos envueltos en una sonrisa difusa, y en los que la simplicidad lírica se convertía en vehículo de emociones profundas; sin renunciar a su lado más abrasivo con temas como ‘SUV’ o a instantes mágicos de comunión con el público, donde las bombillas encendidas recordaban los rituales marca Vodafone en ‘She’s Leaving You’, MJ Lenderman demostró que su música es capaz de capturar tanto la esencia de la vida cotidiana como la magnitud de los sentimientos humanos, convirtiendo su actuación en un recuerdo imborrable y dejando patente que, dentro de la presente edición del festival, su concierto será sin duda el que permanecerá con mayor fuerza en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de vivirlo.

Aun con la emoción todavía latente del directo de MJ Lenderman, nos dirigimos hacia el escenario secundario para comprobar de primera mano cómo se las gastaba Don West, ese último crooner australiano que, con su presencia elegante y tranquila, recuerda a esos actores que interpretan al macho alfa de carácter blando en las películas taquilleras, pero que en el fondo esconden una sensibilidad extraordinaria capaz de convertir cada canción de alma soul en un pequeño milagro musical; acompañado de una banda de lo más potente, West demostró su maestría combinando de forma impecable las dosis de sonido clásico, con un toque sutilmente modernizado que recordaba a la vertiente más rockera de su personalidad artística. Centrando su repertorio especialmente en esas baladas que parecen diseñadas para ser disfrutadas en la intimidad más romántica y contemplativa, donde cada acorde y cada nota vocal transmiten cercanía, nostalgia y emoción contenida, y que, a medida que avanzaba la actuación, se fue elevando hacia un final más entregado y apasionado, haciendo que incluso quienes se habían acercado por simple curiosidad se dejaran envolver por esa aura de sensibilidad y sofisticación que define a Don West como una de esas nuevas voces polivalentes del R&B contemporáneo.

Entrando en el turno de los cabezas de cartel de la noche, llegó el momento en que Zaho de Sagazan tenía que confirmar su estatus destacado dentro de la posición que ocupaba en el cartel, una tarea que a nivel artístico, sin embargo, quedó bastante diluida a juzgar por lo repetitivo del concierto y la limitada variedad de recursos empleados una vez presentados los temas más emblemáticos de su aún breve trayectoria; visiblemente emocionada por el calor del público y por la acogida entusiasta que recibió desde los primeros compases, basó su directo en una primera parte centrada en buscar el aplauso fácil a través de su interpretación vocal, para luego entregarse a un frenesí sintético y machacón con canciones como ‘La symphonie des éclairs’ y ‘Old Friend’, donde la repetición de estructuras y la escasa evolución de los temas hicieron que la sensación general fuese más la de un espectáculo orientado a la imagen que a la profundidad musical; a lo largo del tramo final, caracterizado por constantes idas y venidas sobre el escenario, incursión al foso para hacerse fotos con los fans y una versión de ‘Modern Love’ claramente pensada para viralizarse en TikTok, la impresión quedó bastante clara: Zaho de Sagazan representa el último gran ejemplo de cómo la industria musical actual puede convertir en éxito una propuesta que carece de brillantez o de excesivas dotes interpretativas y, sin embargo, venderla como algo novedoso, original y digno de la atención mediática, dejando patente que su fuerza reside más en la estrategia visual y en la conexión superficial con el público que en un dominio artístico sólido y convincente.

Por fortuna, Vampire Weekend demostraron que ellos sí iban a cumplir con creces la cuota de cabezas de cartel, ofreciendo uno de esos directos que durante años todos los asistentes habíamos ansiado con una mezcla perfecta de expectación y devoción, y que se desarrolló con una precisión y un virtuosismo que dejó claro que lo suyo no solo es la destreza musical, sino también la capacidad de ofrecer un espectáculo atractivo y visualmente sugerente sin necesidad de desplegar un exceso de recursos; arrancando con la salida al escenario de sus tres miembros principales ante un telón de fondo con las letras del grupo, nos brindaron la interpretación inmediata de ‘Mansard Roof’, ‘Holiday’ y una ‘IceScream Piano’ que provocó el primer gran éxtasis colectivo, un momento que condensó en sí mismo la caída del telón y el surgimiento del resto del grupo, generando una transición perfecta hacia un recital de proyecciones arcade, solos de piano a cargo de Rostam y primeros planos de cada uno de los músicos afanándose por reflejar el cuidado extremo de sus arreglos y la autenticidad de clásicos contemporáneos como ‘Unbelievers’; con una hora y media que, sorprendentemente, pareció escasa, el grupo demostró que son capaces de mantener viva su idea de una música divertida y significativa a partes iguales, siempre dispuesta a romper la linealidad y a sorprender al público, culminando con un trío final memorable formado por ‘Mary Boone’, ‘Harmony Hall’ y ‘Hope’, que consolidó un concierto histórico y memorable, de esos que merece la pena registrar como efeméride por la organización para tratar de convencer a bandas de gran calado de sus grandes hitos.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.