Crónica

Death Cab For Cutie · The Kills · The Postal Service

Poble Espanyol

27/08/2024



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En 2003, Ben Gibbard tenía un plan para conquistar el mundo: publicar dos de los mejores discos de los 2000 con apenas unos meses de diferencia. Por un lado, 'Give Up', cumbre de la indietrónica de aquel entonces, y por otro, 'Transatlanticism', obra mayúscula del indie rock. Por supuesto, no cumplió el primer cometido, pero le granjeó el honor de estar detrás de dos de los trabajos más sólidos del principio del milenio.

Ahora, veintiún años después, los saca a la carretera para recordar un pasado –en su caso– mucho mejor que su presente, a pesar de estar en activo y publicar discos la mar de apañados como 'Asphalt Meadows' con el sello de su banda madre.
Por tanto, fue una noche para el reencuentro y para la nostalgia; una noche hecha con escuadra y cartabón, sin cabida para la sorpresa y abogando por el corsé de los shows dedicados a un disco señero. Adiós a la serendipia.

The Kills, aún con el café recién tomado, asomaron por el escenario sobre las siete y media con un calor aún importante y con el aforo todavía por definir. Debo reconocer que tengo un problema con esta pareja: son un tedio supino en disco, pero cuando salen al escenario, ay, cuando salen al escenario, su pose rocker me cautiva.

Imposible no dejarse seducir por Alison Mosshart, una suerte de Kate Moss puesta hasta las cejas de esteroides de Jennifer Herrema (Royal Trux), haciendo contorsionismos chungos y headbanging teñido de rubio.

Y es un grupo que, repito, debería gustarme más, pero les puede más la actitud –esos mandobles de guitarra de Jamie Hince son puro escaparate de H&M sección rock guay– pero les falta alguna canción memorable, un hit que case perfectamente con esas coreografías tan cool. Y ojo, que me los creo, eh.

Media hora de actuación, diez canciones entre las que sobresalieron 'Kissy Kissy', 'Love And Tenderness' –ojo a ese blues húmedo– y remataron con 'Doing To Death'. Hasta nos confesó Alison que "no le gustaba el sol, soy una vampira".

Por cierto, los vi tomando algo luego y Jamie me halagó la camiseta de Stereolab que llevaba y yo, preso de esa lisonja febril, les pedí una foto. Es que hay que quererles.

Llegó la hora del prime time de la noche con Death Cab for Cutie interpretando íntegramente su disco con nombre de trabalenguas: 'Transatlanticism', en el mismo orden y prácticamente con la misma duración.

Todos de negro y alojados en un escenario de corte minimalista con tan solo unos leds horizontales que, cuando resplandecían en tonos blancos, resultaban un tanto molestos. Lejos del Ben Gibbard apocado y modosito de antaño, nos encontramos a uno saltarín y enérgico, embutido en una talla treinta y cuatro y realmente remozado – sin acudir al cirujano plástico de Telecinco–.

Aunque el sonido podría haber sido mejor en los primeros temas, sonaron nítidos y compactos, muy apegados quizás al guión original del que tímidamente se salieron en el magnífico corte que da título a su disco, con esos silencios que presagian el clímax en "So come on, come on"; sin duda uno de los grandes momentos de la noche con gran parte del público enganchado a esos versos.

Quizás por su naturaleza efímera, el proyecto de The Postal Service era posiblemente el concierto más deseado de la noche; sin continuidad, atado para siempre a un único disco y preso de esas diez canciones y cuarenta y cinco minutos.

Como un reverso de lo acontecido antes sobre el escenario, Gibbard, acompañado de Jimmy Tamborello – el arquitecto sonoro del proyecto– y de la ex Rilo Kiley Jenny Lewis, salieron de impoluto blanco, alejándose del serio y formal negro de hacía unos minutos y apostando por un tramo final de la noche más pop, donde los teclados y los glitches tomaban protagonismo frente a las guitarras.

Lo malo de apostar por el formato de tocar un disco entero es que si el mayor éxito es la canción número dos, pues te aguantas y a los cinco minutos ya la tienes encima con la consecuente planicie que te espera luego. Concretamente, este momento vino, cómo no, con 'Such Great Heights', himno indietrónico por excelencia que sonó a gloria, como sonó también en la gira que hicieron para soplar las primeras diez velas del proyecto.

Pero no solo de ese hit vive este proyecto, porque 'We Will Become Silhouettes', 'Sleeping In' – tan ligera, tan bien apuntalada por Dntel– o 'Nothing Better' sonaron maravillosas con, de nuevo, un Ben Gibbard entregadísimo, arrimando cebolleta (mástil de la guitarra) a la queridísima Jenny Lewis, que, por cierto, enriqueció cada canción con su certero respaldo vocal.

Ante lo expuesto, nadie pudo sentirse defraudado y más aún cuando hicieron el amago de despedida y volvieron Ben y Jenny a ejecutar de manera acústica 'Such Great Heights', que recordaba a la versión que hizo Iron & Wine años atrás.

Y mucho menos cuando los dos grupos se unieron en el escenario para versionar 'Enjoy The Silence' que si bien, no es la mejor versión que he escuchado, sí fue lo suficientemente emocionante por verlos a todos como una única banda; ellos felices y nosotros también por habernos recordado durante dos horas una pequeña parte de nuestra juventud musical.

Ruben

Oriundo de La Línea pero barcelonés de adopción, melómano de pro, se debate entre su amor por la electrónica y el pop, asiduo a cualquier sarao música y a dejarse las yemas de los dedos en cubetas de segunda mano. Odia la palabra hipster y la gente que no calla en los conciertos.