Crónica

Vodafone Paredes de Coura 2024

Jueves

15/08/2024



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El regreso en la mañana del domingo posterior al Vodafone Paredes de Coura siempre posee esa mezcla de sentimientos nostálgicos que entran en máxima ebullición justo en el momento en el que pierdes de vista las montañas de la localidad del Alto Miño. La avalancha de imágenes de conciertos vividos de forma muy intensa, el dolor de piernas por transitar de la parte delantera de un escenario a otro, el rumor de las conversaciones de fondo en las mañanas en el río… Todo esto son elementos que resultan de lo más identificables edición tras edición asistiendo al festival y que sabes que a la postre configuran una experiencia que solo se puede vivir en Coura.

Parece increíble cómo año tras año logran acertar de lleno con un cartel en el que, como mínimo, al día hay tres o cuatro bandas de esas que despiertan el fenómeno fan del que aquí escribe. Ver cómo transcurren los años con esa combinación mágica intacta de nerviosismo y excitación por vivir una nueva edición del festival es algo que resulta cuanto menos asombroso. Un idilio con una filosofía de ofrecer algo que solo te puedes encontrar aquí y que garantiza que cualquier viaje hasta la pequeña localidad portuguesa, por costoso que sea en sentido físico y espiritual, siempre acaba teniendo una enorme recompensa.

Sin ir más lejos, en la primera jornada a la que pudimos asistir este año, que fue la del jueves, el regalo musical se presentó en forma de los brillantes conciertos de Wednesday, Sleater-Kinney y Protomartyr. Sin embargo, unas cuantas horas antes, Deeper también cumplieron sobremanera en aquello de transmitir esa euforia oscura que se encuentra encerrada en su música. Con un gesto casi imperceptible, el baterista Shiraz Bhatti marcó el inicio, desatando un torrente rítmico que estremeció el suelo. Nic Gohl, vocalista y guitarrista, se erigió como el centro de atención con su peculiar estilo vocal. Su voz ronca y gutural, reminiscente de un grito controlado, lanzaba versos que, aunque difíciles de entender, transmitían una intensidad palpable. La barrera del idioma se desvanecía ante la fuerza de su interpretación.

Cada canción seguía una fórmula hipnótica: comenzaba con la batería estableciendo el ritmo, el bajo se unía creando un groove irresistible, las guitarras entrelazaban melodías punzantes, y finalmente, la voz de Gohl coronaba la estructura. El público, mayoritariamente veinteañero, respondió con entusiasmo creciente. Los cuerpos se movían al unísono, atrapados en el trance rítmico que Deeper había creado. La energía era palpable, fluyendo entre la banda y la audiencia en un ciclo continuo.

Saltando al escenario Vodafone, desde instantes previos se notaba la expectación por el directo de Gilsons. De hecho, era el único grupo que congregó en la segunda jornada a seguidores que entraron corriendo en el recinto con pancartas en mano y se situaron en primera fila. Francisco, João y José, portadores del legado musical de Gilberto Gil, demostraron por qué son una de las propuestas más revitalizantes de la escena brasileña actual. Desde el primer acorde, el trío desplegó su particular fusión de ritmos bahianos y cariocas, creando un sonido único que atravesó generaciones. El público, sorprendentemente diverso, reflejaba la capacidad del grupo para conectar con jóvenes y adultos por igual. Padres e hijos cantaban al unísono, unidos por la magia de los Gilsons.

La banda demostró una conexión especial en el escenario, mezclando sus voces en armonías perfectas y complementando sus instrumentos con una sincronía envidiable. José, con su presencia carismática, lideró la actuación, mientras Francisco y João aportaban su toque único a cada canción. Sabiendo el trío muy bien cómo rendir un sentido homenaje a sus raíces musicales, fueron poco a poco dejándose llevar por el mayor espíritu festivo que sugería el ambiente, dejando entrever también cómo quizás su recorrido musical no es tan amplio y profundo como podíamos pensar cuando se inició el concierto.

Los que ofrecieron sin ningún tipo de dudas el que seguramente fuese el concierto perfecto del festival fueron Wednesday, quienes aprovecharon además para presentar unas cuantas nuevas canciones que nos pusieron los pelos de punta. Adquiriendo una dirección más relacionada con la contención, sobre todo la hermosa 'Elderberry Wine', estas composiciones nuevas aventuran otra etapa gloriosa para el grupo. Karly Hartzman, con su característica presencia magnética, lideró al quinteto a través de un setlist que hizo un recorrido por su aclamado álbum 'Rat Saw God'. Las letras vívidas de Hartzman, narrando historias del sur estadounidense, resonaron con fuerza entre el público portugués, creando una conexión inesperada pero poderosa.

La banda demostró una cohesión impresionante, con Xandy Chelmis en la steel guitar añadiendo texturas country a las paredes de sonido creadas por Jake Lenderman en la guitarra. Los cambios de tempo, marca registrada de Wednesday, fueron ejecutados con precisión milimétrica, manteniendo al público en constante expectativa. Uno de los momentos álgidos llegó con 'Bull Believer', una odisea de ocho minutos que llevó al público al frenesí. Hartzman dirigió la formación de un círculo en medio de la audiencia, que explotó en un caos controlado cuando la canción alcanzó su clímax noise-rock.

Otra de las sorpresas de la noche fue una versión country de 'Women Without Whiskey' de Drive-By Truckers que sonó especialmente con un filtro de nostalgia añadida, desatando esa otra cara pasional en las distancias cortas del grupo. Tampoco faltó un momento final en el que Karly abandonó la guitarra para interpretar 'Wasp', el tema más punk de su trayectoria que a todas luces se intuye como una auténtica liberación de emociones incontrolables.

La noche ya caía sobre Coura y sin apenas respiro Sleater-Kinney ofrecían el concierto propio de la posición de cabezas de cartel que se merecían ese día. Las americanas tomaron el escenario Vodafone en Paredes de Coura, desatando una tormenta sónica que sacudió los cimientos del festival portugués. El dúo formado por Corin Tucker y Carrie Brownstein, con tres décadas de trayectoria a sus espaldas, demostró por qué siguen siendo una fuerza imparable en el panorama del rock independiente.

Desde los primeros acordes de 'Hell', canción que abrió el concierto, quedó claro que no estábamos ante un espectáculo cualquiera. La voz de Tucker, poderosa y llena de matices, se elevó sobre la multitud, alternando versos reflexivos con explosivos estribillos que hicieron vibrar el recinto. A su lado, Brownstein desplegó su característica presencia escénica, combinando una actitud desafiante con movimientos que parecían desafiar la gravedad.

El setlist, cuidadosamente elaborado, ofreció un recorrido por toda la discografía de la banda, con especial énfasis en su último trabajo, 'Little Rope'. Temas como 'Needlessly Wild' y 'Hunt You Down' mostraron la evolución de su sonido, manteniendo la esencia rebelde que las ha caracterizado desde sus inicios en la escena grunge del noroeste americano. El concierto no solo fue un despliegue de habilidad musical, sino también un testimonio de resiliencia y superación. Las letras, a menudo introspectivas y desafiantes, cobraron nueva vida en el escenario, reflejando las luchas personales y colectivas que han marcado la carrera de Sleater-Kinney.

Los que regresaban al festival y figuraban realmente en las líneas más altas del cartel eran los franceses L'Impératrice, quienes se mostraron totalmente agradecidos y entregados a un público entregado de antemano. Contando con una puesta en escena de lo más futurista, donde no faltó incluso una decoración propia de misión espacial, el grupo hizo gala del espíritu más naïf de su música.

L'Impératrice regresó al escenario de Paredes de Coura con más pompa que sustancia musical. El elaborado montaje escénico, con letras gigantes en un podio central, parecía un intento de compensar lo que faltaba en innovación musical. Flore Benguigui, la vocalista, recordó al público que su actuación de 2022 fue "el mejor concierto de la historia de los franceses". Una afirmación que sonó más a nostalgia forzada que a realidad presente.

El público, generoso y entusiasta, parecía empeñado en elevar a la banda a un estatus que quizás aún no merecen. La sorpresa y frescura de hace dos años se han desvanecido, reemplazadas por una familiaridad que roza lo predecible. Los corazones luminosos de su anterior gira han sido reemplazados por armaduras ornamentadas con luces blancas, un cambio estético que parece más orientado a impresionar visualmente que a enriquecer la experiencia musical.

La promesa de un "concierto aún más loco" quedó en eso, una promesa. Si bien L'Impératrice logra hacer bailar al público, su actuación carece de la profundidad y la innovación que marquen las diferencias. Su último álbum, 'Pulsar', mostró sus debilidades en directo. Las melodías carecen de la pegadiza calidad de hits anteriores como 'Agitations Tropicales'. Cuando el material nuevo no logra capturar la magia de lo antiguo, queda poco más que decir.

El "merci beaucoup" final de la banda fue correspondido por el público, pero uno no puede evitar sentir que este agradecimiento mutuo se basaba más en la inercia y la buena voluntad que en una experiencia verdaderamente transformadora. Sin lugar a dudas, L'Impératrice ofreció un espectáculo visualmente atractivo pero musicalmente tibio.

Los que no se anduvieron con medias tintas fueron Protomartyr, quienes arrasaron con todo lo que pillaron, haciendo ver cómo desde la sobriedad y la fe en lo que uno canta se puede ser muchísimo más político que otra banda que ocupó el escenario principal al día siguiente y alardea de ello. La banda de Detroit, conocida por su intensa propuesta post-punk, demostró por qué son considerados los abanderados modernos del género.

Con uno de esos setlists perfectos donde se dejaron pocos de sus clásicos en el tintero, no dudaron en abrir con una 'Maidenhead' que sentaba las bases de su sonido: guitarras al borde de descabalgar entre melodías fácilmente tarareables mientras la voz de Joe hacía lo propio transitando con su aire de desapego hacia la crudeza de los tiempos modernos. Moviéndose entre el canto y la declamación, nuestro protagonista es capaz de cortar en cada canción el aire como un cuchillo, entregando letras complejas y surrealistas que hablan de pérdida, depresión y crítica social.

La tensión musical es palpable. Cada canción parece estar al borde del colapso, construyendo una ola de energía que nunca termina de romper. Los riffs cortantes de Ahee se entrelazan con la percusión compleja y furiosa de Leonard, creando un tapiz sonoro denso y turbulento. Davidson, en el bajo, ancla la tormenta con líneas hipnóticas y poderosas.

Al finalizar el concierto, con un Casey empapado en sudor, Protomartyr deja el escenario tan discretamente como llegó. Pero su impacto perdura. Han ofrecido más que un simple directo; han presentado un desafío, una reinvención del post-punk que se siente urgente y necesaria. En un mundo que a menudo parece carecer de autenticidad, Protomartyr se alza como un faro de honestidad brutal y creatividad sin concesiones.

Redacción Mindies

Los miembros de la redacción de Mindies amamos la música por encima de todas las cosas.