Crónica

Vida 2024

04/07/2024 - 06/07/2024



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Si cuando llega el calor los chicos se enamoran, a nosotros nos da por evitar esos sudores tan del levante refugiándonos en las frondosas coníferas y arbustos de la Masía d'en Cabanyes para celebrar otro año más una nueva edición del Vida festival.

Pastel gordo el de este año, diez hermosas velas que soplaron sus directores la noche del sábado con el que hicieron balance y también nos dejaron entrever el primer cabeza de cartel del próximo año, adherido a la condición de reborn, un nuevo concepto que apuesta por el cero como punto de partida de su siguiente andadura.

Ajenos a las modas y al cortejo de grupos de inversión, el festival sigue apostando por no meter más de 10.000 almas cada jornada (32.000 en total según cifras oficiales) y por brindar un festival más sostenible y cómodo; un compromiso que se palpa en los true believers que cada año priman la actitud del festival al cartel porque, como hemos dicho en otras crónicas: aquí se viene a descansar de los otros festivales.

JUEVES

El jueves, alojado en la bucólica Cova, Matt Maltese despachaba su pop elegante y retrógrado con ecos folkies y de jazz. Una gozada contemplar con el sol bajando la persiana las pequeñas-grandes canciones de 'Krystal' o 'Songs that aren't mine'; sin estridencias, firmó un concierto que a la postre se erigiría como uno de los mejores de las tres jornadas.

Bajando un pequeño camino que conduce a La Cabana, íbamos a comprobar cómo defendían Pipiolas 'No hay un Dios', primer largo de Adriana Ubani y Paula Reyes bajo el paraguas de Elefant Records.

Lejos del tontipop que podían asociar algunos al sello madrileño, la dupla de Adriana y Paula se entregó a un pop de militancia más rockera con mucha actitud y mucha complicidad por parte de las susodichas, que se situaron en el borde del escenario mientras su banda las secundaba en sus consignas feministas: 'No soy un XoXo', 'Club de los 27', 'La niña bonita' (que suelen cantar con Rigoberta Bandini) o 'Narciso', con la que cerraron la tarde.

Era hora de pasar a la explanada principal, hora de echarse una caminata por el bosque y de paso buscar un abrevadero de lúpulo; con la chicharra aún tronando nos encaramos frente al escenario La Masía donde íbamos a ver qué nos ofrecían Cannons.

Sobre el papel, o, en este caso, la escucha en casa, me inducía a un repelús auditivo de los buenos: pop con sintes sin chicha, una versión acartonada de Chromatics, con más brilli-brilli que buenas canciones. Sobre el escenario, más de lo mismo. Más farándula que éxitos coreables, la actuación recayó sobre la figura de Michelle Joy, que lucía palmito y cachas, más una sesión de fotos que un show. Eso sí, entre tanta broza pudimos rescatar un conato interesante en 'Ruthless', así, en singular y con el entrecejo arrugadísimo.

El prime time de la noche quedaba en manos de Vance Joy (alias de James Keogh) con su pop mainstream para todas las edades. Y esto no es algo necesariamente bueno, al menos para mí. Con el jangle de 'Riptide' instaurado como canción de fondo en anuncios y series de televisión, el éxito del australiano sirvió para aglomerar prácticamente casi todo el aforo del jueves frente al escenario Estrella Damm. Una actuación legañosa, profundamente comatosa que estiró más de diez minutos y que solo arrancó al público a bailar gracias a su versión del 'Gimme! Gimme! Gimme!' de Abba.

Como parte de la leyenda del primer día, comentar que muchos nos fuimos unos minutos antes de que acabara la actuación de Vance Joy a saludar a Ty Segall que, ya con la banda afuera –y ante nuestra insistencia, claro que sí- empezaron a dibujar algún riff que se tuvo que callar de inmediato so pena de acople de su vecino de enfrente. Quizás a modo de venganza aussie, éste contraatacó sumando más minutos a su show.

Tras las melosas y abotargadas tonadas del antes mencionado, se imponía terapia garajera servida por Ty Segall. Una terapia que fue parcial porque, si bien el californiano cuenta con auténticas piezas de mucho voltaje, se decantó por despachar buena parte de su último elepé 'The bell', mucho más reposado y que convida al recogimiento horizontal. Eso sí, al menos se acordó de tocar 'My lady's on fire', lo más parecido a un hit que tiene el rubio. Nada que objetar en cuanto al sonido, rodeado de una banda solvente y que cortejó perfectamente el (malogrado) setlist.

Ya sabíamos que la primera jornada se nos había quedado algo coja de pesos pesados y por eso, el concierto de Julieta ya lo teníamos asimilado como un show al que acudiríamos más para ver que para recordar.

Evidentemente esto es una cuestión de gustos y he de confesar que la propuesta de pop electrónico de la catalana tuvo muy buena acogida entre (su) fandom, pero a aquellos que no comulgamos con su propuesta nos empujó directamente al camino de las viñas para buscar el autobús que nos llevara al camping. Debido a esto se nos quedó en el recuerdo unas primeras horas algo agridulces que buscarían venganza al día siguiente.

VIERNES

El viernes amaneció caluroso en el camping, con el mohín tatuado en el rostro tras pensar en lo acontecido la última noche. Vislumbré la segunda jornada entre refrescantes chapoteos en la piscina y el necesario aire acondicionado del bungalow (ay, esos tiempos de la comanche). Hoy iba a ser mejor.

Podemos estar de acuerdo en que nueve años son muchos, pero en manos de Standstill no son nada. Nueve años sin pisar escenarios que se dice pronto, pero cualquiera los diría al verlos tocar y más jugando en casa o, en palabras de Montefusco: 'esto es un subidón natural'.

Con un sonido musculoso donde sobresalía la batería de Ricky Lavado (a veces un poco subida), la banda catalana repasó buena parte de sus éxitos: 'Me gusta tanto', 'Adelante Bonaparte (I)', '¿Por qué me llamas a estas horas?' o '1,2,3, sombra'; sin ninguna duda uno de los mejores momentos de esta edición del Vida, un comeback que te hace pensar ¿por qué se fueron?

Hablando de regresos, otros que tal son Ride; cuando se fueron ya no le importaban a nadie, habían publicado 'Tarantula' y su shoegaze fue canibalizado por el britpop de entonces. Su reivindicación por sectores de la crítica musical a rebufo de nuevas bandas que remitían a ellos les animó a volver con el interesante 'Weather diaries' y tras dos nuevos discos, aquí siguen. Qué bien les ha sentado el hiato. Como muestra los efectivos singles 'Monaco' (con el que abrieron su show) y 'Last frontier', ambos de nueva factura, que no desentonaron entre clásicos de la banda como 'Vapour trail' o 'Seagull'. Ni una nota les sobró, todo perfectamente ordenado y en su justa dosis. Bravo.

Hay que defender siempre una propuesta tan única como la de Derby Motoreta's Burrito Kachimba (bueno, quizás el nombre no tanto). Un auténtico lego de piezas donde conviven Triana, Medina Azahara y el rock setentero inglés pasado por el caño de voz de Dandy Piranha, todo un showman fruto de un hijo bastardo de Robert Plant y Camarón. Un concierto algo irregular en el contenido, mucho mejor cuando se ponen el traje quinqui en 'El valle', 'Gitana', 'La fuente' o 'Las leyes de la frontera' que cuando se enroscan en una psicodelia histriónica y planeadora 'Manguara', 'The new gizz' o 'Tierra'.

¿Sabes cuándo es bueno un concierto? Cuando termina y empieza de nuevo en tu cabeza y se va repitiendo durante unos días en un pequeño bucle cada vez que cierras los ojos.

Algo así fue el concierto de James Blake que nos ofreció una ceremonia donde el soul y la música electrónica se daban la mano, con voces superpuestas, susurros y beats que iban moviendo torpemente nuestras piernas que, embobadas, miraban el polvo de la explanada.

'Loading' nos presentó su particular pulso entre voz y ritmos (electrónicos) siempre resueltos a buscar la emoción, siempre empeñado en hacernos bailar con el lagrimal mojado. Al igual que 'Life round here', con esa cadencia abotargada y que nos recuerda que la pista de baile hoy tiene dos pies izquierdos. Imposible de bailar. Por ahora. 'Cmyk', su single que le dio a conocer -al Blake listillo de la pista de baile- suena tan novedoso como cuando lo publicó el sello belga R&S: entonces nos da permiso para mover el torso, para esquivar sus lamentos que vendrán, y de qué forma en las versiones. Pero no es el único momento que suelta el pellizco que nos apretaba el pecho para retorcer la consola de sonido y manosearnos la pernera, 'Tell me' es otro mandoble que nos sacude, duele menos que cuando apunta al esternón.

Y cuando estamos completamente desarmados coge 'No surprises', la deja en su esqueleto –ya ponemos nosotros la carne trémula- y se desata el escozor, la herida que nos recuerda que lo importante es la cicatriz. Concierto del festival, candidato a mejor del año.

Otros que no quisieron perderse el décimo cumpleaños del festival fueron Temples, habituales de la masía y uno de los cromos al que suelen acudir los bookers del festival.

Para bien o para mal, el cuarteto inglés siempre cumple sin aspavientos, solventes y con un sonido al que poco a poco han ido incorporando elementos más electrónicos.

Picotearon de lo mejor de sus trabajos, a la postre imperfectos pero con varios singles incontestables, como 'Certainty', 'Cicada', 'Shelter song' o 'Gamma Ray'; da igual las veces que los traigan, nunca fallan. Bienvenidos de nuevo.

Con el mapa arrugado y adivinado el sendero que antes habíamos bajado hallamos a Mujeres, último invitado de la noche del viernes –Miqui fuimos tarde a verte debido a quehaceres en la barra-.

Quien ha vivido un concierto de los barceloneses, los ha visto todos, pero eso no ha de ser necesariamente malo, al revés, sabes que va a ser el símil de meterte un Red Bull por las orejas: revitalizante pero sin patear el páncreas. Mucho mejor.

Tampoco podríamos destacar ningún tema en concreto, cuando empiezan te dejas seducir por su molinillo sónico y da igual que suenen 'No puedo más' o 'Diciendo que me quieres'; aprietas los dientes y sacas codos porque sí y sin darte cuenta estás en medio de un pogo, con patadas espasmódicas y comiendo mochila del de enfrente. Estás en otro concierto de Mujeres. Y siempre mola.

SÁBADO

El sábado empezaba nuestra jornada en la barca, no una cualquiera, sino una encallada en medio del bosque, varada, en busca de un artista que la devuelva a la playa para que pueda encontrar de nuevo conchas y besar la espuma mediterránea.

En esta ocasión, los encargados de tan ilustre tarea fueron los granadinos Los Planetas que, si bien no trajeron velas, sí iban a soplar las diez que simbolizaban el cumpleaños del festival.

En formato acústico, aliviado del octanaje de sus composiciones, ejecutaron un repertorio íntimo y reposado, con predominio de la voz de Jota –esta vez sí se le entendía, casi todo- que fluía sobre el andamiaje predispuesto por la banda, acompañado por los certeros dedos de David Montañés al piano. Agradecidos y relajados, Florent extendía sus brazos a modo de agradecimiento, un namasté que se tradujo en un concierto emocionante, que iba transitando por diversos meandros: 'David y Claudia', 'Segundo premio', 'Corrientes circulares' hasta eclosionar en 'El manantial', veinte minutos de adaptación del poema homónimo de Lorca. En el reverso, escenario en papillote, abarrotadísimo que hacía prácticamente imposible verles –y a veces, escucharles- debido a la gran afluencia de público.

Hay conciertos que, aunque no comulgues con el responsable/s no te impiden apreciar un buen show. Ese fue el caso de Paolo Nutini. En la intimidad de la casa apenas escucho 'Caustic love' (el único que tengo) pero en la inmediatez del directo, sus canciones ganan garra y se me antojan más fieras que en las grabaciones, esto, unido a una banda más que solvente y, claro, una garganta privilegiada me hicieron aupar el pulgar.

No voy a cambiar mis hábitos con respecto al escocés pero sí valoro que haya podido salvarse de un disco de éxito (y de 'Candy') y haya podido desarrollar un discurso maduro y coherente, que, por momentos recuerda a Springsteen y eso ya es mucho decir.

Tras la pausa (por ahora indefinida) de Manel, Guillem Gisbert se ha decidido a publicar un primer largo bajo su nombre 'Balla la Masurca!': un disco apocado, apegado al terruño y no precisamente de rima fácil. Su directo fue una extensión perfecta de lo vertido en los surcos de dicho trabajo.

Salió solo, buscando cobijo tras un teclado y despachando ese pop lánguido y comedido, no apto para muchos que buscaban algo de más grados a esa hora –y no me refiero a la IPA-. Con esa estética de jubilado buscando una obra a la que observar, defendió un cancionero al que le falta algo de picante y que, tras varias canciones, nos hizo replantearnos ver qué se cocía en el concierto de Warhaus. Bendita la hora.

Maarten Devoldere volvía a pisar la hierba del Vida, esta vez no con Balthazar sino al frente de su proyecto Warhaus. ¿Sabes cuando tienes la sensación de estar asistiendo a algo realmente grande? Pues eso fue lo que sentí. Olvídate de sus largos, a mí ni me llamaron la atención, lo que vimos aquí está más cerca de Morphine o James Chance que del pop que cuelgan en Spotify. Una maravilla de jazz rock con regusto a film noir que explotaba en saxos y trompetas, en estallidos de guitarras que iban cocinando a ralentí tras eclosionar en gritos y convulsiones.

'Are you ready for some fake jazz?' –preguntó, pues claro que sí. Directo al podio de esta edición. Ya tardan en venir por aquí para verlos en sala.

Con casi veinte minutos de retraso empezó el show de M.I.A., subrayo show porque aquí hubo más grabado que directo, de hecho, no vimos ni un solo instrumento asomando por la tarima.

En su condición de cabeza de cartel fue posiblemente el concierto de mayor afluencia de los tres días, perfectamente programado a una hora -la del bocadillo tardío- que pedía mambo y no silla. Y lo tuvimos.

Conocedora de que sus mejores logros están en formato sencillo, no escatimó en desplegar toda su artillería que despachó a modo de mixtape: 'Bad girls', 'Paper planes', 'Bucky done gun', 'Pull up the people', 'Boyz', todo ello en un incomodísimo volumen altísimo de graves que nos iban alejando de las primeras gradas so pena de padecer acufenos. Quizás este punto restó algo de puntuación al show, por otra parte magníficamente ejecutado por la tamil y su cohorte de bailarinas, que incluso tuvieron tiempo de dejar recadito a la industria armamentística, el hambre en el mundo y a Dios.

Buena idea la de rescatar para el slot de madrugada a Black Lips, una banda que ha pasado con más pena que gloria por los charts y por los veredictos de críticos musicales desde su célebre 'Arabian mountain'.

Qué bien encajó su rock sucio y garajero en la recta final del festival, mucho más desahogado al irse bastante gente tras el show de M.I.A. Y es que si bien no inventan nada, tampoco les hace falta: sus guitarras corrosivas y ese saxo sucio mueven al más empanado de la noche (que ya había varios).

Finalmente fue Alizzz el encargado de poner punto final a la jornada del sábado. Sin declararme fan del de Castelldefels he de decir que, respecto a su última actuación justo en el mismo escenario hace un par de años, ha sabido darle más cuerpo e intensidad a su sonido. Si bien antes tenía ese mismo flow que le caracteriza, sus composiciones sonaban algo canijas, enclenques, faltas de ese punch que ahora tienen.

Con el cuerpo ya cansado aún fuimos capaces de asomarnos para ver qué pinchaba Guille Milkyway, que si bien empezó algo ramplón y obvio: 'Vivir así es morir de amor' mezclando con Jackson 5, luego supo repuntar con Bad Bunny y Abba, y, mientras iba cambiando al siguiente tema ya decidimos irnos que mañana el check out del bungalow no perdonaba.

Esta es la versión corregida del texto completo. Se han corregido errores gramaticales, de puntuación y algunas inconsistencias en el estilo. El contenido y el tono general de la crónica se han mantenido fieles al original.

Ruben

Oriundo de La Línea pero barcelonés de adopción, melómano de pro, se debate entre su amor por la electrónica y el pop, asiduo a cualquier sarao música y a dejarse las yemas de los dedos en cubetas de segunda mano. Odia la palabra hipster y la gente que no calla en los conciertos.