Noche veraniega en una Madrid que comienza a vaciarse con la calma propia de las vacaciones, pero que, aun así, sigue regalando veladas musicales de esas que hacen que quedarse en la ciudad tenga todo el sentido. Así fue el pasado lunes, cuando la sala Wurlitzer —uno de esos espacios que resisten con una programación tan constante como estimulante— acogió una doble propuesta internacional que supo brillar con luz propia. Desde Brasil llegaban Oruã, y desde Australia, Majak Door, dos bandas hermanadas en una gira europea que ha permitido que sus respectivas visiones de la psicodelia confluyan sobre escenarios de toda clase. En esta ocasión, ofrecieron en Madrid una noche de contrastes bien avenidos, donde cada uno desplegó su particular forma de entender el género, dejando claro que tanto en el trópico como en el hemisferio sur hay mucho que decir —y aportar— al presente de la música lisérgica. Un cruce de caminos sonoro que confirmó que, cuando el viaje es compartido, la experiencia se vuelve aún más rica.
Oruã fueron los encargados de abrir la velada, presentándose en formato cuarteto con una propuesta que no tardó en revelarse tan cruda como versátil. Las guitarras, protagonistas absolutas, llegaban cargadas de electricidad desnuda, sostenidas por teclados que lejos de suavizar, reforzaban ese carácter indomable que atraviesa todo su sonido. Su música bebe directamente de la esencia de las bandas lo-fi noventeras, pero también encuentra un nexo natural con coetáneos como Boogarins, con quienes comparten esa capacidad para mutar entre lo introspectivo y lo abrasivo sin perder cohesión. El concierto fue un viaje de vaivenes calculados, en el que los momentos de trance atmosférico se veían rápidamente interrumpidos —casi sacudidos— por estallidos de ruido, en una dinámica tan inquieta como magnética. Abrieron con ‘Real Grandeza’, tema de riffs persistentes y serpenteantes, que funcionó como carta de presentación perfecta para una banda que, no por casualidad, ha compartido escenario con Built to Spill durante una etapa clave de su trayectoria. También hubo espacio para adelantar material nuevo, como ‘Deus dará’, incluida en su próximo LP ‘Slacker’, donde se intuye un giro con mayor cuerpo, casi grunge por momentos, que añade nuevas capas de intensidad a su propuesta. Un arranque de noche imprevisible y vibrante, como toda buena apertura merece.
A medida que el concierto avanzaba, la banda fue desplegando nuevos recursos que añadían profundidad y textura a su ya de por sí rica paleta sonora: fragmentos de voces pregrabadas, casi fantasmas sonoros, se colaban entre canciones como ecos distantes, mientras los solos de batería derivaban en pasajes que bordeaban la jam session, alcanzando por momentos un trance rítmico de gran precisión. El clímax instrumental llegó con ‘Caboclo’, una pieza de aire enigmático en la que Lê Almeida rasgaba su guitarra con una insistencia casi ritual, mientras el bajo serpenteaba con oscuridad contenida, tejiendo un ambiente denso, cargado de una tensión que solo puede sostenerse cuando una banda tiene un discurso musical sólido, tanto en lo instrumental como en lo vocal. El contraste llegó con ‘Miragem’, que emergió como un bálsamo en medio del vértigo, invitando a la deriva sensorial con una psicodelia ácida, sí, pero bien reposada, sin excesos. Lo que Oruã ofreció fue un repertorio lleno de variantes, sin caer nunca en la dispersión: cada canción buscaba el estado de ánimo preciso, evitando la floritura gratuita para centrarse en lo esencial. Una lección de cómo construir identidad desde la intuición y la coherencia sonora.
Tras un breve cambio de escenario, llegaba el turno de Majak Door, quienes ofrecieron un concierto dividido en dos vertientes tan contrastadas como complementarias. Por un lado, una psicodelia de corte californiano que remitía inevitablemente a bandas como Allah-Las, y por otro, una sensibilidad más introspectiva, casi soul, que por momentos evocaba la sutileza de proyectos como Puma Blue. Entre esos dos polos construyeron un set sólido y generoso en duración, donde las guitarras —con punteos luminosos y evocadores— fueron la columna vertebral de una propuesta especialmente apropiada para la atmósfera veraniega de la noche madrileña. Majak Door demostraron ser una banda que sabe cuándo susurrar y cuándo dejarse llevar por melodías expansivas capaces de permanecer mucho después de que suenen los últimos acordes, como ocurrió con la inolvidable ‘Everybody Wants You’, que se instaló con naturalidad en la memoria colectiva de los presentes. También supieron abrir la puerta al dinamismo con una faceta más pop, especialmente visible en canciones como ‘Changes’, donde su espíritu surf alcanzó su punto más reconocible —casi rozando el cliché si no fuera por la sinceridad con la que lo defienden—, recordándonos que, en efecto, Australia también tiene su propia costa soleada desde la que escribir canciones perfectas para flotar.
A medida que avanzaba la velada, Majak Door fueron desplegando aún más matices, dejando claro que, más allá de su solvencia melódica, también saben sumergirse con soltura en territorios de mayor densidad. Hubo pasajes donde la psicodelia se espesó, las estructuras se volvieron más líquidas y las secciones instrumentales se alargaron con fluidez, transitando sin artificio hacia momentos más atmosféricos antes de regresar con elegancia a la faceta más luminosa y reconocible de su repertorio, como quedó patente con una celebrada ‘Borderline’ que reconectó al instante con el público. Sin apenas darnos cuenta del paso del tiempo, el concierto siguió estirándose con naturalidad: presentaron temas nuevos como ‘Anything’, que mantuvo el equilibrio entre lo etéreo y lo directo, y se permitieron incluso el guiño lúdico de versionar ‘Music Sounds Better With You’ de Stardust, llevándola a su terreno sin perder la esencia festiva original. Todo ello confirmó que los australianos no solo son una banda polifacética y con un sonido propio —a pesar de las influencias evidentes—, sino también un grupo que sabe construir conciertos en crescendo, sin altibajos, y con una identidad que cada vez se afianza más. Una noche de las que merecen más público del que, lamentablemente, se acercó a presenciarla. Pero los que estuvimos, lo sabemos bien: no faltó absolutamente nada.
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