El jueves 29 de agosto, Madrid acogió la inauguración de la primera edición del festival Kalorama, un evento musical que desafió las expectativas convencionales y se posicionó como una propuesta alternativa en el panorama festivalero de la capital española. Con un cartel que evocaba la nostalgia de principios de los 2000 y un enfoque artístico de lo más variopinto, la primera jornada del Kalorama se presentó como un oasis para los melómanos más exigentes.
La jornada inaugural comenzó bajo un cielo amenazante, con nubes oscuras que parecían presagiar un desenlace húmedo para el evento. Sin embargo, la meteorología decidió cooperar, y salvo por algunas gotas esporádicas, el festival transcurrió sin mayores contratiempos climáticos. El recinto elegido, un espacio perteneciente a IFEMA, se reveló como un lienzo en blanco sobre el cual se pintaría la experiencia musical del día.
A medida que la tarde avanzaba, el flujo de asistentes comenzó a crecer gradualmente. La demografía del público era notablemente diferente a la de otros festivales más mainstream: predominaban los treintañeros y cuarentañeros, muchos de ellos con un aire nostálgico, como si hubieran desempolvado sus mejores galas indie de una época pasada. Camisetas de bandas icónicas como Depeche Mode, The Strokes y Dinosaur Jr. salpicaban el panorama, creando una atmósfera de club selecto para conocedores.
El lineup del día prometía un viaje sonoro por la evolución de la música alternativa de las últimas dos décadas. La banda británica English Teacher tuvo el honor de inaugurar el festival, presentando su propuesta fresca y enérgica a un público aún escaso pero entusiasta. Su actuación sirvió como un aperitivo perfecto para lo que estaba por venir.
Conforme el sol comenzaba su descenso, el escenario principal cobró vida con la presencia de Nation of Language. El trío neoyorquino desplegó su arsenal de sintetizadores y melodías contagiosas, transportando a los presentes a una era donde el new wave y el post-punk se fusionaban en perfecta armonía. Su frontman, con un carisma desbordante, se ganó al público con sus movimientos frenéticos y su voz cautivadora.
The Kills elevaron la temperatura del festival con su rock crudo y sensual. La dualidad escénica entre Alison Mosshart y Jamie Hince generó una tensión palpable que se transmitió a través de cada acorde distorsionado y cada estribillo gritado. Su presencia magnética y su sonido garage revitalizaron la energía del público, preparándolo para la noche que se avecinaba.
Uno de los momentos más esperados de la jornada llegó con la doble actuación de Ben Gibbard. Primero, al frente de Death Cab for Cutie, Gibbard y compañía ofrecieron una interpretación íntegra de su álbum ‘Transatlanticism’. Las melodías melancólicas y las letras introspectivas resonaron en el recinto, provocando suspiros y abrazos entre los asistentes que revivían sus años de universidad a través de esas canciones.
Tras un breve interludio, Gibbard regresó al escenario, esta vez con The Postal Service, para celebrar el vigésimo aniversario de ‘Give Up’. El contraste entre el indie rock de Death Cab y la electrónica más luminosa de The Postal Service fue notable, y demostró la versatilidad de Gibbard como compositor y performer. ‘Such Great Heights’ se convirtió en el himno no oficial del festival, con miles de voces uniéndose en una comunión musical que trascendió generaciones.
A medida que la noche se adentraba, el DJ francés Folamour tomó las riendas de la fiesta con su set audiovisual. Sus mezclas de house y disco crearon un ambiente de discoteca al aire libre, y fue durante su actuación cuando el cielo finalmente cedió y dejó caer una llovizna ligera. Lejos de amainar el ánimo, las gotas fueron recibidas con júbilo por parte de los asistentes, que vieron en ellas una bendición refrescante tras horas de calor.
El plato fuerte de la noche, sin duda, fue la actuación de LCD Soundsystem. James Murphy y su banda de virtuosos tomaron el escenario principal pasada la medianoche, bajo una gigantesca bola de disco que reflejaba las luces en todas direcciones. Desde los primeros compases de "You Wanted a Hit", quedó claro que estábamos ante un show memorable.
LCD Soundsystem desplegó un setlist que abarcó toda su carrera, mezclando himnos bailables con momentos de introspección. ‘Tribulations’ y ‘Movement’ mantuvieron al público en constante movimiento, mientras que ‘Someone Great’ proporcionó un momento de catarsis colectiva. Murphy, con su carisma particular y su voz distintiva, dirigió la orquesta del baile con maestría.
El punto álgido llegó con la interpretación de ‘Dance Yrself Clean’. La construcción gradual de la canción, desde su inicio susurrado hasta la explosión de sintetizadores y percusión, fue un fiel reflejo de la propia jornada del festival: un crescendo continuo que culminaba en éxtasis colectivo. Para cuando sonaron los primeros acordes de ‘All My Friends’, el público estaba entregado por completo, cantando cada verso como si fuera un mantra generacional.
A medida que LCD Soundsystem se despedía del escenario, ya entrada la madrugada, se podía percibir una sensación generalizada de satisfacción entre los asistentes. Kalorama había logrado crear un espacio donde la nostalgia y la actualidad musical se entrelazaban de manera armoniosa, ofreciendo una experiencia que iba más allá del mero espectáculo.
La jornada inaugural de Kalorama Madrid dejó claro que existe un nicho para festivales que se alejen de las fórmulas más comerciales. La cuidada selección de artistas, que abarcaba desde promesas emergentes hasta leyendas consolidadas, demostró que es posible crear un evento coherente y atractivo sin necesidad de recurrir a los nombres más populares del momento.
Sin embargo, la afluencia de público, aunque entusiasta, no alcanzó las cifras que quizás los organizadores esperaban. Esto plantea interrogantes sobre la viabilidad a largo plazo de un festival tan especializado en una ciudad saturada de ofertas culturales. ¿Podrá Kalorama encontrar su lugar en el competitivo calendario de festivales madrileños?
Lo que quedó patente es que, para aquellos que asistieron, Kalorama ofreció una experiencia musical difícil de igualar. La intimidad relativa del evento permitió una conexión más directa con los artistas y entre los propios asistentes. No era raro ver conversaciones animadas sobre álbumes clásicos o descubrimientos recientes entre desconocidos que compartían el espacio entre actuaciones.