Crónica

Prestoso Fest 2022

Prado Funquisin (Xedré)

05/08/2022 - 06/08/2022



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El Prestoso Fest sin lugar a dudas es uno de esos festivales de pequeño formato donde se intuye que todo está realizado con ese cariño y orgullo que uno siente por su tierra y orígenes. Nada más poner un pie en Xedré y comprobar lo acogedor del recinto del festival, del mismo modo a como se integra a la perfección con su espectacular entorno montañoso, provoca ese sentimiento de admiración por el esfuerzo sobrehumano para un evento de estas características pueda tener lugar en un espacio tan apropiado, inspirador y remoto. Si a todo esto le unimos una combinación musical que huye de ir a los carteles fáciles y cíclicos, junto con actividades paralelas que sirven para poner en valor el folklore y la forma de vida de los habitantes de este enclave asturiano, el resultado obtenido es un fin de semana repleto de recuerdos propios de ser enmarcados.

Así es como es posible iniciar un idilio con el público en el que todos saben como cada edición está marcada por un crecimiento sostenible y el encontrar precisamente un festival para desconectar al máximo de las dinámicas habituales de la industria musical, algo que hoy en día escasea sobremanera. Después de intentar recoger con palabras, todo este cúmulo de sensaciones más que positivas, pasamos a detalles más pormenorizados de esta excepcional cita con naturaleza y bandas llegadas desde puntos geográficos muy diversos.

VIERNES

Demostrando como ante todo las tradiciones merecen ser compartidas, la jornada del viernes se iniciaba como viene siendo habitual con las Pandeiras de Xedré inaugurando el prado Funquisin como es debido. Recorriendo las calles principales del pueblo anticipando el inicio de cómo la fiesta se encuentra de camino, la formación nos demostró cómo suena en aquellos lares toda la cultura que ha ido traspasando generaciones. Buena muestra de ello fue comprobar como sus integrantes correspondían a edades de lo más diversas, asegurando de este modo la perfecta preservación de unas tonadas que resisten el paso del tiempo de forma estoica.

Una vez abierta la veda que invita a la celebración y puesta en común de todo aquello que une a las personas de un territorio en común, llegó el momento en el que Juárez abrieron el escenario principal Cangas del Narcea. Con un orbayu persistente que nos acompañó durante la mayor parte de la tarde-noche, los pamplonicas nos hicieron ver como son una de esas bandas que deja de lado todo tipo de artificios para lograr que siempre primen sus melodías inquietas. Con un particular garage pop que no duda en agrandar las narrativas que parten del diseminar nuestro entorno de la forma más sensible posible, el grupo nos ofreció un directo donde su buen gusto por describir entorno preciosistas encaja a las mil maravillas con el lugar donde nos encontrábamos.

Tirando de guitarras que huían de la robustez para encontrar la calidez propia de la humedad que sugiere el verano en el norte, los pamplonicas lograban alternar voces que apelaban a la serenidad. Sin dejar de lado tampoco sus mayores aires western, aquellos que propician que llegado el momento sus canciones puedan estar revestidas de un mayor nervio, lograron con creces centrar todos los focos dentro de la siempre complicada tarea de arrancar un festival.

Con la oscuridad de la noche y esos destellos intermitentes que provocaban el agua cayendo tímidamente sobre la proyección de las luces del escenario, The Haunted Youth hacían acto de presencia sobre un fondo que recogía a la perfección todo lo que sugiere la música del grupo. La forma de romper ambientes tenebrosos a golpe de punteos poderosos, donde el shoegaze adquiere dinámicas de lo más vitalistas, es algo que se les da a la perfección a los belgas, no dudando nunca en mostrar una gran entrega.

A estas alturas queda demostrado que no les hace falta tener ninguna referencia de gran duración para ofrecer un concierto solvente, marcado por momentos donde tiran más de esa épica que siempre supera al desencanto lírico para evidenciar como ante todo su música es un fiel reflejo de la forma en la que nos movemos por arenas movedizas durante buena parte de nuestras vidas. Fiel reflejo de ello fue su vocalista Joachim Liebens, quien nos ofreció un auténtico decálogo de lo que implica interpretar canciones tristes tratando de derrochar la máxima energía posible.

Otros que tampoco se quedaron cortos en aquellos de hacernos ver como sus canciones siempre provocan un fuerte impacto fueron VVV. Entrando a última hora en el cartel en sustitución de Pongo, tuvieron tiempo de sobra de demostrar como Turboviolencia es un disco que no admite ningún reproche. Incluso cuando el sonido no acompaña, la banda asentada en Madrid tiene recursos para llamar al máximo la atención y transmitir escenas de lo más agónicas que precisamente pueden ser quebradas gracias a los amigos y la fiesta sinfín.

De ahí que fuese este concierto en el primero que se observasen abrazos efusivos entre el público y ese espíritu de rave que también encaja a la perfección con todo lo que nos sugería un recinto en pleno contacto con la naturaleza. Tampoco podemos pasar por alto durante su actuación los visuales que se gastaron, confirmando como las dosis provocativas y sugestivas son inherentes a su música para lograr que la experiencia resulte de lo más completa. Así fue como fueron los últimos en llegar y unos de los primeros en apuntarse una victoria clara dentro de los comentarios de los asistentes.

Cerrando la primera jornada del festival, Rusowsky nos ofreció la propuesta más rupturista del de todo el fin de semana. Si bien es cierto que nada más comenzar su actuación nos comentó que tenía fiebre, su puesta en escena resultó bastante descafeinada, encontrando en Ralphie Choo su compañero de voces con el que se intercambiaba el protagonismo. Tirando de poses lo más raperas posibles, poco a poco reflejando el espíritu esquivo que atesora su música.

Intentado que sus composiciones lograsen ese efecto de desencajarnos por completo para entregarnos de este modo a todo lo sugestivo de los graves que contienen, el músico poco a poco se fue perdiendo en la desgana, algo que de una forma u otra acabó por traspasarse al ánimo general del público. Quizás como cierre de jornada nos esperábamos una versión menos dispersa de Rusowsky y sus acompañantes, algo que realmente ocurrió en la recta final del directo donde tiraron de beats más definidos y pasajes de electrónica más combativa con los que levantar en parte el vuelo.

SÁBADO

Después de coger fuerzas con un contundente desayuno en el bar por excelencia del pueblo, y del que toma nombre el propio recinto del festival, llegaba el momento de ponernos rumbo a Cangas del Narcea en uno de los buses habilitados para tal efecto por la organización. En el Parque del Fuejo nos esperaban ni más ni menos que Candeleros para animar la calurosa mañana, en la que a pesar de no verse el sol, la humedad propiciaba un efecto totalmente abrasador. Actuando en un coqueto anfiteatro de madera y piedra casi a partes iguales, la banda con miembros llegados desde Colombia y Venezuela trasladó a las mil maravillas al directo todas las influencias encerradas en su música.

Asistir a un concierto del quinteto resulta por momentos una experiencia chamánica. Su música aúna a partes casi iguales los ritmos cumbieros y un componente de rock progresivo con el que destapar la caja de los truenos, ofreciéndonos un conjunto de peculiaridades, que partiendo el baile se extienden a esa experiencia de evasión colectiva que tan bien combina con la filosofía del festival. Solventando algún que otro problema con su guitarra, quedó bastante claro el motivo por el que habían sido elegidos en un horario vermú que Marcos Bighouse DJ remató en un perfecto repaso al pop más diversos de las tres últimas décadas.

Ya de vuelta en Xedré, la tarde se iniciaba de la forma más bucólica posible con la actuación de una Joana Serrat que sabe como dotar a la canción americana de un tono totalmente inconfundible. En un entorno montañoso que le vino como anillo al dedo, sobre todo en la primera parte de su actuación donde se podían percibir con claridad como las nubes descendían por las laderas adyacentes al prado, tiró de carisma para evidenciar como en sus canciones juegan un papel importante los detalles minúsculos.

Desde arreglos casi imperceptibles al más puro estilo de Mazzy Star hasta aquellos momentos donde es preciso ejercer un poderío vocal con el que recordarnos como la vulnerabilidad en muchas ocasiones lleva asociada de forma innegable fortaleza. Estas ideas se fueron desprendiendo rápidamente de un concierto dominado por los medios tiempos y la capacidad de dirigirnos hacia ese espacio de nuestra memoria donde todo parece más favorable.

Cambiando rápidamente de tercio, Vera Fauna nos ofrecieron uno de los conciertos más entretenidos del festival. Apostando por aunar psicodelia ligera y dar rienda suelta a sus raíces culturales andaluces, el quinteto no dudó en hacernos ver que entienden la música como un perfecto vehículo con el que tratar todas aquellas situaciones un tanto complejas a través de todo lo contemplativo que puede encerrar el costumbrismo. De ahí que en sus canciones experiencias como el caminar por su barrio puedan tornarse totalmente reveladoras, todo esto sin perderla la cara a las texturas más narcóticas que brotaban de sus teclados.

De agradecer también resultaron los pequeños discursos del vocalista de la forma, poniendo en valor lo importante que es domar las enfermedades mentales o la tarea de los sanitarios. Incluso dentro de todo su acercamiento al público se atrevió a bajar del escenario para vivir el directo como un asistente más, intercambiando miradas de complicidad con sus compañeros y aún una mayor cercanía que la de ya de por sí reside a lo largo de su cancionero.

Tras una breve pausa para cambiar el escenario First Breath After Coma regresaban al festival, siendo precisamente el primer grupo que repetía actuación en toda la historia del evento. Los de Leiria cumplieron con creces su misión de banda internacional capaz de aportar meticulosidad y buen pulso a la hora de crear ambientes sugestivos, siendo sin lugar a dudas el concierto con mayor nivel de detalle de todo el festival. Haciendo gala de melodías vaporosas, donde la sensibilidad pop se mezclaba con un post rock in crescendo y momentos de auténtica catarsis, nos hicieron ver como su propuesta ante todo está marcada por el control de las emociones.

También merece la pena destacar como el juego de luces propició que pudiésemos meternos más de lleno dentro de todo lo que implica abrazar esos momentos donde el intimismo dio paso a la épica más inesperada, representando muy bien el resurgir personal al que muchas veces tenemos que aferrarnos. Para ello jugó un papel importante una combinación vocal totalmente precisa, alternando entre diferentes efectos que propiciaron el estar ante un cúmulo de sensaciones contrapuestas pero que en conjunto acaban con resultar totalmente coherentes con esos quiebros casi imposibles en el apartado atmosférico que nos ofrecieron.

Con alguna que otra inclusión del orbayu que siempre está ahí aunque no lo parezca, Los Punsetes ejercieron el papel de cabeza de cartel nacional con uno de los conciertos más completos que se les recuerda hasta la fecha. Atinando a la perfección con el setlist para ofrecernos un buen repaso a casi todos los puntos de su trayectoria, fueron la banda que realmente provocó los pogos en el festival. Y es que no es para menos si tenemos en cuenta como a estas alturas han trascendido generaciones hasta hacer de sus rarezas líricas un símbolo más que universal donde el público se ve reflejado.

Durante su actuación también vivimos uno de esos momentos que se ha convertido en todo un aliciente dentro del festival, ya que Prestosín apareció sobre el escenario, y como no podía ser de otra forma, se situó inmóvil al lado de Aridna, no rompiendo de este modo la estática seña de identidad del grupo. Así es como pudimos vivir una de las estampas más icónicas del festival y comprobar como en ocasiones los osos también pueden bajar de la montaña para tratar de convivir con el público festivalero.

El cierre definitivo del festival corrió a cargo de unos Le Boom que tienen todo para subir como la espuma en poco tiempo. Christy Leech tiene el suficiente carisma para ser un gran animador, pero también para recorrer ese espacio que va desde el techno ultra melódico al electro pop con ecos totalmente noventeros. Si a esto le unimos una propuesta lo más llevada al formato en vivo posible, obtenemos un concierto totalmente rompepistas donde la intensidad no desciende en ningún momento. Por todo ello, desató lo mayores momentos de locura justo cuando eran más necesarios.

Sin descuidar tampoco nunca el apartado rítmico fue capaz de trazar beats totalmente efervescentes con los que activar en nuestro cerebro nuestros recuerdos más felices asociados a la pista de baile. Solo así es posible que el decálogo de canciones destinadas a apartar nuestros problemas funcione a la perfección. Este espíritu desinhibido afortunadamente se prolongó gracias a un Mediocre DJ que demostró elegancia a los platos, sobreponiéndose incluso a un apagón de luz y no dejando pasar la posibilidad de reivindicar que la vida nocturna puede resultar de lo más excitante alejada de las grandes urbes.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.