Máxima expectación en la tarde-noche de lunes. No solo era la primera vez que julie actuaban en España, sino que también inauguraban su gira europea presentando su LP debut ‘my anti-aircraft friend’. Su directo prometía trasladar la intensidad de sus grabaciones a un espacio íntimo, sin concesiones ni artificios. Y eso fue exactamente lo que hicieron.
Lo que ocurrió sobre el escenario encapsuló lo mejor de la herencia grunge de los noventa y lo trasladó al presente sin una pizca de nostalgia complaciente. julie, el trío de Los Ángeles, lleva años moldeando su propuesta con una devoción por la distorsión que, lejos de recrear un pasado glorioso, lo reformula desde la sensibilidad de una nueva generación. Aun así, la audiencia que llenó la sala no estuvo compuesta únicamente por jóvenes inmersos en la era digital. Entre las primeras filas se podía distinguir a quienes, décadas atrás, vivieron de cerca el auge de las bandas en las que julie se inspiran. Ese choque de tiempos, de referentes, marcó un concierto en el que la música funcionó como un vínculo atemporal.
Antes de la irrupción de julie, la velada arrancó con una actuación que sirvió de contrapunto perfecto a lo que vendría después. Robber Robber subieron al escenario con una propuesta que mezclaba la urgencia del post-punk con una interpretación que no escatimó en intensidad ni en contrastes. Su sonido, construido sobre guitarras que oscilaban entre lo afilado y lo caótico, demostró un dominio absoluto del volumen y la dinámica. Lejos de quedarse en estructuras convencionales, el grupo jugó con momentos de aceleración desbocada que se disolvían en pasajes donde el ruido se volvía casi atmosférico. La voz de Nina Cates flotaba entre los instrumentos, difuminándose en una mezcla que en algunos tramos parecía diseñar su propio lenguaje dentro del desorden controlado.
Si algo destacó en su actuación fue la capacidad de la banda para moverse entre la ferocidad y la elasticidad rítmica sin perder cohesión. La batería de Zack James fue un pilar fundamental en este equilibrio, con una pegada que transformaba cada canción en un torbellino de percusión afilada. En medio de la maraña de sonidos, su precisión marcaba la pauta, permitiendo que las guitarras se desplegaran con una libertad casi anárquica sin que la estructura del directo se resquebrajara. Robber Robber lograron, en apenas unos minutos, un despliegue de crudeza e irreverencia que sirvió como la introducción perfecta para el vendaval que julie traerían después.
Tras un breve cambio de escenario, en el que el propio trío se encargó de prepararlo todo, julie salieron a escena. Desde el primer acorde de ‘catalogue’, dejaron claro que su directo no se construye en base a momentos individuales, sino como una progresión imparable. No hubo espacio para pausas convencionales; en su lugar, la banda encadenó cada canción con interludios de reverberaciones expansivas y distorsión manipulada en tiempo real, generando un clima en el que la tensión nunca terminaba de disiparse. Las transiciones entre temas se convirtieron en parte del espectáculo, un juego de contrastes en el que el ruido anticipaba nuevas explosiones de energía o se filtraba en pasajes más contenidos sin perder intensidad.
Las voces se mantuvieron camufladas entre las guitarras durante toda la noche, como si fueran un eco atrapado dentro del muro de sonido que la banda fue levantando tema tras tema. La interpretación de ‘very little effort’ y ‘pg.4 a picture of three hedges’ reforzó esta idea: la voz no busca sobresalir, sino integrarse en la textura ruidosa, potenciando la sensación de inmersión total.
La energía en el escenario fue constante. Cada miembro de la banda proyectaba un magnetismo que trascendía lo puramente musical. No había gestos excesivos ni movimientos coreografiados, pero cada nota y cada golpe de batería parecían contener una urgencia visceral. En este punto, el baterista se convirtió en una pieza clave del directo. No solo mantenía la estructura de las canciones con una precisión implacable, sino que en muchos momentos parecía entrar en trance, guiando la intensidad del concierto con una entrega absoluta. Entre tema y tema, su presencia no disminuía; continuaba marcando pulsaciones o dejando que los golpes resonaran en el aire, manteniendo el clima de tensión.
‘tenebrist’ y ‘skipping tiles’ consolidaron uno de los aspectos más imponentes del sonido de julie: su capacidad para levantar muros de ruido sin perder definición melódica. Las guitarras, saturadas y envolventes, nunca se desdibujaron en el caos, sino que lograban mantener matices sutiles, creando una sensación de profundidad casi hipnótica. La distorsión no era un recurso para esconderse, sino un elemento con el que jugaban hasta exprimir todas sus posibilidades expresivas.
El tramo medio del concierto llevó esta dinámica al límite. En ‘thread, stitch’ y ‘twee’, la banda reforzó su faceta más abrasiva, mientras que en ‘through your window’ se permitieron construir un clímax más contenido, sin perder la tensión que los caracterizó durante toda la noche. A estas alturas, el concierto ya se había convertido en una experiencia completamente inmersiva, un estado de continua anticipación en el que cada transición parecía un umbral hacia algo más grande.
En ‘april’s-bloom’ y ‘knob’, julie reafirmaron su maestría en la gestión de la energía. Las guitarras alcanzaron momentos de verdadera densidad, pero sin descuidar el hilo melódico que daba cohesión a cada pieza. En ‘clairbourne practice’ y ‘feminine adornments’, el grupo elevó aún más la intensidad, logrando que la carga sonora llegara a su punto máximo.
Uno de los momentos más enigmáticos llegó con ‘piano instrumental’. En lugar de ser un simple descanso, este interludio sirvió como un punto de inflexión en el concierto, jugando con la incertidumbre y el suspense. La banda aprovechó la pausa para manipular sonidos y dejar que la reverberación se asentara en la sala antes de dar paso a ‘flutter’, una de las interpretaciones más viscerales de la noche.
El concierto cerró con un único bis: ‘lochness’. No hubo largas despedidas ni palabras innecesarias. La banda regresó, lanzó una última descarga eléctrica y dejó que el ruido hablara por sí solo. Fue un final tan contundente como el resto del concierto: sin concesiones, sin adornos superfluos, solo una última sacudida antes de desaparecer entre la distorsión.
Julie ofrecieron una demostración magnífica de lo que significa hacer música sin concesiones. Su primer directo en España no fue un simple debut, sino una declaración de intenciones. En su universo, el ruido no es solo un medio, sino un lenguaje en sí mismo, una forma de expresar lo que a veces las palabras no pueden capturar. En Madrid, lo hicieron con una intensidad que pocos podrán olvidar.
