Crónica

Primavera Sound Porto 2025

Sábado

14/06/2025



Por -

Con las energías aún intactas y sabiendo que el sábado prometía ser una jornada sin respiro, decidimos entrar al recinto desde primera hora para no perdernos el directo de Maria Reis en formato trío, una decisión que pronto se reveló como acierto absoluto. La talentosa artista lisboeta parece estar viviendo, por fin, su momento de mayor reconocimiento, algo palpable en el nutrido grupo de asistentes que ya a primeras horas de la tarde aguardaban frente al escenario Super Bock. Arropada por la presencia simbólica de una bandera palestina en la batería de Tomé Silva, Maria ofreció un concierto que latía con fuerza, de esos que, incluso a deshoras, sirven para recapitular emocionalmente todo un festival. Desde la entrega vocal y el clamor combativo de la arrebatadora ‘Coisas do passado’, pasando por la gravedad crítica de ‘Metadata’, hasta llegar a un momento absolutamente catártico con ‘Estagnação’, cuya repetición final se clava como una confesión sobre los bucles emocionales que nos aprisionan, el concierto fluyó con una intensidad que rozaba lo íntimo y lo político en cada nota. Sin aspavientos pero con una presencia rotunda, Maria dejó claro que su ADN punk ‒forjado en Pega Monstro, sigue vivo y más presente que nunca en esta etapa solista que sabe acercarse al nervio con una madurez brutal. Ojalá el futuro nos depare más encuentros con su música, porque pocas artistas transmiten con tanta honestidad, sin filtros ni artificios.

Sin movernos del escenario Super Bock, era el turno de Horsegirl, que llegaban con ‘Phonetics On and On’ bajo el brazo, uno de esos discos que han sabido colarse entre lo mejor del año por derecho propio. El trío de Chicago, encantador en su timidez pero con una determinación feroz en lo musical, ofreció un directo que fue pura montaña rusa emocional: combinaron con naturalidad la electricidad desbordada de su primer trabajo con la libertad estructural y ese punto de juego casi infantil que define sus nuevas composiciones. El resultado fue un concierto tan entretenido como profundamente conmovedor, con momentos de descarga frenética que se sucedían con una frescura que no da tregua, y otros de pausa reveladora, como ocurrió con ‘Julie’ o la hermosa ‘Sport Meets Sound’, donde la emoción se abría paso entre capas de distorsión con una claridad apabullante. Supieron controlar los tiempos con precisión milimétrica, demostrando que la imaginación no está reñida con el rigor, y que aún queda mucho por explorar dentro de ese universo sonoro que dibujan a golpe de guitarras. Horsegirl dejaron claro que tienen unos cimientos creativos tan firmes como fértiles, y si este es solo el comienzo, el futuro se antoja tan abierto como prometedor.

Tocó entonces cruzar el recinto de punta a punta para alcanzar el escenario Porto justo a tiempo de que Kim Deal, escoltada por una banda numerosa y perfectamente engrasada, dejara caer la delicada ‘Nobody Loves You More’, esa gema que abre su primer álbum en solitario y que encarna a la perfección el pulso solemne y vibrante que recorre todo el disco. Desde el primer acorde se adivinaba el empeño casi artesanal depositado en cada detalle: arreglos minuciosos que, lejos de limar la intensidad, potenciaban la fuerza emocional de unas canciones que destilan experiencia y una mirada curtida por décadas de carretera. El setlist se enriqueció con guiños inevitables a The Breeders, ahí resonaron ‘No Aloha’ y ‘Safari’, reformuladas a la luz de la nueva formación y abrazadas por matices que las hicieron sentir tan frescas como familiares. Con cada tema, Kim demostró que sigue empujando los márgenes, explorando senderos inesperados sin claudicar un ápice de autenticidad, reafirmando que la búsqueda creativa no tiene fecha de caducidad. Ojalá todas las artistas de su generación mantuvieran esa mezcla de arrojo y entusiasmo, porque espectáculos como este confirman que la pasión no conoce edad y que el riesgo, bien entendido, es la mejor fuente de longevidad artística.

Tras un breve respiro necesario para asimilar la intensidad acumulada, el siguiente gran momento de la noche vino de la mano de Destroyer, que atraviesa uno de los tramos más inspirados de su carrera gracias a ‘Dan’s Boogie’, un trabajo que ya se posiciona con firmeza como su segundo mejor disco solo por detrás del inalcanzable ‘Kaputt’. Arropado por su banda habitual, Dan Bejar no necesitó más que entregarse a ese inconfundible fraseo suyo, cargado de una poética afligida y punzante, para construir un concierto que gravitó en torno al dramatismo sincero del que no pretende impostar nada, el crooner que canta desde las ruinas sin necesidad de redención. Durante más de una hora, tejió ese universo sonoro tan suyo, donde la belleza es serena pero inevitablemente contaminada por el desencanto, donde no hay lugar para segundas oportunidades redentoras, sino para una resignación elegantemente asumida. Cada canción fue un fragmento de ese mapa emocional, con momentos especialmente brillantes como la casi juguetona interpretación de ‘Hydroplaning Off the Edge of the World’ o el cierre magistral con la progresiva y devastadora ‘Suicide Demo for Kara Walker’, que volvió a demostrar por qué sigue siendo imprescindible en cada directo. Destroyer ofreció, sin adornos innecesarios, el concierto perfecto para quienes acuden al festival en busca de la música en estado puro, sin fuegos artificiales, pero con una intensidad que perdura mucho después de haberse apagado las luces.

Sin apenas desplazarnos, nos plantamos ante el escenario Vodafone para recibir a las hermanas Haim, que aterrizaban casi como co-cabezas de cartel dispuestas a electrocutar al recinto a pocas semanas de la llegada de su esperado ‘I Quit’. El nuevo show se apoya en una gran pantalla rectangular que, cual storyboard en movimiento, desmenuza las historias incrustadas en las flamantes composiciones, mientras ellas se intercambian instrumentos con la naturalidad de quien cambia de habitación en su propia casa. Entre guiños y comentarios jocosos sobre los caprichos de la vida, y poses de rockstar de las que se burlan a carcajadas, fueron trenzando un set que nos recordó cuánto desearíamos que todo el pop de vocación mainstream fuera tan ingenioso y sin complejos. Canciones pegadizas hasta la médula, coreadas por un público hambriento de euforia, convivieron con momentos de pulso más serio, como esa ‘Want You Back’ que sigue latiendo con elegancia atemporal, certificando que pocas bandas mezclan diversión y destreza con semejante desparpajo. En suma, el gran concierto pop de alto rango que llevábamos días aguardando.

Ya en plena madrugada, llegó otro de los colapsos catárticos más esperados: Turnstile regresaban a Portugal con el que probablemente sea el disco cumbre de su trayectoria, y la emoción se palpaba en cada respiración colectiva. El grupo, que ha trascendido largamente las fronteras del post-hardcore sin renegar jamás de su poso originario, demostró en Porto su habilidad para servir de nexo entre todos los flancos de su diverso séquito de seguidores, hilando un setlist sencillamente apabullante que no dejó a nadie fuera de la ecuación. Irrumpieron con un ‘Never Enough’ que descosió gargantas a coro mientras Brendan Yates,hiperactivo por naturaleza, pareció elevar la intensidad un peldaño más, avivado por la conciencia de lo lejos que ha llegado la banda rompiendo moldes a cada paso. Entre melodías hipervitaminadas como las de ‘DON’T PLAY’, que disparan la adrenalina sin contemplaciones, emergieron momentos de respiro catártico con piezas como ‘I CARE’, donde se percibe ese instante en que uno aspira aire limpio tras la tormenta. Turnstile volvió a abrir un sendero sonoro tan embriagador como expansivo, capaz de borrar la mente a base de ruido liberador y confirmar que siguen siendo punta de lanza en la reinvención de los códigos del hardcore contemporáneo.

No podíamos abandonar el festival sin rendir homenaje a esa banda portuguesa que, concierto tras concierto, se ha ganado el título de faro emocional para quienes buscan un rincón donde refugiarse en los recuerdos felices con tintes festivos. Capitão Fausto fueron, una vez más, el cierre ideal: un concierto construido a base de hits, de esos que funcionan como hilo conductor de una celebración compartida. Como en toda buena fiesta, hubo espacio para las pausas emotivas, esas de mechero en alto y brazos ondulantes, con canciones como ‘Certeza’ o ‘Muitas mais virão’, pero también para esos estallidos de esperanza plena que se sienten como abrazos colectivos, tal y como ocurrió con ‘Sempre bem’, uno de esos momentos en los que todo parece alinearse. La banda demostró, con la naturalidad que da la experiencia, por qué son especialistas en transformar lo agridulce en una forma luminosa de resistencia, tejiendo melodías melancólicas que nunca renuncian a la belleza ni al consuelo. Por eso su presencia a altas horas en el escenario Revolut no solo fue oportuna, sino profundamente significativa: actuaron como epílogo perfecto, ese instante de suspensión donde todo lo vivido durante los tres días del festival encuentra su sitio. Capitão Fausto no solo cerraron el Primavera Sound Porto; lo sellaron en la memoria. Y sí, ya estamos contando los días para volver el año que viene.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.