La segunda jornada del festival comenzó con una gran amenaza de lluvia que se materializó a los pocos minutos de que MДQUIИД. iniciasen su directo. Esto no fue ninguna excusa para regalarnos momentos de lo más intensos bajo la lluvia, desatando una gran euforia entre un público sediento de sonidos industriales. El trío lisboeta nos demostró como su música y directo poseen una gran personalidad, buscando siempre llevar sus ritmos al límite para encontrar buenos puntos de escapismos con los que generar un caos bajo control. A lo largo de su actuación fueron capaces de pasar de la intensidad más desmedida a etapas mucho más relacionadas con saber como tirar de melodías más definidas y cerebrales, todo ello mostrándose de lo más felices y compenetrados en el escenario. Una banda comprometida con lo que hace, capaz de destacar dentro de su género y al mismo tiempo siendo capaz de hacernos ver como sus canciones esconden múltiples caras insospechadas a priori en su versión de estudio. La lluvia lejos de desmotivar al público, pareció actuar como un revulsivo que aumentó la intensidad y el frenesí de los asistentes. MДQUIИД. supieron leer perfectamente el ambiente y se entregaron por completo, convirtiendo su show en una auténtica fiesta del ruido. Sus letras cargadas de simbolismo y misterio se fundieron con los poderosos beats industriales creando una atmósfera hipnótica y adictiva.Al finalizar el concierto, la ovación fue ensordecedora, demostrando que MДQUIИД. habían logrado dejar una huella indeleble en los corazones de los amantes de la música industrial más cruda y experimental.
La siguiente actuación del día, corrió a cargo de André Henriques en el escenario Plenitude. Encontrándonos ante como la lluvia cedía, pudimos disfrutar de un introspectivo concierto marcado por la sobriedad y ese poso clásico que tan bien lo caracteriza. Dejándonos llevar tanto por su componente más relacionado con la bossa nova, como ese espíritu crooner que reside en canciones como 'O Muro', el músico en todo momento supo guiar el concierto hacia esos rincones de historias de toques románticos que resultan auténticos tesoros en su música. Logrando que los acordes más graves de su guitarra resonasen con fuerza en la pradera, al mismo tiempo que discurriendo con un gran tono sereno por aquellos recovecos jazzísticos que posee su más reciente disco 'Leveza', podemos decir que cumplió con creces su función de brindarnos momentos meditativos y cargados de buen gusto. La delicada puesta en escena, minimalista pero exquisitamente elaborada, invitaba a la reflexión y al disfrute pausado de cada nota. André Henriques, con su voz cálida y matizada, logró atrapar la atención del respetable desde los primeros compases. Su presencia sobria pero magnética, cautivó a los presentes que se sumergieron en un oasis de calma en mitad del ajetreo festivalero. El repertorio, sabiamente escogido, fue desgranando distintos estados de ánimo, desde la melancolía más profunda hasta la alegría contenida. Cada tema iba entrelazándose con el siguiente de forma orgánica, creando un discurso musical coherente y envolvente.
Sin abandonar la senda de la placidez, Crumb ofrecieron uno de los mejores conciertos de la jornada en el festival. El cuarteto neoyorkino por fin debutaba en Portugal, haciéndolo por todo lo alto con uno de esos conciertos de altos vuelos con los que demostrarnos que no son una banda cualquiera de psicodelia. Dotando a su puesta en escena de una gran viveza, donde los solos de saxofón incluso estuvieron presentes, nos hicieron ver como no son un pastiche de influencias psicodélicas, sino que lo suyo se encuentra muy relacionado con dar rienda suelta a melodías de lo más vaporosas y recordables con facilidad. Desde la inicial 'AMAMA' dejaron claro como son capaces de romper cuando es necesario con todo lo amable de sus composiciones para introducirnos de lleno en una mayor acidez y crudeza. Ofreciendo también una mayor aceleración, incluso relacionada con la música dance ochentera, canciones como 'Balloon' también sirvieron como perfecto revulsivo para conducir su directo hasta el siguiente nivel. Toda una demostración de cómo son un grupo preparado para grandes cosas. Los intrincados arreglos de guitarra se entrelazaban con las líneas de bajo funky y los solos de saxofón, creando una amalgama de texturas hipnóticas. La voz suave pero expresiva de Lila Ramani fue la guía perfecta en este viaje psicodélico, acompañando a la audiencia a través de paisajes surrealistas plagados de imágenes oníricas. En los momentos más enérgicos, la banda dejaba vía libre a la improvisación y la experimentación, con explosiones de fuerza liberadora que elevaban la intensidad al máximo. Pero Crumb demostraron también un absoluto control de la dinámica, sabiendo cuándo apretar el acelerador y cuándo ralentizar el ritmo para mantener en vilo a los presentes. Los cambios de tempo, las modulaciones y los giros armónicos inesperados eran pequeñas sorpresas que mantenían la atención al máximo.
El excelente nivel de actuaciones de la jornada no descendió para nada gracias a This Is The Kit, quienes en el escenario Plenitude nos condujeron hacia ese folk cargado de sensibilidad que la británica Kate Stables lleva practicando desde hace muchos discos. Su actuación en el festival gozó de un sonido excelente, bien guiada por Rozi Plain al bajo quien se encargó también de ofrecernos toques más disruptivos en las canciones. Dejando claro como su música se adentra dentro todo lo que implica lograr melodías que escapan de la linealidad, pero que al mismo tiempo se mantienen en unos apartados de calidez óptimos, desde un primer momento caímos rendidos a las dosis de electricidad con las que eran capaces de quebrar la calma tensa de temas como 'Inside Outside'. Más momentos memorables llegaron con la disfrutable 'Scabby Head and Legs', aportando una cara más relacionada con dominar los pequeños destellos ruidistas de sus composiciones. Toda una demostración de como mostrar carácter bajo una apariencia apacible. This Is The Kit lograron crear un ambiente íntimo y acogedor en el que el público se sintió como en casa. La exquisita voz de Kate Stables, etérea pero firme, acompañada por los ricos arreglos de cuerdas y vientos, envolvió a los asistentes en un cálido abrazo sonoro. Cada canción fue un pequeño viaje hacia territorios folk de profunda belleza y sinceridad emocional. A pesar de la delicadeza intrínseca a sus composiciones, el conjunto supo imprimirles la fuerza justa para mantener la atención en todo momento. Los matices, las inflexiones vocales y los giros armónicos inesperados dotaban a cada tema de una dimensión hipnótica, casi ritual. El público, embelesado, se dejó llevar por esas corrientes melódicas serpenteantes que parecían brotar de forma natural.
Con más momentos de delicadeza, esta vez bajo lo recogido del escenario Super Bock, Lambchop estrenaba un nuevo formato en el que únicamente resultaba acompañado por un pianista. Una propuesta de lo más intimista en la que volvió a destacar una vez más lo bien que se comporta y lo respetuoso que resulta el público portugués. Sin lugar a dudas esto en un festival español hubiese acabado bastante mal, impidiendo disfrutar del concierto desde el primer momento. Sin embargo, bajo el cielo gris y casi ya sumido en la noche del Parque da Cidade, disfrutamos de momentos cargados de una gran solemnidad y emotividad. Sentándole el paso del tiempo a Kurt Wagner a las mil maravillas, la gravedad y a la vez dulzura de su voz resultaron ser un cobijo perfecto en el que sentir cómo cualquier cosa podía pasar. Interpretando las canciones con un cierto halo de tristeza, pero siempre enfocándolas desde un cierto atisbo de esperanza, temas como ‘Dylan at the Mousetrap’ se desplegaron de forma majestuosa. Como si se detuviese el tiempo, el despojar al máximo las canciones de cualquier tipo de arreglo propició que nos diésemos aún más cuenta de como su forma de ver la canción americana está muy relacionada con construir sus canciones desde las voces más susurrantes. Incluso temas donde aparece una cierta mayor crudeza como en ‘The Man Who Loved Beer’, Lambchop supo encararla desde un mayor brillo interpretativo, evidenciando como cualquier experimento de su carrera siempre ha resultado de lo más acertado.
Después de haber encontrado en la calma y el preciosismo las grandes virtudes de la segunda jornada, Tropical Fuck Storm rompieron por completo el clímax con una actuación que, si bien gozó de gran energía, nos dejó un poco contrariados debido a no poner el pie en el freno. La banda australiana subió al escenario dispuesta a arrasarlo todo a su paso con su descarnado y psicotrópico rock. Su entrega fue salvaje e implacable, con unos músicos que se movían como posesos poniendo toda su adrenalina en cada acorde y cada golpe. Sin embargo, esa intensidad desatada por el cuarteto liderado por Gareth Liddiard pronto se convirtió en un arma de doble filo. Si bien es cierto que ejecutaron su repertorio con una fuerza arrolladora sin hacer concesiones, parecían tocar a un único y frenético nivel. Demasiada furia desmedida que, paradójicamente, terminó por hacer que su contundente propuesta cayera en la monotonía. Tan solo algún que otro momento más centrado en sonar con nitidez y mesura, como fue el caso de 'Rubber Bullies', hizo que el directo tomase un camino diferente y lograra atrapar al respetable. Pero esos instantes fueron efímeros en una tormenta tropical que arrasó con todo a su paso, sin hacer concesiones, pero también sin poder modular su propia intensidad desatada.
Acto seguido buscamos el mejor sitio posible en un abarrotado escenario Porto, dando buena cuenta de cómo Lana Del Rey era le estrella más masiva del festival. Lana Del Rey llegó al festival para reclamar su corona como la verdadera reina pop. Y vaya si lo logró con un espectáculo hipnótico y cautivador que dejó al respetable rendido a sus pies. Desde su salida al escenario, la artista saludaba y sonreía como las mismas reinas de belleza que tanto ha inmortalizado en sus letras. Un inicio vibrante y lleno de energía que auguraba un gran desempeño. Y vaya que cumplió. Lana puede haber adquirido fama de interpretar con un estilo lacónico y despreocupado, pero en esta ocasión supo aprovechar esa cualidad para crear una atmósfera íntima y envolvente pese a las dimensiones de semejante escenario. Su entrega relajada pero intensa logró capturar al público desde la primera nota. Aunque hubo algunos problemas técnicos con el micrófono que la obligaron a reiniciar canciones, Del Rey los sobrellevó con una gracia y profesionalismo admirables. Incluso en esos momentos, se las arregló para interactuar con sus fans, invitándolos a corear y suplir sus partes para mantener viva la conexión. Su voz, lejos de sonar apagada o falseada, estuvo vibrante y llena de matices. Lana hacía gala de un control impresionante, con sus icónicas inflexiones emocionadas fluyendo de forma natural. En canciones como ‘Summertime Sadness’, logró darle una nueva dimensión al clásico. En retrospectiva, el concierto de Lana Del Rey fue un triunfo rotundo que confirmó su estatus como una de las artistas más emblemáticas e influyentes de su época.
Cerramos la noche con otra de los conciertos más imborrables del festival, ya que Tirzah se bastó de muy poco para lograr trascender sobremanera con su propuesta. Envuelta continuamente en una nube de humo y procurando que la oscuridad de su escenografía estuviese completamente de su lado, logró que tan solo con su voz y bases nos condujese hacia la extrañeza tan disfrutable de sus composiciones. Llenando todos los rincones posibles a través de sus potentes graves, canciones como 'Send Me' fueron interpretadas con esa intimidad compartida que se acaba volviendo de lo más turbulenta. Con estas fuertes sacudidas, en las que lograba que las luces blancas del escenario pareciesen auténticos relámpagos, logró que su directo cayese de lleno en los terrenos donde el ruido experimental resulta de lo más sanador. A través de ritmos que huían de cualquier principio metronómico, como fue el caso de 'Promises' o 'u all the time' nos condujo hacia un estado de embelesamiento, donde el encanto por compartir los momentos cotidianos que revisten de cierta oscuridad toma un gran protagonismo. A pesar de su austeridad escénica, con apenas algunos focos de luz creando penumbras inquietantes, su carisma bastaba para llenar cada centímetro del escenario. Sus movimientos pausados y contención expresiva lograban una presencia magnética que mantenía al público en vilo, pendiente de cada leve matiz.
Crónica a cargo de Noé Rodríguez Rivas y Javier De La Morena Corrales.
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