Esperando tener alguna nueva noticia que nos confirmara definitivamente que mañana inauguraríamos la Ciudad del Rock, nos dirigimos hacia el imponente Auditorio de Príncipe Pío en jornada matinal, comprobando cómo, a la postre, se convertiría en un escenario de referencia que le ha dado muchísima personalidad al festival. Mientras esperábamos en nuestros asientos a que los japoneses Boris salieran al escenario, nos llegó la noticia de cómo Blur finalmente sería reubicado en La Riviera, demostrando la capacidad de la organización del festival de actuar frente a las adversidades y así encontrar soluciones con las que mitigar todos los infortunios de lo que debería haber sido la primera gran jornada del festival. Contando con un sistema de reservas a través de Access Ticket, similar al que precisamente habíamos utilizado para conseguir las entradas para los conciertos del Auditorio, logramos, a las 16:00 horas, hacernos con nuestros tickets para ver a los británicos.
Antes de ello, nuestro propósito de ser absorbidos por los muros sonoros de Boris se cumplió sobremanera, encontrándonos ante uno de los directos que rompe cualquier tipo de idea preconcebida del grupo. Esto es lo bueno de contar con un festival que tiene una programación tan transversal, ya que podemos encontrar bandas que contrastan sobremanera con cualquier otro grupo presente en el cartel. Lo de los japoneses, sin lugar a dudas, traspasó los umbrales de cualquier género rock extremo, lanzándose de lleno a ofrecernos un directo de tintes teatrales, bien ejecutado como una especie de ópera catártica en la que Atsuo Mizuno ejerce de incendiario maestro de ceremonias. Arrancando con una ‘Anti-Gone’ que iba a fijar los criterios de aceleración por los que se dirigiría el concierto, nos fuimos dando cuenta de cómo el directo estaba medido hasta el último detalle, no solo estando ante el brutalismo sonoro que intenta llevárselo todo a su paso.
Atravesando diferentes etapas del directo, donde se enlazaba el stoner, el drone o la psicodelia más caótica, nos fuimos familiarizando y comprendiendo mejor esa forma en la que Boris nos reclamaba sentirnos vulnerables para experimentar de lleno los efectos liberadores de su música. A través del apocalipsis sonoro de temas como ‘My Name Is Blank’ o ‘Nosferatou’, logramos de una vez por todas conectar con todo aquello de sumergirnos en las entrañas de su ruido y comprender cómo el inicial efecto provocativo de su música no poseía tal propósito. De hecho, con la balada de gritos final titulada ‘(not) Last song’, intuimos más bien cómo todo se trataba dear lo necesario que son los directos capaces de garantizar sobresaltos y quitarte prejuicios de encima respecto a géneros que no sueles escuchar habitualmente.
Por la tarde, acudimos de forma puntual a La Riviera para garantizarnos un lugar más o menos cercano al escenario, ya que Blur agotó en un par de minutos todas las reservas disponibles, algo que de entrada era bastante lógico. Siendo conscientes de cómo incluso el escenario de dimensiones más reducidas que el de la Ciudad del Rock iba a jugar totalmente a su favor a la hora de desplegar sus mejores armas, Damon Albarn y compañía ofrecieron un concierto similar al que podrían haber ofrecido en sus años de pleno apogeo. Con un nuevo disco a punto de ser lanzado, el test de calibración entre el peso que tendrían en el setlist las nuevas canciones y los clásicos más absolutos resultaba esencial para comprobar cuáles eran los argumentos musicales de Blur en pleno 2023. Pues bien, sin lugar a dudas, tiraron de clásicos y no tan clásicos para amarrar un directo efectista, donde la personalidad de Damon se llevó todo por su paso, más allá de lo inspirados que se encontraran esa noche para reivindicar el legado que les corresponde dentro de la escena británica.
Sin titubear en aquello de permitirse tomar descansos entre canciones, buscaron apabullar desde el primer momento con canciones como ‘St. Charles Square’ o ‘There’s No Other Way’, sacrificando cualquier tipo de recreación posible en los temas en post a la entrega y el pasotismo que siempre ha acabado destacando de una forma u otra en su música. A medida que iba transcurriendo el directo, notábamos cómo quizás la concatenación de algunas composiciones no tan habituales en su repertorio como ‘Chemical World’ o ‘Country Ballad Man’ hacía que el ímpetu por revivir cierto espíritu juvenil se fuera diluyendo poco a poco, quizás siendo ellos mismos conscientes de cómo en el momento en el que llegaran sus mejores bazas nadie se acordaría de esto anterior. Pues bien, parece que así fue, porque en cuanto llegaron ‘End of a Century’ y ‘Parklife’, la agitación llegó a todos los rincones de La Riviera que se hiciera ya imparable. A partir de ahí, victoria total con un Damon que no paraba de echar agua al público y ahora sí, mostrar totalmente su cara más desinhibida.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.