La jornada del sábado dio inicio con una Laetitia Sadier muy bien acompañada por su Source Ensemble, encontrándonos ante uno de esos conciertos que se salen de los márgenes de cualquier prototipo festivalero. Desde el primer momento, dejó claro como los destellos experimentales y disonancias controladas evocaban los trabajos más vanguardistas de Stereolab. Sin embargo, las letras crípticas y los mensajes trascendentes que ha profesado Sadier en sus creaciones recientes confirieron un cariz más grave e intimista a su propuesta artística. Hubo espacio, no obstante, para momentos más ligeros y accesibles, con ecos de pop psicodélico, krautrock y toques de jazz modal que disipaban la intensidad de los pasajes más abrumadores. La capacidad de Sadier para transitar entre lo etéreo y lo terrenal, lo hermético y lo diáfano, convirtió su actuación en una experiencia cautivadora para los sentidos. En la recta final, la artista pareció querer reconectar con la vertiente más accesible de su trayectoria, regalando al respetable varias piezas donde nos ofreció incluso matices de lo más teatrales con los que quedar definitivamente rendidos ante una propuesta tan cuidada.
Aprovechando que los rayos de luz ya no incidían de lleno en las primeras filas del escenario principal, Conor O’Brien al frente de Villagers nos demostró que lejos de ser un hombre solitario con una guitarra, también tiene una talentosa banda que rápidamente desde el primer momento. Las melodías envolventes y la voz etérea del irlandés cautivaron al instante. Su presencia serena pero poderosa comandaba la atención total. El repertorio transitó hábilmente entre material reciente de ‘That Golden Time’ y clásicos aclamados por los fans. Los arreglos de banda completa, sencillos pero pertinentes, inyectaron nueva vida a temas conocidos, adornados con toques de jazz y un tono barroco que aportó una dimensión exuberante. La versatilidad musical de Villagers quedó patente con cada pieza ejecutada a la perfección. En los momentos más íntimos, cuando O'Brien quedaba solo a la guitarra, el público contenía el aliento, cautivado por su honestidad desgarradora. Su voz, un instrumento puro y desarmante, transmitía emociones a flor de piel, tal y como nos demostró en esa sublime ‘Becoming A Jackal’ con la que casi cerró el concierto.
El grupo liderado por la cantautora no binaria Alynda Segarra cautivó también al público con una sólida actuación que abarcó toda su trayectoria, pero con especial énfasis en su aclamado nuevo disco ‘The Past Is Still Alive’. Desde la apertura con ‘Alibi’, Hurray for the Riff Raff estableció un tono íntimo y desgarrador a través de las letras confesionales de Segarra. A pesar de las temáticas densas que exploraban la adicción, la vida en las calles y la búsqueda de espacios seguros siendo trans, los arreglos musicales tenían un toque folk-americano accesible. La voz áspera pero cautivadora de Segarra se complementaba con los ricos matices de la guitarra de Parker Gregory y el sutil trabajo de batería de Yan Westerlund. El núcleo del concierto fue un recorrido a través de ‘The Past Is Still Alive’, con interpretaciones vibrantes de cortes como ‘Buffalo’, una confesión vulnerable sobre los ciclos de la adicción; y ‘Colossus of Roads’, una celebración de la comunidad queer ambulante. A medida que avanzaba el set, la banda entremezclaba momentos de intensidad emocional cruda con otros de melodías pegadizas y euforia catártica.
A continuación, fuimos corriendo al escenario principal, ya que el grupo más ilustre del día prometía ofrecernos otro concierto inolvidable. Belle & Sebastian, liderados por el carismático Stuart Murdoch, se subieron a las tablas envueltos en una cálida ovación del público, que abarcaba desde adolescentes entusiastas hasta incondicionales de la primera hora. Desde las primeras notas, el septeto desplegó su mágico repertorio de melodías pegadizas y letras intimistas, sumergiendo al respetable en un oasis de alegrías y nostalgias compartidas. A lo largo de casi dos horas, la banda desgranó un selecto repertorio que recorrió toda su trayectoria, con cortes de sus aclamados inicios hasta composiciones más recientes. Las delicadas armonías vocales de Murdoch y Stevie Jackson, junto a los acordes de guitarra envolventes, dieron vida a algunas de sus piezas insignia ante la emoción desbordada de los asistentes, logrando rescatar algunos temas menos habituales de su repertorio como ‘There's Too Much Love’ o la final ‘Sleep The Clock Around’.
En un momento culminante, el mismo Murdoch invitó a una veintena de fans al escenario para que se unieran a su bucólico baile durante la interpretación de ‘The Boy With the Arab Strap’. Fue un instante conmovedor ver a varias generaciones disfrutando al unísono de esa conexión casi ritual con la banda, dejando fluir la euforia contenida durante tantos años de devoción. La atmósfera abarrotada del recinto madrileño se convirtió en una especie de confesionario musical, donde las vulnerabilidades y anhelos fluyeron al calor de las vibrantes melodías de Belle & Sebastian. Un oasis de sensibilidad colectiva impulsado por una formación que, décadas después de irrumpir, sigue cautivando con su delicada propuesta independiente, ahora convertida en un tesoro intergeneracional.
Otros de los grandes triunfadores de la noche fueron los hermanos Jim y William Reid, fundadores de The Jesus And Mary Chain, desplegando su característico rock alternativo cargado de energía cruda y rebelde, la misma que los convirtió en iconos del underground hace décadas. A pesar del paso del tiempo, la formación demostró que aún conserva esa esencia que los hizo únicos. El repertorio estuvo repleto de emblemáticas composiciones de su extensa trayectoria, mezcladas con temas de su más reciente álbum de estudio. Los clásicos hicieron vibrar al público con su intensidad, mientras que los nuevos cortes dejaron entrever la evolución del sonido de la banda hacia terrenos más poperos y psicodélicos. Conforme avanzaba el concierto, la atmósfera se volvía cada vez más densa y envolvente. Las afiladas guitarras se entrelazaban con las voces hipnóticas de Jim Reid, creando un ambiente oscuro y misterioso que sumergía al auditorio en un estado de trance. The Jesus and Mary Chain demostraron que su música sigue siendo tan relevante y poderosa como antaño. Su actuación en el Tomavistas fue una muestra de su talento para mantener viva la llama del rock alternativo, cautivando a nuevas generaciones mientras complacían a sus fans de siempre.
Con el final de la segunda jornada del festival cada vez más cerca, Georgia cautivó al público madrileño con su energía desbordante y su sonido envolvente que fusiona el pop, el dance-hall y la música electrónica. Desde el momento en que apareció en el escenario, Georgia demostró ser una fuerza de la naturaleza. Su presencia cautivadora y su destreza en la batería atraparon inmediatamente la atención de los asistentes. Con cada golpe enérgico de sus baquetas, la artista construyó una base rítmica hipnótica sobre la cual su voz etérea y poderosa se elevó con gracia. A lo largo del concierto, Georgia navegó por un abanico de emociones y estilos musicales sin perder nunca su intensidad arrebatadora. En algunos momentos, su música adquiría un toque alegre y bailable que invitaba al público a dejarse llevar por el ritmo. En otros, su interpretación se volvía introspectiva y melancólica, permitiendo que su voz cautivadora brillara en todo su esplendor.
Pero lo más impresionante fue la capacidad de Georgia para crear una conexión genuina con su audiencia. A través de sus movimientos enérgicos y sus interacciones con el público, logró convertir el concierto en una experiencia comunitaria donde todos eran partícipes. En varios momentos, abandonó su batería para sumergirse entre los asistentes, generando una atmósfera de celebración colectiva. La energía en el ambiente era palpable, y el entusiasmo de los asistentes alcanzó su punto máximo. Fue un momento culminante que dejó claro que esta artista tiene un futuro prometedor por delante. Al concluir su actuación, Georgia recibió una ovación atronadora del público madrileño. Su concierto en el Festival Tomavistas no solo demostró su talento como música, sino también su capacidad para crear una experiencia única y memorable.
El broche de oro del festival lo puso seguramente el grupo más esperado y masivo como eran los franceses Phoenix. Los veteranos de la escena indie demostraron una vez más por qué se han ganado un lugar entre las grandes bandas de rock-pop de las últimas décadas. Desde el primer acorde, el cuarteto cautivó al público con su inconfundible mezcla de sintetizadores retro, guitarras envolventes y letras pegadizas. Thomas Mars, el carismático vocalista, irradió una energía desbordante, conectando con los fans en cada estrofa. A pesar de sus años de trayectoria, Phoenix sigue innovando en sus directos, esta vez apoyándose en un despliegue audiovisual de vanguardia. Las pantallas ledque enmarcaban el escenario recreaban desde los salones palaciegos del Versalles hasta psicodélicas explosiones de color, transportando a los asistentes a un mundo hipnótico.
El grupo supo equilibrar a la perfección los himnos que los catapultaron a la fama como ‘Entertainment’ y ‘Lisztomania’ con cortes más recientes de discos como ‘Alpha Zulu’. Los veteranos hits arrancaron los coros más efusivos, mientras que las nuevas composiciones demostraron que Phoenix sigue en plena forma creativa. En los momentos más íntimos, Mars se acercó al público cantando casi acapella, recordando los humildes inicios de la banda. Pero en general primó la espectacularidad, con la sólida base rítmica de los músicos fundiéndose con los llamativos efectos visuales. Al casi finalizar el concierto con el archiconocido ‘1901’, la ovación fue ensordecedora. Phoenix volvieron a demostrar que son mucho más que una banda de culto, capaces de ofrecer una experiencia inmersiva y emocionante. Una auténtica fiesta para los sentidos.
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