La sala Villanos de Madrid se engalanaba el pasado 17 de abril para recibir a uno de los artistas más aclamados del panorama musical actual de pop de corte clásico y sentimental como es Patrick Watson. El canadiense, conocido por su voz cautivadora y su virtuosismo al piano, volvía a la capital española para deleitar a sus fieles seguidores con un recital que prometía ser memorable y que repite en una doble fecha, actuando también hoy en el mismo recinto. Con todas las entradas vendidas y un recinto repleto a una hora de que saliese el artista a escena, tuvimos la suerte de contar con Ouri como telonera.
La artista afincada en Montreal nos dejó ante un breve set donde sacó a relucir la cara más orgánica de sus composiciones, eso sí, dejando constancia de su habilidad para tender puentes entre las bases sintéticas y el componente propio de un pop barroco. Bien fuese al piano o al chelo, Ouri supo cómo sumergir al público en un profundo silencio, todo ello tirando de momentos donde su poderío vocal se entrelazaba a la perfección con el sonido orgánico de sus instrumentos. Sin lugar a dudas, un aperitivo ideal y que conectaba a la perfección con la esencia orquestal que nos ofrecería minutos después acompañando también a Patrick en su actuación, esta vez solo como responsable de las cuerdas de su chelo.
Con una breve acomodación de escenario, cuando las luces se atenuaron y la banda de Watson hizo acto de presencia, se produjo un silencio reverencial. Los intérpretes con expresiones concentradas, iniciaron la introducción de ‘Lost With You’, una composición evocativa y profunda que sirvió para abrir la noche con un aire de misterio y melancolía. Poco a poco, la presencia del propio Patrick Watson se fue agrandando, aferrándose a su piano con actitud relajada y desenfadada. Con una sonrisa cómplice durante toda la velada, como si compartiese con el público un vínculo bastante íntimo, su actuación estuvo marcada por esa sensación de encontrarse completamente a gusto con cómo las dinámicas del concierto se iban entrelazando.
Y así fue, a medida que la noche avanzaba, Watson fue desplegando todo su repertorio, alternando entre melodías íntimas y arreglos orquestales que envolvían a la audiencia en una atmósfera cautivadora. Son muchos los detalles precisos y capaces de perdurar en la memoria que nos ofreció el directo. Por ejemplo, esa transición entre ‘Dream for Dreaming’ y algunos versos de ‘Creep’, estando ante un momento especialmente cautivador, donde la suave voz del canadiense se entrelazaba con las cuerdas, creando una tensión sonora que parecía susurrar al oído de cada espectador. Watson, con los ojos cerrados, se entregaba por completo a la interpretación, dejando que la música fluyera a través de él.
Cuando llegó el turno de ‘The Wave’, se sentía como el crescendo de percusión del tema iba golpeando cada vez con más fuerza en las paredes de la sala. Modulaciones vocales precisas, voces corales que se veían al mismo tiempo desbordadas por la emoción y esa capacidad de disolver también la canción en su parte final de la forma más delicada posible. Todo un despliegue de cómo construir texturas para posteriormente volver sobre sus pasos hasta lograr una vez más el silencio sepulcral.
Pero la noche no se detuvo ahí. Cuando sonaron los primeros acordes de ‘To Build a Home’, una emocionante versión del tema de The Cinematic Orchestra, la intensidad del momento alcanzó su clímax. La banda, en perfecta sintonía, acompañaba a Watson en un intento de elevarse aún más, sonando de forma estruendosa pero con todo lujo de matices, envolviendo a todos los presentes en la ola de sentimientos que describe el tema. Continuando con este viaje emocional, el artista presentó ‘Luscious Life’, una composición delicada y refinada que destacaba por la virtuosidad de su interpretación al piano, de nuevo contando con ese respaldo infalible de guitarras crispadas y percusiones desbocadas.
Los asistentes, cautivados, contenían la respiración, temerosos de perder el más mínimo detalle de la actuación. Más momentos destacados llegaron con la interpretación de ‘Melody Noir’, donde el canadiense se rodeó de forma acústica de sus músicos en el frontal del escenario. Juntos, entonaron una versión íntima y despojada de la canción, creando un momento de comunión entre artista y audiencia que erizaba la piel. Tras este instante de sublime conexión, Watson y su banda continuaron deleitando a los presentes con temas como ‘Love Songs for Robots’ y ‘Places You Will Go’, que mostraban la versatilidad y la riqueza de su propuesta musical.
En cada tema, el público respondía con entusiasmo, consciente de estar presenciando una actuación excepcional. Cuando sonaron los primeros compases de ‘Drifters’, la energía en la sala se elevó aún más. Watson, con una sonrisa pícara, nos hizo de nuevo partícipes de esa experiencia de expresar al máximo a través de sus movimientos corporales la forma en la que sus arreglos conducen la pieza muy lejos. La mezcla de las texturas orgánicas de Ouri y la emotiva interpretación de Watson provocó que los asistentes se mecieran al ritmo de la música, entregados por completo a la experiencia.
La noche parecía alcanzar su punto álgido con temas como ‘Je te laisserai des mots’ y ‘Big Bird in a Small Cage’, en los que Watson y sus invitados desplegaban una conexión musical abrumadora. Las armonías vocales, los diálogos entre instrumentos y la energía compartida con el público creaban momentos de una belleza y una intensidad que parecían suspender el paso del tiempo. Incluso en esta segunda pieza, no dudó en hacer partícipe al público de esos silbidos a modo de pájaros cantarines que esconde el tema.
Adentrándonos en la recta final del concierto, no faltó una arrolladora interpretación de ‘Here Comes the River’, logrando que la cuidada escenografía basada en proyecciones abstractas, pero relacionadas con la naturaleza, y unas sutiles cortinas a modo de pantalla se fundiesen de lleno en ese torrente de sentimientos agridulces que sugiere el tema. Llegando los bises, no puedo faltar la intimista ‘The Great Escape’, del mismo modo que ‘In Circles’.
Aunque parecía que este era el final del concierto, la noche aún guardaba un último as bajo la manga: Patrick portando una mochila luminosa, se adentró entre el público, cantando a capella ‘Man Under the Sea’ mientras recorría la sala, despidiéndose de sus fieles seguidores con un gesto cálido y memorable. Un final de corte espontáneo que refleja muy bien la pasión desmedida de un músico que trata de hacer lo más accesible y sentimental su música, dejando muy claro que muchas veces el talento y el virtuosismo también residen en el don para saber para saber cómo calar hondo en los asistentes.
