Crónica

King Hannah

El Sol

09/12/2024



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Lunes por la noche en Madrid, ¿qué haces aquí? Tal vez buscabas refugio de la rutina o simplemente algo que te saque del letargo. En la Sala El Sol, King Hannah prometía algo más que un concierto: un viaje a través de paisajes sonoros que oscilan entre la calma tensa y el desgarro. Y vaya si cumplieron. A lo largo de la velada, este dúo de Liverpool reconvertido en cuarteto para la ocasión, liderado por la enigmática Hannah Merrick y el guitarrista Craig Whittle, deslumbró con una capacidad casi sobrenatural para transformar lo ordinario en épico.

Desde el primer acorde de 'Somewhere Near El Paso', quedó claro que no sería una noche cualquiera. ¿Es esto folk, rock o va más allá a la hora de bucear en el dream pop de gente como Mazzy Star? Merrick, con su voz que resuena como un eco en una caverna llena de secretos, narraba cada línea como si estuviera escribiendo un diario que se disuelve en el aire. Mientras tanto, Whittle, con su guitarra como brújula, guiaba la travesía. Era imposible no sentir cómo la tensión se acumulaba, cada palabra y nota impregnando la sala de un extraño y cautivador calor.

'The Mattress' marcó una transición hacia territorios más emocionales. Una melodía lenta, casi somnolienta, pero cargada de una fuerza latente que se desató en el clímax, con las guitarras de Whittle rugiendo como si trataran de desgarrar el aire mismo. Fue un momento de pausa y explosión, un recordatorio de que la calma puede ser el preludio de una tormenta.

Y hablando de tormentas, 'Milk Boy (I Love You)' no se quedó atrás. Una narrativa en spoken word que escaló hacia un desenlace donde las guitarras retorcidas parecían hablar un lenguaje propio. Aquí se vislumbraba una influencia americana inconfundible, una especie de homenaje al espíritu de Neil Young y el grunge de los noventa, pero tamizado por la estética minimalista de Merrick y Whittle.

El momento de intimidad dio paso a 'Go-Kart Kid (Hell No!)', un salto al pasado del dúo. La energía se duplicó, con Whittle y Merrick compartiendo el protagonismo vocal. Era como si ambos canalizaran una energía casi punk, desenfrenada pero contenida, demostrando su habilidad para dominar tanto los susurros como los gritos.

'John Prine on the Radio' fue una bocanada de aire fresco, un momento más ligero que brindó una conexión inesperada entre la banda y el público. El dueto vocal de Merrick y Whittle añadió una dimensión adicional, casi como un diálogo entre dos almas perdidas que encuentran consuelo en la música. La sencillez de la interpretación contrastó con la complejidad emocional que emanaba del escenario.

La recta final del concierto comenzó con el vibrante 'Suddenly, Your Hand' y el hipnótico 'New York, Let’s Do Nothing'. Si el público estaba inmerso en un trance hasta ese momento, aquí fue arrastrado a un remolino de melodías envolventes y riffs afilados. La sala parecía vibrar al compás de la batería, mientras Merrick cantaba con una intensidad que parecía atravesar las paredes.
Para el penúltimo acto, 'Davey Says' ofreció un respiro melódico. Un tema más pop, casi como una tregua antes de la embestida final que llegó con 'Crème Brûlée'. La intensidad alcanzó su cúspide, con el público balanceándose al unísono, como si cada acorde los meciera hacia un clímax inevitable.

El cierre, sin embargo, fue un regalo inesperado. Tras un poderoso 'Big Swimmer', donde Merrick comenzó sola en el escenario, apareció el resto de la banda para desatar un crescendo final que dejó a todos sin aliento. Pero la verdadera sorpresa llegó con 'Blue Christmas', un villancico que resonó como un bálsamo dulce y nostálgico, deslizándose sobre las cenizas de un espectáculo inolvidable. Por detalles como este, King Hannah demostraron que lo suyo no solo se trata de lograr música que amanse a las fieras; se trata de historias, de atmósferas, de capturar momentos que te obligan a detenerte y escuchar.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.

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