Crónica

Tomavistas 2025

29/05/2025 - 31/05/2025



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La novena edición de Tomavistas dejó tres jornadas que confirmaron al festival madrileño como uno de los enclaves esenciales de la primavera peninsular. El traslado definitivo a la Caja Mágica trajo novedades logísticas, entre ellas un escenario cubierto con climatización parcial, que ayudaron a sobrellevar el calor implacable que gobernó desde el jueves hasta la madrugada del domingo. Con un aforo limitado y una distribución de espacios sin embudos, los asistentes se movieron con comodidad entre barras, zonas de descanso y escenarios, incluso en los momentos de mayor afluencia. El cartel combinó artistas consolidados con proyectos que aún dan sus primeros pasos, abriendo un abanico estilístico que abarcó desde la electrónica más detallista hasta el punk más descarnado. En ese contexto, cada jornada adquirió un carácter muy definido: el jueves se recordó por la energía de Amaia; el viernes mostró luces y sombras con altibajos notables; y el sábado concluyó por todo lo alto, encumbrando a Kelly Lee Owens como gran triunfadora.

Jueves

La primera tarde comenzó con el sol en su punto más alto y una explanada de hormigón que actuó como plancha. Barry B fue uno de los primeros en actuar pasadas las seis, descargando un set en el que el fraseo veloz se arropó con guitarras musculosas. A esa hora el público era aún escaso, pero el madrileño lo convirtió en ventaja, creando una atmósfera casi tribal donde los pocos centenares presentes corearon ‘SWISH’ y ‘Soleá’ como si estuvieran en una sala llena. La temperatura trepó por encima de los treinta y cinco grados y, sin embargo, nadie abandonó la primera fila cuando llegó ‘El efímero arte de perdonar’, con ese estribillo que invita a gritar a pleno pulmón.

El relevo lo tomó María José Llergo. En disco ya había deslumbrado, pero verla sobre las tablas confirmó que su segundo trabajo, ‘ULTRABELLEZA’, necesita el directo para desplegar toda su emoción. Con una banda que alternó texturas electrónicas y arreglos orgánicos, la cordobesa convirtió canciones como ‘SUPERPODER’ o ‘APRENDIENDO A VOLAR’ en auténticos himnos catárticos. Su voz, cuidada hasta la última sílaba, flotó sobre la marea de calor y se ganó una ovación cerrada.

Mientras tanto, en el flamante escenario techado, pablopablo demostró que la sutileza también puede funcionar en un festival al aire libre. Con solo tres músicos sobre el escenario (saxo, batería y teclados/guitarra) defendió ‘Canciones en Mi’ al detalle. ‘Dónde Estás’ y ‘Otra Vida’ sonaron casi suspendidas en el aire, y la visita sorpresa de Ralphie Choo para ‘Eso que tú llamas amor’ prendió al público como un fósforo. La carpa rugió de aplausos y la temperatura, por fin, empezó a volverse soportable.

Aún con la caída del sol, Jimena Amarillo tomó el escenario principal y aportó un punto de irónica frescura, siendo su directo en todo momento de café para muy cafeteros. Entre cambios de vestuario y un cuerpo de baile incansable, la valenciana transformó ‘Flow deskiciada’ y ‘Lo que ella me da’ en piezas sobresaltadas de pop digital, sin perder la conexión directa con la gente de las primeras filas. Cuando se despidió con ‘Cafeliko’, el recinto ya era un pequeño océano de luces de móvil.

La expectación creció ante Judeline. La artista gaditana, acompañada por un equipo de bailarines que bordó la coreografía, recreó el universo de ‘Bodhiria’ con dramatismo escénico. ‘angelA’ y ‘INRI’ se deslizaron entre beats pesados, ráfagas de percusión orgánica y una iluminación teatral que realzó la tensión de cada movimiento. Hubo castañuelas en ‘Heavenly’ y un clamor colectivo con su reinterpretación de ‘La Tortura’.

Ganges ofreció un refugio melódico antes de la gran cita de la noche; su dream-pop con sintetizadores vaporosos convirtió el escenario cubierto en un pequeño planetario sonoro. Y poco después llegó el momento que todo el recinto aguardaba: Amaia. Desde los laterales ya impresionaba el tráiler que transporta su montaje; sobre el escenario, la navarra desplegó una producción milimétrica, con una banda numerosa y un diseño de luces que jugó con los contrastes. Abrió con ‘Magia en Benidorm’, dejando claro desde el primer acorde que apostaría por su reciente ‘Si abro los ojos no es real’. El impacto fue inmediato: los arreglos firmados por Ralphie Choo ganaron corpulencia en vivo, sin perder nitidez.

En la parte central del concierto, Amaia se refugió tras el arpa para ‘Ya está’ y se sentó al piano en una sentida lectura de ‘Me pongo colorada’. El público, entregado, coreó cada verso de ‘Dilo sin hablar’ y vibró con la jota ‘Yamaguchi’, un guiño a su Pamplona natal. El momento más explosivo llegó al final, cuando enlazó la potencia rítmica de ‘La persona favorita’ con una lectura incendiaria de ‘Santos que yo te pinte’. Fue el golpe maestro de una noche inaugural que la consagró como figura principal de la jornada.

Aún quedaban la veteranía descarada de Mala Rodríguez y la recta final guitarrera de Trashi para cerrar el jueves, pero el eco que dejó Amaia siguió resonando en la cola de food-trucks hasta bien entrada la madrugada.

Viernes

El segundo día amaneció con el cansancio propio de una noche larga y, al mismo tiempo, cierta sensación de transitoriedad. El tránsito de público fue menor, y muchos asistentes llegaron más tarde, quizá reservando fuerzas para el último día. Con un calor que volvió a golpear a primera hora de la tarde, Viva Belgrado se encontraron inaugurando el escenario principal ante fieles que aguantaron estoicamente. El volumen generoso y las letras con carga poética de ‘Un tragaluz’ o ‘Jupiter and beyond the infinite’ no perdieron pegada, pero la losa de la hora temprana impidió la explosión total.

Carlangas tomó el relevo con un repaso vibrante a su etapa al frente de Novedades Carminha (‘Verbena’, ‘Cariñito’) y a sus temas en solitario como ‘Cae la noche’. Fiel a su fama, convirtió la explanada en verbena gallega con el apoyo de Mundo Prestigio. Sin embargo, el grueso del público seguía todavía desperdigado entre barras y zonas de sombra, y la fiesta no alcanzó la temperatura ideal.

A resguardo en el escenario cubierto, Maika Makovski y su peluca rococó prendieron la mecha eléctrica con ‘Muscle Cars’. La banda sonó como un camión y repasó con fuerza ‘Bunker Rococo’, intercalando rescates de ‘Desaparecer’ como ‘Iron Bells’. El show fue impecable, pero el eco quedó algo difuminado por la distribución irregular de la audiencia esa tarde.

Carlos Ares aportó aire fresco con una formación extensa (violín incluido) y un repertorio que alternó ‘Peregrino’ con piezas recién salidas de ‘La Boca del Lobo’. ‘Importante’ y ‘Autóctono’ crecieron sobre la marcha, aunque la charla constante de parte del público dificultó la concentración.

El esperado retorno de Doves, sin Jimi Goodwin, reunió a los nostálgicos de la era pre-streaming. ‘Snowden’ y ‘Words’ abrieron paso a una ‘The Cedar Room’ que sigue erizando pieles, pero incluso la épica de ‘Black and White Town’ no logró llenar del todo el recinto sonoro del escenario de Caja Mágica. Faltó ese mordisco extra que convirtiera la emoción en tormenta, quizá lastrado por la ausencia de Goodwin al frente.

Los problemas técnicos retrasaron a Karavana, que aun así respondieron con un concierto de cuarenta minutos sin tregua: ‘Pastillas’ y ‘Resaca pop’ crearon el primer pogo serio del día. Luego, Love of Lesbian desplegaron maquinaria de precisión con ‘Ejército de salvación’, ‘Cuando no me ves’ y ‘Bajo el volcán’. Su mensaje en favor del pueblo palestino encendió aplausos, pero la imagen general volvió a mostrar huecos en la explanada, una postal insólita para un cabeza de cartel español en Madrid.

Parquesvr devolvieron la anarquía con su muro de teclados y la labia irreverente de Javi Ferrara. ‘Managers’ y ‘Almodóvar Amenábar’ operaron como termita afilada sobre el cemento, aunque la hora tardía pesó en varios asistentes que ya se acercaban a la carpa electrónica en busca de ritmos constantes.

Por su parte, Bombay Bicycle Club firmaron un set pulcro, con juegos de luz notables, pero su pop británico quedó entre dos aguas, atrapado entre los que bailaban de costado y los que ya aguardaban a Caribou. Dan Snaith, en cambio, no perdonó: su directo basculó entre el house más gozoso y pasajes de psicodelia digital, hilvanando piezas de ‘Honey’ con clásicos como ‘Can’t Do Without You’. Fue el gran momento de la noche, y quien aguantó hasta el final supo que allí se encontró el clímax de un viernes que no llegó a despegar del todo salvo chispazos concretos.

Sábado

La jornada final comenzó a primera hora de la tarde con La Milagrosa, que presentó su LP ‘Ya no me duele Mal’. Entre guitarras limpias y un pulso bailón ochentero, el cuarteto madrileño cosechó vítores tempraneros. El listón subió con Biznaga: los madrileños atacaron a quemarropa con ‘Espejos de Caos’ y ‘Benzodiazepinas’. El pogo fue inmediato, y la voz de Álvaro García perforó el calor como si fuera madrugada. ‘Madrid nos pertenece’ cerró un bolo que dejó a más de uno afónico.

Depresión Sonora recogió ese estado electrificado y lo canalizó hacia dentro. Marcos Crespo, respaldado por un sexteto, arrojó himnos generacionales como ‘Ya no hay verano’ y ‘Bienvenido al caos’. Una proyección retroalimentada de cámaras en directo añadió dramatismo. En ‘Gasolina y mechero’ pidió palmas y las consiguió al instante.

Yard Act optaron por el sarcasmo en vena, transformando el escenario en pub británico con ‘Dream Job’ y la nueva ‘You’re Gonna Need a Little Music’. Entre caídas teatrales y conversaciones con el público, James Smith repartió ironía a mansalva. La energía continuó con Camellos, que se aliaron con Javi Ferrara para ‘Mazo’ y con Álvaro García para ‘Combustión’.

Justo después, Mogwai levantaron una muralla de guitarras. ‘How to be a werewolf’ retumbó como avalancha y ‘Rano Pano’ sacudió los bajos hasta el estómago. Sin embargo, la densidad dejó a algunos en estado contemplativo, generando el contraste perfecto para lo que venía.

Kiasmos oscurecieron la noche con un techno minimalista de pulso emocional; cada base se abría paso de forma gradual hasta envolver a la multitud. Cuando apagaron las máquinas, el público estaba listo para la recta final.

Entró entonces La Élite con un show salvaje. ‘Nuit folle’ y ‘Cardio y caladas’ se sucedieron entre cerveza voladora, globos de cumpleaños y un pogo inmenso capitaneado por Nil Roig y David Burgués. El escenario parecía un ring y el público, parte del show.

Eran ya casi las doce cuando Kelly Lee Owens apareció entre penumbras. Sin banda, rodeada de sintetizadores y pads, moldeó un set que viajó por su reciente ‘Dreamstate’. No se hizo esperar ‘On’, la cual aceleró hasta convertirla en techno descarnado y, sin pausa, soltó ‘Melt!’. Tampoco se olvidó de ‘Olga’, del mismo modo que ese fulgurante inicio con 'Dreamstate’ encadenada a ‘Sonic 8’, construyendo capas y más capas hasta que el bombo retumbó como latido colosal. Su voz, procesada con ecos etéreos, emergía de vez en cuando para coronar cada clímax.

En la mitad del concierto, ‘Dark Angel’ desató una oleada de brazos al aire; Owens jugó a deconstruir el tema, soltándolo y recogiéndolo para luego estallar en una coda casi trance. Se la vio segura, sonriente y, sobre todo, entregada: agitó la cabeza mientras retorcía faders y golpeaba pads con una precisión quirúrgica. El público olvidó el cansancio acumulado de tres días y se dejó llevar. Cuando los focos se apagaron, la ovación duró minutos y ella abandonó el escenario visiblemente emocionada. Había logrado lo que pocos consiguen: que un festival entero parezca una pequeña pista de club a la una de la mañana.

Aún quedaba Romy para cerrar. Su mezcla de house pulido y pop confesional prolongó el baile hasta la clausura oficial, pero la imagen que sobrevivirá en la memoria colectiva será la de Kelly Lee Owens alzando los brazos bajo la luz estroboscópica.

Con el camino a casa amenizado por los asistentes rezagados que intentaban encontrar el último bar abierto cerca de la Caja Mágica, Tomavistas 2025 se despidió dejando la sensación de que, pese al calor y a los baches del viernes, el festival ha encontrado un enclave cómodo y un público fiel. La mezcla intergeneracional de artistas sigue siendo su mejor carta y la capacidad para alternar pogo, furia rítmica y electrónica futurista, su sello distintivo. Que Amaia y Kelly Lee Owens hayan firmado los dos momentos más comentados revela también la amplitud de miras a la que aspira una cita que, nueve ediciones después, continúa creciendo sin renunciar a la cercanía.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.