El Tomavistas retomaba su actividad en el formato habitual, haciendo frente al desafío de ser el primer festival de gran formato en celebrarse en Madrid después de la pandemia, además de tener que lidiar con el hecho de trasladar su sede del Parque Enrique Tierno Galván a IFEMA. Este contexto, a pesar de estar acompañados por su apuesta por ser un festival con una personalidad marcada en la confección del cartel, propició que por momentos tuviésemos esa sensación de que nos encontrásemos ante una de esas ediciones de consolidación donde comprobamos que no todo iba tan rodado como otros años. Si bien es cierto que el cambio de recinto ha resultado de lo más cómodo a nivel de servicios y capacidad para que el público se distribuyese de una forma que en ningún momento se percibiese algún agobio, la adaptación a un espacio de tales condiciones condicionó factores como un sonido excesivamente bajo en la mayoría de conciertos que deslució algunos momentos que esperábamos que fuesen mucho más épicos. A pesar de ello, el buen hacer de la organización y el nivel general de las propuestas que vimos encima de los escenarios hicieron que lo vivido se asemejase bastante a todo lo que habíamos imaginado en nuestra cabeza en el reencuentro con un festival que nos ha aportado mucho desde su primera edición. Dejando las valoraciones generales aparte, vamos allá con lo que más nos gusta que es revivir las actuaciones que nos dejaron la jornadas del viernes y del sábado.
El viernes nuestro festival arrancó con unos Biznaga que tenían todas las ganas del mundo de demostrar como los temas de su más que reciente Bremen No Existe siguen moviéndose en el habitual derroche melódico al que nos tienen acostumbrados. Acusando las altas temperaturas que imperarían durante todo el fin de semana, comprobamos de buenas a primeras como la máquina sigue perfectamente engrasada, transitando con total naturalidad entre todas las etapas de su trayectoria y evidenciando como temas más olvidados como ‘Máquinas Blandas’ siguen sonando en directo con todo el significado con el que los recordábamos. Más de esos momentos en los que comprobar como el espíritu punk indomable de sus orígenes sigue subyaciendo en su actitud de una forma más que palpable llegaron con un ‘Domingo Especialmente Triste’, una de esas canciones que evidencia muy bien como a estas alturas la forma de hacer canciones de los madrileños impera por encima de géneros y modas.

Estrenando el Escenario 1 nos encontramos la que seguramente fuese la gran decepción del festival, ya que Goat Girl ofrecieron un concierto completamente descafeinado, de gran actitud pasota y sonido que permitía mantener cualquier conversación sin tener que levantar la voz lo más mínimo. Si bien es cierto que su propuesta se basa en una especie de art pop donde los cambios de ritmo y los arreglos de teclado destacan por encima del resto, el hecho de que los matices se perdiesen el camino hizo que el concierto se quedase en lo anecdótico. Quizás los momentos en los que apostaron por sacar a relucir un lado más acelerado y contundente, como los presentes en ‘The Crack’, fueron los que les sirvieron para desquitarse en parte, provocando al menos que el apartado rítmico emergiese a un primer plano y se abriese paso entre la evidente desgana que acabó por contagiarse al público presente.
De una forma mucho más solvente The Haunted Youth se presentaban en sociedad ante el público español, aglutinando a un número de asistentes en el Escenario 3 mucho mayor de lo que a priori cabría esperar. Comprendiendo en su directo como son una banda capaz de girar tanto hacia un sonido dream pop más oscuro, como hacia una psicodelia guitarrera de espíritu abatido, la formación belga ofreció buenas muestras de como las influencias adoptadas con personalidad pueden derivar en grandes canciones. De ahí que singles como el final ‘Coming Home’ o una ‘Teen Rebel’ de mirada perdida lograsen ese efecto de trasladarnos prácticamente un par de décadas atrás en el tiempo en lo musical, para comprobar como los sentimientos suscitados por sus atmósferas guitarreras suenan bien contextualizados en los tiempos actuales.

Coincidiendo en horario con The Haunted Youth, los Rolling Blackouts Coastal Fever ofrecían uno de sus primeros conciertos defendiendo los temas de su cuarto LP Endless Rooms del cual nos brindaron cinco de los diez temas del setlist. Con su habitual energía interpretativa, el intercambio de voces entre temas que los caracteriza y lo especial que resulta ver como logran acelerar las canciones de forma progresiva en su directo, los australianos no volvieron a defraudar, más allá de tener que situarnos lo más cerca del escenario posible para que pudiésemos disfrutar de un volumen aceptable. Dejándonos detalles interesantes como el hecho de que ‘The Way It Shatters’ y ‘My Echo’ van camino de entrar en el club de canciones con alma de hit de su discografía, la numerosa formación optó por despedirse con otro de esos temas que suenan con la misma emoción del primer día como es el caso de una ‘Fountain of Good Fortune’ con la que rebajaron pulsaciones y nos dejaron con ganas de mucho más.
Sin perder ritmo y metidos completamente en ambiente festivalero, Carolina Durante presentaban por primera vez ante el gran público su segundo LP Cuatro Chavales, logrando ofrecer el concierto más multitudinario del día. Haciendo enloquecer a los presentes desde el primer minuto, supieron entretejer un setlist de lo más equilibrado con el que conseguir que el clímax no descendiese en ningún momento. Así es como garantizaron que los fans que llevan acompañándolos desde el principio quedasen más que satisfechos, del mismo modo que los últimos en llegar pudiesen comprender desde el primer momento las bondades de un grupo que a estas alturas funciona como una apisonadora. Sin ir más lejos, la declaración de intenciones con la inicial ‘Aaaaaa#$!&’ dice mucho de como se toman sus actuaciones como una perfecta combinación de momentos catárticos y necesidad de reírse de ellos mismos, al mismo tiempo de no dejar pasar por alto ese espacio tan alentador que poseen sus temas. Permitiéndose a estas alturas soltar temas como ‘Las Canciones de Juanita’ en mitad del concierto, podemos afirmar que el grupo sigue sabiendo llevar las riendas de su carrera por donde tan solo ellos quieren.

De forma puntual, una vez finalizó el directo del que para muchos era el grupo estrella de la noche, llegaba seguramente la actuación más sólida y destacada de la noche, ya que Kevin Morby ofreció un concierto perfecto en ejecución y cargado de esas dosis de calidez desbordante que ofrecen sus canciones. Con una gran lona en la que figuraba ‘This Is A Photograph’, el título de su más reciente disco, Kevin y su banda totalmente renovada ofrecían el primer directo de su gira europea. Lo cierto es que el objetivo de presentación de estas nuevas canciones pronto se vio satisfecho, cayendo de este trabajo la propia ‘This Is a Photograph’, la entregada a recuperar viejas sensaciones ‘A Random Act of Kindness’ y una ‘Rock Bottom’ en la que desatar un mayor espíritu cercano a lo que en un día fue The Babies. A partir de ahí, quedaba un repaso de lo más certero a lo que habían sido estos últimos años de su carrera, no faltando desde la coraza envalentonada de ‘Wander’ hasta esos momentos de mayor euforia de ‘Dorothy’. En definitiva, un concierto adaptado al formato festivalero pero que dio mucho de sí.
Mientras Kevin Morby ofrecía su primer show en Europa después de hace unos cuantos años, VVV lograban que el Escenario 3 se convirtiese en una auténtica rave. Si ya de por sí todo lo presente en Turboviolencia adquiere unas connotaciones más entregadas a las experiencias extremas transformadas en canciones, el apartado del directo de los madrileños a estas alturas se ha convertido en lo más parecido a un ritual de entrega a todo lo agitado que nos ofrecen nuestras vidas. Destacando como ahora los interludios entre los temas interpretados, ya son propiamente más canciones con las que foguear todos los sentimientos más desconcertantes que habitan dentro de nosotros, el espectáculo que ofrecieron en el festival solo puede ser calificado como la máxima fiesta posible dentro de los terrenos del bakalao más aferrado al siglo XXI. Sintiendo que cada uno de los estribillos que iban desfilando suponía una perfecta puñalada a algún recuerdo de nuestra memoria que queríamos borrar, VVV causaron el máximo estruendo posible.

Muy distinto serían los dos conciertos que nos quedaban para cerrar la segunda jornada del festival. Por un lado Suede ofrecían precisamente lo que sus fans venían buscando, que era ni más ni menos que un directo plagado de las canciones más memorables de su trayectoria. Como buena prueba de ello nos hicieron ver que querían quemar motores a las primeras de cambio, tirando de una apertura formada por ‘She’, ‘Trash’ y ‘Animal Nitrate’ con la que suscitar grandes caras de admiración entre las primeras filas del público. Siendo conscientes de como parece que no pasan los años por un sudoroso Brett Anderson, el hecho de mostrarnos una gran solvencia en el plano interpretativo no hizo que poco a poco el directo fuese cayendo en expectación, ya que los recursos empleados por los británicos siguen siendo los mismos que en los últimos 20 años. A pesar de ello, el cierre con ‘Beautiful Ones’ y ‘New Generation’ siempre lograr borrar cualquier recuerdo algo anodino de su directo para sentir que siguen sorteando con bastante clase al paso del tiempo.
Los que sí que lograron ofrecer un directo embelesador de principio a fin fueron Slowdive, quienes a pesar de que no nos ofreciesen ningún pequeño anticipo del nuevo disco que ya tienen grabado, encontraron en la brillantez de sus matices el gran bastión con el que guiar un concierto de esos que permanecen en nuestras cabezas por un largo tiempo. Siendo sin duda el grupo que mejor sonó de toda la jornada, la envidiable sobriedad que los caracteriza sirvió para que el carácter etéreo de su actuación estuviese de todo tipo de detalles precisos. Haciendo que la voz de Rachel supusiese esa amalgama de momentos místicos entregados mimetizarse con el carácter metálico que en muchas ocasiones nos ofrecían los punteos suspendidos en el aire de sus guitarras, temas como ‘Catch The Breeze’ o ‘When The Sun Hits’ emergieron como imágenes imborrables de un concierto del que costaba asimilar que tendría un final.

