Con beats perezosos y la letanía de la voz de Ikram Boulum se iniciaba la inauguración de la 10ª edición de Curtcircuit, el ciclo musical impulsado por la Asociación de Salas de Conciertos de Cataluña (ASACC), quizás su edición más esperada con la pandemia resoplando en el cuello de muchas salas de conciertos que ha hecho que eventos y artistas cancelaran ante los datos preocupantes de sanidad.
Rozando las nueve y cuarto de la noche, el dúo formado por Maria Arnal y su fiel escudero Marcel Bagés más un segundo teclado asomaban por el escenario, mejor dicho, María recorría la sala, mezclándose con la gente mientras iba destapando el cancionero de la noche.
Enfundada en un vestido blanco, casi una presencia etérea que brillaba sobre la tarima ocre, María Arnal vino a convencernos de por qué su segundo disco “Clamor” (Fina Estampa, 2021) ha hecho babear a prácticamente toda la crítica a lo largo del año pasado. No es disco para cobardes; entre sus surcos, minutos de vuelo libre, sin red, que atrapan y hechizan, ajeno a modas y prejuicios, donde el prefijo post campa a sus anchas.
Hay una correlación entre ese espíritu aventurero y osado que impregna su segundo larga duración con la actuación del sábado noche: desde los últimos minutos cargados de aguardiente de “Tras de ti” al eslogan de “Tú que Vienes a Rondarme”, poesía arropada con una suave manta electrónica y con una guitarra tímida que repiquetea bajo la voz de María Arnal.

Es difícil no caer en inútiles histrionismo con su increíble voz, a veces da la sensación de que todo sobra, que es puro atrezo y que ella sola podría sostener todo el show, pero he aquí la filigrana que calza Marcel Bagés , el arquitecto sonoro que embellece y doma el caudal de la catalana. Y lo expande, porque sí, su relato se engalana y saca pecho en directo, siempre en ese juego de intimidad -“Bienes”, “Canción total”, compartiendo el folk de Silvia Pérez Cruz- y provocación “La gent”, que resonó como un mantra fantasmal que atravesó el mar de cabezas que era la sala.
Como muestra de su pop mutante y explorador, dos excelentes ejemplos que condujeron a una pequeña pausa antes de los bises: “Fiera de mi”, con ecos de (oh, sí) a Animal Collective y “Ventura”, con ese brillo final “todo lo que no ves y es” acariciado por una suave maraña de beats que poco a poco se iban recrudeciendo.
Para despedirnos, vuelta a la terra para deleitarnos con una frágil y sentida “Ball del vetlatori”, de nuevo, el público asustado, casi intimidado por la capacidad vocal de su paisana; porque hemos de decirlo: ella dispone y sus seguidores callan, bueno, al menos hasta que los convidó a subirse al escenario para perpetrar un conato de rave (sí, y no era techno de saldo) en el sufrido escenario.
Todos contentos, y ellos dos más, porque durante casi noventa minutos se pusieron la sala Apolo por montera. Muy grande.

