Liana Flores llegaba por primera vez a Madrid de la mano de SON Estrella Galicia como esa figura capaz de aunar la tradición bossa nova con la delicadeza del pop lanzado a las nuevas generaciones adolescentes. Una combinación que sin lugar a dudas generó gran expectación y se manifestó con un sold out un mes antes del concierto. Quedaba claro que la gente sabía muy bien a lo que iba, ya que desde el primer acorde de 'Orange-coloured day', se percibió una complicidad mutua: el público guardó silencio y la cantante se entregó a un repertorio marcado por la sutileza instrumental y el pulso contenido. La sala mantenía un volumen bajo, casi íntimo, que lejos de limitar el espectáculo, realzó cada matiz vocal y cada detalle que emanaba de los instrumentos.
La segunda canción, 'I wish for the rain', dejó clara la capacidad de Flores para dotar sus piezas de un lirismo reflexivo. Sin necesidad de discursos largos, su voz transmitía fragilidad y determinación a la vez. El público, absorto, apenas se movía; se limitaba a contemplar la escena y a regalar aplausos al final de cada tema. Un silencio respetuoso que realzaba el contraste cuando llegaba la ovación.
La dinámica subió mínimamente con 'Recently', un tema que proyectaba cierto aire confesional. La banda, reducida a lo esencial, acompañaba con precisión, subrayando el protagonismo de la voz. A continuación, 'Hello again' consolidó el ambiente; aquí la emoción fue palpable, como si la propia artista también se dejara sorprender por la calidad de la acogida madrileña. Entre miradas y sonrisas compartidas, la canción se convirtió en un puente invisible entre la sencillez de la puesta en escena y la emotividad de la letra.
'Jupiter' y 'Try again tomorrow' ofrecieron dos pinceladas distintas del universo sonoro de Liana Flores. En la primera, emergieron referencias espaciales y un deje onírico que llevaba a imaginar cielos nocturnos y astros lejanos. En la segunda, la cantautora retomó un tono más terrenal, apuntando al desasosiego de lo cotidiano y la necesidad de buscar un nuevo comienzo. El público se mantuvo cómplice en cada giro melódico.
A mitad del set, 'Light Flight' (versión de The Pentangle) y 'Wave' (tributo a Antônio Carlos Jobim) mostraron la versatilidad de la cantante, capaz de alternar folk con cadencias cercanas a la bossa nova sin perder su sello personal. Estas interpretaciones confirmaron la influencia brasileña que late en su música y, al mismo tiempo, enaltecieron la atmósfera cercana que se respiraba.
En el bloque central, 'Now and then' y 'Nightvisions' resaltaron su faceta más introspectiva. Los acordes se sucedían con delicadeza, dando paso a letras que invitan a detenerse y reflexionar. Al finalizar este tramo, llegó 'Halfway heart', un tema cuya intensidad parece residir en esa tensión entre deseo y duda. Quizá fue el momento en que la sala se sumergió en un silencio aún más profundo, desprovisto de cualquier ruido, casi expectante de la respiración de la propia artista.
'Cuckoo' y 'Butterflies' aligeraron el ambiente. Con un toque más ligero y un ritmo ligeramente más ágil, despertaron cabeceos y sonrisas entre los presentes. Resultaba reconfortante ver cómo Flores fluía de la serenidad a un tono casi juguetón sin perder la coherencia del concierto. Sin embargo, la cúspide emocional llegó con 'Rises the moon', esa pieza tan esperada por muchos y que logró una comunión total en la sala. Nadie alzó la voz ni siquiera para corear; el respeto que inundaba el lugar era casi sobrecogedor.
En penúltimo lugar, 'Slowly' puso una pausa antes del desenlace, extendiendo la atmósfera serena que había marcado la velada. Con 'Sign/Corcovado' llegó el broche final, un guiño a sus raíces y al estilo que cultiva, sin estridencias y centrado en el corazón de cada canción. Cuando la última nota se desvaneció, el aplauso fue contundente y duradero, casi desbordando la modestia de la puesta en escena.
Al despedirse, Liana Flores demostró el agradecimiento que la caracteriza. En un gesto que reflejaba el cariño mutuo, uno de sus seguidores le obsequió un cuadro, sellando así la alianza de un concierto más que especial. Bastó la honestidad de cada pieza y una audiencia dispuesta a escuchar con todos los sentidos en alerta para salir con la sensación de haber vivido uno de esos conciertos embelesadores de principio a fin. La artista, con su cercanía y una apuesta total por la calidez, dejó claro que a veces la máxima delicadeza puede generar un impacto más intenso que cualquier altavoz estridente.
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