El pasado miércoles, en la sala Shôko dentro de la programación del Mediolanum Festival Mil·lenni, Julia Holter presentó un despliegue sonoro que fue tanto un viaje polifónico como un refugio emocional. Pero empecemos por el principio: ¿qué hace que una experiencia como esta trascienda la mera interpretación? Quizá sea su habilidad para convertir cualquier espacio en un universo sonoro autónomo, donde el tiempo se pliega y el público queda atrapado en una telaraña de armonías, texturas y silencios cargados de significado. O quizá sea esa combinación de virtuosismo técnico y un semblante risueño que desarma cualquier atisbo de solemnidad.
La velada se inauguró con 'Sun Girl', una pieza etérea que, como el preludio de una sinfonía, estableció un paisaje tímbrico rico en contrastes. El bajo pulsante de Devra Hoff se fundió con el sintetizador de Tashi Wada, creando un colchón armónico que parecía invitar a flotar. Sobre esta base, la voz de Holter oscilaba entre lo aéreo y lo profundamente terrenal, con una línea melódica que sugería tanto curiosidad como un delicado desasosiego.
A continuación, 'Sea Calls Me Home' emergió como una forma casi líquida, marcada por un fraseo rítmico que evocaba olas rompiendo suavemente. La textura aquí adquirió un carácter íntimo, con un delicado contrapunto entre el bajo y la percusión de Beth Goodfellow. La progresión armónica, sencilla pero cargada de matices, parecía contener ecos de lamentos marítimos y promesas apenas susurradas.
Con 'Something in the Room She Moves', Julia demostró su dominio del espacio acústico, empleando un juego de dinámicas que oscilaba entre el susurro y el estallido. Las armonías vocales, cuidadosamente dispuestas como capas sobrepuestas, interactuaron con un entramado instrumental lleno de disonancias controladas que se resolvían en intervalos inesperadamente luminosos, creando un efecto casi hipnótico.
El carácter más cinético de 'In the Green Wild' aportó un cambio radical en la narrativa del programa. Esta pieza, que comenzó con una métrica irregular y un motivo melódico lúdico, se transformó progresivamente en una espiral rítmica que desbordaba energía. El bajo fretless de Hoff, aquí particularmente destacado, construyó una línea rítmica que actuaba como un motor incesante, sobre el cual la voz y los sintetizadores dibujaban figuras caprichosas y frenéticas.
Uno de los momentos más sublimes de la noche fue 'Marienbad', una obra de arquitectura sonora compleja que ejemplifica el talento de Holter para tejer texturas densas sin perder la claridad. Las progresiones armónicas, construidas sobre acordes suspendidos, evocaron una sensación de ensoñación, mientras que las líneas vocales se entrelazaban en un contrapunto que parecía dialogar con el pasado y el presente. La referencia a la película de Alain Resnais añadió una capa de profundidad semántica, subrayada por las imágenes proyectadas tras el escenario.
En el centro del programa, piezas como 'Words I Heard' e 'In the Same Room' ofrecieron momentos de recogimiento. 'Words I Heard', con sus cadencias amplias y modulaciones sutiles, parecía abrir un espacio interno en el que las emociones podían resonar sin obstáculos. En cambio, 'In the Same Room', con un carácter más rítmico, jugó con un ostinato armónico que daba soporte a una melodía nostálgica, casi confesional.
'Evening Mood' aportó un tono más reflexivo, con un uso ingenioso de síncopas en la percusión y una línea de sintetizador que serpenteaba entre acordes suspendidos. Aquí, la paleta tímbrica se enriqueció con el uso de la gaita, que añadió un color inesperado, casi pastoral, al tejido sonoro. En contraste, 'Spinning' se presentó como una pieza más angular, con un pulso irregular que creaba un efecto de expectación constante, acentuado por breves momentos de disonancia que se resolvían en crescendos eufóricos.
El clímax emocional llegó con 'Feel You', donde la interacción entre voz y instrumentación alcanzó un punto de perfecta simbiosis. La melodía, lírica y cargada de melancolía, se apoyó en un acompañamiento armónico que alternaba entre lo introspectivo y lo expansivo, como si invitara a explorar un paisaje emocional en constante transformación.
El cierre del programa principal, con 'Talking to the Whisper' y 'Betsy on the Roof', fue una verdadera declaración de intenciones. La primera, con su progresión misteriosa y sus texturas atmosféricas, condujo al público a un estado de trance, mientras que la segunda, con una construcción más narrativa, desató una ovación cargada de gratitud.
Para el bis, Holter eligió 'I Shall Love 2', una obra que encapsula su capacidad para unir lo lírico con lo experimental. El crescendo final, marcado por un juego de tensiones armónicas y una progresión melódica que parecía no tener fin, dejó a todos los presentes en un estado de asombro casi reverencial.
Lo que Julia Holter entregó en la sala Shôko fue un ejercicio de creación que desafía etiquetas y categorías. Cada pieza, cada acorde, cada silencio, estuvo al servicio de una narrativa que invitaba a abandonar lo tangible y adentrarse en lo sublime. Al final, no quedaba más que el eco de un mundo sonoro que, por un instante, pareció contenerlo todo.
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