La sala Villanos recibió anoche a The Hard Quartet con la calma tensa que solo muestra quien domina cada latido escénico. A veinticuatro horas de su cita en el Primavera Sound Barcelona, Stephen Malkmus, Matt Sweeney, Emmett Kelly y Jim White salieron sin ceremonias ni pruebas de sonido eternas: bastó un vistazo rápido entre ellos para lanzar ‘Thug Dynasty’. También bastó el techo bajo y las paredes rugosas del local para amplificar la personalidad del grupo, esa combinación de psicodelia suave, garaje punzante y folk eléctrico que, sobre el escenario, se estira y se retuerce con una naturalidad casi conversacional.
La distribución instrumental fue, como de costumbre, cambiante. Malkmus abrió al frente con su guitarra; Kelly se aferró al bajo Gibson decorado con el nombre ‘Iggy Pop’; Sweeney ocupó el flanco izquierdo. A la tercera canción, ‘Heel Highway’, ya habían intercambiado puestos, gesto que refuerza la idea de colectivo horizontal donde cada pieza es un pequeño laboratorio. Jim White, desde la retaguardia, marcaba el pulso con una elegancia que pasaba de la sutileza jazzística al envite rockero según lo pedía el guion. En ‘Rio’s Song’ creó un ascenso gradual que permitió a las guitarras cruzarse por ambos lados del escenario; allí se intuía, sin calco alguno, un brillo rítmico que remitía a la vieja escuela lo-fi de los noventa.
A partir de ahí, el cuarteto deslizó el repertorio hacia su cara más rugosa. ‘Our Hometown Boy’ alternó serenidad y estallidos, sostenida por un bajo que parecía golpear el aire mientras la guitarra principal exploraba registros cada vez más graves. Siguieron ‘Earth Hater’ y ‘Renegade’, emparejadas como dos lados de la misma moneda: la primera sonó oscura y áspera; la segunda, saturada y punzante, evocó las jornadas más incendiarias del rock neoyorquino. El tramo concluyó con ‘Killed by Death’, que en directo se transforma en un medio tiempo crepuscular donde Sweeney rasga con tanta delicadeza que el eco dura apenas un suspiro antes de desvanecerse.
Para quienes siguen la pista de Malkmus desde hace décadas, uno de los momentos más celebrados llegó con ‘Hey’. La canción respira, se mece y abriga destellos melódicos que activan la memoria sin quedarse atrapada en ella. En contraste, ‘It Suits You’ mostró el lado más retorcido del repertorio: cambios de rumbo, silencios repentinos y un final que Jim White selló con un golpe seco, como quien cierra un libro de golpe para dejar una página señalada.
El bloque final se abrió con ‘Gripping the Riptide’, que empezó en tono elegíaco para mutar en una marea creciente digna de los Crazy Horse de mediados de los setenta. La pieza nueva de la gira, ‘Lies (Something You Can Do)’, ocupó el centro emocional: Malkmus lanzó figuras de guitarra que subían y bajaban como si dibujara cordilleras en el aire, mientras Kelly y Sweeney se pasaban breves frases en un juego de espejos rítmicos. Después llegó ‘Six Deaf Rats’, construida sobre el silencio y el ruido en partes iguales: de un murmullo apenas audible a una pared de sonido que, poco a poco, volvió a apagarse hasta quedar en nada, como un pacto de discreción entre los cuatro músicos.
Ese vacío dio paso a ‘Action for Military Boys’, corte de aire marcial que arrancó con un riff seco y giró hacia un estribillo casi glam donde White golpeó la caja con autoridad. Sin perder aliento llegó ‘Jacked Existence’; allí, el eco natural de la sala pintó capas flotantes sobre las que la voz de Malkmus encontró un espacio casi cinematográfico. La posterior ‘North of the Border’ rebajó la intensidad: balada fronteriza con Sweeney en un falsete frágil, White usando escobillas y un pulso electrónico tan leve que parecía un suspiro subterráneo.
Con ‘Chrome Mess’ llegó el gran estallido. Una nota prolongada recorrió la estancia mientras las cuatro cabezas se balanceaban al unísono; cuando la pieza alcanzó su clímax, la sala sintió la vibración en la piel más que en los oídos. Tras ese terremoto sonoro, todos bajaron las luces y desaparecieron sin proclamas.
Volvieron de inmediato para un bis único y sobrio: ‘Advice to the Graduate’, homenaje sentido a Silver Jews. Bastaron los primeros versos para que la conexión emocional fuera completa: un recuerdo a David Berman, un lazo invisible entre bandas hermanas y un gesto que situaba el pasado en conversación directa con el presente. Kelly bordó los coros, Sweeney respiró en cada pausa y White se limitó a sostener el pulso justo. Terminaron sin estridencias, con un adiós breve y una sonrisa en la boca de esas con las que se intuye que se lo han pasado estupendamente.
Resulta difícil no subrayar la soltura que proporciona llevar más de tres décadas en primera línea. Lo vivido en Madrid mostró a un cuarteto capaz de reconstruir cada tema sobre la marcha, deformar y volver a encajar piezas conocidas sin repetir moldes. El matiz pavementiano apareció cuando convenía y se evaporó antes de convertirse en consigna, demostrando que el pasado funciona aquí como trampolín y no como ancla. Hoy se enfrentarán al escenario panorámico del Fórum; anoche, en Villanos, bastaron luces bajas y paredes cercanas para desatar la chispa que un día prendió en Stockton y que aún arde con idéntica ironía eléctrica. Quien compartió esa noche sabe que pocas brasas arderán tan vivas bajo el cielo mediterráneo.