Crónica

Primavera Sound Porto 2024

Sábado

08/06/2024



Por -

La jornada de despedida de la pasada edición del Primavera Sound Porto comenzó con unos Best Youth que ofrecieron su pop elegante bajo una intensa lluvia. Si bien es cierto que su propuesta quizás luce más bajo el manto nocturno, esto no fue impedimento para que pudiesen desplegar su cuidada propuesta sintética. Catarina Salinas y Ed Rocha Gonçalves se encontraban de lo más cómodos en las grandes dimensiones del escenario Porto, alternando entre los momentos más aferrados a un pop ciertamente vaporoso y ciertos guiños a unas bases R&B con los que redondear su propuesta. Desde guitarras de riffs cristalinos hasta esos arrebatos escénicos de Catarina, Best Youth hicieron gala de ese talento intrínseco para que su música resulte completamente sensual y pegajosa. A pesar de las inclemencias meteorológicas, el dúo lisboeta logró cautivar al respetable con su sofisticado sonido electropop. Las voces etéreas de Catarina y Ed se entrelazaban a la perfección con las sinuosas líneas de sintetizador, creando un ambiente onírico y cautivador. Cada tema era una pequeña joya de melodías pegadizas y arreglos minimalistas pero efectivos. La química entre los dos integrantes era palpable, con miradas cómplices y pequeños guiños que denotaban una complicidad inquebrantable. En los momentos más bailables, Catarina desplegaba toda su sensualidad sobre el escenario, contoneándose al ritmo de los beats envolventes. Aunque la lluvia no dio tregua, el público se mantuvo fiel y entregado, dejándose seducir por esas corrientes melódicas que parecían flotar en el aire cargado de electricidad.

Aun con una lluvia persistente, Gel tomaron el escenario Vodafone en un concierto tan breve como intenso. Concisos y al grano, la banda comandada por Sami Kaiser hizo gala de su enorme capacidad para lograr que el hardcore resultase de lo más melódico y repleto de matices. Con una banda entregada por completo a lograr que cada canción se percibiese de lo más desafiante y haciendo de los muros de sonido más ardientes sus mejores aliados, resultó envidiable cómo lo tenebroso de su música acababa siendo bastante accesible. Desde los primeros acordes distorsionados, Gel impactaron con la fuerza de un meteoro. Su sonido denso y abrumador sacudió los cimientos del anfiteatro natural, mientras los frenéticos rasgueos de guitarra y los profundos gritos de Sami Kaiser creaban una atmósfera opresiva pero adictiva. El público, lejos de arredrarse, se sumergió de lleno en esa vorágine de ruido y furia contenida. A pesar de la intensidad casi asfixiante, en el seno de cada canción latía un corazón melódico palpitante. Las estructuras complejas pero cohesionadas dejaban entrever retazos de melodías cautivadoras que actuaban como pequeños respiros entre tanta descarga de adrenalina sónica. La sección rítmica constituía un muro infranqueable, con una base de batería implacable y unas líneas de bajo que parecían querer horadar la tierra. Sobre esa sólida base, las guitarras se entrelazaban en un frenético psicodelismo disonante que transportaba la mente a territorios desconocidos.

Cambiando completamente de tercio, no dudamos en coger primera fila para disfrutar lo máximo posible del concierto de Joanna Sternberg, uno de los conciertos más esperados de todo el festival y que a la postre resultó ser completamente especial. Tan solo con la compañía de su guitarra y voz, fue capaz de conmover al máximo, aferrándose a todas esas historias que nos hablan de encontrar un lugar en el mundo y el recomponerse una y otra vez cuando te han roto el corazón. A pesar de los sentimientos amargos que poseen la mayoría de sus temas, Joanna siempre se muestra como una persona sencilla y apacible, buscando siempre el diálogo con el público y mostrando su enorme ingenio en cada conversación que surgió en un espacio tan íntimo como es el del escenario Super Bock. Recorriendo buenamente sus dos LPs publicados hasta la fecha, cada rasguido de guitarra era capaz de transmitir ese contenido compungido y confesiones de lo más íntimas, como las mostradas en canciones tan arrebatadoras como 'Don't You Ever' o ese final de romper a llorar con 'I Will Be With You'. Joanna sabe como emocionar sin ningún artificio más allá que unas canciones cantadas desde lo más profundo y esa capacidad de transmitir tanto la belleza como todos los horrores que subyacen bajo las capas más serenas de todo lo que se encuentra a nuestro alrededor. La conexión de Joanna Sternberg con el público fue inmediata y profunda. Su voz inclasificable pero cargada de honestidad desgarradora atrapó a los presentes desde la primera estrofa. Cada canción era un pequeño viaje catártico, un descarnado relato de desengaños, anhelos y esperanzas rotas. Pero lejos de hundirse en la autocompasión, Joanna lograba insuflar una fuerza y una dignidad inquebrantables a sus composiciones. Con su guitarra acústica como única compañera, la artista desplegó una innata maestría para narrar historias universales a través de pequeños detalles cotidianos. Sus letras evocaban imágenes nítidas, tan reales que parecían recuerdos propios del oyente. Cada frase, cada pausa, cada inflexión vocal estaban calculadas para causar el máximo impacto emocional. Al finalizar su actuación, el silencio reverencial fue roto por una ovación atronadora. Muchos espectadores tenían los ojos brillantes por las lágrimas contenidas por toda la intensidad emocional vivida.

Regresando al escenario Super Bock, pero con una propuesta muy diferente, Lisabö ofrecieron un demoledor directo con la imagen fija de la bandera palestina de fondo. La banda vasca de rock experimental ofreció una propuesta musical abrasiva, intensa y primitiva que sumergió al público en un trance hipnótico y casi ritual. Desde el primer acorde, el sexteto desplegó toda su descomunal energía en el escenario. Las dos baterías marcaban un ritmo tribal implacable, mientras las guitarras distorsionadas tejían muros de sonido opresivos pero adictivos. Las voces desgarradas de Martxel Mariskal recitaban letras distópicas cargadas de simbolismo, elevando la tensión hasta límites insospechados. A pesar de la violencia sonora, en el centro del huracán latía un corazón melódico sorprendentemente accesible. Lisabö dominaba las dinámicas a la perfección, alternando los momentos más ardientes con fases de calma tensa, en las que emergían retazos de melodías cautivadoras que actuaban como breves respiros. La conexión de la banda con el público fue profunda e inmediata. Los músicos se entregaron por completo, estableciendo una complicidad inquebrantable con el respetable que se dejó arrastrar por esa vorágine hipnótica de luz estroboscópica y decibelos abrumadores. Fue casi una experiencia mística, una catarsis colectiva.

Sin que la lluvia hiciese ya más acto de presencia en toda la noche, llegaba uno de esos recuentos mágicos, ya que Pulp regresaban a los escenarios portugueses muchos años después. El concierto estuvo marcado por un sentido homenaje y momentos emotivos. Jarvis Cocker, el carismático líder de la banda, dedicó palabras de recuerdo una gran figura desaparecida como es Steve Albini, con quien Cocker trabajó en su álbum en solitario ‘Further Complications’. Más allá de los momentos emotivos, Pulp ofreció un concierto triunfal cargado de sus grandes éxitos. Clásicos como la final ‘Common People’, ‘Babies’, ‘Disco 2000’ y ‘ Do You Remember the First Time?’ hicieron las delicias de los fans lusos, que corearon cada estrofa con devoción. La puesta en escena fue espectacular, con Cocker haciendo una entrada apoteósica bajando una escalinata monumental. Su inconfundible silueta y movimientos singulares cautivaron al público portugués desde el primer segundo. Las proyecciones visuales inmersivas realzaron la épica de canciones como ‘Underwear’. A lo largo de su actuación, Pulp demostraron por qué son una de las bandas más icónicas del britpop. Su sonido atemporal, las letras mordaces de Cocker y su presencia escénica arrolladora siguen intactos tras décadas en activo. Fue un regreso triunfal en Portugal, una celebración de un legado indeleble en la cultura pop británica.

Casi cerrando la noche, Arca logró una actuación transgresora y vanguardista. La artista venezolana desafió las convenciones del formato del concierto tradicional para ofrecer una experiencia inmersiva que desestabilizó los sentidos del público. Desde el inicio, Arca dejó claro que su show no sería un espectáculo convencional de pop. Si bien incluyó elementos propios de una diva, como un desfile por una pasarela o momentos de introspección al piano, todo estaba imbuido de un aire disruptivo y experimental. La puesta en escena fue cambiante y caótica, con proyecciones psicodélicas que distorsionaban la realidad. Arca transitó por múltiples identidades y géneros musicales, desde ensoñadoras baladas hasta explosivos crescendos de ruido electrónico. Nada era definitivo, todo estaba en constante mutación. Su voz, tan etérea como ácida, derivaba de la dulzura al desgarramiento con una naturalidad absoluta. Los beats del reguetón y el rap se mezclaban con disonancias electrónicas y estallidos de ruido blanco, creando texturas sonoras abrasivas y desconcertantes. Arca caminó por la delgada línea que separa a la estrella pop de la artista conceptual que reflexiona sobre el estatus mismo de estrella. Fue un concierto que desestabilizó las nociones preestablecidas, una experiencia cautivadora en su perplejidad y su negación a encajar en moldes. Arca demostró una vez más que es una fuerza creativa indómita, dispuesta a empujar los límites en cada una de sus presentaciones.

De forma paralela, Mandy, Indiana ofrecían uno de los conciertos más abrasivos que se recuerdan del festival. La banda de techno industrial y dance punk, sumergieron al público en un torbellino de ruido, ritmos frenéticos y atmósferas claustrofóbicas. La vocalista Valentine Caulfield cautivó con su presencia de escenario arrebatadora, alternando entre susurros tensos y poderosos gritos junto a la instrumentación suelta y salvaje. Sus letras en francés, aunque difíciles de seguir, cobraron vida a través de su interpretación apasionada y el sonido visceral de la banda. Los pasajes más ruidoses crearon una experiencia casi física, con capas de guitarra chillona y sintetizadores estridentes que parecían apretar al público. Sin embargo, incluso en medio del caos sonoro, persistían ritmos bailables gracias a la sólida batería. En los momentos más intensos, Caulfield se adentró entre el público, envolviendo a los asistentes en el frenesí con su micrófono inalámbrico. Este acercamiento rompió la cuarta pared y sumergió a los fans en el torbellino emocional de la música. A pesar de la falta de interacción verbal, que no hizo ninguna falta, Mandy, Indiana ofrecieron un espectáculo despiadado e inmersivo que dejó al público aturdido pero cautivado por su sonido único y emocionante. Sin duda, esta actuación dejó en claro que la banda está destinada a grandes logros en el futuro cercano.

Crónica a cargo de Noé Rodríguez Rivas y Javier De La Morena Corrales.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.

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