Más de dos años para hacernos la foto con la pulsera puesta y embobarnos con las letras que suben y bajan a la entrada del recinto del Fórum. Solo ha mediado una pandemia (con varias cepas), un volcán que se comía una isla y la invasión de un país, unos mil días para cruzar bajo el logotipo de Primavera Sound y darnos otro banquete de buena música y mejor compañía.
Este veinte aniversario, pospuesto en dos ocasiones, ha estado marcado por la polémica, desde su mutación a edición bicéfala en Barcelona, a las malditas cancelaciones de grupos, la mayoría por positivos de covid, reemplazados o no con mejor o peor suerte.
De los números de infarto: según la organización medio millón de almas han deambulado por el recinto, una media de 80000 por día, número que en ocasiones se nos ha atragantado a la hora de poder ver cómodamente alguna que otra actuación.
Ha sido también la edición del jueves negro, donde sedientas huestes clamaban por una cerveza tras una interminable cola, mientras yonkis del agua buscaban cual zahorí alguna fuente donde avituallarse. En medio de todo esto, tuvimos que aprendernos el nombre de varios escenarios, aunque en familia seguíamos refiriéndonos a ellos como “el Adidas”, “el Ray-ban” o, por supuesto Mordor, el páramo del Primavera al que acuden los cabezas de cartel.
Pero también ha sido la edición de la, esta vez sí, Nueva Normalidad, de destaparnos las bocas y abrazar a viejos conocidos y de al fin volver a poner el out of the office durante tres días y refugiarnos en nuestra pequeña burbuja musical. La edición de cientos de shows en su versión de Primavera a la Ciutat, del fandom del K-pop reclamando más espacio para su propuesta, de los discos estrenados en pandemia y testeados en directo, de la confirmación del Boiler room como la rave en las que todos querían estar, del oso hinchable como punto de encuentro; en fin, todo esto y mucho más ha dado de sí la primera edición post pandemia, o si me permiten, la edición del reencuentro.

Bajo un sol todavía fiero, Les Savy fav salieron al escenario para darlo todo, o más bien, su cantante: el frenético Tim Harrington, una suerte de entertainer pasado de vueltas que lleva el peso de toda la actuación. Hubo música, claro que sí, pero apostaría a que todo el mundo allí congregado recordará la actuación por la performance de su líder: rompiendo su chaqueta blanca para verter zumo después, luego vistiendo un slip rosa y calzándose el micrófono en el escroto. Así, tan pancho.
Por momentos, más un show de Ignatius Farray que un un concierto de post-hardcore, con devaneos con el público, arrimando ubre a un asistente, stage diving sobre una mesa que pilló por allá, purito espectáculo pero con ligero regusto a show fallido, aún tocando temas tan queridos como “Let´s get out of here” o “Hold on to your genre”.
A su estilo tampoco defraudaron Gustaf, una de las bandas bienvenidas por primera vez al festival barcelonés y que a la postre acabaron pasando como una apisonadora por el escenario Ouigo. Lo suyo fue uno de esos directos donde demostrar como el post punk puede seguir siendo un género díscolo y con capacidad para sorprender, todo ello sin olvidarnos del carisma de una Lydia Gammill capaz de centrar la atención del público con muy poco.
Con el buen recuerdo de su actuación en el Vida festival de hace unos años, Sharon Van Etten salía al escenario Binance a defender su reciente “We´ve been going about this all wrong”, otro paso al frente en su sólida discografía.
Risueña, con corte de pelo a lo garÇon y de impoluto negro, despachó con convicción y acierto lo más granado de su producción: “Comeback kid”, precedida por un saludo en un más que correcto español, “Seventeen”, “Mistakes”, o la tórrida “No one´s easy to love”. No sabemos si fue el escenario o nuestra posición pero echamos de menos un mejor sonido, que, por momentos se diluía y se perdía entre el público.
Próxima parada: reservar asiento en el anfiteatro Cupra para poner una pica en los 90s con Yo la Tengo. Posiblemente las grandes verdades se digan en la sobremesa, y la afirmación que el trio de Hoboken son una de las grandes bandas de los últimos 30 años ha estado presente en manteles, platos y botellas medios vacías de muchos de nuestros ágapes.
Y así lo demostraron en la jornada inaugural del Primavera Sound, desde las maracas rugientes de “Ohm”, al eterno órgano de “Autumn Sweater” o la exquisitez noise pop de “Tom Courtenay”. Como siempre, en su repertorio siempre hay espacio para la improvisación y el mantra psicodélico de “Pass the hatchet, i think i´m goodkind” con Ira Kaplan retorciendo (literalmente) la guitarra durante más de diez minutos.

Tras la barricada sónica aguardaba la planeadora “Our way to fall” (¡esa batería tan exquisita de Georgia con regusto a jazz!) que meció nuestras cabezas y maldecimos que fuera el fin de un show tan corto como intenso.
En Mordor, en argot forero: la explanada que acoge a los escenarios Pull & Bear y Estrella Damm, volvía a asomar greñas Kevin Parker, asiduo al festival y valor seguro en esto de sacar punta a los grandes escenarios.
Y es que, podemos decir sin complejos, que Tame Impala le tiene cogida la medida a las grandes muchedumbres y los altavoces de varios pisos: lo suyo es rock (psicodélico) de grandes estadios.
Apoyada por proyecciones lisérgicas, la banda aprovechó para presentar las canciones de su último plástico “The slow rush”, estrenado en plena pandemia; “One more year” abrió su actuación, poco más que un ligero entremés que conectó con “Bordeline”, al que ya podemos colocarle la vitola de certero hit en directo.
No faltaron a la ceremonia brillantes representaciones en directo de “Elephant” (con ese bajo peinando las cabezas de los allí presentes), “Let it happen”, “Eventually” o su primer gran éxito “Feels like we only go backwards”.
Pero si por algo se habló de la actuación de los australianos fue de su versión de The Strokes, quienes habían cancelado su actuación del primer fin de semana; que más que llevarla a su terreno hicieron una lectura fiel pero efectiva, o así lo certificó el encendido público al reconocer los primeros compases.
Había ganas de ver en qué forma estarían Pavement tras tantos años de idas y venidas y con hiatos de varios años. Ya los vimos precisamente en el décimo aniversario del Primavera y la sensación fue algo agridulce, sonaron fláccidos, carentes de pegada, acompañados de una miríada de gente que hicieron que el concierto no fuera cómodo.
Esta vez había más gente pero sonaron en todo su esplendor, cohesionados, con un Stephen Malkmus cantando magníficamente y, en definitiva, una banda perfectamente engarzada que satisfizo al más fan, sacando a pasear prácticamente todos sus hits, nada menos que veintisiete paradas a su discografía.
No sería correcto destacar una canción sobre otra, pero las ejecuciones de “Silence kit”, “Transport is arranged”, “Range life” o sí, claro que sí “Cut your hair” nos hizo presenciar una banda actual, con mucho futuro y no una mero revival para amortizar su carrera. Uno de los grandes triunfadores de la noche (y de las que vendrían).
Tras una incursión fallida al escenario Plenitude, allá en los confines del antiguo Adidas, hasta los topes de gente y con un intercambio de escenarios tomado por una peligrosa marabunta, decidimos irnos al Cupra, donde acababa de empezar la sesión de Josh Davis, aka Dj Shadow.
Con las gradas a rebosar y con el centro de la pista del anfiteatro plagada de rezagados que aún querían arañar unas horas a la verbena, la actuación del californiano siguió su vieja fórmula: hip-hop más música negra más conatos electrónicos, como siempre, un placer disfrutar de sus falanges tras los platos con generoso scratches y trucos de turntablista. Una buena manera de terminar la primera jornada.

