Crónica

Primavera Sound 2024

Sábado

01/06/2024



Por -

El viernes de madrugada ya empezaron a caer unas gotas justo cuando volvíamos a casa, un pequeño avance de lo que ocurriría en la última jornada del festival. Curiosamente, en la rueda de prensa que se celebra cada año en la tarde del sábado, un periodista preguntó si esperaban lluvia esa tarde y Alfonso Lanza ya nos informó que se preveían lluvias sobre las nueve. Clavao. Ni Paco Montesdeoca.

La última jornada también estuvo marcada por una gran presencia de mujeres en los escenarios, una paridad que el festival ha intentado mantener desde el eslogan de hace unos años de “The New Normal”, apostando por un cartel más igualitario que no entiende de géneros.

Lo dicho. Tras la rueda de prensa y tras degustar el ya clásico catering que brinda la organización, ojo, con una sol espléndido, enfilamos el caminito para ver lo que quedaba de la actuación de Slow Pulp, ubicados en el Plenitude pero esta vez con un sonido perfecto. Los norteamericanos coparon la cuota de indie rock de nueva cuña que el año pasado cubrieron Wednesday; un síntoma de recuperación de este sonido de los noventas que cada vez más bandas están adoptando. En apenas tres cuartos de hora, presentaron lo mejorcito de sus dos únicos trabajos: “Moveys” y el aclamado “Yard”.

Tras la parada obligada en boxes (en barra) fuimos a ver qué nos ofrecían Militarie Gun, no sin cierta pereza al no existir en esa franja horaria algo más apetecible. Con esa condición de grupo que está en boca de todos, fuimos a verlos para ver si nos contagiaban algo más que en el anodino disco. Lo mejor que puedo decir de estos chavales es que no se le caen los anillos por currar: hasta tres veces tocaron en el fin de semana, para que luego digan de la juventud de cristal. Pero claro, yo con un rato tuve suficiente, porque aparte de un single “Very High” lo demás es un quiero-y-no-puedo de pop hardcore de garrafón, aquello no cuela, y más si has vivido toda la escena emo y punkarra de los noventas.

Como si fuéramos unos guiris despistados por la Rambla, acabamos en el concierto de Lisabö, atraídos por una enorme bandera de Palestina que ocupaba todo el tablado. Una pena asistir a los últimos minutos porque lo que vimos fue espectacular: post hardcore con consignas políticas que nos atracó con dos baterías creando un muro de ruido y golpeándonos como un martillo pilón. Igualito que los otros. Los vascos, además de confundir los tiempos verbales en el español- lo sabemos como fieles seguidores de “El conquis”- son gente de bien y, cómo no, aprovecharon los últimos instantes para reivindicar el sufrimiento del pueblo palestino a través de unos versos del poeta palestino Mahmud Darwsih y recordar el sepelio de Steve Albini. Estoy seguro que el ingeniero de sonido estaba entre el público disfrutando del pedazo de actuación que se marcaron los de Irún.

Nuestro primer encuentro con Crumb fue en el antiguo Primavera Club de 2018. Ya en esa fecha nos llamó la atención su pop con tintes de Stereolab y bonita psicodelia, motivos que nos hicieron escogerlos para terminar la sesión de la tarde. Una actuación sólida, que junto al reciente “Amama” los convierte en una firme realidad, parte de culpa la tiene la etérea y delicada voz de Lila Ramani que estuvo especialmente inspirada en temas como “Ghostride”, “The Bug” o “Alone in Brussels”. Mucha gente los descubrió esa misma tarde. Qué suerte, tienen tres pedazos de discos por delante.

Ahora sí. Todos convocados para ver a Polly Jean. En formato estampida de ñus, la gente aceleraba el paso e iba colocándose como podía para ver a su queridísima pejota. Nada más lograr un hueco noté cómo una gota saludaba mi cogote y luego, otra y otra; miré a mi alrededor y las carnes quedaban ocultas por celofanes multicolores, los paraguas se abrían uno tras otro, comunicándose entre sí, como si hablaran un lenguaje propio. Estaba lloviendo. Y no eran cuatro gotas. Insisto: ni Montesdeoca.

La primera parte del concierto se centró en su última etapa; una etapa con la que personalmente no comulgo demasiado, “I inside the old year dying” me parece una turra de cuidado, y, desgraciadamente recordó varios tracks “Prayer at the gate”, “The nether-edge” o el que da título a su último trabajo. También es cierto que en estos primeros minutos también rescató temas que no tocaba en directo como “Let England shake” o “The glorious land”, estos ya vaticinaban que se nos venía encima un repertorio para el recuerdo.

En la segunda parte, aquello ya sí fue épico, auténticos clásicos de su repertorio, la base sobre la que se ha edificado el culto a la inglesa: “Send his love to me”, “50 ft Queenie”, “Angele”, “The Garden”, “Black hearted love” junto a su fiel escudero John Parish. Una locura.


Tras bajar la intensidad con “The desperate kingdom of Love”, dedicándosela a Steve Albini, quien le grabó su infinito Rid of me, llegó la traca final con “Man-Size”, “Dress”, “Down by the water”(en serio) y “To bring you my love”. Todo ello envuelto en lluvia, relámpagos y frío, que, junto a su estampa blanca y macilenta le configuraba a toda la situación un aire casi irreal, como una especie de aparición mariana que bajaba a la Tierra a saludar a sus feligreses. El mejor concierto que he visto de ella y uno de los mejores de esta edición.

A los pocos minutos de acabar su actuación también dejó de llover. O no. Por un breve instante parecía que ya había pasado la tormenta y que podíamos caminar jovialmente sobre el concreto del Fórum. Pues no. De nuevo empezó a llover y decidimos refugiarnos bajo la zona techada aneja al escenario de Amazon Music donde estaba tocando Dorian Electra. Ajeno totalmente a lo que me iba a encontrar y consciente de las limitaciones del espacio –nos apretujamos cientos de personas para evitar empaparnos más- asistimos a un Frankestein musical. Un hyperpop vigoréxico con mucha teatralidad que acudía a recursos que desprendían naftalina. Eso sí, su intenso y enérgico show sirvió de centrifugadora para que los arrejuntados en las primeras filas fueran más sequitos a casa.

Con la lluvia aún presente y encastrados entre varias filas de cuerpos que supuraban agua y cerveza, dio comienzo el concierto de Bikini Kill. La felicidad de reencontrarme de nuevo con Kathleen Hanna –la Audrey Hepburn del punk- fue moderada al percatarme del pésimo sonido que nos llegaba donde estábamos situados: poco más había que hacer, la situación meteorológica seguía sin cambiar y todos quería evitar empaparse de nuevo.

Aún así, las de Olympia salieron a darlo todo. Con el acuerdo tácito de situarse las chicas al frente, Kathleen Hanna y su compañera de fatigas, Tobi Vail fueron alternándose los micros en “Jigsaw youth”, “Double dare”, “New radio”, “For only”; todas ellas interpretadas más que con rabia por pura necesidad, recordándonos lo importante que siguen siendo sus consignas y lo más importante: lo vigente que son en estos días.

Gracias al respiro que dio la lluvia pudimos situarnos en el centro y comprobar cómo el sonido se oxigenaba y ganaba enteros; no fue este el caso de Le Tigre el año pasado que no lograron afinar del todo los decibelios. Con el esperadísimo “Rebel Girl”, convertido en himno por antonomasia de las Riot Grrrl y por ende del feminismo cerraron su paso por la noche del sábado. Lleno de alegría, sí, pero también algo triste al no saber si este proyecto seguirá teniendo continuidad en el futuro. Una vez más, imprescindibles.

No nos tuvimos que mover mucho porque en el escenario de al lado empezaba la actuación de Romy. Acceder a un escenario en solitario ha sido un derecho propio y no adquirido desde que, ternesca ella, empezara a colaborar con el festival desde su grupo the XX hace trece años. Con ella quedaba inaugurada oficialmente la parte más lúdica y verbenera del último día. Hala, ya podéis sacar las petacas y las botellitas. Es curioso como al igual que sus colegas de grupo, sus debuts en solitario lo han escorado a la pista de baile, huyendo de la oscuridad y solemnidad de la empresa madre. Un show basado exclusivamente en su álbum debut del año pasado “Mid Air”, aunque tuvo un pequeño recuerdo para su antigua banda al hilvanar “Angels” con “You´re not alone” de Olive. Sin grandes juegos de luces y prescindiendo de cualquier atrezo escenográfico nos invitó a celebrar el estar allí todo reunidos y vaya que si lo consiguió, con la enorme “Enjoy your life” o “Strong out” con la que se cerró su show.

Por los mismo caminos transitó la próxima parada de la noche: Roisín Murphy. Por los mismos caminos, sí, pero no por los mismos camerinos porque la irlandesa no paró en toda la noche de atracar el baúl con continuos cambios de vestuario ¡Hasta se atrevió con la chaqueta enorme de David Byrne en “Stop making sense”! Abalorios, sombreros de chistera, pañuelos rojos, boinas y faldas apretadas, todo cabe en su maravilloso mundo donde confluye el funk, la electrónica, el pop y el soul. Casi nada. Y es que ella, espídica, en un estado de forma increíble, sin parar quieta ni un momento, repasó buena parte de su pasado (Moloko) y su presente (muy electrónico, desde Herbert a Dj Koze): “Overpowered”, “Coocool”, “Der Miami” o “Ramalama” del lejanísimo Ruby Blue, que pronto cumplirá veinte años. Las únicas pegas –si se pueden llamar así- fueron la versión mestiza que hizo de “Sing it back”: larga y reinventada a modo de loca bossanova y el abotargamiento a la que sometió “The time is now”, por favor, no les metas tanto bongo y diazepam a este tema que nos lo jodes. Por lo demás, brillantísimo todo. Qué jefa.

Antes de despedirnos del festival pudimos ver una parte de la actuación de Charli XCX, y digo una parte porque se unió el hecho de que llegamos tarde con veinte minutos que se ahorró la zagala. No podemos dejar de recalcar el empaque que tiene la inglesa: ella solita, sin nadie más, se comió el escenario enterito, demostrando que en este juego, pocos le tosen: “Vroom Vroom”, “Club classics”, ”365” o la siempre agradable “ I love it” de Icona pop con la que cerró su escueto tracklist. A tenor de lo poco que vimos vaya rave organizó y parafraseando a cierta presentadora: sonó como un pepino.

Ruben

Oriundo de La Línea pero barcelonés de adopción, melómano de pro, se debate entre su amor por la electrónica y el pop, asiduo a cualquier sarao música y a dejarse las yemas de los dedos en cubetas de segunda mano. Odia la palabra hipster y la gente que no calla en los conciertos.