De camino en el autobús, puede leer cómo los fans de Lana del Rey (por cierto, ¿tienen un nombre?) ya estaban cruzando la pradera para coger sitio para rendir pleitesía a su adorada diva; eran las cinco y media pasadas. Estaba claro que el día de hoy iba a estar marcado por la presencia de la norteamericana y, efectivamente, tras pasar el control de rigor en la entrada observamos una mayor afluencia de público y también de rostros que, a modo de viruela marciana, estaban marcados con brilli-brilli.
Con el concierto bastante empezado bajamos las escaleras del Ray-Ban (esto ya lo hablamos en la anterior crónica) para ver si las chicas de The Last Dinner Party pasaban la prueba del algodón.
Tras escuchar su debut me quedé con la ceja más doblada que Carlos Sobera, tenía mucha curiosidad por cómo iban a trasladar al directo unas canciones que pecan de aburridas y algo semejantes. Es cierto que tienen dos temas incontestables: “Nothing matters” y “Sinners” que, a mi juicio, hacen palidecer el resto del trabajo, pero en líneas generales, repito, tenía muchas dudas acerca de este nueva sensación que no ha hecho más que crecer los últimos meses.
A modo de Julio César en pleno coliseo –que el entorno es primo hermano- debo admitir que alcé el pulgar, me convencieron con un directo lleno de energía y con un sonido más rico y fibroso. A destacar la presencia de su cantante, Abigail Morris, proyecto de rockstar que se merendó el escenario.
Reencuentro con Yo La Tengo. La primera de las citas con el trío de Hoboken fue el martes en la sala Apolo, donde tocaron versiones de algunos de sus artistas favoritos. Un concierto donde a modo de curioso quiz íbamos adivinando a quién pertenecía ese melodía que nos sonaban tanto. Elecciones que huyeron de las más relamidas (no sonó ni “You can have it all”, “Little Honda” o “Friday I´m love”) y abogaron por temas de Jackson Browne, Neil Young o Cheap Trick.
En la tarde del viernes, optaron por repertorio propio, y es que, interpretando material ajeno o propio, siempre es un placer reencontrarse con ellos; puede que los tiempos cambien e incluso que la gente de ahora no conecte con este tipo de propuestas, pero hay cosas a las que siempre podrás acudir y sabes que no te fallarán. Como la camiseta de rayas de Ira.
Da igual las veces que los veas, seguimos emocionándonos por la fragilidad de “Stockholm Syndrome” y recordando una de las líneas más bonitas de los últimos años “Your heart is broken but the doors are open”, la canción indie pop perfecta en “Tom Courtenay”, las baquetas de Georgia abriéndose paso en “Ohm”, Ira agarrando la guitarra y haciéndole una llave de judo mientras nos dice: “esto es noise pop”. Incombustibles.
Faye Webster ejerció de entremés antes de encarar el tramo fuerte de la noche, que también nos venía niquelada porque coincidía en la zona en la que estábamos.
Curiosamente empezó con unas imágenes de los Minions antes de aparecer en el escenario junto a un torso hinchable con un misterioso símbolo en el pecho que no logramos descifrar. Con la mayoría del público cogiendo sitio en Mordor para ver a Lana del Rey, los allí presentes asistimos a un concierto humilde pero sincero, muy lejos de la tramoya que veríamos después, recitando sus más conocidos temas,conjurando esa atmósfera tan Laurel Canyon, “In a good way”, “A dream with a baseball player”, “Right side of my neck” o “Kingston” con la que cerró su paso por el festival catalán.
Vamos al turrón. Estaba claro que el verdadero reclamo de la noche era la actuación de Lana del Rey, que ya le había hecho ojitos al festival pero que entre pandemia y compromisos personales le fue imposible asistir. Si la vida es puro teatro, como cantaba La Lupe, esta noche hubo teatro, pero del bueno. Como toda diva que se precie, apareció veinte minutos más tarde porque ella lo vale y se acabó. Más estirada que la duquesa de Alba y con un peinado a lo Jurado cuando era mocita, nuestra particular vedette ejecutó un show casi perfecto, dando al público lo que se esperaba de ella: languidez, cierto postureo, glamour y un buen puñado de canciones. Qué gracia los que le criticaban precisamente eso, pero vamos a ver ¿qué te esperabas, una tonadillera, la Pantoja con la bata de cola? ¿Noche de fiesta? Nada que objetar. Que sí, que se mueve menos que los ojos de Espinete y pinta cierto rictus de ennortá pero esas actitudes son connaturales a su figura; para mí, lo realmente interesante es ver cómo es capaz de conjurar cincuenta millones de escuchas mensuales en Spotify entonando baladas que parecen escritas en los años cincuenta. Ahí está su gracia, ahí está su poderío.
No voy a entrar en un detalle pormenorizado de lo que salió por sus labios, fue un set prácticamente calcado al de Coachella, sus ases de siempre: “Summertime Sadness”, “West Coast”, “Bartender”, “Video games” o “Born to Die”, apoyada vocalmente por un grupo de coristas / bailarinas y con frecuentes interpelaciones al público, ofreciéndole el micrófono para que la acompañase. Por cierto, hemos de destacar el bonito detalle de bajarse del escenario y dedicar los últimos minutos del concierto a hacerse fotos y firmar autógrafos a su grupúsculo de seguidoras plañideras. Menos mal que es autónoma. Uno de los grandes shows del festival.
Mi mujer, a modo de lista de Arya en positivo, tiene una propia. En esa lista están inscritos todos los pretendientes con los que les gustaría pasar una noche de asueto y desenfreno, vamos, los convocados para una sesión de gimnasia pero sin chándal. Precisamente, a esas horas de la noche, calentaba banquillo uno de ellos: Matt Berninger, voz de The National y todo un sugar daddy (qué carajo, digamos papichulo) que se precie.
Cuando vimos en la programación que le habían dedicado dos horas a los neoyorkinos exhalamos una miaja, recordamos su anterior paso por el mismo escenario y la verdad es que fue un concierto de muchos altibajos. Empezando por el susodicho, que salió algo perjudicado (y no de Danoninos), llevando a la banda a unos derroteros algo farragosos y truculentos.
No fue este el caso. De hecho, afirmaría que ha sido para mí su mejor actuación. No solo eligieron un repertorio mayestático del que se olvidaron prácticamente sus dos últimos trabajos, conscientes de que los hallazgos están en el retrovisor, con tímidas paradas en “Eucalyptus”, “Alien” o “Smoke detectors”, bien ejecutados pero sin la garra de sus clásicos.
La banda, consciente de su estatus de rock para maduritos que van al psciólogo, despachó con clase y convicción todo lo que esperábamos de ellos y mucho más. Por fin todo encajaba y la atronadora y aplastante base musical quedaba secundada por un Matt Berninger en estado de gracia, que con su pinta de profesor enrollado, deambulaba por el escenario, asomaba el hocico a la cámara, e incluso se bajó al foso para dar la mano a sus seguidores. A mi mujer también, anda que no fue rápido. Finalmente, las dos horas se pasaron volando y de nuevo, la sensación de haber visto a otro grupo en excelente forma.
Una de las cosas que me gusta del Primavera es ver crecer los grupos. A Disclosure lo descubrimos en un escenario pequeñito –no recuerdo si fue el Adidas- justo antes de publicar su primer largo. Una pequeña apuesta que nos salió redonda porque en ese momento tuve la sensación de estar en el sitio y en lugar correcto. Muchos dicen que no vuelvas nunca al lugar donde fuiste feliz y, si bien, nunca más volvieron a un escenario de reducidas dimensiones, nosotros sí hemos vuelto a ellos, buscándolos siempre en el cartel.
En esta ocasión, los gemelos, ya más creciditos, se pusieron el mono de house para quienes no escuchan música electrónica, y tras picar la entrada, accedimos a su selecto club. Pasado y presente convergieron en los elegidos para la noche: desde la seminal “F for you”, pasando por “Holding on” –del malogrado álbum Caracal- al house étnico de “Douha” o los pelotazos “White noise” y “Latch”. Imposible no quemar zapatilla con ellos, y si no, que se lo digan al pobre césped artificial.
Con las fuerzas ya menguadas fuimos a ver a Arca, uno de los fijos que había que ver sí o sí en esta edición. Alejandra Ghersi planteó el escenario como una pasarela, donde iba de un lado a otro exhibiéndose y mostrando gadgets, muy segura de sí misma y manejando ella solita todo el escenario. El problema creo que vino conmigo, que no entré en su show, ambientado sobre todo en su álbum KiCk I donde despachó “Riquiquí”, “Mequetrefe”, “Machote” o “Calor” en un intenso continuum sin apenas pausa. Queda pendiente ver si la experiencia con ella se zanja o no con un: “no sos vos, soy yo”, por el momento dejo mis impresiones en barbecho hasta la próxima vez.
