The Beths visitaban por tercera vez Madrid, aunque esta vez lo hacían por fin en una sala, y la ocasión sirvió para comprobar cómo, con el paso de los años, el grupo ha consolidado una base de seguidores no solo numerosa, sino también profundamente fiel. La banda de Auckland ha sabido navegar con precisión dentro de las coordenadas del característico Dunedin Sound, ese sonido melódico y melancólico que marcó a una generación de músicos neozelandeses, pero lo ha hecho insuflándole nueva vida. Lejos de caer en el simple revival, The Beths lo han transformado en algo más propio, más afilado, con un brío que combina la nostalgia de sus letras con una energía que las hace vibrar con fuerza renovada. Dentro de esas mismas claves sonoras se enmarca su reciente álbum, ‘Straight Line Was a Lie’, su cuarto LP, donde el grupo reafirma su dominio del pop luminoso y emocional. Es un trabajo que indaga con delicadeza en los matices del ánimo y en esos sentimientos difusos que acompañan al desamor, la pérdida o la incertidumbre, pero lo hace con una vitalidad contagiosa que convierte la melancolía en impulso. Cada canción actúa como una especie de bálsamo que al mismo tiempo reconforta y sacude, como si el dolor y la euforia pudieran convivir en una misma melodía. En directo, esa mezcla cobra pleno sentido. El efecto de su concierto fue tan pletórico como su música: una descarga de energía brillante que dejaba tras de sí una especie de resaca emocional, una sensación de felicidad luminosa ante la forma tan honesta y optimista que tienen de enfrentarse a sus canciones, y, quizá, a la vida misma.
Como buenos escuderos, The Beths no dudaron en traer consigo a sus compatriotas Dateline, procedentes no de su misma Auckland, sino de Wellington, para completar una velada de lo más coherente. El cuarteto neozelandés se reveló como el acompañamiento ideal: un grupo con canciones sólidas y vibrantes que, aunque comparten ciertos rasgos del jangle pop más clásico, exhiben una mayor fuerza y un espíritu claramente inconformista. Su música, directa pero con matices, logró conectar de inmediato con el público, creando un ambiente de expectación que fue creciendo tema tras tema. Durante su media hora sobre el escenario, Dateline desplegaron un repertorio que comenzó con la delicadeza de ‘Please Knock Me Out’, una pieza que arranca desde la ternura pero pronto deja entrever una tensión latente, como si la calma estuviera a punto de quebrarse. A partir de ahí, la banda fue soltando amarras, dejando que las guitarras cobraran protagonismo, que las distorsiones invadieran el espacio y que la pedalera, tan nutrida como precisa, transformara cada canción en una pequeña tormenta sonora. Hubo incluso momentos para dejarse llevar, para agitar la cabeza sin pensar demasiado, rendidos ante esa mezcla de dulzura y crudeza que manejan con soltura. En la recta final, todo pareció volver a su cauce con la certera ‘What Is It Worth?’, un tema que reafirmó la esencia del grupo: pop de corazón puro, directo y sin artificios, pero con una energía que contagia. Dateline demostraron que, aunque puedan endurecer su sonido cuando lo desean, su territorio natural sigue siendo el de las canciones breves, radiantes y honestas; esas que te arrancan una sonrisa cómplice, como las que compartes con desconocidos en un día cualquiera que, de pronto, se vuelve especial.
Sin hacerse esperar demasiado, y tras montar ellos mismos todo el backline con la naturalidad de quien disfruta cada minuto sobre el escenario, Elizabeth Stokes, Jonathan Pearce, Tristan Deck y Benjamin Sinclair aparecieron con su habitual alegría, mostrando esos rostros radiantes que ya se han vuelto familiares para el público español. Su entrada, cercana y espontánea, marcó desde el primer instante el tono de la noche: complicidad, energía y una felicidad contagiosa. El concierto arrancó con la canción que da título a su trabajo más reciente, ‘No Joy’, dejando claro desde el primer acorde que el grupo iba a sonar con fuerza y nitidez, pero siempre bajo un control absoluto. Si algo han demostrado The Beths con los años es su capacidad para perfeccionar el equilibrio entre precisión técnica y desbordante emoción. Cada uno de ellos parece saber con exactitud hacia dónde debe conducir el pulso emocional de las canciones, pero sin perder el gusto por los momentos de improvisación, por alargar un puente o añadir un giro inesperado que renueva la versión de estudio. Desde los primeros compases se hizo evidente la conexión con el público, que cantaba las letras al unísono, tanto de los temas más antiguos como de los más recientes. Esa comunión alcanzó uno de sus primeros picos de intensidad con ‘No Joy’, que desató una euforia contenida pero palpable, casi física. Apenas sin dar respiro, el grupo atacó de inmediato dos de sus himnos más celebrados, ‘Silence Is Golden’ y ‘Future Me Hates Me’, confirmando que su repertorio actual es lo suficientemente amplio y sólido como para mantener la atención del público sin altibajos. Cada tema parecía encajar con el siguiente en una secuencia cuidadosamente medida, pero sin perder la frescura que los caracteriza.
A medida que avanzaba el directo, The Beths fueron dejando pequeños destellos que permitían descubrir nuevas facetas de su más reciente disco. Sin ir más lejos, en el tramo central del concierto decidieron bajar las pulsaciones, explorando un registro más íntimo y delicado que evidenció su habilidad para escribir baladas tan sinceras como conmovedoras. Fue un giro sutil pero muy revelador, que añadió profundidad al repertorio y mostró la madurez emocional de la banda. En ese contexto, la interpretación de ‘Til My Heart Stops’ resultó especialmente hermosa. Comenzó con una contención casi frágil, sostenida por la voz de Elizabeth Stokes, hasta que la banda al completo se incorporó, envolviendo el tema en una atmósfera de emoción pura. Fue uno de esos momentos en los que la conexión con el público se vuelve casi tangible, como si todos compartiéramos las mismas imágenes de soledad y vulnerabilidad que atraviesan la canción. El silencio respetuoso que la acompañó hablaba por sí solo: nadie quería romper el hechizo. Sin pausa, enlazaron con una sobrecogedora ‘Mother, Pray for Me’, probablemente una de las composiciones más personales de Elizabeth. Interpretada prácticamente en solitario, con el semblante más serio y concentrado de toda la noche, la canción se alzó como un susurro confesional, un instante de desnudez emocional en medio del torrente pop que caracteriza al grupo. Fue entonces cuando comprendimos que, tras la energía y el optimismo que irradian The Beths, también late una tristeza profunda, una melancolía que da sentido y contraste a su luminosidad.
A medida que avanzaba la velada, hubo también espacio para las presentaciones del grupo y para una divertida mención a su particular página web, que actualizan cada día durante la gira con anécdotas y pequeños guiños a su público. Entre bromas y sonrisas, aprovecharon el momento para agradecer a todos los que hicieron posible que el tour continuara adelante tras el robo de sus instrumentos, un episodio que podría haberlos frenado, pero que terminó reforzando el vínculo entre la banda y sus seguidores. Esa gratitud, expresada con naturalidad y calidez, sirvió como antesala perfecta para un tramo final donde la emoción se mezcló con la energía más pura. La recta decisiva del concierto mostró esa nueva faceta de The Beths, marcada por sentimientos agridulces que atraviesan su más reciente trabajo. En ‘Mosquitoes’, lograron uno de los momentos más intensos de la noche, con un crescendo que simboliza a la perfección su capacidad para expandir horizontes sonoros sin perder identidad. La canción, contenida al inicio y desbordante al final, se convirtió en un ejemplo de cómo la banda ha sabido evolucionar hacia un sonido más ambicioso y emocionalmente complejo. Sin embargo, fieles a su espíritu, el cierre del concierto se tiñó nuevamente de euforia. ‘Little Death’ y ‘I'm Not Getting Excited’ hicieron vibrar la sala con su habitual mezcla de frenesí y precisión melódica, preparando el terreno para una impecable ‘Expert in a Dying Field’. Esta última condensó todo lo que define a The Beths: esa habilidad para transformar las pequeñas derrotas cotidianas en himnos de resistencia y ternura, en victorias personales que se cantan a todo pulmón. A petición del público, y sin hacerse de rogar, regresaron para un último estallido con ‘Take’. Fue el broche perfecto, una canción con la que enseñaron los dientes y dejaron ver su lado más feroz, ese que late bajo la superficie luminosa de sus melodías. Una despedida enérgica, catártica y honesta, que resumió a la perfección lo que había sido la noche: una celebración de la vulnerabilidad convertida en fuerza.
