Crónica

Tomavistas 2024

Viernes

24/05/2024



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El Festival Tomavistas estrenaba ubicación, mudándose a La Caja Mágica con el objetivo de crecer en espacio y comodidad, pero no descuidando para nada su línea de programación. Encontrándonos ante un elenco de nombres que se adecúan a la perfección a la necesidad de tener un festival diferente en la ciudad, comprobamos como la apuesta por encontrar un lugar definitivo en el que poder asentarse resultó a la postre acertada. Con un recinto extenso, pero bastante abarcable, la organización logró que esta primera edición en un recinto inexplorado se percibiese de lo más rodada, dotando a los asistentes de las infraestructuras necesarias para que en todo momento el festival fuese de lo más cómodo. Cumpliendo su parte a la hora de justificar con creces el adiós al Tierno Galván, sólo quedaba que también saliese a la perfección todo lo que ocurría encima de los escenarios, algo que también sucedió ya que a lo largo de las dos jornadas nos encontramos ante un puñado de conciertos bastante memorables. Vamos allá con el repaso de lo acontecido el viernes.

Las encargadas de abrir la tarde fueron La Luz, quienes aterrizaban en la capital para presentar su último trabajo discográfico, ‘News Of The Universe’, que precisamente se publicaba ese mismo día. Derrochando su inconfundible mezcla de sonidos surf, garage y toques psicodélicos, lograron cautivaron al respetable con su actitud gamberra y desenfadada, dejando bien claro que el directo de las de Seattle resulta de lo más compacto. El directo arrancó de forma instrumental, estableciendo desde el inicio su particular clímax placentero, pero al mismo tiempo no exento de ese misticismo que parece impregnar toda su trayectoria. A pesar de que poco a poco su concierto se volvió algo más descafeinado, dejando de lado sus flamantes nuevos temas, los tintes oscuros y las letras crípticas que caracterizan sus canciones no se perdieron en ningún momento. Shana consiguió transmitir esa sensación hipnótica y casi espeluznante que impregna sus composiciones, sumergiendo al personal en un trance psicodélico difícil de sacudirse.

Después de lo apacible y por momentos preciosista que había resultado el concierto de La Luz, Reytons supusieron la gran decepción del día. Desde un primer momento observamos como eran una decepcionante copia de tantas otras bandas británicas que han pasado por aquí. Lejos de ofrecer algo fresco y original, el cuarteto de Yorkshire se limitó a imitar fórmulas ya muy trilladas dentro del rock alternativo inglés. El cantante Jonny Yerrell se esforzó en construir una imagen de chico rudo y rebelde, pero su puesta en escena resultó forzada y sus intentos de conexión con el público sonaron falsos. En lugar de autenticidad, lo que se percibió fue a un intérprete tratando desesperadamente de emular los mismos clichés por los que otras bandas cosecharon éxitos años atrás. La impresión general es que Reytons no ha sabido desarrollar un sonido propio y distintivo, teniendo constantemente como su directo flojea en exceso en el momento en el que la aceleración guitarrera desciende lo más mínimo.

Por su parte, Bodega llegaron al festival dispuestos a dejar su sello indeleble. Desde el primer acorde, la energía desbordante de la banda impactó como un meteoro, atrapando a los asistentes en su órbita frenética. Ben Hozie y Nikki Belfiglio, los vocales del grupo, se complementaron a la perfección, alternando líneas melódicas abrasivas y letras mordaces. Sus presencias en el escenario eran imanes de carisma, atrayendo todas las miradas hacia su incansable vaivén. Detrás de ellos, una sección rítmica implacable mantenía un ritmo trepidante, mientras los rasgueos de guitarra desgarraban el aire con su furia disonante tal y como nos mostraron en canciones como ‘Bodega Bait’. A medida que avanzaba la tarde, Bodega fue desgranando su catálogo, mezclando temas de su flamante ‘Our Brand Could Be Yr Life’ con viejos clásicos.  A medida que se acercaba el final, Bodega parecieron incrementar aún más la dosis de energía, negándose a dejar que decayera el frenesí. Por todos estos motivos, sin lugar a dudas supusieron el gran concierto de la jornada, dejando constancia como es más necesario que nunca contar con bandas que vengan desde el circuito DIY.

A continuación de Bodega, llegó el grupo que seguramente atrajo a más nostálgicos de los sonidos noventeros al festival. Dinosaur Jr. regresaban a Madrid después de muchos años, ofreciendo un directo de lo más solvente. J Mascis, con su aspecto desaliñado y su instrumento colgando a la altura de las rodillas, canalizó toda su esencia rockera a través de escalofriantes solos y riffs desgarradores que dieron buena cuenta del alto sonido del directo. Lou Barlow, con su larga cabellera agitándose frenéticamente, imprimió una energía arrolladora con su contundente labor al bajo. Lejos de limitarse a un rol de acompañante, se convirtió en un pilar fundamental del sonido, entrelazando sus líneas de bajo con las guitarras en un diálogo musical cautivador. La sección rítmica de Murph, con una precisión infalible, aportó la solidez necesaria para que Mascis y Barlow pudieran desplegar toda su creatividad. Sus golpes de batería, a veces sutiles y a veces devastadores, marcaron el compás perfecto para sumergirse en el trance sonoro de Dinosaur Jr., logrando convencer tanto a los curiosos de la zona como a sus fans más acérrimos.

Continuando con las dosis de nostalgia noventera, Los Planetas repasaron su mítico ‘Super 8’ de arriba abajo, dejando desde los inicios bien claro, en palabras del propio Jota, que ellos son los auténticos y no lo que se refleja en la reciente película inspirada en su vida y titulada ‘Segundo Premio’. Pese al inexorable transcurrir de las décadas, el grupo conserva impoluta aquella aureola de singularidad que los ha distinguido, logrando que su esencia continúe ejerciendo el mismo embrujo cautivador de antaño. Lejos de sucumbir a exageraciones escénicas, el dúo ofreció un espectáculo de corte íntimo y genuino, estableciendo una conexión con cada uno de los presentes a través de su inconfundible impronta artística. La compenetración entre Jota y Florent era incuestionable, complementándose a la perfección durante toda la velada. Sus voces entrelazadas daban forma a melodías cautivadoras, evocando remembranzas y emociones profundamente arraigadas en los corazones de los asistentes. Cada interpretación era un lienzo en el que plasmaban sus vivencias, anhelos y sueños, invitando al respetable a sumergirse en su particular universo.

Con un recinto que presentaba una entrada inmejorable, pero con flujos de transeúntes bien dirigidos y canalizados, llegó el turno de Editors. El vocalista Tom Smith lideró el espectáculo con una entrega física notable, moviéndose con energía por el escenario sin que su potente voz se viera mermada, imponiendo su intensidad vocal característica sin recurrir a florituras. En su propuesta musical más reciente, la agrupación ha encontrado un equilibrio satisfactorio prescindiendo de adornos melódicos, siendo el arrollador empuje de Smith el eje central. La velada combinó con acierto los temas más contundentes de su último trabajo, como el impactante ‘Karma Climb’, con versiones renovadas de éxitos anteriores como una vibrante revisión del clásico ‘Killer’ de Adamski. A lo largo de su trayectoria, Editors ha demostrado una constante evolución artística explorando nuevos derroteros electrónicos, alcanzando en esta etapa un punto culminante con un directo enérgico y arrebatador. El cierre con el monumental ‘Papillon’ y su coro definitivo dejó al respetable extasiado, testigos de una banda en plena efervescencia creativa que, sin renunciar a sus raíces rockeras, ha sabido revitalizarse e inyectar frescura electrónica a su propuesta.

Al margen de la actuación de Editors, la alternativa resultó más que a la altura con Melenas, dejándonos junto a Bodega con el otro gran concierto de la jornada. Desde el inicio, nos encontramos ante un público entregado que coreaba cada estrofa. Melenas tomaron el escenario con una actitud relajada, abriendo con algunos de sus temas más recientes y envolventes. Los sonidos electrónicos y las voces etéreas de las pamplonicas pronto sumergieron a los asistentes en un estado hipnótico. Conforme avanzaba el concierto, la intensidad fue en aumento. Algunas canciones más guitarreras de sus inicios hicieron su aparición, equilibrando el set con pinceladas de rock directo. En los momentos cumbre, la conexión entre Melenas y el público alcanzó niveles místicos. Temas como el arrebatador sencillo ‘Bang’ desataron una catarsis colectiva, con el gentío cantando a pleno pulmón. Un viaje que osciló entre lo etéreo y lo terrenal, guiado por cuatro artistas en la cumbre de su creatividad.

Casi alcanzando el final de la noche, Baiuca convirtió su escenario en un lienzo de sonidos y visuales hipnóticos. Los ritmos electrónicos servían como base para las voces agudas y penetrantes de las cantantes, que se entrelazaban con instrumentos tradicionales. Esta mezcla de lo moderno y lo ancestral creaba una atmósfera mágica, transportando a los asistentes a través de un viaje sonoro de lo más disfrutable donde el folclore gallego se erigía como el corazón palpitante de la propuesta. En determinados momentos, las voces femeninas y las percusiones tradicionales tomaban el protagonismo absoluto, sumergiendo al público en un trance atemporal. Estos instantes de conexión con las raíces más profundas de la cultura gallega contrastaban de manera fascinante con los pasajes más vanguardistas y electrónicos, creando una simbiosis cautivadora. A medida que avanzaba el concierto, la comunión entre el grupo y el público se hacía cada vez más intensa. Los asistentes, incapaces de permanecer sentados, se entregaban al ritmo frenético de la música, dejándose llevar por la energía desbordante que emanaba del escenario.

Apurando al máximo la velada, llegó el plato fuerte de la noche con la primera actuación de The Blaze en Madrid. Desde el inicio, la oscuridad reinante solo se veía interrumpida por una enorme pantalla que mostraba imágenes casi hipnóticas. Su música electrónica de ambientes un tanto lúgubres, pero profundamente emocional comenzó a llenar el recinto. A través de sus voces distorsionadas cantaban letras crípticas sobre conexiones humanas, relaciones, amor y muerte. Temas existenciales vestidos con ropajes de baile hipnótico. El público, inmerso en un trance colectivo, se balanceaba al mismo ritmo. Las imágenes proyectadas en las pantallas eran cuidadosamente seleccionadas para realzar la atmósfera onírica. Un hombre encendiendo un cigarrillo tras otro sumía la escena en una bruma casi palpable. Perros salvajes persiguiéndose evocaban la naturaleza primigenia. Un automóvil ardiendo en llamas representaba la belleza en la destrucción. Cada pequeño detalle estaba meticulosamente calculado para transportar al espectador, sumergiéndolo en un mundo poético y sugestivo donde lo visual era tan importante como lo sonoro. The Blaze no ofrecieron un simple concierto, sino una experiencia artística multimedia de principio a fin.

Redacción Mindies

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