En un momento en que la mayoría de los proyectos solistas tienden a lo introspectivo y minimalista, Noah Lennox ha optado por todo lo contrario. ‘Sinister Grift’, su más reciente entrega como Panda Bear, no solo marca un punto de inflexión en su carrera: también redefine su idea de comunidad musical. Este disco es el fruto de una etapa de madurez sonora donde lo humano, lo tangible y lo compartido desplazan al aislamiento digital de trabajos anteriores. Lejos de volver la mirada hacia el pasado, Lennox consigue que guitarras eléctricas, voces corales y estructuras rítmicas tradicionales suenen como recién descubiertas, como si las estuviera tocando por primera vez. Y en esa lógica de redescubrimiento, su directo en Madrid el pasado jueves 27 de marzo fue la prueba más contundente de que Panda Bear vive un momento de plena vitalidad creativa.
Con el escenario de La Sala del Movistar Arena convertido en una especie de delirio psicotrópico, entre vídeos de perros jugando en la playa, figuras danzantes envueltas en capas y loops visuales de paisajes imposibles, Lennox subió al escenario junto a una formación que ya se siente inseparable de este nuevo momento de su carrera. A su lado, Tim Koh al bajo imprimía el pulso terrenal que sostiene la espesura atmosférica; Rivka Ravede, además de encargarse de los samplers y voces, tejía con su presencia y estética la narrativa visual del concierto; Maria Reis, en teclados y coros, aportaba elegancia, color vocal y un contrapunto emocional brillante; Tomé Silva, al mando de la batería, fue puro músculo y precisión. Juntos, tejieron un directo que, sin perder su carácter onírico, se apoyó en una ejecución milimétrica y en una intensidad que por momentos rozó la crudeza punk.
El viaje comenzó con 'Last Night at the Jetty', rescatada de su catálogo anterior pero reformulada aquí con una fuerza renovada. Si en su versión original flotaba entre capas de reverberación y melancolía, en esta ocasión sonó como un canto decididamente terrenal, más rockero, más afilado, más próximo a una banda que a un proyecto de estudio. Ese fue, de hecho, uno de los hilos conductores del concierto: cómo lo que en otros tiempos fue introspección electrónica, ahora se ha vuelto expresión física, colectiva, incluso con un cierto aroma a garage en el mejor de los sentidos.
‘50mg’ continuó la sesión con un ritmo más dinámico, casi playero, pero siempre contenido en una estructura que no permite la dispersión. Aquí ya se sentía esa estética lo-fi en lo visual, aunque en lo sonoro todo estuviera pulido al detalle: bajos redondos, coros precisos, y una mezcla que permitía que cada capa vocal encontrara su lugar. Fue con ‘Song for Ariel’ donde la intensidad emocional comenzó a filtrarse con claridad. Con una interpretación que bordeó lo confesional, Lennox logró que la sala, por unos minutos, bajara la guardia y se dejara arrastrar por la belleza melódica del tema, arropada por unas armonías que evocaban tanto a los Beach Boys como a algún canto ceremonial de iglesia profana.
‘Defense’, uno de los momentos centrales del nuevo disco, se presentó en directo con un enfoque más denso, casi tribal. La percusión granulada y los efectos electrónicos aquí cobraron un papel protagonista, haciendo de este pasaje un punto de inflexión en el concierto. Las proyecciones, cada vez más surrealistas, acompañaban este trance con imágenes que parecían sacadas de un sueño delirante de Harmony Korine.
Llegados a ‘Shepard Tone’, la banda desplegó su versión más hipnagógica. Todo en esta interpretación estaba medido para generar una sensación de vértigo estático: melodías circulares, armonías que ascendían sin fin, y una tensión apenas contenida que mantenía al público en una especie de suspensión emocional. Y justo cuando parecía que la noche se tornaría exclusivamente contemplativa, Panda Bear descolgó un guiño inesperado con una versión de ‘Never Ending Game’ de Angel Du$t. El tema adquirió en sus manos una dimensión que bordeaba lo punk y lo festivo, una explosión de energía que por momentos desdibujó los límites entre géneros.
La relectura de ‘Tomboy’ siguió esta línea de revisión energética. Más que una interpretación nostálgica, fue una reactivación vigorosa de su catálogo, con una intensidad rítmica que hizo de la canción una declaración de principios. ‘The Preakness’, por su parte, bajó ligeramente el pulso, permitiendo que los matices se hicieran notar, mientras que ‘Ends Meet’ fue un regreso al espíritu melódico más reciente, con una estructura que alternaba momentos de calma introspectiva con otros de insistencia rítmica.
En ‘Virginia Tech’, la banda se permitió explorar su cara más atmosférica, casi en diálogo con el krautrock. Aquí las capas sonoras se desplegaron como un paisaje expansivo, donde cada integrante parecía tener espacio para respirar. Y con ‘Praise’, uno de los temas insignia de 'Sinister Grift', se cerró el cuerpo principal del concierto con una carga emocional enorme. Las voces de Maria y Rivka, abrazando la de Lennox, crearon una sensación de comunión casi religiosa, como si en lugar de un concierto estuviéramos presenciando una suerte de liturgia psicodélica.
Para el bis, la banda reservó una transición perfecta: ‘Just as Well’ enlazada con ‘Slow Motion’. La primera, delicada y nostálgica, fue interpretada casi como un susurro coral que fue creciendo hasta desembocar en la segunda, más urgente, más incisiva, con una percusión que parecía exigir una última liberación antes del silencio final.
Sin lugar a dudas, la sensación que dejó Panda Bear a su paso por Madrid es que no está interesado en revivir glorias pasadas ni en repetir fórmulas. Lo suyo es avanzar, reinventarse, poner en común. El paso de la electrónica solitaria a una sonoridad de grupo no ha diluido su personalidad: la ha amplificado. En 'Sinister Grift' había ya indicios de este cambio de paradigma, instrumentación más orgánica, calor humano, narrativas más accesibles, pero ha sido en vivo donde esa transformación ha cobrado todo su sentido. El escenario se ha convertido en el laboratorio donde las ideas, antes procesadas en solitario, se exponen al roce del directo, al error hermoso, a la emoción compartida. Un nuevo Panda Bear ha salido a la superficie. Y parece que ha venido para quedarse.
