Kae Tempest llegó a Madrid con la serenidad de quien sabe que tiene algo importante que compartir. Su último trabajo, ‘Self Titled’, ya se había presentado como un punto de inflexión en su carrera, un disco que mira al presente sin miedo y que pone el amor en el centro de todo. Amor entendido no como un sentimiento romántico, sino como esa fuerza capaz de sostenernos y de acercarnos a los demás. En La Riviera, ese mensaje se hizo carne y voz. La noche del domingo 19 de octubre fue mucho más que un concierto: fue una celebración colectiva donde cada palabra, cada pausa y cada golpe de ritmo tuvo un peso real. Desde el principio quedó claro que aquello iba a ser algo grande.
El espectáculo empezó con una penumbra total, mientras un sonido leve de sintetizador marcaba el pulso. La voz de Tempest se escuchó antes de que su figura apareciera en escena, y la gente reaccionó de inmediato con una mezcla de sorpresa y emoción. Solo había una pantalla al fondo y una compañera de escenario, Poppy Roberts, encargada de los teclados, los samplers y los coros. Nada de adornos innecesarios: el foco estaba puesto en la palabra y en la energía que salía de ella. El primer tema fue ‘Holy Elixir’, una especie de invocación a la libertad personal, una entrada que marcó el tono de la velada. Después sonó ‘Priority Boredom’, con su retrato del hastío contemporáneo, y la voz de Kae avanzó sobre un ritmo repetitivo que hacía mover la cabeza sin pensarlo.
El público fue entrando poco a poco en su terreno. Con ‘The Beigeness’ la sala se encendió, la base se hizo más rítmica y las luces acompañaron un momento de pura euforia. Roberts se sumó con una voz suave, y juntas crearon una sensación de complicidad total. Luego llegó ‘Salt Coast’, más tranquila y luminosa, como un descanso antes de que estallara el entusiasmo general con ‘More Pressure’. En ese punto, Tempest levantó los brazos y la sala entera respondió con gritos, aplausos y sonrisas. Fue un momento mágico, uno de esos en que todo parece alinearse y el artista y el público se miran de igual a igual. La primera parte terminó con ‘People’s Faces’, interpretada con un piano sencillo y una voz que parecía salir directamente del pecho. Esa canción, que habla de cómo las personas nos salvan unas a otras, se sintió como un abrazo colectivo.
Tras unos segundos de silencio, empezó la segunda parte. Tempest anunció que iba a tocar entero su nuevo disco, ‘Self Titled’, siguiendo el orden original. Fue una decisión valiente, porque no es habitual que un artista dedique tanto espacio a un álbum recién editado. Pero desde los primeros acordes de ‘I Stand on the Line’ quedó claro que aquello iba a funcionar. Kae se quitó la chaqueta y empezó a moverse por el escenario con soltura, como si estuviera estrenando una versión más libre de sí mismo. Cada tema parecía encajar con el siguiente, y la conexión con la gente crecía sin parar.
‘Statue in the Square’ trajo un torrente de palabras rápidas y precisas, una especie de rap vertiginoso que dejó a muchos con la boca abierta. Luego llegó ‘Sunshine on Catford’, un momento de luz, casi alegre, que muchos corearon sin saber exactamente por qué, pero sintiendo que esa melodía tenía algo cálido y contagioso. En ‘Prayers to a Whisper’, las luces se volvieron más tenues y la voz de Roberts añadió una capa de calma que envolvió la sala entera. Era un sonido suave, hipnótico, que hacía cerrar los ojos y dejarse llevar.
‘Diagnoses’ cambió el ritmo de golpe. Kae se lanzó en una especie de carrera verbal sin apenas respirar, cinco minutos de pura intensidad donde el público quedó en silencio, impresionado. Fue uno de esos momentos en que se siente la fuerza de alguien que domina completamente su oficio. A continuación llegó ‘Breathe’, más pausada, y después ‘Till Morning’, recitada casi como un poema, con frases que resonaban entre las paredes de La Riviera. Cuando Tempest repitió “find that child”, muchos lo siguieron en voz baja, sin necesidad de entender todo el inglés, porque el sentido estaba en el tono, en la cadencia, en la emoción que llenaba el aire.
La tercera parte llegó sin interrupción. La pantalla mostró la frase ‘I Think It’s Time I Stopped the Show’, y el ambiente se volvió solemne. Kae habló brevemente del amor, no del romántico de las canciones de siempre, sino del que te mantiene en pie cuando la vida se tuerce. Entonces empezó ‘Freedom’, la versión del clásico de George Michael que cerró la noche. No fue una versión al uso. El tema sonó con bases electrónicas, con un toque casi espiritual, acompañado por la voz de Roberts y los coros del telonero Jacob Alon. El resultado fue conmovedor. La gente levantó los brazos, algunos cantaban, otros simplemente miraban, dejando que esa palabra, libertad, se quedara flotando. Cuando terminó, Kae se quedó quieto unos segundos, respirando, y luego sonrió.
La ovación fue larga, sincera, de esas que no buscan provocar un bis sino agradecer lo vivido. No hubo despedidas ni discursos. Solo una mirada al público, un gesto de gratitud y una sensación de paz. Afuera, el aire de octubre parecía más fresco, como si todos hubiéramos salido un poco más ligeros.
El concierto de Kae Tempest en Madrid fue apoteósico no por el volumen ni por el espectáculo visual, sino por la manera en que consiguió unir a la gente a través de algo tan simple y a la vez tan grande como la palabra amor. Cada una de las tres partes tuvo su sentido: la primera como reencuentro con el pasado, la segunda como reafirmación del presente y la última como despedida luminosa. Pero más allá de cualquier estructura, lo que quedó fue la sensación de haber compartido algo real.
‘Self Titled’ habla de identidad, de libertad, de cómo aprender a quererse sin condiciones, y en directo ese mensaje se multiplica. Kae no necesita artificios ni decorados para transmitir lo que quiere. Su voz, su presencia y sus letras bastan para llenar una sala entera. En La Riviera no hubo distancia entre el artista y la gente. Solo una corriente de energía que iba y venía, como si cada persona estuviera recordando lo que de verdad importa. Y si algo dejó claro Tempest en Madrid es que el amor, el de verdad, el que nos mueve y nos une, sigue siendo la mejor forma de seguir adelante.