Crónica

Cruïlla 2023

06/07/2023 - 08/07/2023



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En plena vorágine festivalera, donde cada año nacen nuevos festivales con una marcada línea editorial, es digno de alabar cómo el Cruïlla, con su apuesta por la mezcolanza de estilos, ha hecho de este rasgo su propio sello distintivo que lo aleja de otras propuestas.

Con unos días propiamente destinados a cerrar ciertas parcelas estilísticas: miércoles a los ritmos urbanos, jueves centrado en el público latino y ya el fin de semana centrado en un discurso más pop-rock con algún conato de música electrónica.

Hábiles a la hora de programar este guión, el Cruïlla cierra esta edición con unos 75.000 asistentes que certifican la buena salud de este festival y ratifica su apuesta por la diversidad como uno de los principales motivos de su éxito.

El jueves, con mayoría absoluta de pulseras de un día, teníamos marcado en nuestro programa (¡de papel) las actuaciones de Omara Portuondo, Rubén Blades y Bomba Estéreo. Llegamos pronto para ver a la cubana y decidimos dar una vuelta para ver un poco el recinto; un recinto que, como muchos otros festivales, recuerda más a un parque de atracciones que a un lugar donde se desarrollen conciertos de música. La sensación es que la gente usa estos espacios para beber cerveza, hacerse fotos y por accidente escuchar algo de música. Entretenimiento esta vez no les faltaba: se instaló un puesto de peluquería, un fotomatón, una canasta de baloncesto, una estación de body painting y hasta una kiss cam que buscaba asistentes que coronaran las pantallas laterales del escenario principal con un beso. Todo un cachondeo.

Tras comernos un proyecto de pizza cuyo tamaño era como de dos galletas María, fuimos a ver a Omara Portuondo que nos saludaba sentada desde un sillón desde donde iba repasando boleros y canciones populares, antiguas tonadillas que todas nuestras madres han cantado en casa y que esta noche la diva interpretaba para nosotros.

Si bien es verdad que nos encontrábamos ante otro ejercicio de nostalgia pura donde puede más la figura del artista que sus (actuales) facultades, porque aunque la cubana conserva su voz, esta dista mucho de estar en su mejor momento, pero claro, ¡tiene 92 años!

El que sí tiene cuerda para rato es Rubén Blades. A él le pones a echar un pique con The Cure para ver quién aguanta más tocando y el panameño se come a Robert Smith. Incombustible.

Esta vez su paso por el escenario Estrella Damm se saldó con solo dos horas de actuación que aprovechó para desgranar buena parte de su abultada discografía. Con una precisión de bibliotecario, presentaba cada tema con su año, su título e incluso aprovechaba para calzarnos alguna anécdota finamente enmarcada siempre por la espectacular orquesta de Roberto Delgado.

Con el recuerdo aún fresco de su visita del año pasado, el panameño evitó calcar su última actuación y decidió tirar de su infinito catálogo, aunque las postales más aplaudidas fueran sus temas señeros: ‘Amor y control’, ‘Paula C’, ‘Todos vuelven’ o ‘Pedro navaja’. En los últimos minutos, recordó a Camarón, Machito, Camilo Sesto, Michel Legrand y a todos los panameños en general, a los que dedicó ‘Patria’. Ya pueden buscarle un chalet al lado del Fórum para que nos lo traigan cada año. Salsa deluxe.

Con la mirada puesta en el reloj que nos avisaba que nos quedábamos sin metro, nos movimos al escenario Oxfam Intermón, donde nos esperaba Bomba Estéreo con su cumbia-pop-electrónica.

Prácticamente casi todo el festival nos encontramos allí, a excepción de algún grupúsculo que aguantaba las disertaciones de Rodrigo Cuevas.

Sabedores de que tienen un nutrido fandom, los colombianos ya arrancaron piropos antes de entonar la primera canción, con una Li Saumet como reina de la noche, que salió al escenario con un espectacular vestido que ya nos preparaba para lo que se iba a cocer allí: un auténtico Maracaná a base de ‘Soy yo’, ‘Tamborero’, ‘Me duele’, ‘To my love’ y el imperdible ‘Fuego’.

El viernes, junto con el sábado, fue el turno de la programación más indie rockera del festival, como bien nos demostraron los británicos Alt-J que lucían churretes de sudor por el calor que aún hacía a las ocho y media de la tarde.

Impecables, finísimos y con un andamiaje rítmico de quitar el hipo, el trío dio un espectacular concierto repasando grandes cimas de su carrera: ‘In cold blood’, ‘U&Me’, ‘Something good’, ‘Fitzpleasure’ o ‘Breezeblocks’; eso para los que estábamos atentos porque la mayoría del público pasaba del tema, además, se notaba mucho el incremento del público que rozaba los 25.000 asistentes.

Otros que también iban a protagonizar un concierto a puerta gayola iban a ser los islandeses Sigur Rós, pero más adelante iremos con ellos.

De camino para ver a Cala Vento me percato del eslogan de este año: “Home is where Cruïlla is2, estampado en una camiseta de un chaval que ostenta un punto móvil de recogida de vasos. Intento recoger otro vaso del suelo y cambiarlo por dos euros (mi precio por ser ecosostenible), pero me dice que nanay, que ya he excedido mi cupo.

A lo que iba: Cala Vento petó el escenario Vueling. Los gerundenses demostraron que en esta jornada, el tema iba de guitarras, y que ellos iban a hacer todo lo posible para sacarles todos los decibelios posibles, y doy fe de que consumaron su advertencia.

Mientras se iban formando pogos en las primeras filas, unos operarios iban dando forma a una casita de madera que iban ensamblando por piezas como si se tratara de un Lego, y que al final, ya montada, sirvió para que el grupo se instalara en ella por unos segundos.

Entre medias, fieras aproximaciones a ‘Un buen año’, ‘23 semanas’, ‘Todo’, ‘Estoy enamorado de ti’, aunque para el final se dejaron uno de sus temas más suaves, ‘Conmigo’, incluido en su reciente Casa Linda (sí, la misma casa que preside la cubierta es la misma maqueta que habían montado en el escenario).

Retomamos lo de Sigur Rós planteándonos una pregunta: ¿es posible que pueda funcionar una propuesta tan intimista en un macrofestival? Para empezar, ya os diré que el grupo prescindió de llevar orquesta, por lo que sus canciones, que tanto se prestan a ello, perdieron parte de su majestuosidad; quizás por este motivo rehusaron acercarse a su nuevo trabajo, Átta, preñado de arreglos orquestales y que exige una mayor prestancia.

En segundo lugar, está el tema del público: la gente no se calla y eso es un hecho. Cuando hay sonido estridente de por medio, se nota menos, pero cuando Jónsi cimbrea la cuerda de su guitarra con su arco de violín, cualquier murmullo molesta.

A pesar de contar con estos hándicaps, los islandeses defendieron quizás el mejor show de todo el festival, con una especial predilección por temas clásicos: ‘Svefn-g-englar’, ‘Glósoli’, ‘Saeglópur’ o la emocionante y catártica ‘Untitled 8’, con la que cerraron su show; una última parte también más cómoda debido a que gran parte del público se había ido a escuchar a Sidonie y a Carolina Durante.

A destacar lo especialmente hábil que se mostró el ahora trío a la hora de conjugar la angelical voz de Jónsi con el pandemónium sónico que laceraba algunos temas; canciones que se iban desarrollando lentamente hasta eclosionar en rabiosos estallidos.

El viernes se mostró como el día más completo, saltando de un escenario a otro sin apenas respiro, aprovechando el cambio de una zona a otra para cenar algo, aunque esta vez no echáramos mano de las porciones controvertidas de algunos puestos de restauración.

Los próximos en tocar fueron Franz Ferdinand, un grupo cuyo hábitat natural sí son los macrofestivales, donde es más fácil verlos que en sala (si entendemos por sala grandes recintos, claro).

Sin tener nada realmente excitante que presentar, los escoceses tiraron de sus grandes éxitos con solvencia y convicción, recurriendo básicamente a sus dos primeros trabajos, de los que tocaron ‘Do you want to’, ‘The dark of the matinee’, ‘Take me out’ (es que todavía sigue molando) o ‘Jaqueline’; aunque también es cierto que rebañaron temas de discos más recientes: ‘Evil eye’, ‘Ulysses’ o ‘No you girls’.

Cabe decir que la ubicación del escenario Oxfan Intermón se les quedó pequeña con un público que colonizaba gran parte de la loma y que se desplegaba por ambos flancos de dicho escenario, creando una circulación muy incómoda.

Para rematar ya la jornada, The Offspring protagonizó uno de los incidentes menos punkies del festival. Los fotógrafos se plantaron y rehusaron hacerles fotos al grupo debido a las condiciones marcianas del management, que les pedía que les enviaran las fotos para revisarlas antes de su publicación.

En lo musical, el grupo se apoyó en sus viejas canciones de sobras conocidas: ‘Self Esteem’, ‘Come out and play’, ‘Bad Habit’, ‘Pretty Fly (for a White Guy)’, con incursiones en catálogos ajenos, de los que a veces solo interpretaban algunas notas: Guns and Roses, Black Sabbath y Ramones, entre otros.

El cierre de la jornada lo protagonizaron Ladilla Rusa con su mezcla de humor, caspa y pop, ofreciendo una actuación que no defraudó a ningún fan con sus singles ‘Macaulay Culkin’, ‘Kitt y los coches del pasado’, ‘Todos los días los mismo’ o ‘Criando malvas’. Por supuesto, todo aderezado con proyecciones con referencias a la España cañí: Rebeca, Leonado Dantés, Lina Morgan o Concha Velasco, entre otros muchos referentes pop. Y si aún no habíamos tenido bastante (hasta las barras estaban ya desiertas), nos quedamos un buen rato a la sesión de Dj Nacho, que agitando su coctelera nos propuso irresistibles chupitos a base de Simian, Daft Punk, Pixies o Depeche Mode. Vamos, y le están pagando casi un millón de euros a David Guetta. Madre mía.

El sábado ya nos notábamos las rozaduras de las zapatillas y las agujetas en las piernas, nos esperaba otro largo día, aunque el planning no fuera tan estricto como la noche anterior.

Para empezar, fuimos a ver a Antónia Font, reactivados hará cosa de un año, aunque en esa ocasión no los vimos.Con el escenario decorado con antenas, los mallorquines dieron un completísimo concierto donde repasaron toda su carrera, intercalando momentos más sosegados con otros más movidos, en los que un entregadísimo Pau Debon nos envolvía con su alegría y entusiasmo.

Un público que agradeció la buena forma del grupo y la energía que transmitió en todo momento, y, haciendo uso metafórico de las parabólicas que habían instalado en la tarima, retransmitieron su pop jovial, detallista y telúrico, como demostraron ‘Clint Eastwood’, ‘Alegria’, ‘Calgary 88’ o ‘Viure sense tu’, por no mencionar muchas otras. Ojalá todos los comebacks tuvieran tanto sentido.

Aprovechando que teníamos un buen hueco hasta Placebo, fuimos a cenar y dejarnos caer por el escenario Vallformosa, donde un espídico Ignatius Farray arengaba al público sobre cierto mindfulness coprofílico al son del aforismo “la mierda siempre gana”.

El concierto de Placebo protagonizó otra de las anécdotas extrañas de la jornada, y, de nuevo, relacionado con los derechos de imagen. Si bien los fotógrafos pudieron hacer su trabajo (aunque solo les dejaron dos canciones), el grupo prohibió que se les tomaran fotos o se les grabase por parte del público, recayendo toda la responsabilidad en los guardias de seguridad. Una tarea harto difícil si tenemos en cuenta las dimensiones del recinto, y hete aquí que en el momento en que algún iluso sacaba el móvil para grabar, un guardia de seguridad le apuntaba tras la valla con una linterna, cual criminal que ha sido pescado in fraganti. Y, ojo, que esto solo se avisó en la web, pero no en las pantallas del festival, de ahí más lío. También añadir que cuando la imagen del grupo se retransmitía por las pantallas, esta estaba distorsionada y fragmentada. Para flipar.

Volviendo a la música, el grupo, cabeza de cartel del sábado, acudió a su cancionero más reciente, el que está incluido en su disco del año pasado, ‘Never Let Me Go’, y esto explica en gran medida mi resquemor ante su actuación: se olvidaron de sus temas más antiguos, aquellos que conformaban sus dos primeros trabajos; vamos, los únicos que merecen la pena. Que sí, que tocaron ‘Bionic’, pero solo uno antiguo.

Y aunque sonaron contundentes, no dejaba de echar de menos a ‘Nancy Boy’, ‘Pure Morning’, ‘Every You Every Me’, ‘Come Home’ o ‘Bruise Pristine’. Malditos. Es cierto que en veinticinco años han dado forma a algunos temas interesantes que sonaron esa noche: ‘Beautiful James’, ‘For What It's Worth’, ‘The Bitter End’ o ‘Surrounded by Spies’, pero no logran equipararse a su material antiguo. Consejo de colega: Brian, tío, olvídate de la versión de ‘Running Up That Hill’ de Kate Bush, por favor, qué atrocidad; menos mal que el ‘Shout’ de Tears for Fears lo bordasteis.

Lo de Parov Stelar es de traca: es que no te los puedes creer. Su (buen) rollito de swing agitado con electrónica, aparte de estar pasado de moda, es que es malo a rabiar; todo parece impostado: el momento saxofonista hero, el cantante invitándonos a corear los temas con el micro, las voces soul de chicas imitando a una negra. Un horror. Escucho su música y automáticamente pienso en hacer spinning o entrar a una cafetería para que me cobren cinco euros por el café. O en el Starlite festival de Marbella. ¡Glups!

Tras aprovechar la actuación de los austriacos para refrescarnos la garganta con algo de zumo de cebada, nos dirigimos a Moderat, un ejemplo de cómo hacer electrónica para las masas de forma fina y elegante. Con solo los tres componentes en el escenario (los dos Modeselektor) y Apparat (Sascha Ring), bastaron para armar un excelente show a base de conjugar temas planeadores y ambientales como ‘Fast Land’, ‘More Love’, ‘Ghostmother’, con otros más bailables como ‘Animal Trails’ o la excelente dupla ‘A New Error’ y ‘Bad Kingdom’, con la que cerraron su actuación. A destacar también el juego de luces y las proyecciones que iban reforzando las cimas y mesetas rítmicas que iban proponiéndonos los alemanes. Finísimos.

Ya con el cuerpo pidiendo cama, nos entretuvimos una media hora con Carlangas, que si bien con su anterior grupo se le podría haber visto cómodo en un escenario de tamaño grande, en esta ocasión le sobraron metros por todos lados. Ni el recuerdo para Novedades Carminha - ‘Ya no te veo’, ‘Te quiero igual’ - o la interpretación de un single tan eficaz como ‘Paseítos por Madrid’ nos hizo olvidar la idea de retirarnos y acariciar las sábanas fresquitas. Que ya está bien.

 

Ruben

Oriundo de La Línea pero barcelonés de adopción, melómano de pro, se debate entre su amor por la electrónica y el pop, asiduo a cualquier sarao música y a dejarse las yemas de los dedos en cubetas de segunda mano. Odia la palabra hipster y la gente que no calla en los conciertos.

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