El segundo día del festival Kalorama Madrid, celebrado el viernes 30 de agosto de 2024, quedará grabado en la memoria de los asistentes como una experiencia inolvidable, aunque no precisamente por las razones que los organizadores hubieran deseado. Lo que comenzó como una jornada prometedora, con un cartel repleto de artistas de renombre, se convirtió en una auténtica odisea acuática que puso a prueba la resistencia y el espíritu festivo de los miles de aficionados a la música que se dieron cita en el recinto ferial de IFEMA.
La tarde arrancó con normalidad, bajo un cielo parcialmente nublado que no presagiaba el caos que estaba por venir. Los primeros artistas en subir a los escenarios fueron recibidos con entusiasmo por un público que iba llegando paulatinamente al recinto. Tristán!, Colectivo Da Silva y Judeline fueron los encargados de calentar motores y establecer el ambiente musical que se esperaba para el resto de la velada.
A medida que avanzaba la tarde, la afluencia de gente aumentaba y la atmósfera festiva se iba apoderando del lugar. Los Yard Act subieron al escenario con su propuesta de rock alternativo, logrando conectar con la audiencia a pesar de algunos problemas iniciales de sonido. Su actuación fue ganando fuerza conforme avanzaba, culminando en un final que dejó al público con ganas de más.
Uno de los momentos álgidos de la primera mitad de la jornada llegó con la actuación de Gossip. La vocalista Beth Ditto demostró por qué es considerada una de las voces más potentes y carismáticas de la escena indie rock. Con una energía desbordante y una presencia escénica arrolladora, Ditto y su banda ofrecieron un espectáculo que hizo vibrar a los asistentes. Temas como ‘Standing in the Way of Control’ y ‘Heavy Cross’ se convirtieron en auténticos himnos corales, con miles de gargantas uniéndose a la de la cantante.
La temperatura iba en aumento, no solo por el ambiente festivo, sino también de forma literal. El calor se hacía notar y Beth Ditto, en un gesto que ejemplifica su conexión con el público, fue despojándose de parte de su atuendo, incluyendo su característica peluca, para poder continuar con el show. Este acto, lejos de restar intensidad a la actuación, sumó un componente de autenticidad que fue muy apreciado por los fans.
Conforme el sol se iba poniendo, el escenario principal daba la bienvenida a Yves Tumor, cuya propuesta musical ecléctica y vanguardista contrastaba con la estética más directa de los artistas anteriores. Su actuación, envuelta en una atmósfera de luces rojizas y sonidos que oscilaban entre el rock experimental y la electrónica más oscura, parecía el preludio perfecto para una noche que prometía ser memorable.
Sin embargo, la naturaleza tenía otros planes. Lo que al principio parecían inofensivos destellos en el horizonte, pronto se revelaron como los primeros indicios de una tormenta eléctrica que se acercaba inexorablemente al recinto del festival. Los relámpagos, que en un principio parecían añadir un toque dramático a la actuación de Yves Tumor, se fueron haciendo cada vez más frecuentes e intensos.
Fue entonces cuando el cielo decidió abrir sus compuertas. En cuestión de minutos, lo que había comenzado como una llovizna se convirtió en un auténtico diluvio que pilló por sorpresa tanto a los asistentes como a la organización del evento. La reacción del público fue tan variada como caótica: mientras algunos optaron por buscar refugio bajo cualquier estructura que pudiera ofrecerles un mínimo de protección, otros decidieron abrazar la situación y continuar disfrutando de la música bajo la intensa lluvia.
La organización del festival se vio obligada a tomar decisiones rápidas para garantizar la seguridad de los asistentes y artistas. La actuación de Yves Tumor tuvo que ser interrumpida abruptamente, dejando a muchos fans con la sensación de un concierto inacabado. Pero el verdadero golpe para muchos llegó con el anuncio de la cancelación del esperado show de Raye, una de las artistas más anticipadas de la noche.
La tormenta no solo trajo consigo una cantidad impresionante de agua, sino también un cambio drástico en la dinámica del festival. Los espacios que antes bullían de actividad y música se convirtieron en improvisados refugios donde los asistentes buscaban protegerse de la lluvia. Las zonas de comida, los baños portátiles e incluso los espacios bajo los escenarios se llenaron de personas empapadas que intentaban mantener el ánimo a pesar de las adversidades.
En medio del caos, surgieron escenas que oscilaban entre lo cómico y lo surrealista. Grupos de amigos convertían los charcos en improvisadas pistas de baile, mientras otros intentaban proteger sus pertenencias con ingenio y recursos limitados. Las redes sociales se inundaron de videos y fotos que capturaban la singularidad del momento, con hashtags que rápidamente se volvieron virales, convirtiendo el ‘desastre’ en un fenómeno digital.
La organización del Kalorama, enfrentada a una situación para la que difícilmente se puede estar completamente preparado, tomó la decisión de abrir uno de los pabellones de IFEMA para ofrecer refugio a los miles de asistentes empapados. Esta medida, aunque tardía para algunos, fue recibida con alivio por la mayoría, que pudo encontrar un espacio seco donde reagruparse y esperar a que la tormenta amainara.
El pabellón se convirtió en un improvisado punto de encuentro donde la adversidad dio paso a la camaradería. Desconocidos compartían anécdotas de su odisea bajo la lluvia, se prestaban prendas secas e incluso improvisaban pequeñas sesiones musicales a capella, manteniendo vivo el espíritu del festival a pesar de las circunstancias.
Mientras tanto, el equipo técnico del festival trabajaba contrarreloj para evaluar los daños y determinar si sería posible reanudar las actuaciones una vez que la lluvia cesara. La cancelación de Raye fue un duro golpe para muchos, pero la esperanza de que el resto del cartel pudiera salvarse mantenía a gran parte del público en el recinto.
Tras casi dos horas de incertidumbre, la lluvia comenzó a amainar y el cielo dio tregua a los empapados festivaleros. La organización, en un esfuerzo por salvar la noche, anunció que se reanudarían las actuaciones, aunque con cambios significativos en el programa. Overmono, cuyo set de música electrónica estaba programado para más tarde, fue adelantado para reactivar el ánimo de los asistentes que habían decidido quedarse a pesar de la tormenta.
La reapertura de los escenarios fue recibida con una mezcla de alivio y entusiasmo. Aquellos que habían resistido la tempestad se encontraron recompensados con un ambiente único, donde la adversidad compartida había creado un vínculo especial entre los presentes. Overmono captó perfectamente el momento, ofreciendo un set que combinaba ritmos enérgicos con melodías emotivas, perfectas para canalizar la montaña rusa emocional que todos habían experimentado.
Sin embargo, la noche aún guardaba sorpresas. La noticia de que Soulwax no podría actuar debido a problemas con su equipo, dañado por la lluvia, fue un nuevo revés para los organizadores y el público. No obstante, esta cancelación permitió extender la actuación de The Prodigy, los verdaderos salvadores de la noche.
The Prodigy subió al escenario pasada la medianoche, ante un público que, a pesar del cansancio y la humedad, estaba hambriento de música y energía. La banda británica, leyenda viva de la música electrónica y el rock alternativo, demostró por qué son considerados uno de los actos en vivo más potentes del planeta. Con un show que rindió homenaje a su fallecido vocalista Keith Flint, The Prodigy desató un torbellino de sonido y furia que hizo olvidar momentáneamente todas las penurias de la noche.
Temas clásicos como ‘Breathe’, ‘Firestarter’ y ‘Smack My Bitch Up’ resonaron con una intensidad renovada, como si la banda estuviera canalizando toda la energía acumulada durante la tormenta. El público respondió con un entusiasmo frenético, convirtiendo el campo embarrado en una pista de baile gigante donde se liberaron todas las tensiones acumuladas.
La actuación de The Prodigy no solo salvó la noche desde el punto de vista musical, sino que también proporcionó un cierre catártico a una jornada que había puesto a prueba la paciencia y resistencia de todos los presentes. El espectáculo visual que acompañó su set, con luces estroboscópicas y proyecciones que parecían desafiar la oscuridad de la noche, añadió una dimensión extra a la experiencia, creando momentos de conexión colectiva que quedarán grabados en la memoria de los asistentes.
A medida que la noche avanzaba y el set de The Prodigy llegaba a su fin, una sensación de triunfo compartido se extendía entre los supervivientes de la tormenta. Lo que había comenzado como un desastre potencial se había transformado, gracias a la resiliencia del público y los esfuerzos de la organización y los artistas, en una experiencia única que trascendía lo meramente musical.
El final de la jornada llegó con una mezcla de emociones: agotamiento físico, euforia por haber sido parte de algo extraordinario, y quizás un toque de melancolía por las actuaciones perdidas. Los asistentes abandonaban el recinto con historias que contar, ropa que probablemente nunca volvería a ser la misma, y una nueva apreciación por la imprevisibilidad de los eventos al aire libre.
Para la organización del Kalorama, la noche dejó lecciones importantes sobre la gestión de crisis y la importancia de la flexibilidad en la planificación de eventos de esta magnitud. La rápida habilitación del pabellón como refugio y la reorganización del programa demostraron una capacidad de adaptación que, sin duda, será crucial para el futuro del festival.