En nuestra intimidad solemos decir que el Vida es el festival para disfrutar y descansar, el festival donde te relajas de los otros festivales y que además coincide con el inicio de las vacaciones estivales.
Y es que, alejado del cemento y el hormigón, los agobios y las bullas de los grandes recintos, el Vida nos acoge entre árboles y matorrales, tierra y balas de paja; un entorno que se presta a la deglución lenta y en calma de grupos que quizá no están tan en boga pero que sin duda derrochan calidad.
También es el festival de los “locales”, con pocos pechos escaldados en color rosa y frentes hervidas por el sol de julio; posiblemente sea uno de los festivales con más papás por metro cuadrado que intentan desbravar a sus querubines iniciándolos en el indie y otras buenas recetas. Es también el festival de las canas peinadas con orgullo y cartones que se abren paso en la coronilla, camisas con algún botón que lucha por contener un caudal de abundante carne fláccida. Los pollaviejas esos de los que hablan con desdén los más jóvenes.

Tras la accidentada edición del año pasado, atípica en cuanto a cartel por otro lado, este año Vida se encaminaba a retomar su nueva normalidad, apostando por un cartel muy ecléctico, algo “aflamencado” y casi sin ningún nombre de peso en sus líneas; con pocas guitarras y muchas propuestas más para escuchar que para bailar.
Entre las opciones patrias, el jueves Rodrigo Cuevas emergía desde el público para postrarse ante el escenario La Masia by Levi´s. Como de costumbre repasaría los más variopintos palos del folklore español, desde la zarzuela “Las espigadoras” hasta la ópera chica de “Noche! Noche triste y enlutada” hasta “La leyenda del beso” que popularizarían Mocedades, en la que se arrancó con un breve perreo.
Si bien brilla por ser uno de las planteamientos más únicos que podamos ver en un escenario, la forma de ejecutarlo resta puntos al conjunto global; más cerca de veces de un cuentacuentos o una vedette, su guión adolece de largas y repetidas explicaciones entre tema y tema que lastran el brillo de su repertorio.

Parcels venían a defender uno de los discos que más gustó a la crítica el año pasado “Day/Night”, un ejercicio de indie rock que mira al funkie y al disco. Nada que objetar a la ejecución del idolatrado plástico, “Lightenup” sonó clavado al estudio pero he aquí quizás la pega: su directo limpio y sin malabarismos sonó plano y aburrido. Y no, su sonido de descartes de “Random Access memory” de Daft Punk no ayudó a colocarles los laureles.
Los belgas Balthazar tampoco es que tuvieran muy inspirados aunque contaran con indudables ganchos como “On a roll”, “Fever” o “Losers”, pero la actitud contenida desembocó en un éxitos sin oxígeno que solo tomaron algo de vuelo en sus últimos minutos.
Menos mal que The Avalanches llegaron dispuestos a enmendar un poco la velada usando el mash-up como hilo conductor para hilvanar “I want to break free” con “Interstellar love”, “Moon river” con “Since I justify you” o “Because I´m me”. Reducidos al formato dúo, sin llegar a ofrecernos una tórrida y loca sesión de las que hacen época, levantaron el ánimos a los allí presentes y de verdad que echamos de menos que, ante tamaño subidón hubieran cerrado esa noche la primera jornada del festival. Pero no.

Una de las collejas de esta edición fue las horas en las que se habían programado cada concierto; tras meternos el ritmo en el cuerpo, tocaba relajarse y asistir a unos de los momentos más introspectivos de los tres días: la actuación de Rocío Márquez con Bronquio.
Su primer largo hay que archivarlo junto a “Exquirla” o los discos de Niño de Elche, es decir, me refiero a trabajos arriesgados que no siempre funcionan en directo y son más carne de salón. Aunque la onubense puso arte y duende, la fusión de flamenco y electrónica no terminó de cuajar, creando temas densos y de difícil digestión, dispersos como el humo que en ocasiones ocultaba todo el escenario.
El viernes empezamos la jornada con el suave y agradable relato de Guitarricadelafuente que se valió de la buena hora a la que fue programado. Apadrinado por el ubicuo Raül Refree, que incluso le acompañó a la guitarra en un tema, su flamenquito impoluto y recién planchado no termina de convencer: demasiado ordenado, falto de la inmediatez y la coz de su hermano mayor (hasta las palmas parecían de plastilina).

Eso sí, no nos vamos a poner cascarrabias, su versión de “A mi manera” es deliciosa y encajó perfectamente tanto en el recinto como en la atmósfera que se creó en ese tramo de la tarde.
Miedo nos daba pensar en cuál Cat Power veríamos esa tarde; su carácter esquivo y proteico nos auguraba sudor frío hasta que entrara en el grueso de su concierto.
Nada más salir al escenario empezaron los temblores: mirada algo perdida, una taza en un mano y en la otra una copa, vestido largo negro hasta el suelo y rostro algo avejentado.
Fue un concierto íntimo, más propio de un auditorio o de una sala, al que se le sumó una intérprete hierática, que defendió con tablas un extraordinario cancionero – de nuevo piel de gallina con “The Greatest”- al que no supo sacarle lustre.
Si con Chan Marshall se acarició el drama, con Rhye se confirmó. Los canadienses tocaron el cielo con su primer disco “Woman”, una suerte de nieto tardío del trip-hop con pinceladas de r&b y pop; un disco a degustar con las persianas bajadas y tirado sobre la cama. Podemos estar de acuerdo que un escenario grande quizás no sea el mejor sitio para intentar alcanzar esa inmediatez o proximidad con el oyente pero es que su sonido, rácano en matices, con un Mike Milosh poco inspirado no supo recrear la magia de temas como “The fall” , “Open” o “Song for you”.

Todo lo contrario que Mishima, David Carabén y los suyos dieron un concierto magistral, cargado de intensidad y mostrando a una banda perfectamente compenetrada e inspirada. Difícil destacar algún momento aislado, lo suyo fue como una sesión a base de grandes éxitos: “Menteix la Primavera”, “Mai Més” –con la cabalgada rítmica de Alfons Serra-, “La tarda esclata” y la apoteósica “Un troç de fang”. Habemus fumata blanca: uno de los grandes conciertos de todo el festival.
Belle and Sebastian es de esas bandas expertas en repartir dopamina, no importa que estés de mal humor, ellos seguro que te ponen a dar saltos y corear sus estribillos.
Vinieron a presentar su estimable “A bit of previous”, su trabajo más inspirado en años y del que solo presentaron “Unnecessary drama”, con esa armónica desbocada, una pena porque confiábamos en que al menos rescatarían los singles publicados hasta la fecha.
Ninguneado su último trabajo, los escoceses fueron a lo seguro, apostando por una ristra de éxitos escogidos de varias etapas del grupo: “Dog on wheels”, “ I´m your cuckoo”, “Another sunny day”, “Sleep the clock around”, todas ellas comandadas por un risueño Stuart Murdoch que incluso hizo de alcahueta para una pedida de mano en directo. Yo ya les reservaba escenario todos los años, qué gusto reencontrarnos con ellos.

Pocas referencias tenía de Lewis Ofman, unos pocos singles con olor a pop electrónico sin más que reuniría recientemente en “Sonic Poems”; un sonido al que se ha acudido mil veces y en el que en esta ocasión poca chicha se le ha sacado.
Su actuación la dispuso como un diálogo entre una sesión al uso donde intercalaba sus propias canciones y resultó ser tan insulsa como la decoración dispuesta en el escenario; echémosle la culpa a su mocedad y su falta de rodaje pero es que cuando estás pinchando y levantas bostezos es que algo falla.
El sábado Alizz fue el encargado de subir la persiana a la última jornada del festival, al menos, en nuestro caso. Minutos antes habíamos degustado de refilón la rave de Delaporte (es decir: sesión de aerobic indie) donde se habían encargado de destrozar la versión de “Toro” de El Columpio Asesino.
Pero volviendo al de Castelldefels, pasó un poco como la tarde anterior con Guitarricadelafuente: no terminas de creértelo, su actitud urbana parece impostada y esa pose de “chico malo pero bueno” parece diseñada por una agencia de publicidad. También hemos de decir que el sonido de las primeras canciones no ayudó nada pero mejoró en los últimos minutos, lo justo para hacer una más que correcta versión de C.Tangana “Antes de morirme” y rematar su concierto con “El encuentro”.

Lo de Destroyer puede definirse como pura clase, un concierto para degustar con copa de vino y monóculo, una lección de rock sofisticado de primerísima línea.
Pocos se quedaron a disfrutar el menú del canadiense, pero los pocos que lo hicimos asistimos al mejor show de la jornada. Superado el tramo inicial con temas densos, despachó un maravilloso “Tinseltown swimming in”, con su voz nasal cargada de matices y sus pequeños-grandes hits “Times Square” y “Chinatown”. Pero aquí lo más destacable fue su sonido- con especial atención al bajista John Collins- que me remitió más de una vez al pop sofisticado de Steely Dan, y esos son palabras mayores. Y no, no tocó “Del montón” del Sr. Chinarro.
A continuación salían al escenario otro de los platos fuertes de la jornada: Black Pumas que con su mezcla de rock, soul y blues conquistó al público que decidió verlos y no comerse el bocadillo.
Exhumando los cadáveres de Otis Redding, Sam Cooke y Jackie Wilson, los tejanos sedujeron con musculas tomas en directo de “Black moon rising”, “Fire”, “Colors”, “Know you better” e incluso se acordaron de Sixto Rodríguez con sus famosa “Sugar Man”. Podríamos decir que este éxito se debió a la fructífera cópula de los talentos de Eric Burton y el Adrián Quesada, del que, por cierto echamos de menos que no tocara algún tema de su extraordinario reciente disco “Boleros psicodélicos”.

Habíamos comentado durante los dos días anteriores la falta de grupos de guitarras en la programación de este año y he aquí que Sports Team venían a enmendar (un poco) el asunto.
No nos engañemos, esto no es rock con colmillos de verdad sino más bien de goma espuma, sus temas funcionan en directo como revulsivo a la madrugada pero pecan de aún faltarles temas de peso.
Pero no nos pongamos pejigueras, su actuación convenció con un Álex Rice al que se le notaba cómodo con el público al que iba y venia en medido de varias canciones; pusieron muchas ganas y eso se notó en recreaciones vitaminadas de “The game”, “Long Hot Summer” y su indiscutible éxito “Here´s the thing”, que ya lo quisieran para ellos The Vaccines. Por cierto, aún me sigo preguntando qué hacía el teclista deambulando por el escenario.

Alt-J venían en un momento especialmente dulce, su último plástico “The Dream” es uno de los discos del año sin duda alguna, un trabajo sólido que nos hace repensar que más que una banda de singles es una banda muy seria a tener en cuenta. Sin mediar palabra, los de Leeds dieron un discurso de menos a más sacando a pasear un sonido rico y denso donde el trío saca lo mejor del estudio: un entramado rítmico donde cada línea, timbre y nota forma un todo, un mantra que desplegaron por el escenario Estrella Damm y que nos hizo quedar literalmente embobados .
Buena culpa de ello la tuvo un setlist impecable: “Tesselate ”, “The actor”, “Dissolve me”, con un inspiradísimo Thom Sonny Green a la batería, todos ellos impregnados de ese tono arty que tan bien defiende la banda. Este contrapeso de momentos oscuros y lentos “Matilda” , “Bane”, ”Chicago” fue perfectamente balanceado con otros más luminosos y bailables: la gran “U&Me”, “ In cold blood”, la batucada indie de “Something good” o la esperadísima “Breezeblocks”, con la que cerraron su actuación. Absolutamente maravillosos.

