El pasado miércoles, en La Casa Encendida, Okay Kaya se encargó de romper cualquier idea preconcebida de lo que un espectáculo en vivo debería ser. Desde el primer momento en que subió al escenario, la noruega desbordó una vulnerabilidad cautivadora, casi brutal, que parecía pedirle al público no solo que escuchara, sino que sintiera con ella. ¿Quién necesita un show fastuoso cuando basta una guitarra y una voz susurrante que retumba en el pecho? Porque eso fue lo que Okay Kaya entregó: una experiencia cruda y desgarradora en su simplicidad, donde el silencio del público se convirtió en otro instrumento, marcando el ritmo de una noche inolvidable.
Todo comenzó con 'Devil Town', esa versión a cappella de Daniel Johnston que tomó al público por sorpresa y marcó el tono de una velada de introspección. Sin más adornos que su voz al desnudo, Kaya nos invitó a acompañarla en un viaje de vulnerabilidad compartida, un espacio donde cada palabra parecía dicha al oído. Su timidez y naturalidad crearon una conexión que rompió la barrera entre artista y audiencia. Desde ese primer tema, todos nos vimos envueltos en un susurro colectivo, como si escucharla en silencio fuera el único modo correcto de hacerlo.
Después de la intro a cappella, siguió con 'Ascend and Try Again', y la atmósfera se mantuvo suspendida en un extraño hechizo de quietud. Kaya entregaba cada frase como un secreto compartido con todos, pero que aún le pertenecía. Su mirada hacia el público, a la vez tímida y profunda, parecía reflejar una gratitud genuina que se hacía eco en cada pausa y en cada aplauso sutil. En 'The Wannabe', uno de los momentos más auténticos de la noche, Kaya mostró la crudeza de sus letras y su capacidad para conectar con la audiencia, mientras el silencio se hacía cada vez más denso y envolvente.
La sorpresa llegó con su interpretación de 'Believe', el famoso tema de Cher. Aunque la canción tiene un origen pop y vibrante, Kaya la transformó en una pieza totalmente suya, bañada en melancolía y sensibilidad. La interpretación resultó tan inesperada como refrescante, como si ella misma estuviera descubriendo la canción junto a nosotros. A lo largo de 'Believe', el respeto del público era tan palpable que cada nota parecía reverberar en un espacio sin ruidos externos, lleno solo de la voz de Kaya y sus matices únicos.
Las siguientes canciones, 'Dance Like U' e 'IUD', profundizaron en esa atmósfera de cercanía. En especial, 'IUD' fue un momento de introspección para todos, ya que Kaya abordó esta canción desde una perspectiva casi confesional, tocando temas personales de una forma serena y accesible. El público permaneció casi inmóvil, entregado completamente a la intimidad del momento, con cada acorde atrapando una parte de su atención, como si estuviera siguiendo el hilo de su propia vida a través de la de Kaya.
Al llegar 'Comic Sans' y 'Asexual Wellbeing', esta última en una versión más desnuda que la original, Kaya logró que todo el espacio se sintiera como una extensión de su propio proceso creativo, como si estuviéramos presenciando el nacimiento de cada nota y cada verso. La vulnerabilidad en su interpretación, su tono sincero y la suavidad de su voz atraparon a la audiencia, que en un silencio reverencial absorbió cada palabra. Para Kaya, este no era un simple show; era un espacio de comunión donde cada asistente podía reflejarse y reconocer algo propio en sus canciones.
Con 'Space Girl', una versión del tema de Shirley Collins, la artista creó un ambiente etéreo, casi onírico, transportando a los presentes a un espacio suspendido entre la realidad y la ficción. En este punto del concierto, Kaya parecía tan conectada con el público que cada sonrisa y cada mirada se sentían como un intercambio silencioso de emociones, un juego de complicidad en el que la música era el único lenguaje necesario.
Hacia el final, los temas 'Check Your Face' y 'The Groke' marcaron un cierre reflexivo. En estos últimos momentos, Kaya mostró una faceta más introspectiva, hilando cada verso con una intensidad silenciosa y envolvente que dejó al público en un estado de contemplación y calma compartida. Fue como una despedida suave, sin dramatismos, donde cada persona parecía entender que estaba presenciando algo único y efímero.
La noche terminó con 'Mother Nature's Bitch', uno de los temas más icónicos de Kaya, en una versión que prolongó cada segundo como si ella quisiera permanecer un poco más con el público. Su despedida no tuvo bises ni grandes gestos; solo un último acorde y una mirada agradecida que dejó a los asistentes con la sensación de haber sido parte de algo íntimo y especial, de un espectáculo que, sin necesidad de artificios, permanecerá grabado en la memoria colectiva.
