Tras la gymkana del Primavera a la Ciutat y con el cansancio acumulado del primer fin de semana encaramos el segundo tramo del festival con ilusión y optimismo.
Las temibles colas del sector dipsomaniaco repuntaron levemente el viernes noche, quizás el día más concurrido al tomar los followers de The Strokes el recinto. Un segundo tramo en definitiva más reposado donde, se impuso la búsqueda de propuestas menos concurridas ante la repetición de nombres del primer fin se semana.
Menos algunos coscorrones inevitables: el lío que se formó para ir a ver el set de Grimes en el Bits, los vecinos protestando por los fuegos artificiales en la clausura del evento con Dj Coco, la sensación ha sido positiva, con la organización más preocupada por no repetir los errores de hacía una semana, como el reparto masivo de botellas de agua en muchos puntos del Fórum.
Empezamos de nuevo la cuenta atrás, fijada esta vez para el 1 de Junio de 2023, ya queda un poco menos. Y seguro que no son esta vez mil días.
Curiosamente la primera jornada del segundo Weekend coincidieron dos de las nuevas propuestas más interesantes del año pasado, Dry Cleaning y Squid.
Los primeros se dejaban ver en el escenario Binance al filo de las siete de la tarde, capitaneados por Florence Shaw, que destacaba por llevar una larga melena que iba atusándose mientras cantaba o intercalaba algunas lacónicas palabras entre tema y tema.
Con un sonido seco y contundente, los ingleses desgranaron su enorme debut, “New long leg”, publicado en el prestigiosos sello 4AD, canciones crudas, que beben del post-punk y del spoken word, como en la maravillosa “Scratchcard lanyard”, con las que cerraron su actuación.
Sin torcer una coma, tocaron su álbum de forma íntegra, quizás demasiados fieles al acetato, echamos de menos alguna interpretación más díscola, no tan deudora del formato elepé. Con todo, muy buen show y lo que es mejor, una banda que promete darnos muchas más alegría en el futuro.
Acto seguido, fuimos corriendo a bajar el tramo de escaleras que nos llevaban al Cupra donde Squid también pasaría por la prueba del algodón para entregarnos vía directo su debut, “Brigh Green field”.
En teoría, la propuesta de los de Brighton es carne de directo, con temas que se prestan a crecer en clímax explosivos, amparándose en una tradición que une a Talking Heads, Ought, kraut rock y el art-pop, ahí es nada, todo ello abrazado con guitarras disonantes y fraseos cosidos con desgana.
En la práctica, tras abrir brillantemente con “Sludge” y “Boy racers”, entraron en una dinámica algo anodina y por momentos aburrida que solo remontó el vuelo en las dos últimas incursiones en su debut, “Pamphlets”, con ese tramo final cubierto en oro y sobre todo, “Narrator”, vigoroso ejercicio de rock deconstruido que lo emparienta como nieto (aún no reconocido) de la no wave.
Los últimos minutos, con el batería y cantante Ollie, bramando “I´ll play mine” cotizaron a la alza, aunque hemos decirlo, esperábamos mucho más de ellos, será cuestión de no perderles la vista.
Nos mudamos a nuestro querido Mordor para ver en qué forma estaban Interpol, a quienes precisamente habíamos visto en el mismo sitio hacía unos años.
Perdóneme si hay algún fan de los neoyorkinos pero siguen pareciéndome una banda que ha sabido muy bien explotar cuatro o cinco canciones; si atendemos a sus largos, menos el primero, no he encontrado ni un solo disco que apoye su inclusión en la línea gorda de los line-ups.
Dicho esto, ataviados en impolutos trajes negros, apostaron fuertemente con “Untitled” y “Evil”, asiendo su deneí de la mejor forma: post-punk con atención a la melodía y que se aprovechó del magnífico sonido del escenario Pull & Bear.
A partir de aquí, medianías varias: “Fables”, una nueva canción que suena a Interpol por los cuatros costados, “Pioneer to the falls”, “Narc” o “Toni”, correctas pero carentes de emoción.
La pimienta la pusieron “Not even jail”, la habitual “Obstacle 1”, “PDA”, y “Slow hands”, magníficas elecciones de un cancionero que se me sigue antojando inconsistente y al que le presta demasiada atención.
Al concierto de Big Thief llegué tarde y mal, con inevitable solape en su primer tramo con Interpol y cuando alcancé el escenario Plenitude apenas alcanzaba ver a Adrianne Lenker y los suyos; afortunadamente (o no) habían logrado arrastrar a una gran multitud de gente.
Lo que más me llamó la atención fue comprobar cómo se solapaba el sonido con el escenario Boiler room de al lado, literalmente el sonido folk e intimista de la banda de Brooklyn fue engullida por momentos por el techno que regurgitaba la verbena de al lado. Particularmente creo que todo jugó en su contra: la hora en la que fueron programados (me hubiera decantado por la tarde-noche, como en su última visita) y el lugar era, a todas voces, demasiado pequeño para cobijar una banda que ha crecido muchísimo en los últimos años.
Aún así, y agradeciendo cuando se envalentonaban con los decibelios, pudimos disfrutar de la calidez y la delicadeza de “Shoulders”, “Certainty” (con ese regusto tan country) o la mediática “Not”, que fue nominada a los Grammy como mejor actuación de rock.

Prestos y veloces, nos dirigimos rampa para arriba para reencontrarnos con Metronomy en el Binance. Sinceramente no me esperaba mucho de ellos, sus últimos trabajos adolecen de hits y las comparaciones con “The english Riviera” siempre los han perseguidos, siendo conscientes que después de once años aún no han podido superar dicho trabajo.
Pero hete aquí que me tuve que tragar mis prejuicios, la actuación de Metronomy fue de traca, una maravillosa sucesión de éxitos presentados por una banda cohesionada, que se entendía a la perfección, afable con el público: afirmaría sin duda que se lo pasaron tan bien como nosotros.
Aquello fue un verdadero secuestro (pero de los buenos), retenidos durante poco más de una hora en su particular universo de bajos gordos (hemos de decirlo más veces: Olugbenga es uno de los bajistas más cool que existen), órganos y estribillos pegajosos.
A modo de grandes éxitos, bajo el rótulo del Binance nos regalaron “The Bay”, “Reservoir”, la bonita “Everything goes my way”, cantada por la baterista Anna, Prior, “Salted Caramel ice cream”, con intento de traducción simultánea del término “helado” o las incombustibles de “The look” o “Love letters”.
Sin caer en la boutade diría que fue el mejor concierto de la jornada y es que ya lo decían ellos: “it´s good to be back”. Vaya que sí.
Cosas del directo, me disponía a ver a King Gizzard and the lizard wizard en el Tous, cuando llegué allí, me extrañó que no hubiera nada, claro, me había confundido, tocaban el Tous, sí, pero en el de la playa, nada menos que a treinta minutos de donde me encontraba.
Ante tal frustración, desistí de ir, ya que llegaría a mitad del bolo y decidí ir a hacer tiempo para el concierto de Tyler, the creator. Este tiempo se tradujo en una breve visita al escenario Ouigo para rememorar el stoner rock de Matt Pike al frente de High on fire.
No podría valorar objetivamente su show al asistir solo a tres canciones pero lo poco que escuché no me cautivó especialmente, a un sonido de brocha gorda que tapaba la garganta del ex Sleep se sumó cierto hieratismo de la banda que hizo que no pudiera entrar en el show.
Ahora sí, ya ubicado en el Estrella Damm, aguardaba la salida de Tyler al escenario; un escenario convertido en una suerte de bosque, con proyecciones de montañas y paisajes bucólicos.
Lo de aquella noche fue muy grande, y eso que salió solo a la tarima, pero se comió literalmente toda la explanada de Mordor, vamos, que estaba allí casi todo el grueso de los asistentes. Con una personalidad arrolladora, el norteamericano repasó gran parte de sus éxitos, basculando entre los más suaves y r&b como “Boredom”, a la que le acompaño el público, o “See you again”, a composiciones más duras como “Lumberjack”, la seminal “Yonkers”, “I think" o la frenética “Who dat boy”.
No escatimó ni siquiera en efectos especiales, desde los petardos del inicio del show que explotaron en la cornisa, a las espectaculares llamaradas que brotaban desde abajo del escenario: un espectáculo digno de un cabeza de cartel. Con permiso de Metronomy, otro de los grandes momentos de todo el festival.

