Crónica

Primavera Sound Porto 2025

Viernes

13/06/2025



Por -

La jornada del viernes se anunciaba como la más ecléctica de todo el festival, un abanico que iba de la exuberancia brasileña de Liniker a los paisajes oníricos de Beach House, pasando por el retorno ruidoso y combativo de Los Campesinos!; sin embargo, la encargada de abrir el telón fue A garota não, y lo hizo firmando uno de esos conciertos que, pese a las restricciones de tiempo inherentes al formato festivalero, se sienten completos y redondos. La artista portuguesa, síntesis perfecta entre tradición y vocación de futuro, desplegó su arsenal de canciones comprometidas, presentando en sociedad el recién estrenado ‘Ferry Gold’, donde historias de arraigo, resistencia y fe en las convicciones personales se entrelazan con guitarras reposadas y atmósferas acústicas que, cuando es necesario, suben de intensidad hasta encontrar un espacio de emoción compartida. Con un espíritu combativo que impregna cada verso, reivindicó el papel de la cultura como fuerza transformadora y demostró por qué su número de seguidores crece sin fronteras: el suyo no fue un set apacible al uso, sino una llamada suave pero firme a la acción, un recordatorio de que la belleza también puede ser trinchera.

Nos trasladamos rápidamente al escenario Porto para reencontrarnos con Waxahatchee, que regresaba a tierras portuguesas tras casi una década de ausencia, la última vez fue en el Vodafone Paredes de Coura 2015, cuando aún no se vislumbraba del todo la altura que su carrera terminaría alcanzando. Y lo hizo por todo lo alto, firmando un concierto impecable en forma y fondo, donde la elegancia, la calidez y una voz absolutamente certera se combinaron para ofrecer uno de los momentos más radiantes de la jornada. Katie Crutchfield aprovechó con desparpajo la pasarela del escenario principal, territorio ya consagrado para gestos cómplices con el público no VIP, para contagiar su simpatía y reforzar esa cercanía que siempre ha sido uno de sus grandes activos. La americana ha abrazado con convicción su giro hacia los sonidos más clásicos del country alternativo, y en directo ese tránsito se confirma como una de sus decisiones más acertadas: canciones que respiran espacio, luz y pulso narrativo, interpretadas por una banda perfectamente engrasada donde Liam Kazar asumió con naturalidad el papel de MJ Lenderman en ‘Right Back to It’, y donde también hubo espacio para el recuerdo a Plains, su proyecto junto a Jess Williamson, con la celebrada ‘Problem With It’. Fue un concierto luminoso, sereno y certero, de esos que dejan una sonrisa persistente y el deseo de volver a verla pronto en gira por salas. Porque si todas las canciones americanas brillaran con la honestidad, el cuidado y el magnetismo que despliega Waxahatchee, otra sería la historia del género.

Sin apenas tiempo para recuperar el aliento, irrumpía en el escenario Revolut uno de los regresos más esperados de esta edición: Los Campesinos! volvían tras años de silencio discográfico, rotos por fin con el excelente ‘All Hell’, y lo hacían con la misma urgencia emocional y el compromiso político que siempre les ha caracterizado. Desde el primer momento, dejaron claras sus intenciones: mensajes contundentes en favor de los derechos de las personas trans y la necesidad de desmantelar las fronteras coloniales marcaron el tono de una actuación que, más allá del discurso, se sintió profundamente genuina, en parte porque su activismo ha estado siempre implícito en su música para quien ha sabido leer entre líneas. Durante cerca de una hora, el escenario se convirtió en epicentro de uno de los momentos más agitadores del festival, con las primeras nubes de polvo alzándose entre los pogos que estallaron en las primeras filas, testimonio de un público que no solo no los ha olvidado, sino que los esperaba con los brazos abiertos. El sonido fue impecable, subrayando esa vena emo incisiva que los define, pero sin perder jamás el hilo melódico pop que atraviesa toda su discografía. No faltaron clásicos como ‘We Are Beautiful, We Are Doomed’ o esa punzante ‘The Sea Is a Good Place to Think of the Future’ que sigue erizando la piel como el primer día, ni tampoco faltó entrega: Gareth Paisey, fiel a su estilo, no dudó en lanzarse al público para cantar entre ellos, convirtiendo el concierto en una celebración de comunidad, resistencia y memoria emocional. Integrando con maestría su nuevo repertorio y con una energía desbordante, se despidieron dejándonos la firme sospecha de que acabábamos de presenciar, quizás, el mejor concierto del festival.

Otro de esos momentos largamente esperados se materializó con la llegada de Beach House, una banda a la que nunca nos cansaremos de ver en directo, aunque no traigan material nuevo bajo el brazo, y esa, de hecho, puede ser la mejor excusa para rendirse de nuevo a su embrujo. A la espera de un nuevo álbum que, según apuntan, no llegará hasta bien entrado el próximo año, su regreso a Porto sirvió como recordatorio de por qué su propuesta sigue resultando tan adictiva como hace más de una década: un despliegue de sintetizadores que genera paisajes sensoriales de una belleza casi anestésica, donde cada acorde parece diseñado para suspender el tiempo. Esta vez, sin embargo, hubo matices que añadieron nuevas texturas al hechizo: una guitarra de Alex Scally algo más sucia, más terrenal, y una Victoria Legrand más expresiva físicamente, moviendo la cabellera como si cada nota la atravesara desde dentro. El apartado visual volvió a estar a la altura, con un cielo estrellado en tecnicolor que reforzaba esa dimensión onírica que convierte cada concierto suyo en una experiencia íntima y cósmica a la vez. Y como joya entre joyas, una ‘Master of None’ que sonó más enigmática y cargada de sugerencias que nunca. Además, no faltó el gesto nostálgico al evocar su primera actuación en Porto, en el Passos Manuel, cerrando así un círculo emocional que explica por qué Beach House no solo han conquistado nuestros oídos, sino que también se han instalado para siempre en un rincón cálido del corazón.

Tras una tarde que nos había vaciado las reservas emocionales y dejado el listón a una altura casi estratosférica, la madrugada se abrió paso con la propuesta brutalista de Chat Pile, dispuestos a tensionar nuestros tímpanos a base de voces abisales y crescendos que reptan hasta detonar en un estruendo rutilante. Con Raygun Busch invocando registros de ultratumba, como si quisiera hurgar en las grietas más oscuras del post-hardcore, la banda planteó un asalto donde la contención pesa tanto como la rabia: atmósferas que se cocinan a fuego lento, riffs que amenazan en la penumbra antes de hendir la carne sonora con precisión quirúrgica y un martilleo de graves que busca desmarcarlos de cualquier cofradía cercana. El resultado, sólido y demoledor, acabó evidenciando sin embargo que el impacto inicial daba paso a una cierta sensación de familiaridad; quizá por eso, tras la catarata de estímulos vividos horas antes, su descarga terminó sabiendo a café solo para paladares muy cafeteros. Aun así, pocas dudas caben de que su directo dejó claro un principio incontestable: incluso cuando la novedad se diluye, Chat Pile siguen dominando el arte de convertir la angustia en arquitectura sonora.

El cierre de la jornada quedó en manos de Denzel Curry, ese artista al que llamar simplemente rapero se le queda peligrosamente corto: armado con poco más que su presencia mayúscula y una metralla de versos que impactan sin necesidad de pirotecnia, convirtió el escenario en un epicentro donde cada frase cortaba el aire con filo propio mientras las bases ‒ricas en texturas y matices imaginativos‒ funcionaban como trampolín para su elasticidad estilística. Se permitió el lujo de recorrer más de una veintena de temas que bordearon territorios tan diversos como el R&B de vocación aperturista en ‘COLE PIMP’ o el descenso abrasivo al trap que late en ‘SUMO | ZUMO’, siempre manteniendo intacta esa identidad reconocible al instante, ya sea por su timbre socarrón o por la manera incisiva de divagar sobre conflictos políticos que atraviesan la historia de Estados Unidos. Demostró así que su presencia en el festival no era mero aderezo nocturno, sino una declaración de principios: Denzel Curry se confirma como voz de referencia, capaz de mutar sin perder un ápice de autenticidad y cerrar la noche con un estallido de carisma y contundencia que deja huella.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.