El Mad Cool Festival volvió a celebrarse en el Iberdrola Music de Villaverde durante tres jornadas principales, atrayendo a unas 50.000 personas por día. Esta octava edición combinó nombres veteranos y nuevos con un cartel desigual que osciló entre actuaciones memorables y otras que pasaron sin pena ni gloria. La organización mejoró respecto a años anteriores en aspectos logísticos, aunque los problemas técnicos del jueves y algunas elecciones discutibles del cartel dejaron sensaciones agridulces. La jornada del sábado, inicialmente criticada por la ausencia de un gran cabeza de cartel del rock, acabó revelándose como una de las más equilibradas gracias al empuje de artistas como St. Vincent y Olivia Rodrigo.
Jueves
La jornada inaugural fue, en muchos sentidos, la más accidentada. El calor sofocante y los problemas de sonido marcaron el inicio. Gracie Abrams, afectada por un apagón en el escenario principal, decidió continuar a capela desde la pasarela del escenario. Un gesto valiente que contrastó con la frialdad de algunos asistentes y con un entorno técnico que no supo estar a la altura. A pesar del caos, canciones como 'I Love You I'm Sorry' y 'Us' permitieron rescatar algo de su set, especialmente entre los sectores más jóvenes del público.
Iggy Pop fue el siguiente en sufrir las consecuencias del fallo eléctrico. Su concierto comenzó con interrupciones y tensión en el escenario, pero tras veinte minutos, volvió con una energía que dejó atrás cualquier titubeo. Acompañado de una banda afilada, repasó temas como 'Down on the Street', 'Raw Power' y 'Lust for Life'. Con 78 años, Iggy mantuvo intacta su esencia escénica.
Antes de que el sol descendiera, Blondshell apareció en el escenario OUIGO. Su concierto fue de menos a más: un arranque algo plano dio paso a una segunda mitad con temas como 'Salad', 'Olympus' y 'T&A', donde las guitarras cobraron protagonismo. Su repertorio, basado en su segundo álbum 'If You Asked For a Picture', mostró una dirección clara. El público que resistió el calor encontró una actuación comprometida.
Royel Otis, por su parte, recurrieron a un set acelerado con 'Heading for the Door', 'Say Something', 'Moody' y versiones como 'Murder on the Dancefloor'. Lo suyo fue más una fiesta improvisada que una actuación estructurada, pero lograron enganchar a una parte del público que buscaba simplemente moverse y corear estribillos.
Leon Bridges inauguró el Orange Stage con un set elegante y clásico. Combinó cortes recientes como 'Laredo' y 'Ain’t Got Nothing on You' con hits como 'Coming Home' y 'Smooth Sailin''. Su propuesta destacó por la solvencia instrumental y una interpretación vocal cuidada, respaldada por una banda bien ensamblada. El cierre con 'Texas Sun' fue especialmente bien recibido.
El concierto de Bright Eyes fue uno de los momentos de mayor peso artístico de toda la edición. Conor Oberst recorrió buena parte de 'I'm Wide Awake, It's Morning' y rescató piezas de su nuevo trabajo, 'Five Dice, All Threes'. 'Lua', 'Jejune Stars' y 'First Day Of My Life' sonaron con una sensibilidad ajustada a un repertorio que alterna melancolía y narrativa. La instrumentación variada y una ejecución medida consolidaron el concierto como uno de los más redondos del festival.
Muse, incorporados al cartel tras la caída de Kings of Leon, ofrecieron un concierto largo y técnicamente bien armado. Con una selección que incluyó desde 'Unravelling' hasta 'Starlight', pasaron por toda su discografía sin grandes sobresaltos. 'Plug In Baby', 'Time Is Running Out' y 'Knights of Cydonia' encendieron al público. Las fallas de sonido fueron mínimas, pero la teatralidad estuvo por debajo de otros años.
El cierre lo protagonizóaron Weezer. Aunque su repertorio tiró de clásicos ('Buddy Holly', 'Island in the Sun', 'Hash Pipe'), las guitarras sonaron ahogadas, y el formato descompensado entre canciones nuevas y antiguas restó dinamismo. Aún así, el público celebró la nostalgia, especialmente con 'My Name Is Jonas' y 'In The Garage'.
Viernes
La segunda jornada comenzó con una de esas actuaciones tempraneras a pleno sol más celebradas de todo el festival: Hermanos Gutiérrez. Su propuesta instrumental, alejada del estruendo general, logró capturar a un público que resistió el calor con atención. 'El Bueno y el Malo', 'Cumbia Lunar', 'Sonido Cósmico' y 'El Desierto' construyeron una narrativa sin palabras, apoyada en silencios, texturas y una ejecución impecable. Las explicaciones entre canciones, breves y cercanas, ayudaron a crear un clima de intimidad inesperado en un recinto tan vasto.
El concierto de Alcalá Norte fue, por el contrario, una muestra de cómo una banda puede ocupar un escenario grande sin ofrecer nada realmente consistente. Con un directo plano, letras que pretenden originalidad sin conseguirlo y una ejecución más cercana al ejercicio estudiantil que a una propuesta con entidad propia, lo suyo se sostuvo en parte por el impulso mediático más que por méritos musicales.
En el escenario principal, Alanis Morissette recurrió a sus clásicos de los 90. 'Thank U', 'You Oughta Know' y 'Ironic' funcionaron bien gracias al respaldo de una banda engrasada y un público receptivo. Su voz mantuvo el tipo y el entusiasmo fue constante.
Jet, con su rock sin artificios, cumplieron sin sobresaltos. Versionaron a AC/DC y recorrieron su repertorio sin necesidad de imposturas. Lo suyo fue una actuación coherente que conectó con un público que a esas alturas ya buscaba contundencia.
Llegando uno de los grupos más esperados del festival, Nine Inch Nails confirmaron su estatus con un show calculado, sonoramente impecable y equilibrado en su brutalidad. 'March of the Pigs', 'Closer', 'Copy of A' y 'Hurt' formaron parte de un recorrido que justificó su presencia como uno de los grandes nombres del festival. La calidad del sonido permitió apreciar matices incluso en los pasajes más agresivos.
Geordie Greep, en la carpa Mahou, entregó una de las actuaciones más memorables. Junto a una banda que funcionó como una unidad orgánica, repasó piezas de 'The New Sound' con una libertad formal que desbordó cualquier expectativa. Las canciones se expandieron y mutaron, dejando una sensación de haber presenciado algo verdaderamente relevante.
Sábado
La jornada del sábado, inicialmente criticada por la ausencia de una gran figura del rock, terminó siendo una de las más equilibradas del festival. St. Vincent inauguró la tarde con una actuación imponente. Con una banda afilada y un repertorio centrado en 'All Born Screaming', mostró una mezcla de precisión instrumental, cuidado escénico y presencia vocal. La electrónica, las guitarras angulosas y su dirección escénica consolidaron su propuesta como una de las más trabajadas del festival.
Por su parte, Thirty Seconds to Mars apostaron por el espectáculo y la participación del público. Jared Leto subió a fans al escenario, se paseó por la pasarela, y dirigió un show visual con globos y pirotecnia. La música, sin embargo, quedó por debajo del envoltorio.
Arde Bogotá subieron al Orange Stage con la posición de "cabezas nacionales". Sin embargo, el resultado estuvo lejos de justificar esa posición. Su repertorio, monocorde y previsible, se sostuvo en letras que no logran trascender y una instrumentación que no aportó variaciones ni intensidad. La puesta en escena, adornada con escenografía desértica, no alcanzó a compensar una actuación sin relieve.
Luvcat ofreció una propuesta mucho más medida, sin grandes pretensiones pero con una ejecución mucho más coherente. Sophie Howarth lideró con naturalidad una banda que, a pesar de la franja horaria, supo conectar con los asistentes.
El concierto de Olivia Rodrigo fue el gran momento de la noche. Ante una multitud entregada, alternó canciones de 'Sour' y 'Guts' con una banda femenina que añadió matices rockeros a su pop. Temas como 'Good 4 U', 'Drivers License', 'Vampire' y 'All I Want' fueron coreados con intensidad. Rodrigo se mostró segura, comunicativa y capaz de llenar el escenario sin excesos. Su actuación demostró que está en un momento relevante y que tiene el control total de su propuesta.
Justice cerró el festival con un set visualmente potente, mientras Bloc Party recurrían a sus primeros éxitos para cerrar su participación de forma correcta, aunque sin especial brillo.
Mad Cool 2025 fue una edición con altibajos evidentes. Aunque algunas actuaciones destacaron por su calidad y coherencia -como las de St. Vincent, Bright Eyes, Blondshell, Geordie Greep y Olivia Rodrigo-, otras pusieron en evidencia las limitaciones de ciertos nombres sobrevalorados como Arde Bogotá o Alcalá Norte. La organización mejoró aspectos logísticos importantes, pero el desequilibrio en el cartel impidió que el festival alcanzara un nivel uniforme. La próxima edición, que marcará el décimo aniversario, debería mirar hacia atrás y recoger lo mejor de su propia historia para articular una propuesta que vuelva a entusiasmar por lo que sucede sobre el escenario y no por la nostalgia o el envoltorio.
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