Crónica

Vida 2023

29/06/2023 - 01/07/2023



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Otro año más, el Vida Festival sigue a lo suyo. Alejado de macrocifras y de eventos que apoyan la expansión de su negocio en cada edición, el festival de Vilanova sigue apostando por un modelo sostenible de diez mil almas alojadas en un bosque idílico de fácil trote, sin agobios ni maratones; como ya hemos dicho alguna vez: al Vida se viene a descansar de los otros festivales.

A punto de soplar el segundo lustro, su propuesta rural de festival en un entorno paradisíaco donde la música fluye entre arbustos, terruño y broza, sigue vigente; al menos eso se intuye tras el sold out de los abonos. Y, parafraseando el eslogan que han adoptado este año: 'This is not a festival', claro que no, esto es un estado mental. El marco sigue resultando igual de atractivo: padres empujando carritos de niños, sacando pecho de su mediana edad en alza, adolescentes que migran desde el pueblo cada jornada, jóvenes cachorros marcados por el fiel rayo bowidiano y las mejillas salpicadas por el popular brilli-brilli. Aquí todo sigue igual. ¿Para qué cambiar?

El jueves, Julieta Venegas fue la encargada de descorchar la primera jornada del festival, una apuesta (como la de Drexler) algo controvertida y que posiblemente hubiera encajado mejor en otro festival.

La mexicana repasó con profusión muchos éxitos de su abultada carrera (treinta años, ahí es nada), mostrando solvencia y tablas, sacando a pasear viejos conocidos como 'Limón y sal', 'Caminar sola', 'Dime la verdad', 'Brillaremos' (con algún problema de sonido) o 'Me voy'; personalmente, sin ser fan de su propuesta, me convenció, como a muchos que habían tachado en fosforito su actuación en el cartel.

En el escenario La Masía arrancaba una propuesta totalmente diferente: el proyecto de Panda Bear con Sonic Boom, una colaboración más que interesante que dejó el año pasado un notable trabajo: 'Reset', que ya habían presentado en sala en Barcelona hacía unos meses y que repasaron prácticamente en su totalidad.

Bendecidos con la mejor franja horaria, el integrante de Animal Collective y el ex Spacemen 3 nos sumergieron en un bonito calipso psicodélico, transmitiendo buen rollo en 'Edge of the edge', en la que emborrachan a Brian Wilson con chupitos de tropicalia o 'Go on', donde la mano larga de Peter Kember nos señala sus interesantes laberintos psicodélicos marca de la casa.

Sobre el papel, la actuación de Whitney se me antojaba como uno de los momentos más especiales del día, pero a la hora de la verdad no llegué a entrar en su concierto. No cabe duda de que tienen buenas canciones, pero su paso por el festival se saldó con más de un bostezo y una ocasión ideal para visitar la zona de restauración del festival y pillarse una Motomami (una hamburguesa que doy fe estaba bestial).

Una actuación plana, sin alma, que se vio reducida a un autista Julian Ehrlich cantando parapetado entre bombos y baquetas y que, aunque contó con un setlist fan service como 'No woman', 'Golden days' o 'For a while', entre muchas otras, no logró despertar mi interés.

Todo lo contrario que La Casa Azul, un grupo que se ha hecho a sí mismo (esta vez la frase cobra todo su significado) y que poco a poco, festival a festival, se ha hecho un hueco imprescindible en cualquier cartel. Programarlos a según qué horas de la noche es sinónimo de fiesta, todo un efecto katovit que despierta a cualquier presente que ya esté pensando en abrazar la almohada del camping. Adentrarte en el inmueble de Guille Milkyway es comprar un boleto para una jarana de confeti, palmas, luces estroboscópicas y canciones, muchas canciones con efecto lifting que siguen sonando igual de lozanas que hace años.

Con el cachondeo metido en el cuerpo, fuimos a saludar a Lori Meyers que, apenas arrancaron el concierto, empezó a llover y lo que se presentía como una llovizna propia de estos calores tórridos se convirtió en una señora tormenta que obligó a los granadinos a cancelar su show.

Para nosotros, la segunda jornada dio comienzo con El Niño de Elche en el escenario La Barca (El Vaixell para los locales). Un escenario en el que prima el continente sobre el contenido o, lo que es lo mismo: es muy bonito y especial ver a un artista tocando en una barca, pero es muy complicado disfrutar de su actuación si no estás sentado en las sillas que distribuye el festival o en las primeras filas. Cuanto más te alejas del barquito, más fácil es que te chafen la experiencia las conversaciones de cuñaos de las últimas filas.

Dicho esto, el cantaor nos ofreció un concierto correcto, más apegado a la heterodoxia flamenca, aunque siempre introduciendo elementos disruptores como juegos vocales, ademanes espasmódicos y mucha teatralidad. Ejerciendo las veces de patriarca, con un traje blanco roto en las mangas (¿guiño a su cante deconstruido?) y acompañado por dos palmeros y un guitarra, nos emocionó con 'Farruca amarga' y con 'Sevillanas de los tres', cuyo último tramo desgañitado y desbravado arrancó (más) palmas. Y es que, he de decirlo, me sigo quedando con la parte más punk del Niño.

Tras el refrigerio de Socunbomehio, agradable pop folk en catalán perpetrado por cuatro chiquillos, nos adentramos en el bosque de la Masia d´en Cabanyes para ver qué nos ofrecía Alba Morena. Y es que nos ofreció de todo un poco, vaya. Con un tono vocal cercano al de María Arnal (bueno, y su corte de pelo también), donde casualmente se deja notar la mano de Marcel Bagés, quien ha participado en la gestación de su último disco.

Su propuesta se nutre tanto de la música urbana con 'Nadie' como de cierto gusto por el pop experimental muy próximo, ejem, a la citada María Arnal, más que evidente en '11'. Cercana y muy atenta con el público, se atrevió a versionar a Mecano con 'Quédate en Madrid' (cómo la conocía todo el mundo, cómo se nota que peinamos canas) y la más reciente 'Me rehúso' de Danny Ocean, que me la chivaron en la barra porque yo ese material no lo trabajo.

En el escenario La Masía aparecía el espigado Xoel López, un tipo que ha pasado de cantarle a los hijos de la pérfida Albión a sellar el pasaporte en República Dominicana, o al menos así entiendo yo su giro a ese pop panuniversal que destila con hechuras latinas.

Y oye, que ese giro le ha salido bien porque le ha dado guaraná y chicha (morada) a ese pop algo tristón y fofo que antes practicaba; le escucho y ahora todo parece más colorido, hasta se atreve a meterle la flying V en la entrepierna de uno de sus asalariados en su ranchera 'Todo lo que merezcas'.

Esta celebración de lo latino llega a su cúspide en la apropiación momentánea de 'Ojalá que llueva café', llevada al terreno del gallego, claro, con una batucada que sacude el chiringuito que ha montado en el escenario y que la gente se pone a bailar como loca. Y si querías más polvo en las zapatillas, el Deluxe nos lanza al barro con 'Tigre de bengala'. Toma café.

Sin ninguna duda, el plato principal del jueves era Suede. Los británicos están viviendo una segunda juventud en estos últimos años tras haber puesto en barbecho indefinido la continuidad del grupo. Si el año pasado la cuota de grupo indie de toda la vida recayó en Belle and Sebastian, esta vez Brett Anderson y los suyos nos tenían guardados en el zurrón un puñado de hits imbatibles. El que firma estas líneas sigue manteniendo que solo puedes confiar en ti mismo y en los tres primeros discos de Suede, y listos, ellos me hicieron caso articulando hora y cuarto de concierto en los mencionados plásticos: 'Trash', 'Animal nitrate', 'Filmstar', 'New generation', 'So Young', cromos irrepetibles de un pasado vigente.

Podría hablar del mal sonido de los primeros minutos, pero prefiero recalcar la entrega de Brett, con la camisa chorreando, bajando al foso y mezclándose con la gente, exhumando carisma y sexualidad (ese flequillo ha de tener propiedades afrodisíacas). Uno de los conciertos del Vida.

Ante la posibilidad de ver cómo el chat GPT puede crear canciones de Daft Punk y llamarse Franc Moody, decidimos recogernos y coger fuerzas para el último día.

El sábado, mientras tocaba Jorge Drexler, me refugié en lo profundo del bosque, concretamente en La Cova, donde los reactivados La Costa Brava traían de vuelta su pop elegante, aunque apenas pude saludarlos, se imponía cubrir otros que han vuelto a dar señales de vida: Glasvegas.

Un James Allan con el tupé encogido nos decía hola en un acento escocés difícil de entender, a lo tonto han pasado quince años de su debut que aventuraba una carrera de largo recorrido, cosa que finalmente no ocurrió.

Y es una pena, porque canciones como 'Geraldine', 'Daddy's gone' o 'It's my own cheating heart that makes me cry' siguen sonando emocionantes, aunque también hemos de admitir que todas ellas fueron tocadas con poca gracia y algún que otro problema de sonido que no les sumó nuevos seguidores.

Todo lo contrario que Spiritualized, que nos invitaba a repasar gran parte de su trayectoria en su nave cósmica. Sentado de perfil, oculto tras unas gafas que peleaban con los bajos de un flequillo, Jason Pierce fue dando forma a una actuación extraordinaria, destilando blues, gospel, rock y psicodelia, erigiendo murallas de sonido como un Phil Spector desarmado.

Hierático, orquestando todo desde su rincón, nos ofreció los mejores minutos del festival, apoyado por un trío de coristas que engalanaba de acento soul los rescates de plásticos tan queridos como 'Lazer guided melodies', 'Songs in A&E' o el conocidísimo 'Ladies and gentlemen we're floating in spac'", del que no tocó su tema insignia, como muchos esperábamos.

Cuando se dio a conocer que The Libertines habían sido confirmados para tocar en el festival, lo primero que se nos vino a la cabeza fue "Ah, ¿pero Pete Doherty está todavía vivo?" y es que, aunque ha estado enfrascado en varios proyectos tras la disolución del grupo madre, muchos dudábamos de la capacidad del músico para ofrecernos un show decente; pero para sorpresa nuestra y, parafraseando a Peret: "no estaba muerto, andaba de parranda".

De las macilentas carnes que mostraba en la cubierta de "The Libertines" al aspecto sonrosado del Vida median nada menos que veinte años, aunque para su compañero de fatigas, Carl Barat, parecen que han sido muchos menos, ¡si estaba casi igual!

Lo que no parece haber cambiado entre ambos es la complicidad en el escenario, con coros zurcidos por los dos en 'What a waster' y abrazos al final de la contienda, se nota que han pasado mucho tiempo juntos y esto se plasmó en un concierto con mucha química.

Y es que si Doherty se nos ha hecho mayor, no solo por la talla de pantalón sino también por cambiar la camisa de tirantes de yonqui por sisarle el traje a Van Morrison (¡con sombrero y todo!), sus canciones no han envejecido en absoluto.

Y si los Sex Pistols dijeron que regresaron por la pasta, estos parecen que simplemente han decidido juntarse para pasar un buen rato juntos; lejos de convertirse en unos punkies enchaquetados, nos ofrecieron uno de los grandes conciertos de todo el festival. Te queremos, Pete.

Acalorados por la actuación de los británicos, nos fuimos a la explanada grande de La Masía a derramar algún cubata y perder la pierna en algún agujero de tierra mientras Jungle se marcaba un impecable DJ set a base de James Brown, UK bass y electrónica de calidad, todo un lujo cerrar así nuestra visita al festival. Ya nos queda menos para celebrar su décimo aniversario.

Ruben

Oriundo de La Línea pero barcelonés de adopción, melómano de pro, se debate entre su amor por la electrónica y el pop, asiduo a cualquier sarao música y a dejarse las yemas de los dedos en cubetas de segunda mano. Odia la palabra hipster y la gente que no calla en los conciertos.